Desde
hace unos meses ando con el libro de cartas-cuentos de Orlando Araujo[1] rondándome. Lo conocí –al
libro, me refiero- de manos de un amigo falconiano, Inti, que estaba al cargo
de la Librería del Sur en Punto Fijo, en los tiempos aquellos en que los
locales de esta Red de Librerías eran centros de debate cultural y espacios de
bohemia popular. Desde entonces no me deja. Leo y releo los textos de Orlando.
Son escritos breves dirigidos a su hijo Sebastián, en libro dedicado a Juancho,
otro de sus hijos.
En
ocasiones me pregunto por qué son conocidos tan escasamente los textos de
Araujo y, junto a los suyos, los de otros venezolanos. Se sabe que hay razones
políticas y económicas o, de otro modo, ideológicas y de mercado: su
pensamiento, el de Orlando en particular, no va muy acorde con el que se impone
en este mundo global, sus libros no venden tan bien como lo hacen otros. Y, sin
embargo, habría motivos abundantes para conocerlo un poco más en estos tiempos
de “revolución venezolana”.
Quiero
escribir algo. Tal vez comience con algunas de mis impresiones de lectura. Gugleo y me consigo algunas referencias
breves. Sobre esta “colección de Cartas”, afirma David Figueroa González, que
el poeta se plantea de modo
personal y artístico un diálogo con sus hijos a través de epístolas donde da su
visión del mundo que a ellos le tocará vivir sin perder la magia o la inocencia
en sus versos.
En
forma condensada, introduce el texto: es diálogo artístico, es poesía… se
aborda una visión del mundo. Sería para el debate el asunto de si es una
“colección de Cartas” o, más bien, un libro de cuentos. Que sobre ambas
posturas habrá razones con las que argumentar.
Agrega
Figueroa, ahora referido en general a la literatura y, en particular, a la
literatura para niños:
La literatura abre los sentidos, es
la magia que hace todo posible ser astronauta, bombero, incluso pirata, permite
descubrir mundos y también crearlos. Los textos para niños o jóvenes tienen el
compromiso de captar a éstos para que el amor a la lectura comience en esa
etapa temprana.[2]
Seguramente
que una de las intenciones de Orlando fue la de atrapar a sus hijos con esos
textos y, no obstante, logra más, atraer a los adultos hacia nuevos modos de
decir. Y es que, como sucede con el prototípico texto de Alicia en el país…, tratándose de buena literatura, no existe una reservada
estrictamente para niños.
Otro
ensayista venezolano, José Javier Sánchez, afirma que Cartas a Sebastián….
simboliza un universo colmado de
ideales, valores y afectos, que contribuyen a fortalecer el espíritu de la
gente sensible. La valoración de la infancia, la amistad y el amor, orienta la
relación afectiva entre el autor y sus hijos. A través de estas cartas nos
convertimos en primogénitos de su poética y llegamos a contemplar la recreación
de un universo transformado por la palabra del poeta.[3]
La
visión del mundo de Orlando Araujo, que nombraba Figueroa, aquí se muestra un
poco más explícita: son ideales, valores y afectos los que asoman. Para
Sánchez, en nuestro ejercicio de lectura nos hacemos hijos (¡¿primogénitos?!).
Hasta
este punto no había conseguido mayores antecedentes en mi ejercicio aproximativo
a esta obra de Orlando. Y me puse a escribir algunos párrafos. Son los que
siguen.
Un
aspecto destacado, en lo que Orlando transmite, es lo relacional, lo humano, lo
afectivo. El “…para que no me olvide” del título, no expresa tanto un deseo
individual de sobrevivencia, sino el sueño de eternización, con un universo de
gentes y emociones a cuesta. En correspondencia con este deseo se nombran los
dos hijos (Juan Carlos y Sebastián), a quienes se muestra viva la memoria de la
madre (Trina), el padre, el abuelo, la abuela, la tía Inés, el jugador Rosita,
el artista Germán, el hombre fuerte (Cadenas), la viejita Rutina, los
conuqueros y los niños, entre otros personajes.
