lunes, 8 de marzo de 2021

LAS IMÁGENES DE LA AUSENTE, DE WAFI SALIH


Wafi Salih (Valera, Edo. Trujillo, 1966), graduada en Castellano y Literatura, magister en Literatura Latinoamericana por la ULA, profesora, poeta y narradora, es además, en este texto, ensayista, socióloga, filósofa de la existencia y, en particular, proponente de un sólido y vital discurso de género.

Una mirada desde abajo

Al proponerme comentar su obra en clave de mujer Las imágenes de la ausente, yo, hombre, culturalmente tocado de este ser-hombre, no dejo de preguntarme sobre el sentido y la posibilidad de hacerlo sensatamente. Una primera respuesta me viene desde mi realidad socio-cultural: a los pobladores de los barrios populares nos es dado saber de “ausencias”. Al abrir el texto en cuestión al ejercicio hermenéutico no puedo dejar de situarlo en mi mundo popular, desde el que descubro secretos hilos y complicidades. Desde estas visiones escribo.

Wafi tipifica la situación de la mujer al margen del poder y del hacer y, al hacerlo, no esconde una mirada socio-política. De un lado están ellos-poder, ajenos-ungidos y, del otro lado, ella, los otros.

De entrada, aceptación y subordinación son tareas de fémina, las primeras tareas sobre las cuales se edifican las prácticas subalternas propias del espacio privado: La subordinación obliga a aceptar que la actividad política se segmenta en planos relevantes e irrelevantes,  ellas, aun estando ganadas para la relevancia, se someten a ejecutar actividades menos importantes. (p. 54)

Ellos, esos ajenos, controlan vida, gustos, muerte, deseo; ellos, en el fondo los amos, los que desde siempre han mantenido el monopolio de la violencia, de la voluntad, del espacio territorial, del saber en tanto territorialidad impugnadora. Ellos, los amos del poder,  instalados  en el correlato de la nueva sociedad, representan  al dios varón omnipotente que  en cólera descarga su fuerza impensable sobre Adán y Eva. (p. 48)

Ellos, los ungidos, las reencarnaciones de los íconos de los todas las revoluciones, portan estandartes de la autoestima de los dioses, depositarios de la verdad, del saber, ellos los que dictan las acciones; del otro lado ella, la ejecutante de tareas, de silencio, la que sigue   líneas trazadas, ella, los otros, la base, que admira,  alaba, se subordina. (subrayado mío, p. 52)

Desde este “los otros” me atrevo a sintonizar con su perspectiva de género. Así que, aviso: mi comentario está sumamente parcializado y es muy subjetivo.

La pregunta inicial y alguna clave

Orientada la “mirada crítica hacia el poder patriarcal” (p. 2), la obra se inaugura con unas preguntas radicales sobre la existencia de la mujer en nuestra sociedad contemporánea.  ¿Es tan solo un ser-personaje producto de la experiencia cultural? ¿revelan verdaderamente los textos sobre ella la práctica cotidiana del sujeto femenino?

¿Se  mira realmente la presencia de lo femenino o seguimos en el paradigma que contempla el mero arquetipo de lo que es, sin potenciar la necesidad del deber ser, que en  voz de una utopía posible, sirva para reconstruir la igualdad en el marco de la diferenciación? (p. 2)

Además de la sospecha que la pregunta encierra, apunta a la utopía de lo posible, a una praxis diversa y, según se verá, a una ética alternativa.

No se escribe desde o para la detracción del hombre, en cuanto ser humano llamado a esa misma utopía; ni tampoco desde un discurso de época sobre la igualdad sin atenuantes. Tales discursos de género ya pasaron por sucesivos cedazos, como el de Luce Irigaray por sólo hablar de un enfoque de discurso de género frontal contra dicha “igualdad”; Wafi lo sabe. 

Voces e imágenes

Pero se hace necesario repensar lo real. La mujer sigue excluida, sin voz, al margen, ausente. Es la ausencia de la que habla el título de este libro, pero que requiere de una ampliación sensorial. No son sólo las imágenes, sino también las voces las ausentes. Silencio y ausencia son la contrapartida real de un simulacro: voces del silencio, imágenes de la ausencia.

