domingo, 4 de abril de 2021

María Sánchez y Norys Saavedra, poetas del campo

 

Se ha retirado el campo
al ver abalanzarse
crispadamente al hombre.
Miguel Hernández

Así escribía el “poeta de la república” y antiguo cabrero, Miguel, ante el panorama bélico impuesto en España en 1936.  Los poetas clásicos plenaban sus textos de la bucólica vida campestre. Juan de la Cruz, especialmente en su Cántico Espiritual, hizo del huerto el ámbito privilegiado para expresar las vivencias de su espíritu. Fray Luis de León, haciéndose eco de Ovidio, consideró la salida al campo como una propuesta de vida. Los románticos contemplaban la naturaleza y la descubrían como símbolo de los sentimientos humanos: belleza, paz, armonía, entrega… y también fiereza, arrebato, lucha y tormento. Con César Vallejo y Pablo Neruda, los poetas americanos descubrieron un nuevo sentido, caótico y a la vez majestuoso, de la propia tierra. Entre los poetas venezolanos del siglo XX, Gerbasi puso en alto el lirismo asociado a la naturaleza y al mundo rural. Ana Enriqueta Terán, María Calcaño y Ramón Palomares siguieron a la zaga. En España, Juan Ramón Jiménez, Miguel Hernández, Lorca, Alberti, Antonio Machado, entre otros y otras, sostuvieron novedosos acercamientos poéticos al campo. Finalizando el siglo XX, estos modos de percibir el campo en la poesía parecieron agotarse. El crecimiento exponencial urbano desde las medianías del siglo XX reforzó la inhibición del campo. El campo, de boca en boca entre poetas hasta entonces, perdió vigencia entre sus tópicos.
Y me encuentro con dos mujeres poetas, aquí y allá, Venezuela y España, Norys y María, que se empeñan en traer de vuelta al campo. María Sánchez, cordobesa, veterinaria de campo y poeta, ha publicado recientemente  Cuaderno de campo (La Bella Varsovia, 2017). Norys Saavedra Sánchez, poeta larense, publicó hace unos años Hilos de cocuiza, Poesía 1998-2008 (Monte Ávila, 2009). ¿Qué de nuevo arrojan? ¿Qué interés tiene su lenguaje? ¿Qué proponen sus palabras ungidas? En ambos poemarios encuentro algunos elementos comunes que pongo en consideración. 

La poesía como memoria ancestral

La memoria es una ventana donde reencontrase. Donde hallar familia, hogar. Las experiencias vividas en la infancia, las raíces hondas de las que venimos, marcan lo que somos. En los antepasados encontramos fuerza a la que acogernos. Frente a cierto discurso, pretendidamente “posthistórico”, traen María y Norys sus recuerdos magníficos: 

María:
Algo así tiene que ser el hogar. / Oír fandangos mientras las ovejas van / tras sus corderos // Rebuscar con los dedos las raíces // Ofrecer a los tubérculos los tobillos // Convertir la voz en ternura / y en presa // Prometerme una y otra vez / que nunca escribiré en vano / un libro con las mismas / manchas. 
Norys:
Lumbre / Taza de Oro / Fogón // Te veré allá en los laberintos / en el cerro de cuarzo //
Voy a buscarte / cuando haga sol y / verte en las astillas / en la hilada de la abuela / que me persigue // Mi abuelo cantando coplas / venciendo el cocuy en el alambique / santo o morado, tornado, sol 
No es una memoria fácil, pues la mancha la acompaña. Mancha-vida, mancha-linaje, mancha-herida. Es un matiz importante que agrega María, quitando a la memoria todo idealismo, restándole el modo de refugio protector infantil, sumándole la decidida vida.
Hay barro donde estaban las gallinas.
Cómo recuerdo sus manos despellejando a la liebre.
Acción: / acción y delicadeza.
Hasta que no aparecía la primera mancha, no podíamos cantar
Nanas / satinadas entrañas rojas / invisible surge ahora la canción mientras las hijas de esas manos recogen limones, rastrean la tierra en busca de patatas, evitan la herida al abrirse paso entre las malas hierbas.
Acción: / acción y delicadeza.
A la vez los hombres de la casa asisten a la cacería: es así como las otras manos perpetúan al depredador y al linaje. Es así como sucede de nuevo la mancha, la vida.
Acción: / acción y delicadeza.
Pero yo / todavía no tengo / nada / en las manos
La memoria incluye un distanciamiento: la imagen del cristal, que transparenta y abisma; la distinción entre herir y ser heridos; el injerto que hace la diferencia…

I
Una casa puede ser un desierto. Quién me observa desde una fotografía. Mis medias manchadas de desván. Lo que separa un cristal también es un abismo. Esos búhos tan vivos y tan muertos me ven como una presa fácil.
 
