jueves, 19 de noviembre de 2015

Sobre Wafi Salih, El Dios de las dunas

HIJA DE AGAR


La encontró el Ángel de Yhvh
junto a una fuente de agua en el desierto,
y dijo: ¿de dónde vienes y a dónde vas?
Gn 16,7-8


Con el poemario El Dios de las dunas agotado, no me resisto al intento de proponer algunas claves para su lectura, consciente de mi acercamiento fragmentado -limitado por tanto- a su texto.

Guían esta propuesta los versos de la Torah hebrea que preludia el ensayo y este otro fragmento, tomado del poemario de Wafi Salih:

Drusa por toda la tierra, cargo el peso de otra que soy, perdida para siempre en el estanque de lágrimas, hacia mí en el espejo. Infierno celeste, proyecta un abismo de ángeles.

De aquí que divida mi ensayo en tres partes principales: a) hija de Agar, b)  oasis-estanque-de-lágrimas y c) preguntas.

Es atrevido este ejercicio, por cuanto desplazo el sujeto de los poemas propuesto en el título, del Dios de las dunas, hacia la hija de Agar. Asumo el atrevimiento.

Hija de Agar

Drusa por toda la tierra es un modo de ser, ser cargando el peso, ser perdida. Como Agar, hija de Agar, expulsada, errante entre las dunas, distanciada de una tierra que se le negó, abocada al mundo.

El texto poético, en primera persona, se despliega tras una identidad que se reconoce entre gemidos y lamentos, desconocimiento, ensimismamiento y captura a tientas.

Una raza gime en mi nacimiento… Nativa de un país mío y desconocido. 

Ceñida a los rituales de un país sin lugar en los ojos, a tientas capturo su heredad, presente desde siempre en la mártir voluntad de los lamentos. Intemporal, telúrica, ensimismada, hija de Agar, esclava y princesa...

Princesa también. Investigaciones recientes en torno a los relatos antiguos de la Torah, apuntan a nuevas lecturas de esos textos en las que se pone de manifiesto el liderazgo de Agar entre su pueblo.

Savina J. Teubal (1997) postula una sociedad matriarcal en el Antiguo Cercano Oriente, dedicado al culto de Diosas como Inanna en Mesopotamia, Isis en Egipto y en Canaán. La designación de Agar como egipcia debe considerarse en el contexto de la historia de Egipto, donde las mujeres disfrutaron "igualdad jurídica notable" en su mayor parte. La experiencia de Agar en el desierto junto al oasis sería una experiencia referida a la adoración de "El-roi", una deidad del desierto, y a la institución de un Matriarcado del desierto. Teubal sugiere que Agar era sacerdotisa, e incluso hija de faraón.

Esclava y princesa, por tanto. Dualidad del ser.

¿Oasis?

La poeta proclama la pregunta de Agar, la pregunta desde su experiencia de arrojamiento, de ser arrojada. ¿Quién es este Dios del  padre Abraham que expulsa al desvalido? ¿Qué hace este Dios adormecido en su reino celeste? ¿Cuánta muerte y desolación se esconde en su cuerpo? ¿Ya no recibe, ni mucho menos responde, las cartas de sus fieles?

“Hashem es Dios”, “Ala es Dios”, “Jesús es Dios”, siglo tras siglo, deseo sin cuerpo, en el  letárgico zafiro del cielo. La fe, esa maldición.

¿Cuántas cimas se abisman en tu nombre? ¿Cuantas tumbas hay en el pecho de Dios?

Rota la oración donde la muerte, pesadilla  en los restos de la noche, desprende una carta escrita ¿para quién?

Noche en dos pedazos, Dios mutilado por su distancia.

No obstante, el Ángel del Dios encuentra a Agar junto a la fuente. ¿De qué ángeles y dioses se trata en los poemas? ¿qué dioses la arrojan o qué ángeles la encuentran?

El oasis, fuente de agua, es un espejo en el que Agar mira su dolor. El agua del desierto, con frecuencia salvadora, es aquí abismo e infierno, muerte del primer Dios abrahámico quien la arrojó de las seguridades familiares al peregrinaje de las dunas. Son ahora Ángeles de la duda, parpadeo de astros, proyecciones celestes en el abismo, convertidas en infierno. El agua del oasis se confunde con la lágrima.

Perdida para siempre en el estanque de lágrimas, hacia mí en el espejo. Infierno celeste, proyecta un abismo de ángeles.

Febrero. Espejo interminable me precipita en el íntimo desvarío de mi sombra. Condenada, la imagen me refleja el parpadeo inagotable de un astro. Lo vivido moja sin parar una hilera de fósforos.

¡Herida de estar aquí!, invisible, vuelta a mí, fatigo el discurso del aire, la imposible risa en la ola elástica de sus lágrimas, donde disputan los perros los restos de la noche.

El Ángel que encuentra a Agar entre la dunas, en el texto de Génesis es Ángel-mensajero del Dios que ve (El-Roí), es Otro. La poeta lo percibe tan solo entre tinieblas. El poema Ángel lo expresa diáfanamente: país perdido, parte de mí que ya se ha ido. Secreto incendio, cielo inexistente, noche tendida…. Son los lugares del Dios de las dunas.