La consigna fundada en la culpa otorgada por el Yavé genesíaco: “Por haber escuchado la voz de la mujer….”, sigue vigente: “la mujer debe ser devuelta al principio, AL SILENCIO”. (p. 2)

En la sociedad contemporánea, sin embargo, se escuchan algunas voces, voces diferenciadas respecto el mito de la Eva creada, silenciada. Una es la voz de eterno femenino, “visto igual que una naturaleza conquistada”. (p.13). Otra es la voz del simulacro, la voz de la paridad social, sin prejuicio alguno. En realidad, ambas son voces desde el silencio, voces de la ausente. Voces que no escapan a la territorialización según el género de los espacios público – privado. Ni escapan a los rituales consagrados del cuerpo, mediada la culpa. Y que, sin embargo, esconden la existencia cotidiana de la mujer. Son voces que reflejan el discurso de exclusión, la ausencia, el silenciamiento.

Ni qué decir de un asunto tan cercano a Wafi como lo es el de la “literatura de mujer”, rótulo pretendidamente situado en las proximidades del discurso de género y, no obstante, excluyente de la producción estética en cuanto tal: 

“Lo eterno femenino” es una huella pesada cuando enfrentamos la discusión acerca de la voz en la literatura… se pretende superar formalmente el debate del género como mecanismo de exclusión, rotulándole a la literatura un soporte sexista, un género que explícitamente excluye a la hembra humana, al caracterizar como especial su producción estética. (p.28)

El hoy de las exclusiones: el simulacro y las falsas ilusiones

Las imágenes de la ausente no es un texto que pretenda retrotraerse al pasado, en ejercicio revisionista, señalando la historia anecdótica o sistemática de las exclusiones. Otros textos lo han hecho y lo siguen haciendo, y es encomiable su función. El objetivo de Wafi es otro: trata de ahondar en la complejidad de nuestro tiempo. Debe mostrarse diáfanamente la persistencia de silenciamientos y exclusiones. La mujer sigue al margen de lo público, al margen del poder, al margen del hacer. 

El mundo contemporáneo se mueve en el simulacro. En la apariencia de una voz, la mujer sigue sometida al silencio. 

La ausencia de la palabra, el impedimento que duerme bajo la necesidad de poder ser sujetos de discernimiento, sintetizan el estadio ético que desplegado unívocamente  niega a ella la posibilidad de evaluar entre el es y el deber ser. (p. 12)

En la proclama de una sociedad de iguales, en el simulacro de la participación, la mujer sigue en los márgenes, pues se han establecido ciertas matrices del poder, “aperturas muy bien medidas”, tales como el consenso en el discurso de la igualdad, y las prohibiciones como contención de las disidencias.

… el discurso del poder-autoridad del varón soporta la posibilidad de ciertas aperturas muy bien medidas, en las cuales los grupos segregados acceden a algún tipo de reconocimiento,  escalan un peldaño en las “relaciones sociales de poder”. Con ello la organización del consenso asegura el control político de los grupos que pujan montados sobre la utopía de igualdad. (p. 13)

La ilusión del eros, de la fusión de los amantes, del retorno al Paraíso, es la ilusión de la modernidad, contra cuyo carácter ilusorio ya advertía Fromm en la década de los setenta (Tener o Ser. Fondo de Cultura Económica, 1978). 

Los hombres y, cada vez más, las mujeres tenían un nuevo sentimiento de libertad; se convertían en amos de sus vidas: las cadenas feudales habían sido rotas y el individuo podía hacer lo que deseara, libre de toda traba, o así lo creía la gente. 

El sueño de ser los amos independientes de nuestras vidas terminó cuando empezamos a comprender que todos éramos engranes de una máquina burocrática, y que nuestros pensamientos, sentimientos y gustos los manipulaban el gobierno, los industriales y los medios de comunicación para las masas que ellos controlan. (tomado del subtítulo introductorio: El fin de una ilusión)

En la ilusión del amor libre y la fusión total, la mujer sigue abandonada en su soledad.  La fusión vivida pretendidamente como sacrifico y presencia mutua, como entrega y posesión del otro, se devela como un encuentro enmascarado. La ilusión se ha dado de bruces con la realidad.

Por otra parte, el enamoramiento a partir de la utopía proclamada de un redentor, el establecimiento de una pareja en la que la mujer es la redimida y el hombre el redentor, sólo acaba abonando la desesperanza.

El ocaso de los mitos

A lo largo del ensayo de Wafi la referencia a los mitos es una constante. Casi puede seguirse la lectura, capítulo a capítulo, a ritmo de mito. El acercamiento a estos mitos (hebreos, griegos y romanos) se realiza desde un enfoque crítico. Releídos a lo largo de los siglos por occidente, han apuntalado y aún apuntalan la sociedad patriarcal dominante. 

Eva es varona, mujer que es en otro, ensoñación de la soledad *  … (p. 3). Reducida al silencio por mandato divino (p. 53). Ella es acusada de seducir con su voz al varón, y de ahí el silencio impuesto.