II
La bala de mi bisabuelo agrieta mi costado. Donde yo estoy llorando se esconde la mano que sujetó la muerte. Podría echarme al monte como él, ¿pero a quién he matado yo, si soy la que sangra?
 
III
Con un injerto puedes hacer que árbol y fruto sean diferentes; basta una navaja y una venda. Pero el brazo del padre no manda en la cabeza del hijo. Guarda tu dolor y tus manos. Mi abuelo usaba la navaja. Yo vendaba la nueva carne. No olvides llorar para que la herida cicatrice 
Un poema inédito sostiene este dolor de la memoria, o este dolor de su olvido.
Digo un color para la muerte un color para el dolor y un color y ella responde azul
Pregunte aquí cómo quitar una mancha y se encontrará siempre con la misma metodología. Aquí la genética y la lejía. Aquí el aguafuerte y la desinfección, porque aquí todas las manchas se quitan de la misma manera. Da igual la superficie o la carne, aquí la pureza viene del óxido y la química. Aquí la pureza duerme en la cal y en los nudillos rotos, en los nudillos manchados de sangre de tanto frotar. Sí: la sangre mancha menos mezclada con lejía. Sí: la sangre deja de oler si estoy empapada en lejía. Sí: la sangre olvida su color si la arrastro a la lejía. Sí: es fácil confundir el agua y la muerte si a ambos les doy el mismo color. Si a ambos les grito el mismo color. Sí, digo un color para la muerte un color para el dolor un color y ella responde azul.
La memoria de los abuelos es común a ambas poetas, recordando también Norys las historias de ellos, sus costumbres, sus prácticas sanadoras, sus modos de sobrevivencia… 
Mi abuelo era / sobador de / golpes
tenía magia en / las manos / curaba dolores / no era doctor
Tú heredaste sus manos / con la culebra ciega en el cocuy / que usaba tu madre.
 
Con el pecho tapado / sudo flores
Me pongo la cobija
Tomo guarapo de colibríes / al degüello
Macerados / con tres puntos / de muerte.
En Norys, la relación con sus ancestros se vive en los poemas como duelo. Evoca, en particular, la muerte de la madre y su despedida. Al adiós sucede la música del recuerdo. Las letanías marianas, que acompañan los rezos postreros en la tradición religiosa, evocan el nacer del día. Oscuro día, sin embargo; con la madre ausente del hogar, sin sus reflejos. Y, no obstante, madre-estrella, luz tenue que sigue guiando.  Vaivén, péndulo. Presencia ausencia. El diálogo inaugurado acoge la palabra de la madre: “toma una serpiente ciega”. Y acuden en tropel los recuerdos de gestos protectores. 
Has dicho que las serpientes ciegas calman el dolor
sóbame el corazón con aguardiente
o yo te lo doy para que despiertes / de los muertos
Abrime el brazo de nuevo con tus girasoles
y los cuentos de animales hablando
O dame tu pie izquierdo que piso espinos
o camina con la leña en la cabeza sin caerte
Muchachita / Reina 
La realidad se impone. El duelo cumple su ciclo. El adiós se agrega a la memoria. La súplica por protección y la conciencia de la ausencia se expresa de nuevo en coordenadas de naturaleza. El duelo aún no termina. La tensión entre nueva presencia deseada, cobijo materno, y brusco corte que significa la muerte, se expresa aquí: 
Corderita de la naciente
dame otra vez de mamar de tus pechos de sémeruco
Acacia cortada de la raíz de la tierra
ida con la tormenta secreta
 
Siempre fue / la gracia / de mis viejos ancestros:
Calor mudado / Quebradas de cuarzo / Gargantas de turpial
Sentidos de tuna y yabo / Puertas de espantos /
Un amor / Pomarrosas / Agua de pozo
Herbarios de santos / y coplas a la tierra / para que lloviera
 
Estrella de la mañana
Adiós / por estos lugares
donde están los sitios / cantados por ti
 
Ya no verte en los espejos / ¿de madrugada hay sol?
Por caminos distintos, ambas poetas, María y Norys, saben hacer su mejor poesía salvando esa tensión entre memoria ancestral y vida presente, entre los queridos antepasados y su propia originalidad personal.
 