Ángel, en la longitud del cansancio
Ángel, país perdido en los volcanes
apagados de la paciencia

Ángel
Bautizo otra parte de mí
que ya se ha ido

Ángel
Dos lugares en una misma hora

Esqueleto del viento
contra el espejo del aire
secreto incendio
del pueblo donde el cielo no existe

Ángel
Hoy en las calles no hay piedras
sino noches tendidas

¿De dónde vienes? ¿A dónde vas? ¿Dónde resides?

Desde tal oscuridad, es como si el Ángel preguntara. La hija de Agar responde.

Vengo de la desolación, morada de un ángel desprendido del nombre, mi juventud en otra que soy.

Va hacia ninguna parte. Queda detenida. Su ser llamado al vuelo, su ser de alas, es constreñido en la inmovilidad.

Hacia ninguna parte la vida se ha ido. Un amor negado por la muerte. ¿Quién sino tú, Adbel, en la bóveda del aire, avanza en mi centro detenida?

Dobla las ánforas de una ciudad / prolongada / de alas  / inamovibles.

El niño que fui no ha cesado.  Me enseñó el hálito fijo, la duración en el aire, súbito brote de lo oscuro entre la mirada y la forma. El puente del vuelo encontró su origen.

O tal vez gira y gira, inestabilidad de la casa-tienda del desierto: astro permanente, en órbita incesante.

Ensayo un lugar bajo el sol. La desposesión me reconoce de este estaño sumergido en tu acento de órbita incesante.

Mi casa, una tienda en cualquier sitio // Corazón de astro permanente / en su abandono.

Apuntes formales

El estilo de estos poemas recuerdan en algo a Ramos Sucre, del que la poeta respira su atmósfera. El mínimo uso del que, el yo como sujeto, son indicaciones formales, entre otras, de este espacio común. Es un asunto ya tocado con amplitud en otros ensayos sobre este poemario de Wafi.

Se descubre en los textos, no obstante, cierta evolución y diversidad. Evolución hacia algunas formas más concentradas que surgirán con toda fuerza en los haikus posteriores y, en relación con el tema nuclear del poemario, en Con el índice de una lágrima. Así sucede –me refiero a la tendencia minimalista-  en el poema Ángel, o Mi casa, una tienda en cualquier sitio.

Los tópicos comunes al poemario Con el índice de una lágrima

Se descubre en ambos textos la mención de:
a) el país, la familia, la raíz;
b) el sufrimiento, el dolor de la tierra, la violencia;
c) el oasis, espejo, lágrima;
d) la presencia-ausencia espiritual: el Dios de las dunas, el abismo de ángeles, el infierno.

Puede verse mi ensayo Viaje del corazón y comparar con lo que antecede para evidenciar estos paralelismos.

Detallo otro aspecto más, la presencia del aquí y allá, mostrando un par de textos de El Dios de las dunas. Lo cotidiano del café, o el paso de unas hormigas en el presente y el aquí, conduce lejos, a la memoria del allá, de la infancia. Sidón desolado, señala la ausencia de un yo lejano, sufriente, casi fantasmal.

Sólo comienzo en lo infinitamente interminable. Nada tiene lugar mientras enfrío una taza de café sobre la mesa. Y leo tu infancia en el paso trepidante de las hormigas, paraíso fantasmal de luz espinada como una blasfemia.

Sidón. Pueblo de huesos sin cuerpo, sepulta la raíz del aire, el vértigo de la desolación. Hay algo en ti señalando un lugar ausente ¿Seré yo doliéndome en tus calles?

Y hasta aquí llego con mis apuntes, en los que he tratado de recoger algunos rasgos sustantivos de El Dios de las dunas, con la apuesta a una nueva edición que nos permita recrearnos y recrear, en proceso hermenéutico permanente, estos hermosos y profundos textos.


Referencia: Savina J. Teubal (1997), Ancient Sisterhood: The Lost Traditions of Hagar and Sarah. Athens, Ohio: Swallow Press/Ohio University Press.

domingo, 1 de noviembre de 2015

Sobre Marissa Arroyal, Guaraira Repano


Es un libro contemplativo, casi místico. A semejanza de los haikus orientales, liberada la forma, las palabras poéticas fijan su acento en la montaña. Doce veces se nombra en estos 70 poemas breves. Y la montaña es fuerza, es un verde, es hogar que a nadie exilia. Mas de repente echa a volar.
El verde-paisaje se hace hierba, pastizal, hoja tierna, trébol, helecho, espiga, tallo, caña, cañaveral, bambú. Se hace árbol: mango, eucalipto, araguaney… árbol ensimismado.
Se vuelve flor: rosa del Ávila, azucena… pétalo amarillo, jardín… y luego fruto.
El árbol vierte su agua. El árbol-montaña es ahora piedra de agua, corazón de agua, rumor de cascadas, cristalino torrente, río, oasis, agua mansa, gota de rocío, escarcha…
Y la luna se mira en estas aguas, el río es espejo del cielo; estrellas, constelaciones y Vía Láctea rondan la montaña. La montaña es pozo del paraíso. Cosmos aquí. Tan cerca.
Como en toda búsqueda contemplativa, la propuesta estética de Marissa asoma una ética. Es la ética de la montaña. Sermón de la montaña, verde derramado sobre la ciudad, facilidad de la entrega, darse entero del árbol, campana que despierta al pueblo, índice que señala… Corazón de amor que la montaña ofrenda.

Hogar del caminante, que puede aspirar ahora el olor de la tierra, que puede respirar meciéndose en el viento. Invitación al camino sin fardos ni equipajes.