domingo, 28 de junio de 2020

HASTA AQUÍ LLEGAN LAS LLAMAS DE SU LLANO




Tomás no se daba cuenta en aquella ocasión de que las metáforas son peligrosas, Con las metáforas no se juega" Ese es el cínico Tomás de una novela a la que le tengo bronca. Pero Tomás Martínez Sancho sí conoce los pelígros de la metáfora, porque no se distrae en levedades parmenídeas. Lo demuestra en este breve ensayo donde regresa a Rulfo con el cable a tierra. Cosas del eterno retorno que parecen fastidiar a Milan Kundera. Hay veces en que uno se siente más relector que lector. Esas veces se hacen cada vez más frecuentes porque hay libros a los que uno vuelve con su mala conducta heraclitana, para comprobar una y mil veces que el rollo no es la levedad pequeñoburguesa sino la insoportable pesadumbre del NO SER que Franz Fanon puso al desnudo.
Rúkleman Soto


Releo El llano en llamas, de Juan Rulfo. Me cautiva la potencia con que su imagen llega al presente: el carácter de una literatura, tan particularmente mexicana y tan concretamente situada en el inmenso espacio del llano y el tiempo de las primeras décadas del siglo XX, universalizada en su humanidad, para ser evocada desde la realidad actual de pandemia con inusitada fuerza. Veo mi barrio, el mundo, en tiempo de pandemia, como un llano inmenso, también en llamas.

Unos hombres caminando varias jornadas, bajo un sol canicular, día y noche sin descanso que, en el exceso de vigilia, indistinguen las horas, sueño y realidad. ¿No es un tanto así la pandemia: increíbles historias entretejidas con nuestras cotidianidades?

Luvina es un Cerro y es el caserío a su sombra. Rulfo le dedica un relato. Un hombre cuenta, en una taberna, su memoria de Luvina. Su llegada con su mujer y sus niños, y su estancia allí por quince años. Parece hablar con un recién llegado que hacia allá dirige sus pasos, mientras saborea algunas cervezas calientes. Finalmente, cae rendido sobre la mesa. Realidad y fantasía se entremezclan a lo largo del relato. Luvina se describe como un pueblo sin gentes, casi fantasmal. Van apareciendo algunas mujeres, de negro, aguadoras nocturnas; van mencionándose ancianos y niños, como únicos referentes de vida; va desdibujándose el tiempo, en días repetidos, sin afanes. El viento emerge como acompañante; su ruido equivale al puro silencio. Tras lo vivido en Luvina, el protagonista y relator ha quedado anclado a un sopor aletargado y antiguo, de madera rezumante corroída por el comején. Tabernero y oyente se esfuman en el trayecto narrativo, casi onírico, en un silente estando-sin-estar.

Pobres arrojados a su destino, en medio de calamidades, perdida toda esperanza: realidad actual. Como esa muchacha de otro de los relatos de Rulfo, para quien el padre reservaba la vaquita que el torrencial aguacero se llevó. Con el animal patas arriba en medio de la corriente, ven irse (el padre, la muchacha y su hermano) las posibilidades de una vida diferente a la de sus hermanas, lanzadas al mundo. Así se sienten quienes quedaron sin empleo en medio de la pandemia, y malviven sin ingresos fijos, y arriesgan en el día a día su salud, su futuro y el de su familia, sin mayores alternativas, especialmente en países donde el sentido social del Estado desapareció hace tiempo.

En otros relatos más, se muestran las fuerzas de guerra encontradas, cristeros y gobiernistas, con persecuciones y ahorcamientos finales, o figuras huidizas que logran salir con vida del modo más inesperado. En lo inmediato, evocan la invasión de los mercenarios a Venezuela, y su escapada por nuestros parques intrincados, para luego ser atrapados. Y más allá de la similitud literal, el simbolismo de las armas en pugna, los imperios pretendiendo imponerse en la lucha global, los juegos subterráneos, las confrontaciones a distintos planos, más allá del militar, y que en la pandemia cobran relieve: lo tecnológico, lo científico, lo mediático, lo financiero…