El campo y la mujer

Si la vida de nuestros antepasados rurales estuvo marcada fuertemente por la cultura patriarcal, el “retorno” al campo de María y Norys no significa, ¡de ningún modo! Acoger sus prácticas machistas. Sus críticas a esos modos son diáfanas. Escribe María:
 
Soy la tercera generación de hombres que vienen de la tierra y de la sangre/ Ellos me hablan como a un hombre/ Ellos esperan de mí lo que esperan de un hombre/ Pero yo sangro/ Animal o mujer: hecha de sueño y lágrimas
 
su voz llena de ternura / su voz / cuna nido madriguera// 
pero no os engañéis, / la anatomía del canto / 
la ejerce más el macho / que la hembra
 
Plinio el Viejo dijo que los perros / podían volverse locos / probando la sangre / de las mujeres / solo / de las mujeres.
La crítica de Norys se pone de relieve, tal vez, de un modo menos directo, trayendo sus sentimientos de mujer, su inconformidad, su cuerpo de mujer:
Encabritada / es la palabra / que suena / a que la tierra / ha de parir
Encabritada diría / cuando la sangre / es mi luna
 
Y un semeruco / por óvulo / en la casa / la de los soles
donde las cabras pastan / sudor, sangre y sacrificios
Los pequeños tendones / colgados al sol
a un lado / del otro cementerio / El de los muertitos

La relación estrecha que se establece entre el propio cuerpo y la naturaleza lo anuncia el epígrafe de Pavese a la obra antológica de Norys. Del poema se sale “más desnudo que antes”, solo la desnudez del propio cuerpo retrasa la decisión de disolución en una naturaleza también desnuda –bosque, tronco, espina- (página 3, Hilos de Cocuiza, Monte Ávila, Caracas 2009). El cuerpo se muestra con frecuente sufriente. Piel lacerada (20), cuerpo con fogajes (15), cuerpo en cocción salado por palabras (27), piel cocinándose (42). Parecen ser los sufrimientos acumulados a través del fluir de los siglos en el cuerpo de la mujer. Parto, óvulo, sangre menstrual deambulan en los textos. Con más claridad se marca especificidad: se trata del cuerpo de la mujer. Algo críptico, atrevidas las imágenes, sin embargo, no deja dudas en su hemoerotismo, el siguiente poema (47): 
La sangre se entibia / en tu boca / haciendo buches con mi deseo.
Más allá, en mi vientre / los enjambres de abejas
esparcen su polen / en la sangre
que es chorro en mi dedo / el que te he ofrecido.
La sangre que se ofrenda / generosamente
Que es lluvia / Río menudo / que te nutre
La relación del cuerpo con la tierra y su fecundidad se establece en los poemas 11 y 26: la tierra ha de parir… la sangre es mi luna (11), un semeruco por óvulo (26). En el siguiente poema (53) el juego con la palabra parto, entre partirse (romperse), repartirse (darse), parir y darse a luz, permite los maravillosos vínculos que se establecen con la tierra húmeda, fecunda, y la propia conciencia existencial. 
Si me parto / mudo de sangre
mudo los ojos / por los de la lluvia
Si me parto / ves el sudor que vierte la tierra
Si me parto / trasmuto / me hundo en bosques
Si me parto / me doy a mí misma
Me doy a luz / sin remedio 
Diálogos con el campo