Hestía es la diosa del hogar, del silencio, del poder nulo. La que está en “los márgenes de lo público” (p. 41). Es aquella a la que le es impedido tener poder alguno, o voz propia, en el espacio abierto del ágora.

Jano, en la puerta entre dos habitaciones, tiene la posibilidad, con sus dos caras, de mirar hacia ambos lados. Jano representa la dualidad y, aún más, el simulacro, la duplicidad que, con su báculo y llave, deja a la mujer en los márgenes del poder, aparentando ofrecérselo.

Él como el gran traductor muestra en sus dos caras la predisposición de fabricar, desde la ficción de liberación, las figuras seductoras de la dominación. (p.47)

Penélope, a la espera de Ulises, está en los márgenes del hacer, ejerciendo la tarea asignada a la mujer, el  rol de subordinada.

Los acontecimientos  propios del espacio público no le están vedados en tanto prohibición, le están vedados en lo relativo a actos que no sean la ejecución de tareas, las tareas circunscriben su razón a la razón cultural que indica el rol de complemento, ser parte de algo, agregada ahí, en las circunstancias que medie la necesidad. (p. 56)

En el antagonismo entre Poros (recurso) y Penia (pobreza), el Amor nace fruto de la embriaguez de Poros. No hay unidad de los amantes, la ilusión de lo uno queda manifiesta. (p.69) 

Electra representa el mito del padre, la heroína liberadora que lo es en cuanto queda asimilada al varón, contra la propia madre. (p.80)

El mito del redentor, mito propio de los antiguos gnosticismos (ampliamente recogidos en los manuscritos hallados a mediados del s. XX en el Nag Hammadi), mito asimilado por el cristianismo y utilizado posteriormente –con más o menos acierto- en diversas corrientes políticas, es presentado como posibilidad para la mujer acogida a tal redentor. Pero ese modo de ser pareja, finalmente solo genera soledad, agonía de los solos. (pp. 84-85)

Leteo, río que trasporta en el término de la vida, conduce a la deriva, pues al beber de sus aguas sucede el olvido. (p. 90)

De principio a fin de la obra los mitos la recorren. Pero no entra Wafi en el asunto complejo de la desmitologización ni de los recientes planteamientos acerca de la resignificación de los mitos, ni en el asunto del sentido existencial de los mitos y ritos en la vida humana.

Lo que expresa con claridad meridiana es que los mitos occidentalizados (aunque algunos provenientes de oriente, leídos finalmente por occidente), han resultado un fiasco. Acuñará al final del recorrido como en un eslogan: “Los mitos se derrumban revelando todo como una gran mentira”  (p.97). 

¿Hacia dónde va el camino? ¿qué ética urge, más allá del simulacro?

Cuando el nihilismo parece imponerse, se abren nuevas preguntas. ¿Cuál es la vía? Wafi afirma una y otra vez que frente a la sociedad de simulacro, frente a las falsas e ilusorias salidas, urge la vía ética. Volver a la ética, al deber ser más genuino.

Sin embargo, incluso este deber ser resulta problemático. Frente a un discurso-simulacro de igualdad, ¿de qué deber ser se trata? ¿qué sistema de valores se impone que supere la impostura? 

Es necesario derrotar los clichés neo-patriarcales, con sus estrategias de “cambiar para no cambiar”. Se hace necesario desmontar el mito del eterno femenino, desenmascarar el simulacro, confrontar el discurso hegemónico:

la hegemonía del discurso legitimado no objeta la codificación de estrategias de lo idéntico cuyos “cambios” formales recreen la ilusión de lo eterno femenino visto igual que una naturaleza conquistada (p. 13)

Entre la esperanza y la desesperanza, andamos los convivientes, abriendo nuevas anchuras, empoderándonos (¿o es esto una nueva ilusión?). “Somos el mundo que hacemos” –culmina la obra. (p. 99) La mención de los convivientes y el hacer, sitúa en el marco de lo relacional y la praxis las perspectivas a futuro. Convivientes, hombres y mujeres, en su cotidiana y desnuda verdad. Protagonistas de un hacer colectivo, agentes de otro mundo posible.

Así nos lo han contado, aun cuando actualmente se hagan otras lecturas del textos más liberadoras, en especial aquellas que se soportan en la relectura del texto hebreo considerando el sentido difícil del término costilla, casi único en la biblia, y que podría ser traducido como mitad, lo que avalaría la presencia en el texto de un ser andrógino originario. El caso es que ha privado en la historia de occidente la lectura de una Eva subordinada al varón.