Al
contar se hace memoria de la tradición familiar, de los valores por ella
representados, de las historias trasmitidas que aleccionan, encariñan, o
previenen. Al nombrar, el pasado se transforma en poesía, y la poesía en
apuesta por un futuro con el justo reconocimiento por lo propio y lo culturalmente
recibido como don. La valoración positiva de las tradiciones ancestrales se
hace patente.
Van
desfilando, en mágica sucesión, la mujer ciega, de nombre Rutina, cultivadora de caimitos, mandarinas y
guayabas; don Germán, tocando el acordeón, instrumento desconocido para el
pueblo, en una noche en que la luna daba
luz de hojas de yagrumo; los conuqueros, muy arriba, arando entre la niebla
como si sembraran en las nubes; el
hombre fuerte que conocía todas las aguas
y todos los caminos; Rosita, el jugador que se fue quedando solo; la niña Lucía, tan pequeña como la uña de la mano de una ola cuando duerme en la
playa.
Otras
son las cartas más íntimamente familiares o de amistad. Una es la del padre,
que amanece con una estrella en la mano,
y que será hijo. Otra corresponde al retrato de Trina, la madre con ojos de pájaro cantando la mañana entre
manglares, selva que da la vida. El abuelo se recuerda en otra carta,
vuelto mito en las historias que sobre él se cuentan, sabiduría de magos y poetas. Una carta más, se dedica a la abuela,
con su patio, su árbol, su silla, su
nieto y su flor: todo cuanto ella quiso tener. Aquí van dos de ellas.
Un
amigo
Un amigo es el refugio de los
miedos que sentimos noche y día, alguien que te mira sonriendo cuando tú lo
hieres.
Un amigo te levanta cuando caes y
no espera saber que te has caído. Es como si de pronto estás solo y alguien te
llama para decirte que lo esperes.
Un amigo es el guante de tu corazón
cuando hace frío, el bolsillo donde guardas las cosas que no muestras, el
abrigo contra la lluvia del odio, un pararrayos aun cuando no haya tempestad, y
una tempestad si en la calma te atormentan.
Un amigo es el espejo donde tú eres
él; no apagues esa luz y no le falles en cualquier oscuridad.
La
carta del padre
Soy inevitable, fui tu padre como
tú lo serás cuan seas tuyo: y entonces amarás desde lejitos.
Hay hijos que esperaron y buscaron
a su padre, Telémaco entre ellos. Telémaco, el hijo de Ulises, el padre que se
fue muy lejos y el hijo creció para buscarlo y encontrarlo, veinte años
después.
Hay padre que jamás buscaron ni
esperaron. Hijos también.
Tengo las manos extendidas porque
de vez en cuando hay un padre desconocido. Por calles y caminos busco siempre a
un hijo.
Esta es la carta de un padre que
amanece con una estrella en la mano.
Soy tan tuyo como mío y dibujo en
el recuerdo el mar que te regalo.
Cuando seas capitán, saluda al sol
y llévame contigo como si no me vieras.
Soy tu hijo.
La
dimensión relacional no solo alcanza a las personas, sino que hace presente a
algunos de los animales que rondan los ámbitos rurales que sirven de referencia
a Orlando. Caballos, gallos, canario o azulejo, son algunos de los más
significativos. Los caballos aparecen en su memoria de infancia: yo lo llevaba todas las tardes al potrero.
Y antes estaba el primer caballo: un palo de escoba. Los caballos son una cosa muy seria: galopan dentro de uno. Las nubes son los caballos del viento, el
viento es el caballo del diablo, el diablo es el caballo de Dios, Dios es el
caballo de los ríos. Los ríos galopan.
En
el relato que sigue, el caballo representará la herencia libertaria trasmitida
de Bolívar a Martí, y que se expandirá por todo el continente, hasta el día de
hoy.
El
caballo de Bolívar
Bolívar jamás tuvo un caballo:
tiene un pueblo.
Uno tenía y era del color del
trigo, y se lo regaló a José Martí.
Cuando murió Martí, se lo regaló a
un argentino y el argentino a un chileno y el chileno a un jinete que venía de
Nicaragua y el jinete de Nicaragua no lo desensilló: Bolívar cabalga todavía.