“Diles que no me maten” es un relato sobresaliente. El título corresponde a la frase que un padre dice al hijo. Es otro hijo el que ha llegado de lejos a vengar la muerte del padre ocurrida hace muchos años, a causa de unos animales que traspasaron la cerca para alimentarse. Relato de venganza, al igual que el que lleva por título “El Hombre”. En la película “Valor de ley”, dirigida por los hermanos Coen, puede seguirse el argumento de la venganza, que es justicia vindicativa, y que se establece a partir de una cita del texto judeo-cristiano, Proverbios 28,1: “Huye el impío sin que nadie lo persiga”. Y unas palabras sobre la justicia en esta tierra, que siempre llega. “En este mundo se paga todo antes o después. Nada es gratis, salvo la gracia de Dios”. Sin embargo, parece que ni eso es gratis, pues fue el mismísimo D. Bonhoefer, protestante alemán víctima del nazismo, quien se refirió a la gracia barata –malentendido sobre la gratuidad de Dios- y la gracia cara, que exige compromiso personal. En fin, solo un paréntesis en este discurrir de venganzas.

Y ya, puestos a tocar el tema religioso, de vuelta a los relatos de Rulfo, menciono uno en el que se presenta la “canonización” que un grupo de beatas pretenden, de cierto santón desaparecido, cuya vida se revela como gran falsedad cuando acuden al compañero y testigo cercano de sus andanzas, y les enrostra lo que en realidad ellas ya conocen. Inmediatamente se evocan los juegos actuales de intereses, de grupos religiosos y filantrópicos que promueven acciones con perfiles políticos claramente identificables. Algunos impulsaron, por ejemplo, la emigración de venezolanos y la financiaron, y ahora no mueven un dedo para apoyarles en su retorno, cuando la situación de pandemia los lleva a la desesperación e incluso a la muerte. Ni que hablar de la puesta en escena, con biblia en el centro, durante la proclamación de presidenta en Bolivia; o las más recientes amenazas de sanciones realizadas por Trump contra China, aludiendo razones religiosas.

De los relatos de Rulfo y la pandemia, salto a otra perspectiva. La mirada, que voy haciendo mía, parte de mí, dirigida hacia la Memoria Histórica de Mendavia, mi pueblo natal, en los años de la Segunda República y la posterior represión falangista y franquista, no está lejos de estas historias de raptos de mujeres; venganzas o desapariciones, como la realizada contra el santón Anacleto; familias divididas, como la de los dos Euremios, padre e hijo, uno en cada bando; exposición pública de cadáveres, para generar terror; tabernas de la narrativa y la memoria… Son tan reales estas historias, que el género cuento se ve importunado por el de crónica o relato oral tradicional. La memoria sostenida en el tiempo por mis paisanos, no se aleja demasiado de estos relatos de Rulfo, ni siquiera en la forma. Los acercan, incluso, detalles como el uso de nombres de las personas de la época: Urbano, Anacleto, Melitón, Matilde, Lucio, Magdalena, Ignacio, Margarita, Justo, Justino, Urquidi (Urquizo); el uso del artículo femenino, para las mujeres y el uso de apodos (la Berenjena, la Arremangada…); y hasta el modo popular de contar las historias en los corrillos: Acuérdate…, Ya lo verá usted…, Me acuerdo muy bien… con el que se hace partícipe de la memoria antigua al oyente; el detalle vivo, la estampa descrita con minuciosidad; el instante preciso, a veces buscado en medio de un tiempo que pretende evadirse sin conseguirlo: fue el 21 de septiembre, poco después del temblor.

Es similar al modo de contar que tiene mi vecino, exguerrillero de la década del 70, en Venezuela. Sus relatos de selva, de acciones justicieras, de persecuciones, con la memoria de los detalles y los nombres o apodos, con el anecdotario concentrado en rostros e instantes, en la estampa fotográfica de lo vivido con intensidad. Las memorias populares están interconectadas.

Comedia para la posteridad, consideró Dante la vida sobre la tierra, con posible final feliz. En reciente relectura psicótico-grotesca, von Trier (La casa de Jack, 2018) le asigna otro final al humano con su mal a cuestas: llamas eternas. Fuego y azufre apocalítico donde acaba el simbólico dragón maligno del “libro sagrado”.

