miércoles, 29 de marzo de 2017

Ramón Palomares y sus muertos vivientes





Conozco un estudio sobre la escritura de Palomares y la muerte. Se trata del importante texto de Beatriz Pineda de Sansone,  publicado en la Revista de Literatura Hispanoamericana No. 36 (1998): 25-42, titulado Cosmogonía en la obra de Ramón Palomares. Su primer apartado: El espacio y la muerte en la obra de Ramón Palomares. Se trata de un acercamiento -muy baudeleiriano- a la muerte desde el espacio –los espacios- en los que ésta se instala.
Mi acercamiento a la muerte en los textos de Palomares será algo diferente. Me referiré principalmente a la trama relacional de los vivos con los muertos, tan propia del imaginario (constructo social, si se quiere) popular venezolano y andino.
La pulsión de escribir sobre el tema se origina  en el encuentro con ese texto maravilloso en prosa que es Recorrido con ausentes. Mientras lo leo, traigo una y otra vez algunos de los poemas anteriores, especialmente los de Gran Leyenda (en Paisano) y Adiós Escuque. Esa será la ruta que trazo para este ensayo, con Recorrido con ausentes como guía para el viaje.

Diferentes muertos
Palomares comienza enumerando algunos de los muertos, tan diferentes, y tan igualmente muertos:
Asesinados: en sus tumbas sangrantes.
Ahogados: regresando con los ojos llenos de limo y peces.
Ausentes: rodeados de fulgor, semejaban presentarse a cada instante.
Tocados de desmayo: con un chisporroteo entre los ojos.
Los asesinados en sus tumbas todavía sangrantes y los que murieron del aire y la ausencia… Los ahogados habían regresado con los ojos llenos de limo y peces, pero los ausentes tenían una imagen rodeada de fulgor y semejaban presentarse a cada instante.
Otros habían sido tocados de un desmayo, habían sentido un frío y se encontraron en una gran sábana blanca tan ligera y amable que se volvieron al tiempo suave de la  inercia con apenas un chisporroteo entre los ojos.
Vuelve sobre los asesinados y sobre los muertos en venganza, en el suelo, con la sangre escurriéndose….
…de esos conocí el suelo. Y en la sangre que se escurría debajo de un grupo de curiosos…
Y era aquel un muerto de venganza…
Uno de los poemas Baile (en Pasiano) ya tocaba el tema cercano de los muertos por rabia o venganza.

Te entró candela por los ojos
y espinas y pringamosa
y leche de muerte…
…mugiendo de rabia.
Cuando se prende el baile
estás de repente y vas a arrojar puñales
y pintas de rojo el suelo
como si fueras gran aguardiente.
Detrás tuyo van los que te quieren ver
con la cabeza vuelta sanguaza.

La fiesta, la música y la muerte
Continúa el relato describiendo algún acontecer de muerte en contexto festivo. La fiesta, la música, el baile, una mujer que sigue al forastero, un hombre celoso que acaba con su vida….
Eran muchos en esa esquina de la plaza desusadamente iluminada, porque otra vez eran Fiestas… Y era aquel un muerto de venganza, un tal ¿Vieras?-¿Rieras? Forastero. En la oscuridad de noches y noches, en la iluminación repentina de fogonazos y relámpagos Ella lo había seguido, y había caído él como otros antes, arrastrado desde el pecho, pálido y boca arriba, y era así como entraba en la eternidad: los ojos abiertos y la imagen de una fiesta en el pequeño espejo nublado.
¡Y qué de músicas retumbantes y agudas para enredar esos pies desgonzados!
Otro de los poemas Baile (en Paisano) evoca una experiencia similar. Un valse, aguardiente, ira (brasa en los ojos), aguardiente trocado en sangre, el puñal, el reloj que da las tres, el charco de sangre… Apunto completo el poema, que no tiene desperdicio en el modo de acercarse a esta experiencia de un modo tan vivo y poético. El narrador presente y el final crítico y auto-crítico por una sociedad que “soporta bien” (sin corazón) la violencia de muerte.

—Toquemos el valse.
—Aclaremos el instrumento.
No van a decir que olemos a azufre
Ni que tenemos rajada la garganta
Ni que dejamos el corazón
y no tenemos corazón
y no pueden ver que no traemos corazón.
Aquí venimos a tocar:
A las dos de la madrugada tendrán brasas en la frente,
a las dos y media tendrán brasas en los ojos,
a las dos y tres cuartos beberán sangre en vez de aguardiente,
[sangre,
y a las dos y tres cuartos cantarán
y a las dos y tres cuartos estarán girando,
girando a las dos y tres cuartos con un puñal,
con un puñal y una candela en la frente
y el sonido agitará las aletas de la nariz,
y ya irán a ser las tres,
las tres y el círculo estará muy estrecho,
muy estrecho a las tres, que casi llegan al centro,
y ella es una gallina que corre debajo del ala del gallo,
y ella se despliega y se le sube la falda
y tocamos arrequintando y dándonos gusto en el cambio,
dándonos gusto, dándonos gusto hasta
que él se vuelve un hombre rojo
y se mete en el pecho de los demás
casi a las tres, casi a las tres, antes que de la torre venga
[la campanada,
vuelto un toro se arrima debajo de ella
hasta que las criznejas se le deshicieron y le queda el pelo
[regado.
Y entonces pasa el viento caliente, el viento que quema
[el corazón
el que sube la mano armada,
el que hunde en la espalda muchas veces,
el que acaba, cuando las tres suenan y
se pierde el último rumor
en el charco desaparecemos
en el rojo desaparecemos
en el caliente rojo desaparecemos
sin que nadie notara, notara
que olíamos a azufre
y que nuestra garganta estaba rajada
que no trajimos corazón, que vinimos sin corazón.