Y
el gallo. ¿Qué es un gallo? Después de recorrer diferentes tipos de gallos,
observados en su propio transitar vital, concluye Araujo: El gallo es el canto de una libertad ausente, heraldos del sol,
trompetas de la vida, del amor y de la muerte.
Krasnomir,
mundo apaciguado, en ruso, es el nombre de astronauta ruso a quien conoció
Orlando. Y le puso su nombre a un canario prisionero. Abrí la jaula y Krasnomir salió. Desapareció en un bucare de candela cubierto de campánulas azules. Al
amanecer, el canario cantaba cerca de mí, en su prisión de siempre, la mismita
mía.
El
tema de la libertad será expresado de nuevo en relación con canarios y
azulejos: La tierra es un azulejo desde
la luna y la luna es un canario desde la tierra. Azulejo es un azul de lejos.
Libertad es un azul de pueblos sin jaulas ni jauleros.
Los
niños juegan con los animales, se juntan con perros y gatos, o – y aquí la
referencia intratextual a su relato sobre Patacaliente- viajan sobre
dinosaurios azules y cabalgan sobre el caballo de Marco Polo. La imaginación
permite apuntar a un mundo otro, en respeto a la tierra y reconocimiento de los
pueblos diferentes.
La
naturaleza recorre los relatos de principio a fin. Palmeras, guayabas, apamate,
mar, lluvia, día y noche, exhiben con nombre propio alguna de las cartas. El apamate piensa y siente. Vive con él,
crece con él y ama con él. La guayaba es una infancia de pájaros y ríos. Junto
a la madre, el patio de hicacos,
toronjas, cambures y yuca y lechosas. La
lluvia cierra el anillo de Dios sobre la tierra con un broche de siete colores,
que es la vida en arco iris…. Naturaleza y animales no son distintos; en
ellos se da la unidad de los seres: La
Tierra es un animal blanco, azul y verde que danza frente a la luz del Sol. La
espalda de la tierra se oscurece cuando el Sol ilumina la barriga…
Personas,
animales y naturaleza toda, apuntan, con frecuencia a través del recurso a la
metáfora, hacia asuntos existenciales, que no evita a los hijos, por más niños
que estos sean. Libertad, amor, amistad y muerte, discurren entre las líneas de
los relatos. Junto al contar o describir, se asoma un universo de valores por
los que vivir.
Porque
hablo mucho de amores preguntas qué es el amor
Una escalera de aguas blancas con
anteojos azules, esa guacharaca que canta en la mañana más allá del río, el
salto de un niño sobre el pozo que la lluvia le dejó en la calle con el sol
adentro, el amor eres tú y soy yo cuando conversamos en silencio.
El amor es la tetagira, una perita
de oro, flor silvestre y venenosa que nace y crece y guinda junto a los
manantiales debajo de un árbol de trompillo. Cuando seas viejo y muerdas un
mango, el amor es tú infancia.
El amor es una viejita pobre, calva
y solitaria llamada victoria, tú la has visto registrando los basureros allá
cerca del río, para dar de comer a los perros flacos y realengos que recoge en
su rancho.
El amor es un amigo que se muere o
que se va o que pelea con uno. El amor son las ovejitas de plata del Yagrumo
cuando la niebla pasea por los andes, la luna cuando la penetra el sol, el sol
de las mandarinas en la tarde y un caballo blanco en la mañana.
El amor es a veces una cuna, a
veces una cama, y a veces una tumba.
El amor es poder abrir los ojos y
sentir por dentro.
El amor es una mujer, una amiga,
una compañera que te de vida sin pedir la tuya. El amor eres tú cuando haces lo
mismo.
El amor es dios si de verdad dios
es uno y siendo uno anda en todo lugar y en todo tiempo.
El amor, Sebastián, me matará sin
que yo sepa, me guardará en sus brazos y me recordará para resucitarme.
Cuando lances una piedra procura no
pegarle a nadie. Y si la lanzas de verdad y pegas, es porque a veces el amor se
oculta, como el sol.
Duerme, entonces, para que
amanezca.