Llano en llamas, memorias del infierno, de las tragedias sociales sin resolver. Y, sin embargo, narrar, apalabrar el mal, parece tener un componente catársico. Apostó por ello como terapia Viktor Frankl, con su logoterapia. Y así creo sucede con las memorias orales del sufrimiento de nuestros pueblos. También es cierto que puede resultar en desviación insana masoquista, el narrar sin objeto, la palabra sin pies, sin manos, sin corazón.

¿Será posible una avanzadilla por la realidad, acompañados por la sabiduría de algún Virgilio, que nos permita elevarnos –desde la realidad nombrada del mal- a círculos superiores de humanidad? Se solicitan Beatrices y Bernardos que nos echen una mano.

domingo, 14 de junio de 2020

PLACER Y PASIÓN, BACH Y ELEONORA


Revisando algunos textos de Byung-Chul Han, me encontré con un ensayo sugerente que me conectó con mi amiga Eleonora. “Dulce Cruz” se llama el escrito breve, y hace parte de un texto mayor: Buen entretenimiento

En ese ensayo, debate el autor sobre el sentido de la música sacra o litúrgica y, en especial, sobre la simbiosis de placer y sufrimiento que en ella se pone de manifiesto. No sé si simbiosis sea la palabra adecuada. En todo caso, a la presencia de ambos, placer y sufrimiento. Comienza observando la polisemia de la palabra pasión, a veces padecimiento y otras apasionamiento. B. Han dedica una buena parte de su escrito a Bach, su "Pasión según San Mateo", y su "Oratorio de Navidad". Copio a continuación los párrafos conclusivos: 

Bach hará que esta aria de la voluptuosidad satánica reaparezca precisamente en el Oratorio de Navidad como nana para Jesús. Pero su procedimiento paródico emplea un texto distinto como base para la composición. La «Canción del descanso» que surgió así ya no representa aquella voluptuosidad satánica que Jesús tendría que rechazar a favor de la virtud o de la redención de la humanidad, sino que más bien se evoca un dulce placer al que el niño debe entregarse sin ofrecer ninguna resistencia: 
¡Id, pastores, id / a contemplar el milagro, / y hallaréis al Hijo del Altísimo / acostado en un duro pesebre, / cantadle junto a su cuna / en un tono dulce / y con todo el coro / esta canción del descanso! / ¡Duerme, mi niño, disfruta el descanso / y vela por él antes que por toda prosperidad! / ¡Reconforta el pecho, / siente el placer / cuando regocijamos nuestro corazón! 
Al menos a nivel musical el procedimiento paródico de Bach hace que Dios se fusione del todo con la voluptuosidad. Resulta inusual el requerimiento que se hace a Jesús: «Reconforta el pecho, / siente el placer». Aquí sigue resonando el aria original de la voluptuosidad sin límites: «¡Saborea el placer / del lascivo pecho / y no admitas límites!». Con su procedimiento paródico, aunque de manera no intencionada, Bach incorpora la voluptuosidad a la historia de la salvación y de la Pasión. Tampoco la Pasión según San Mateo termina con un sufrimiento horrible, sino con una dulce canción. Tras haber sufrido toda su Pasión, Jesús se adormece «sumamente alegre». El estribillo «¡Jesús mío, buenas noches!» hace que la parte final de la obra suene como una nana, como una canción de despedida que parece dar la bienvenida a un tiempo distinto, a otra forma de estar aquí que ya no necesita ninguna redención: 
¡Jesús mío, buenas noches! / […] ¡Reposa dulcemente, dulcemente reposa! / ¡Reposad, miembros exangües! / Que vuestra tumba y vuestra lápida / sirvan de cómoda almohada / a la conciencia amedrentada / y sean lugar de descanso para las almas. / Sumamente solazados se cierran ahí los ojos. 
Recordé algunos diálogos que sostuve con mi amiga cantante en torno a su preparación para la aria "Erbarmedich" (Ten piedad de ti mismo). Fue una época intensa. La Pasión es una belleza, una de las obras más importantes en la historia de la música –me decía. Eleonora cantaba las arias para contralto. El "Erbarmedich" es de lo más hermoso que hay para ese tipo de voz. Aparece después de que Pedro niega a Jesús y el gallo canta tres veces, entonces él se pone a llorar y ahí se escucha esa aria. Todo esto me lo contaba con gran entusiasmo. 