Hay en estas dos poetas un compromiso con la vida del campo. La “vuelta” al campo no es para ellas un simple acercamiento lleno de melancolía. No es eso. Su vuelta es plenamente consciente de la nueva realidad en relación con la de sus antepasados. Su retorno tiene el significado del compromiso con el campo actual, con frecuencia excluido de los centros de poder económicos, políticos, ¡y también culturales!, decisorios en las actuales sociedades. 
Norys dedica algunos de sus poemas a la “cacería” denunciando las matanzas de animales insensatas.
Agazapada
El cuerpo se viste en destellos / sanguíneos
Piel de un animal / Arrancado / a Dios
El campo es un viviente. Habla y le hablamos. María resalta el papel pedagógico, concientizador, del campo. El ser humano contemporáneo se ha perdido entre tanta carroña, en su afán de tecnología desmedida. El campo lo llama. Su palabra es clamor. Como sabio maestro de antaño, que alecciona discípulos. Es cosa de ellos, los humanos, si lo quieren escuchar o no.
Poesía y clamor del campo
venid que yo os enseñaré a tener siempre hambre
venid que yo os enseñaré qué es la verdadera pureza
venid que yo os enseñaré sobre anatomía y animales
venid que yo os enseñaré a elegir bien entre la carroña
venid que yo os enseñaré a alimentar a los buitres hermanos
venid que yo os enseñaré a diferenciar el poema de la cacería
venid que yo os enseñaré qué canción hay que cantarle a la muerte 
Norys contempla el chivo muerto como metáfora del corazón humano. Y escucha al río fluyente que invita a caminar.
He visto / secar el corazón / al sol
Un cuero de chivo / que sucumbe / a la agonía
Debe ser / un corazón reciente
Tierna carne para comer
Secar el corazón / para colgarlo / y echarle sal
 
Hoja que trae lluvia
Me descalzo / y piso brisa
Siempre descalza camino / a vieja manera / de indios
No importa lo que clava / en los pies
No importa pisar el barro / Desentiéndete
Dice el río: / ¡Andando! Hoja que trae lluvia
Y arrodillo / mis animales / conmigo
En el cruce de palabras con el “Maestro campo”, la discípula le arroja sus inquietudes. Norys, poeta, está sentada a sus pies, escuchando y haciendo preguntas:
Le pregunto al río / cómo se lavan las huellas
de unos dedos invisibles / marcados al cuerpo / Aunque no estén
Le pregunto al viento / cómo despegar remolinos
que corroen / en malditas garras. 
Las experiencias vitales de estas dos poetas, mujeres, marcan sus versos con la memoria rural y de los antepasados campesinos, en tensión temporal y cultural con las sociedades presentes; y así se despliegan en sus poemas el amor por la tierra, por los animales y por la vida, sin eludir la presencia de sangre y de la muerte, cargando sus textos de una honda sensibilidad ecológica y social, que enrostra a los lectores la exclusión que aún sufren tanto las mujeres como los pobladores de las regiones rurales más despobladas.

REFERENCIAS EN LAS REDES

Sobre Norys Saavedra:

http://cultura-barrio.blogspot.com/2019/08/hilos-de-cocuiza.html
http://cultura-barrio.blogspot.com/2019/09/siete-corderos-de-norys-saavedra.html
http://laparadapoetica.blogspot.com/2020/12/norys-saavedra-3-poemas.html
https://letralia.com/222/letras05.htm
http://poesia.uc.edu.ve/las-chicas-no-lloran/
http://afinidadeselectivasven.blogspot.com/2010/01/norys-saavedra-sanchez-1972.html
https://www.interespacios.org/norys-saavedra
https://zakariaszafra.com/lo-arcaico-femenino-sobre-la-poesia-de-norys-saavedra-stand-up-poetry-7matemporada/

Sobre María Sánchez:

http://www.maria-sanchez.es/
https://entrañasdeltexto.com/
https://xn--entraasdeltexto-2qb.com/
http://larapeiro.blogspot.com/2018/02/unanodeautoras-un-poema-de-maria-sanchez.html
https://digopalabratxt.com/2017/06/18/cuatro-poemas-de-cuaderno-de-campo-de-maria-sanchez-cordoba-1989/
https://revista.poemame.com/2017/06/15/cuaderno-de-campo-de-maria-sanchez-la-bella-varsovia/
https://temblorpoesia.com/dos-poemas-y-dos-ineditos-de-maria-sanchez
https://tr3sreinos.com/autores-en-castellano/maria-sanchez/
https://blog.uchceu.es/veterinaria/maria-sanchez/
 

lunes, 8 de marzo de 2021

LAS IMÁGENES DE LA AUSENTE, DE WAFI SALIH


Wafi Salih (Valera, Edo. Trujillo, 1966), graduada en Castellano y Literatura, magister en Literatura Latinoamericana por la ULA, profesora, poeta y narradora, es además, en este texto, ensayista, socióloga, filósofa de la existencia y, en particular, proponente de un sólido y vital discurso de género.