El juego de envite y azar, y la muerte
Otra situación que ocasiona la muerte es el juego y la ambición. El azar se tuerce y pronta está la muerte.
La noche… Hay dados y barajas y bolsitas repletas de monedas. Hay oro, plata y copas sombrías. Y bajo el ala de los sombreros el azar había torcido y retorcido y vuelto a retorcer su largo hilo, su ascenso y descenso.
El poema El jugador (en Adiós Escuque), sin enunciar expresamente la muerte, asocia –con un comienzo en primera persona, que pasa a tercera- la vida al juego.

Yo soy como aquel hombre que estaba sentado en una mesa de juego

En la tarde de la vida todo va bien, el jugador se llena de plata, oro, joyas, prendas…; le llegan mujeres que le ponen los brazos al cuello… Al pasar la medianoche…

Entonces eran como las doce Y el reloj
dijo a dar las doce
Y al ratico nomás quedaba la casa
Y desaparecieron las mujeres Y vio los montoncitos de
Ceniza
Y se quedó desnudo
Y se puso a llorar
Ai se dio cuenta Que todo se le había vuelto noche
Y resplandores nada!
Todo de luto y hosco
Y esos ojos de él vieron una luz
y volvieron en sí
Y volvieron a mirarse como era él
Y tendió la mano sobre los montoncitos de ceniza
sonriendo
Ya me voy –dijo
Me voy como me vine –dijo
“Adiós”

Este adiós es la despedida de la vida. Del juego vuelto nada y riesgo de muerte por venganza o ambición –tema del relato en prosa-, se ha pasado en el poema una perspectiva más existencial. La vida toda es como un juego. Al llegar al final todos nos encontramos desnudos, como nacimos. Tras la muerte, sólo ceniza.

La propia muerte
En consonancia con este tema es de hacer notar cómo, en el relato que nos sirve de guía y en un giro narrativo, introduce Palomares la propia muerte: la suya, la del lector. Una muerte semejante al sueño, disolución sin pálpito entre las olas o en el viento.
Puede quedar uno en su sueño junto al mar en el temor sombrío de las olas, y puede quedar como el sonido de una nota pequeña que se deja llevar de la amenaza y se disuelve de manera insensible en el viento, pues en efecto cortamos dos flores y una de ellas, la del sueño, ha quedado flotando para siempre sin mente y sin pálpito.
Uno de los poemas Abandonado (en Paisano) pone en boca del difunto palabras que reflejan su propia disolución: tierra, hoja podrida, lluvia, agua… Finalmente: sueño.

Hasta que la cara me quedó como tierra pelada,
que no tuve cara,
que se me fue apagando la vista,
que se me fue deshaciendo la boca
y quemándoseme la lengua.
Me puse como una oscuridad
y rodé hacia las espinas entre el olor del naranjo
y me dolió mucho la espalda clavada y la nuca clavada
y me salía tristeza.
Y no era sino una lluvia
vuelto hilacha,
y olía como hoja podrida
vuelto los ríos,
vuelto la agüita que baja por los zanjones.
Me volví puro llorar, puro llorar
y lamentarme:
No me hagás más daños.
No me hagás como ropa que se remoja.
Y quedé enterrado debajo de la iglesia,
soñando.

Voces y diálogos entre vivos y muertos
Son comunes en la poética de Palomares estos diálogos entre vivos y muertos. Además de los poemas aquí traídos, habría que recordar Pajarito que venís tan cansado, entre otros.
Desde la vida se escucha a los muertos. No se van del todo. O van y vuelven. Intentan regresar. Luchan contra el olvido. En ocasiones arrojan gritos, maldiciones, exigiendo justicia, venganza.
Los primeros a nuestra cabecera —Recuérdame. Recuérdame… Jura que no quedaré impune…
—Me recordarás? …El padre que yo conocí tenía tu nombre. La ternura viril que me enseñaron venía de ti.
Entre los gritos que escuché hubo siempre un acento perdido, se trataba de un coraje que llegaba hasta el fin ya sin aliento y sin que el esfuerzo desmedido encontrara justificación en sus resultados…
—Pero yo siempre te busqué, nunca evité enrostrar a tu enemigo…
De los que habían soltado alguna maldición al morir y habían jurado sobre un más allá…
Cuando se van, se les despide como al viajero. Son gente querida de la que se espera el regreso.
Adiós. Sí. Como en alguna tarde, como en algún amanecer. Como mirando el tren y la reata de bestias o más allá la novia, la madre, el amigo que va por algún cruce de senderos.
El poema Despedida de Laurencio es de una entrañable ternura, dentro de este “género” poético que otros llamarían diálogos de ultratumba; y aquí preferimos llamar diálogos de amistad, en el marco de esta cosmovisión andina en la que muertos y vivos no pertenecen a mundos separados. El poeta (Siete, Poe, como lo llamaba Laurencio) habla despidiendo al difunto (Laurel, Laurelito, Zorro) durante el trayecto de la casa a la iglesia, y de ahí al cementerio. Los cantos (entrecomillados) de Laurencio traen la vida compartida por ambos. La gente alrededor, sus palabras que resuenan, no alejan al poeta del viaje junto al amigo. Sigue su diálogo de consuelo mutuo y despedida. Termina en flores, un volantín elevándose y pajaritos por el monte (¿no son Laurencio?, como en Pajarito que venís tan cansado -¿no sos Polimnia?).