Los
asuntos existenciales que toca el autor, incluyen el desvelamiento de cierta
imagen de Dios. Es un Dios que ni duerme
ni tiene vacaciones. El Niño del pesebre anda sin regalos, a excepción de
los gatitos que duermen con él. A cada a niño le reserva uno.
Tampoco
ahorra Araujo, a los hijos a los que trasmite su libro, el asunto de los
conflictos de clase. La denuncia social y la utopía aparecen con frecuencia, en
especial en el relato sobre los conuqueros, la ciudad sin niños, una diminuta
carta o el caballo de Bolívar, ya citado.
Un juez es un señor
que se sienta y mira a los demás y dice sin sonreír, quien es bueno y quién es
malo. Un juez es más que Dios porque Dios lo conoce a uno de a por dentrico y
el juez de a por fuerita… Sucede que
mientras escribo esta diminutiva carta, en el Salvador, país que de algún modo
te pertenece, hay una guerra terrible entre dos maneras de entender, de
comprender y de organizar y de dirigir el mundo. (Extracto de Una diminuta carta)
Venezuela, América Latina y todos
los países del mundo con niños o sin ellos ¿Habrá un país del mundo que no
tenga niños? ¿Cómo sería? Me pongo a pensar que sería un país de viejos, o de
viejas, sin ganas de tener niños o sin poder tenerlos, gente sin sexo, como
decir sin ganas de reírse, sin risa, tal vez con ojos pero sin mirada, tal vez
con brazos pero sin dedos o con muchas piernas pero sin caminar. Cosas así
suceden. (Extracto de La ciudad sin
niños)
Conuquero y arriero son dos modos
distintos de ser pobre…. (Extracto de Los
conuqueros)
Casi
estaba mi ensayo-crónica listo para subirse al blog, cuando me encuentro en
nuevo intento un par de ensayos de marcado interés para lo que voy tratando.
Son de otro David Figueroa, pero este no es González. ¿Serán padre e hijo? Me
informo, a través de una amiga del ámbito literario, y me cuenta que sí, que son
padre e hijo, y que son yaracuyanos.
David
Figueroa Figueroa resulta que tiene dos textos cercanos a lo aquí tocado. Uno
de ellos lo dedica a otro libro de Orlando: El
niño y el caballo.[4] Texto que aborda desde la
óptica de la solidaridad, y en el que parte de la hermandad real de Araujo. En
su tratamiento del texto, va intercalando precisos comentarios de cuatro escritores
venezolanos: Luis Beltrán Prieto Figueroa, Laura Antillano, Earle Herrera y
Carmen Mannarino. Tomo dos de ellos, perfectamente aplicables a nuestro texto:
Bellos relatos en su
dimensión de humanidad, nos impactan a los adultos con la misma emoción y en
igual grado (Laura).
Orlando Araujo se nos revela como
un contador de cuentos, un memorioso que trae los recuerdos al tiempo presente
y, merced a su prosa poética y precisa, los hace relatos vivos y vivaces. El
escritor nos descubre que el tema rural no estaba pasado de moda porque nunca
fue una moda. Lo que si estaba fuera de tiempo y lugar era el lenguaje con que
el asunto era tratado y expresado (Earle).
Sigo
buscando y encuentro el texto preciso[5]. Un ensayo explícito sobre
la obra que me ocupa. Un amplio escrito en el que de nuevo se recurre a varios
escritores venezolanos -José Gregorio González Márquez, Earle Herrera, Gregory
Zambrano, Carlos Ildemar Pérez y Carmen Mannarino-, para referirse al valor de
la amistad y el enfoque humanístico de Araujo, a algunos rasgos de la
literatura para niños o a la relación de la poesía con la vida.
Al
igual que en el ensayo anteriormente referido se evocan algunas palabras del
Orlando Araujo, en conferencias diversas, en las que se pone de relieve la
importancia que para él tenían ciertos valores humanos, tales como la
fraternidad, la solidaridad, la amistad…
Detalla
el ensayo alguno de estos valores: la amistad, la libertad, la sencillez… y los
relaciona con la experiencia vital del autor, en particular con su experiencia
junto a los camaradas sandinistas en Nicaragua, en 1984.