Busqué la “Erbarmedich” en youtube y la conseguí en varias versiones. Me gustaron –a mí, un pobre mortal en lo que a música se refiere- las voces de J. Hamari, Marilyn Horne, K. Ferrier y M. Kozena. Vi que es una aria muy apreciada porque le dedican muchos artículos y versiones. Estuve así recordando a mi amiga, ¡imaginando –afinando el oído- como sonaría la aria con su voz! También conseguí la traducción del texto de la Pasión de Bach, y en concreto la de esa aria. Es de mucho sentimiento: llanto, angustia y deseo de volver con Jesús. 

A los pocos días, Eleonora me aclaraba que K. Ferrier era una leyenda, una de las primeras contraltos que hizo carrera. Muchos la aprecian por su cálida voz y musicalidad, empezó a estudiar canto recién a los 30. Lamentablemente murió de cáncer, muy joven, entrando en los 40. Sus pocos años de carrera la inmortalizaron hasta hoy. Marilyn Horne, tenía una voz enorme y buena técnica, cantaba cosas de virtuosismo, pero no llegaba al corazón, difícilmente conmueve. Luego, M. Kozena, de una técnica perfecta y muy musical, pero que en realidad es soprano y no mezzosoprano, debería cantar repertorio más agudo. Si se pone atención, el registro grave de ella es muy débil, no se compara a Ferrier. 

Todavía espero poder escuchar la versión de Erbarmedich de mi amiga. Me lo debe. Pasaron unos meses, y mi amiga andaba preparando el "Oratorio de Navidad": Tres arias muy bonitas que irradian mucha ternura porque la contralto aquí representa a María. Una de las arias se llama "Schlafemeinliebster" (Duerme, mi querido) y es como una canción de cuna al Nino Jesús. La otra se llama "BereitedichZion" (Prepárate, Sión) y la canta María estando embarazada, anunciando al pueblo la llegada del Redentor. Y la última aria se llama "SchliessemeinHerz" (Guarda mi corazón) y es un canto de fe: dice “guarda mi corazón este santo milagro”. 

Recordando aquellos momentos, los relacioné con este interesante ensayo. Placer y Pasión, todo en uno. Me gustó el ensayo, pero me dije: ¿quién pude conocer mejor el alcance de estas reflexiones que mi gran amiga, aunque la tenga un poco olvidada, Eleonora? Aunque no habíamos hablado específicamente de este asunto –placer y pasión-, ella habría cantado el dolor y la dulzura en esa misma época. Y habría sentido, sin duda, el entrecruzamiento de emociones: la Dulce Cruz de la vida. 

Cuéntame, Eleonora, ¿no es verdad?