Y comoibaquedarme con los demás No yo me Fui abajo
bien abajo
solo.
Elevaban un volantín
un volantín
por el matadero y lejos
“Las aves cruzan los campos”
miré el cielo
Voltié
Ya no eras más que Flores
Flores
—Adiós Rucha. Adiós Mi Poe, Sietecito
Adiós
—Sí Zorro, Sí Laurel
Adiós
Se fue yendo la gente, yendo
y unos pajaritos, unos pajaritos por el monte

El encuentro con los muertos
El poema dedicado a Laurencio resalta la despedida en el momento de la muerte; no obstante, los muertos no se van del todo, ahí están, bajo la imagen del pajarito… o como Ánimas conversadoras que se acercan a la puerta y entran en casa. Son los amigos que vienen a saludar… Exigen con toda su fuerza no olvidarlos. Es el caso del poema El corazón atendiendo una visita:

        Imagínese que le tocan la puerta
        Ya está dormida
        Y vienen y le tocan
                        "Adelante! Adelante ¿Quién?..."
Ai entran El Cerezo, El Almendrón, Pandeaño, Hojalapas...
                        "¡Ánimas Benditas ¿Qué es esto?"
        —Antes que sepás lo que somos
        Oínos bien
        Oínos
                   Acordáte suficiente todo lo que por vos
                   sufrimos, aguantamos, callamos, esperamos, trasnochamos, morimos.
                   Y no nos des con las patas
                   Ni nos dejés Ni te olvidés
                   —Ingrato—                   
                   Como si nada nos debieras.
                  …
        Y entraron y tomaron asiento allí
        Resplandeciendo
        Venían de visita Venían a saludar
        Pero mi corazón pensó "Ya no soy uno de ellos"
        Yo y mi alma, perdidos del frescor.

Al final del poema se toma distancia de los muertos: “Yo no soy uno de ellos”. Es lo que piensa el corazón. Pero queda la duda, una cosa es lo que piensa el corazón... El texto en prosa que considero aquí también arroja la duda sobre la situación del narrador. ¿A qué esfera pertenece? ¿No está ya con los suyos, reencontrándose en los recuerdos?

¿Pero dónde habré visto esa musgosa piedra cerrada de boñiga? Era el recuerdo que llegaba cojeando, entre monturas  viejas, pellones de hilo multicolor y gavillas de pasto reseco, una vieja máquina de hacer fideos y una vitrola…

¿Qué situación nueva es ésta?

—Pero dónde habré visto esa gente de ademanes lentos, rostros como vidriosos, cuerpos asombrados e ingrávidos como si al pasar no asentaran volumen alguno sobre la vida. Miraban con tristeza desde su límite y se quejaban al cerrar y abrir de sus párpados.

El tema de la queja y el límite de los muertos, en su nuevo tiempo, se recoge especialmente en el poema Mi madre se despide. La madre recorre brevemente su vida de sufrimientos, hambres, enfermedad y pobreza.

Qué tiempo es éste que no tiene sábados
Qué tiempo es éste todo esperas
Adónde están las fiestas que dijeron
Los domingos que decían Dónde fueron!
Perdida en mis enfermedades
Asaltada por fieras hambres

Es una honda queja que hasta a Dios llega. Desde la oscuridad del suelo.

Dios Qué fue de tu misericordia!
Me remedié con haces de leña
Con remojo de ropas me sustentaba
Pero este cuerpo no resistía su carga
Agachado se hundía y se apagaba
Ai fue cuando les dije a ustedes
—“Hijos que me han costado tantas muertes
Vayan y acójanse a otro pecho
Dios no desampara al que cría
Ya los veré si un día regreso”
Sólo Dios sabe que al volver
No tuve ya paz ni remedio
El alma vuelta unos breñales
y el corazón borrando nieblas
Jesús Por qué un pago tan grande
Dime por qué todo es tan negro
Si te ofendía nuestra pobreza
¿Por qué nos aventaste al suelo?


Muertos tristes en la despedida y en su disolución. Y sin embargo, muertos que entablan diálogos con los vivos, desde su ingravidez y límite; o desde su forma natural de agua, viento o pájaro; o incluso son muertos que regresan y se introducen hasta la propia casa.

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