Una mirada desde abajo

Al proponerme comentar su obra en clave de mujer Las imágenes de la ausente, yo, hombre, culturalmente tocado de este ser-hombre, no dejo de preguntarme sobre el sentido y la posibilidad de hacerlo sensatamente. Una primera respuesta me viene desde mi realidad socio-cultural: a los pobladores de los barrios populares nos es dado saber de “ausencias”. Al abrir el texto en cuestión al ejercicio hermenéutico no puedo dejar de situarlo en mi mundo popular, desde el que descubro secretos hilos y complicidades. Desde estas visiones escribo.

Wafi tipifica la situación de la mujer al margen del poder y del hacer y, al hacerlo, no esconde una mirada socio-política. De un lado están ellos-poder, ajenos-ungidos y, del otro lado, ella, los otros.

De entrada, aceptación y subordinación son tareas de fémina, las primeras tareas sobre las cuales se edifican las prácticas subalternas propias del espacio privado: La subordinación obliga a aceptar que la actividad política se segmenta en planos relevantes e irrelevantes,  ellas, aun estando ganadas para la relevancia, se someten a ejecutar actividades menos importantes. (p. 54)

Ellos, esos ajenos, controlan vida, gustos, muerte, deseo; ellos, en el fondo los amos, los que desde siempre han mantenido el monopolio de la violencia, de la voluntad, del espacio territorial, del saber en tanto territorialidad impugnadora. Ellos, los amos del poder,  instalados  en el correlato de la nueva sociedad, representan  al dios varón omnipotente que  en cólera descarga su fuerza impensable sobre Adán y Eva. (p. 48)

Ellos, los ungidos, las reencarnaciones de los íconos de los todas las revoluciones, portan estandartes de la autoestima de los dioses, depositarios de la verdad, del saber, ellos los que dictan las acciones; del otro lado ella, la ejecutante de tareas, de silencio, la que sigue   líneas trazadas, ella, los otros, la base, que admira,  alaba, se subordina. (subrayado mío, p. 52)

Desde este “los otros” me atrevo a sintonizar con su perspectiva de género. Así que, aviso: mi comentario está sumamente parcializado y es muy subjetivo.

La pregunta inicial y alguna clave

Orientada la “mirada crítica hacia el poder patriarcal” (p. 2), la obra se inaugura con unas preguntas radicales sobre la existencia de la mujer en nuestra sociedad contemporánea.  ¿Es tan solo un ser-personaje producto de la experiencia cultural? ¿revelan verdaderamente los textos sobre ella la práctica cotidiana del sujeto femenino?

¿Se  mira realmente la presencia de lo femenino o seguimos en el paradigma que contempla el mero arquetipo de lo que es, sin potenciar la necesidad del deber ser, que en  voz de una utopía posible, sirva para reconstruir la igualdad en el marco de la diferenciación? (p. 2)

Además de la sospecha que la pregunta encierra, apunta a la utopía de lo posible, a una praxis diversa y, según se verá, a una ética alternativa.

No se escribe desde o para la detracción del hombre, en cuanto ser humano llamado a esa misma utopía; ni tampoco desde un discurso de época sobre la igualdad sin atenuantes. Tales discursos de género ya pasaron por sucesivos cedazos, como el de Luce Irigaray por sólo hablar de un enfoque de discurso de género frontal contra dicha “igualdad”; Wafi lo sabe. 

Voces e imágenes

Pero se hace necesario repensar lo real. La mujer sigue excluida, sin voz, al margen, ausente. Es la ausencia de la que habla el título de este libro, pero que requiere de una ampliación sensorial. No son sólo las imágenes, sino también las voces las ausentes. Silencio y ausencia son la contrapartida real de un simulacro: voces del silencio, imágenes de la ausencia.

La consigna fundada en la culpa otorgada por el Yavé genesíaco: “Por haber escuchado la voz de la mujer….”, sigue vigente: “la mujer debe ser devuelta al principio, AL SILENCIO”. (p. 2)

En la sociedad contemporánea, sin embargo, se escuchan algunas voces, voces diferenciadas respecto el mito de la Eva creada, silenciada. Una es la voz de eterno femenino, “visto igual que una naturaleza conquistada”. (p.13). Otra es la voz del simulacro, la voz de la paridad social, sin prejuicio alguno. En realidad, ambas son voces desde el silencio, voces de la ausente. Voces que no escapan a la territorialización según el género de los espacios público – privado. Ni escapan a los rituales consagrados del cuerpo, mediada la culpa. Y que, sin embargo, esconden la existencia cotidiana de la mujer. Son voces que reflejan el discurso de exclusión, la ausencia, el silenciamiento.