viernes, 12 de junio de 2020

DEL POEMA BREVE Y OTROS ABISMOS



Para cierta mirada, la brevedad aterra. Como lo hace el infinito. El cosmos extenso o el vacío total. ¿No son una y la misma realidad, abismo e infinitud? El abismo caótico y sin fronteras, ¿no fue acaso leído como nada, por el pensamiento helénico, que interpretó los relatos cosmogónicos hebreos? Así la creación se convirtió en una suerte de ejercicio de ordenamiento del mundo. Así fueron señalados los ritmos de la naturaleza, definido el marco de la existencia y establecidos los parámetros de la ruta vital.
El minimalismo en el arte es aterrador. Como lo es, en particular, en la literatura, y más específicamente en el poema breve. Roland Barthes (El imperio de los signos, Mondadori, Barcelona 1990, 100-112) considera al haiku japonés una aventura lingüística, un arriesgo salto hacia lo anterior al lenguaje, y le atribuye una metafísica cercana al budimo zen, sin sujeto –vaciado del alma parlachenta- y sin Dios.
Y es que el apuntamiento a la brevedad puede ocasionar lo que excelentemente metaforiza B. Brecht en un memorable relato corto, pero no tan mínimo, titulado, en la versión leída en mi juventud y que ahora evoco, Materia y Forma; relato en el que narra la aventura del jardinero que, con pretensión de darle la forma exquisita a un seto ornamental, lo va dejando tan sin hojas y, luego, tan sin ramas que, ya en su puro tronco, dejó de ser seto.
Materia y forma van de la mano, podríamos pensar. El poema breve no lo puede ser tanto que desaparezca en la síntesis perfecta, no puede ser tan breve que pierda totalmente contenido, que se haga nada. ¿O tal vez este sería el límite del poema, su tendencia a cero, su carácter asintótico? ¿Surgirá de ahí su carácter misterioso y aterrador?
Es algo similar a lo que se percibe en cierto cine de autor. Las películas de Tarkovski (y algunas de Aronofski o Godard) son paradigmáticas. Dicen tanto para algunos de sus seguidores consecuentes, como dicen nada para sus detractores. Unos ven sugerentes significados tras el símbolo o el silencio, como otros solo perciben elipsis y narrativa hueca. Así sucede incluso con películas de corte tan diferente como pueden ser Guerra Fría, del polaco Pawlikowski o Clímax, de Gaspar Noé. Muchos de los significados dependen del que las mira. Su sentido depende, en buena medida, de lo que se quiera extraer de ella. Las elipsis y aperturas permiten ser llenadas a gusto del intérprete -dirán. ¿Se trata, tal vez, de abandonarse al ritmo de las sensaciones? ¿Se trata solamente de abrir la razón a nuevos modos de experiencia sensitiva? Y, si se trata de algo más, ¿en qué consistirá el proceso de vaciamiento que permita entrar en el mundo nuevo del autor? ¿Es humanamente, psicológicamente, tal vaciamiento? Y, al fin y al cabo, si se entra en un nuevo modo, ¿no quedó frustrada la intención del vaciamiento?
Volviendo a los desafíos de la espiritualidad “minimalista”, ¿no estaríamos cerca de los místicos de la nada y el no saber? Juan de la Cruz, Teresa, Maestro Eckhart, Tautero, Suso…, ¿no estamos a mano con Schopenhauer? Difíciles vías para el espíritu humano.
Evoco mis lecturas de Georges Didi-Huberman. Lo que vemos, lo que nos mira. Y las pongo en diálogo con Juan de la Cruz. Las cosas nos son presentes en lo que de simples tienen –afirma el autor. Los cubos negros quisieron ser lo más simple y lo más presente en su austera figuración. Los místicos han intentado acercarse a la vida en su simplicidad. Dios ha sido para ellos “la cosa” más simple, más desprovista. En el desasimiento de las cosas encontraban al Pleno. Las cosas nos son ausentes. En la noche oscura de los místicos se revela esa ausencia. Juan de las Cruz lo expresa repetidas veces: noche oscura, en la que “nadie me veía, ni yo miraba cosa”; ausencia del amado, “salí tras ti clamando y eras ido”; “por aquí ya no hay camino”, en la subida al Monte Carmelo. Smith experimenta la noche oscura en la autopista de Nueva Jersey. No hay luz ni señalizaciones; tan solo asfalto. El recorrido fue revelador de una nueva realidad, definida, pero no reconocida socialmente. Para Juan y para Smith, en la ausencia se revela una nueva realidad: una presencia que inaugura de algún modo sentido. Si emprender el camino espiritual de vaciamiento místico puede resultar las más de las veces aterrador, emparentar los ejercicios artísticos minimalistas con los de la vía espiritual, así mismo ha de resultar…