Con
afán de literato minucioso, elenca David los diminutivos, símiles, metáforas y
humanizaciones presentes en el libro. Dejo, al pie, el enlace donde pueden
hallarse. El uso de la metáfora y lo lúdico, la vinculación con el entorno. la
relación de los textos con vivencias anteriores (pasado), con el presente y con
el futuro añorado, son algunos tópicos más por los que discurre David en su
ensayo. Sobre la relación entre palabra y mundo, apunta lo siguiente:
Libro donde la vida pasa en forma
de misivas, todo un compendio de rincones, árboles, aguas, pájaros, lugares,
personas y momentos, donde la palabra agarra por los cuernos al mundo real o imaginario
y lo transforma en textos para dárselo a sus hijos y también al mundo, el poeta
no olvida que el tiempo transcurre y la memoria queda.
La
dimensión ética o la pretensión aleccionadora la describe el ensayista de este
modo:
El escritor nos trae situaciones y
transformándolas en palabras ejemplares las pone frente a nosotros para que mejoremos
nuestra existencia. Es una especie de espejo donde él se mira y no quiere el mismo
rostro para nosotros. Lo vital hecho símbolo, metáfora o símil donde se
sintetiza el quehacer humano, la palabra haciendo el papel de consejera y a la
vez de esperanza.
Tomo
su cierre magistral:
Todos los cosmos posibles se encuentra
en Cartas a Sebastián para que no me olvide, lo real convertido en sueño y el
sueño en esperanza, mensajes de un yo que aspira hacerse un todo, pasando por
asuntos que van desde el querer, la camaradería, la familiaridad, la vida, el
anhelo, la justicia, la libertad, la muerte, la vejez, la naturaleza, la
injusticia, la palabra erguida, la risa, lo coloquial, todos los sentidos
puestos en los ríos de saber con expresiones sencillas, asequibles, donde la
retórica se ha lanzado al cesto de la basura.
Sigo
retomando las Cartas... Comienzo y término. Comienzan con el nombre de
Sebastián, en referencia al abuelo y bisabuelo. Sin olvidar a la bisabuela
Galatea. Nos da una clave. De los antepasados, hombres y mujeres, aprendemos.
Cuidado con olvidar a la bisabuela.
Se llamaba Galatea, como el agua de
los manantiales que revientan en el páramo de Los Primates, como el vino, como
la flor del árbol de la vida: Galatea. Galatea es un combate de alas entre un
pájaro azul y una palmera. Agarra, Sebastián un caimito y cuando vayas entre
caminando y bailando, junto al río, acuérdate de mí diciendo: Galatea, Galatea,
Galatea.
Y
así no se pierde, a lo largo de la obra, la presencia destacada y significativa
de las mujeres: Trina, Inés, la abuela, la rusa “Perivocha”, la niña Lucía,
doña Angustias, las cuatro hijas de Antonio, Rosario la de Popeye… Y, ¿cómo se
termina?
Cuando cierras una puerta, muy
probablemente cierras una casa y abres una calle, cierras una calle y abres un
camino, cierras un camino y estás abriendo lo que no conoces.
El
texto se abre al lector. Así lo dicen los teóricos de la hermenéutica. El texto
ha volado libre, soltándose de su autor, para emprender la aventura sin fin del
encuentro con la vida. Aquí lo tengo, conmigo. Y nada impide que lo
compartamos.
[1] Biblioteca Básica Infantil y Juvenil, Monte Ávila
Editores, Caracas, 2007.
[2]Ambas citas tomadas de
[4] El niño y el
caballo: la solidaridad en Orlando Araujo. Publicado el julio 30, 2013, por
latintainvisible. https://latintainvisible.wordpress.com/2013/07/30/el-nino-y-el-caballo-la-solidaridad-en-orlando-araujo-2/
[5] Cuando una carta
es un cuento.
Publicado
el noviembre 20, 2011, por latintainvisible.
https://latintainvisible.wordpress.com/2011/11/20/cuando-una-carta-es-un-cuento/