Ni qué decir de un asunto tan cercano a Wafi como lo es el de la “literatura de mujer”, rótulo pretendidamente situado en las proximidades del discurso de género y, no obstante, excluyente de la producción estética en cuanto tal: 

“Lo eterno femenino” es una huella pesada cuando enfrentamos la discusión acerca de la voz en la literatura… se pretende superar formalmente el debate del género como mecanismo de exclusión, rotulándole a la literatura un soporte sexista, un género que explícitamente excluye a la hembra humana, al caracterizar como especial su producción estética. (p.28)

El hoy de las exclusiones: el simulacro y las falsas ilusiones

Las imágenes de la ausente no es un texto que pretenda retrotraerse al pasado, en ejercicio revisionista, señalando la historia anecdótica o sistemática de las exclusiones. Otros textos lo han hecho y lo siguen haciendo, y es encomiable su función. El objetivo de Wafi es otro: trata de ahondar en la complejidad de nuestro tiempo. Debe mostrarse diáfanamente la persistencia de silenciamientos y exclusiones. La mujer sigue al margen de lo público, al margen del poder, al margen del hacer. 

El mundo contemporáneo se mueve en el simulacro. En la apariencia de una voz, la mujer sigue sometida al silencio. 

La ausencia de la palabra, el impedimento que duerme bajo la necesidad de poder ser sujetos de discernimiento, sintetizan el estadio ético que desplegado unívocamente  niega a ella la posibilidad de evaluar entre el es y el deber ser. (p. 12)

En la proclama de una sociedad de iguales, en el simulacro de la participación, la mujer sigue en los márgenes, pues se han establecido ciertas matrices del poder, “aperturas muy bien medidas”, tales como el consenso en el discurso de la igualdad, y las prohibiciones como contención de las disidencias.

… el discurso del poder-autoridad del varón soporta la posibilidad de ciertas aperturas muy bien medidas, en las cuales los grupos segregados acceden a algún tipo de reconocimiento,  escalan un peldaño en las “relaciones sociales de poder”. Con ello la organización del consenso asegura el control político de los grupos que pujan montados sobre la utopía de igualdad. (p. 13)

La ilusión del eros, de la fusión de los amantes, del retorno al Paraíso, es la ilusión de la modernidad, contra cuyo carácter ilusorio ya advertía Fromm en la década de los setenta (Tener o Ser. Fondo de Cultura Económica, 1978). 

Los hombres y, cada vez más, las mujeres tenían un nuevo sentimiento de libertad; se convertían en amos de sus vidas: las cadenas feudales habían sido rotas y el individuo podía hacer lo que deseara, libre de toda traba, o así lo creía la gente. 

El sueño de ser los amos independientes de nuestras vidas terminó cuando empezamos a comprender que todos éramos engranes de una máquina burocrática, y que nuestros pensamientos, sentimientos y gustos los manipulaban el gobierno, los industriales y los medios de comunicación para las masas que ellos controlan. (tomado del subtítulo introductorio: El fin de una ilusión)

En la ilusión del amor libre y la fusión total, la mujer sigue abandonada en su soledad.  La fusión vivida pretendidamente como sacrifico y presencia mutua, como entrega y posesión del otro, se devela como un encuentro enmascarado. La ilusión se ha dado de bruces con la realidad.

Por otra parte, el enamoramiento a partir de la utopía proclamada de un redentor, el establecimiento de una pareja en la que la mujer es la redimida y el hombre el redentor, sólo acaba abonando la desesperanza.

El ocaso de los mitos

A lo largo del ensayo de Wafi la referencia a los mitos es una constante. Casi puede seguirse la lectura, capítulo a capítulo, a ritmo de mito. El acercamiento a estos mitos (hebreos, griegos y romanos) se realiza desde un enfoque crítico. Releídos a lo largo de los siglos por occidente, han apuntalado y aún apuntalan la sociedad patriarcal dominante. 

Eva es varona, mujer que es en otro, ensoñación de la soledad *  … (p. 3). Reducida al silencio por mandato divino (p. 53). Ella es acusada de seducir con su voz al varón, y de ahí el silencio impuesto.

Hestía es la diosa del hogar, del silencio, del poder nulo. La que está en “los márgenes de lo público” (p. 41). Es aquella a la que le es impedido tener poder alguno, o voz propia, en el espacio abierto del ágora.