Con estos referentes en arte y espiritualidad, volvemos a la pregunta: ¿Qué hay entonces con la pretensión de absolutez –o de vacío- del poema breve? En días recientes un artista amigo (Rukleman Soto) posteó en las redes sociales el texto poético de Margarite Yourcenar, Los 33 nombres de Dios. Entre los comentaristas del chat, hay quien se mostraba escéptico ante tal modo de poetizar. Dice tan poco que todo se puede decir a partir de ahí. Todo y nada. Otros le refutaban, remitiéndole al necesario ejercicio hermenéutico, a abrirse paso tras la palabra, rajándola, penetrándola. La imagen de la rajadura…. permite profundizar, encontrar el sentido, oculto en el texto, pero tal vez más allá del texto, finalmente, nueva creación.
¿Qué tiene esto de aterrador? El terror de lo sagrado –habrá quienes digan, en continuidad con los hallazgos de la historia de las religiones de principios de siglo XX (R. Otto, M. Eliade…). O es posible que el terror se disipe en el gozo del abandono.
No conforme con este “vacío” asignado al poema breve, José Miguel Navas, en el prólogo a la reciente selección de 25 poemas breves de la poeta venezolana Wafi Salih (Serena en la plenitud, LP5 Editora, 2020), destaca su carácter revitalizador y estético, así como su dimensión pasional, a partir de las experiencias de sufrimiento y guerra de esta escritora de raíz libanesa. Pretende condensar su sentido en un poema “que da luz a los miles que ella ha escrito”: Yo Wafi Salih / un haikú con espinas / sobre el mundo. Resalta aquí su carácter pasional.
¿En qué quedamos, entonces? ¿Vacío o pasión? Complejicemos un poco más el asunto, agregando otra perspectiva para el poema breve. En el ensayo Satori, el pensador Byung-Chul Hang (Buen entretenimiento, Herder 2018) realiza un acercamiento al haiku, no como pasión ni estética lingüística, tampoco como vacío, sino como juego divertido. En su texto se lee:
En Japón rara vez se asocia el haiku con aquella empresa seria y espiritual de poner fin a la palabrería del alma. La recepción del haiku en occidente apenas se da cuenta de que el haiku es sobre todo juego y entretenimiento, ni de que, en lugar de retirarse al desierto del significado, también rezuma gracia y humor. Haiku significa literalmente «poema de broma». Originalmente es el verso inicial de diecisiete sílabas (Hokku) del poema encadenado Haikai-Renga. Haikai también significa «chiste». Los contenidos de este poema encadenado son chistosos, humorísticos y en ocasiones también obscenos. Sirve sobre todo para alegrar y regocijar.
De este regocijo, u otro similar apropiado a nuestros espacios y tiempos, surge el nakú tequense, cuyo origen y evolución primera refiere en admirable crónica urbana el escritor Rúkleman Soto, “Nakú: una crónica del hiperinstante”, en la que se resalta el carácter lúdico de la propuesta (sin dejar de mencionar a Barthes y su “grado cero”).
Por otro lado, yo mismo di cuenta de la asociación de la obra de poemas breves Cielos Descalzos, de Wafi Salih, con el ejercicio lúdico.
Poesía, socialización y juego se me hace cercano. Recuerdo la anécdota por la que perdí algunas coplas escritas a mis 12 años. En ellas involucraba jocosamente a buena parte de mis compañeros de aula, y las concluía con cuatros versos destinados al religioso que nos dirigía el momento del clásico solfeo: Do-si do-si do-re-mi Do-mi-re-do-si-la… Me incomodé un tanto cuando nos sorprendió riéndonos de aquellas ocurrencias, y nos requisó el escrito, pues había utilizado en mi rima final un apodo que le dábamos. Sin embargo, en la era de los castigos severos, ni un regaño recibí. Tan solo perdí mis juegos de lenguaje. Y es que el maestro de solfeo, Eduardo, era un venerable pacífico y risueño. Así al menos lo recuerdo.
No soy quien para dogmatizar, ni sobre haiku, ni sobre poema breve, ni sobre cosa alguna. Así que todos estos acercamientos me resultan sugerentes. El camino de Barthes, o los lectores de Margarite, consistente en traspasar el lenguaje del poema breve hasta su nada; el camino de Wafi Salih, en la lectura que de ella hace José Miguel Navas, camino de reencuentro con la vida y su filo pasional; o el camino de Byung, el mismo de la Wafi de Cielos Descalzos, o los contertulios del nakú, para quienes la esencia del poema breve está en el regocijo del encuentro convivial. Con una pizca de todo esto viene cargada nuestra breve palabra.

FOTO:
http://accesalud.femexer.org/frente-al-abismo-lo-unico-que-podemos-hacer-es-aprender-a-volar/