Jano, en la puerta entre dos habitaciones, tiene la posibilidad, con sus dos caras, de mirar hacia ambos lados. Jano representa la dualidad y, aún más, el simulacro, la duplicidad que, con su báculo y llave, deja a la mujer en los márgenes del poder, aparentando ofrecérselo.

Él como el gran traductor muestra en sus dos caras la predisposición de fabricar, desde la ficción de liberación, las figuras seductoras de la dominación. (p.47)

Penélope, a la espera de Ulises, está en los márgenes del hacer, ejerciendo la tarea asignada a la mujer, el  rol de subordinada.

Los acontecimientos  propios del espacio público no le están vedados en tanto prohibición, le están vedados en lo relativo a actos que no sean la ejecución de tareas, las tareas circunscriben su razón a la razón cultural que indica el rol de complemento, ser parte de algo, agregada ahí, en las circunstancias que medie la necesidad. (p. 56)

En el antagonismo entre Poros (recurso) y Penia (pobreza), el Amor nace fruto de la embriaguez de Poros. No hay unidad de los amantes, la ilusión de lo uno queda manifiesta. (p.69) 

Electra representa el mito del padre, la heroína liberadora que lo es en cuanto queda asimilada al varón, contra la propia madre. (p.80)

El mito del redentor, mito propio de los antiguos gnosticismos (ampliamente recogidos en los manuscritos hallados a mediados del s. XX en el Nag Hammadi), mito asimilado por el cristianismo y utilizado posteriormente –con más o menos acierto- en diversas corrientes políticas, es presentado como posibilidad para la mujer acogida a tal redentor. Pero ese modo de ser pareja, finalmente solo genera soledad, agonía de los solos. (pp. 84-85)

Leteo, río que trasporta en el término de la vida, conduce a la deriva, pues al beber de sus aguas sucede el olvido. (p. 90)

De principio a fin de la obra los mitos la recorren. Pero no entra Wafi en el asunto complejo de la desmitologización ni de los recientes planteamientos acerca de la resignificación de los mitos, ni en el asunto del sentido existencial de los mitos y ritos en la vida humana.

Lo que expresa con claridad meridiana es que los mitos occidentalizados (aunque algunos provenientes de oriente, leídos finalmente por occidente), han resultado un fiasco. Acuñará al final del recorrido como en un eslogan: “Los mitos se derrumban revelando todo como una gran mentira”  (p.97). 

¿Hacia dónde va el camino? ¿qué ética urge, más allá del simulacro?

Cuando el nihilismo parece imponerse, se abren nuevas preguntas. ¿Cuál es la vía? Wafi afirma una y otra vez que frente a la sociedad de simulacro, frente a las falsas e ilusorias salidas, urge la vía ética. Volver a la ética, al deber ser más genuino.

Sin embargo, incluso este deber ser resulta problemático. Frente a un discurso-simulacro de igualdad, ¿de qué deber ser se trata? ¿qué sistema de valores se impone que supere la impostura? 

Es necesario derrotar los clichés neo-patriarcales, con sus estrategias de “cambiar para no cambiar”. Se hace necesario desmontar el mito del eterno femenino, desenmascarar el simulacro, confrontar el discurso hegemónico:

la hegemonía del discurso legitimado no objeta la codificación de estrategias de lo idéntico cuyos “cambios” formales recreen la ilusión de lo eterno femenino visto igual que una naturaleza conquistada (p. 13)

Entre la esperanza y la desesperanza, andamos los convivientes, abriendo nuevas anchuras, empoderándonos (¿o es esto una nueva ilusión?). “Somos el mundo que hacemos” –culmina la obra. (p. 99) La mención de los convivientes y el hacer, sitúa en el marco de lo relacional y la praxis las perspectivas a futuro. Convivientes, hombres y mujeres, en su cotidiana y desnuda verdad. Protagonistas de un hacer colectivo, agentes de otro mundo posible.

Así nos lo han contado, aun cuando actualmente se hagan otras lecturas del textos más liberadoras, en especial aquellas que se soportan en la relectura del texto hebreo considerando el sentido difícil del término costilla, casi único en la biblia, y que podría ser traducido como mitad, lo que avalaría la presencia en el texto de un ser andrógino originario. El caso es que ha privado en la historia de occidente la lectura de una Eva subordinada al varón.