jueves, 12 de septiembre de 2019

SIETE CORDEROS, DE NORYS SAAVEDRA



Abordo en este ensayo el poema de Norys Saavedra, Siete corderos, que se abre con esta dedicatoria: A mis hermanos. 
Conviene al poema este párrafo referido a la elegía (https://definicion.de/elegia/):
En una elegía se expresa de forma más o menos explícita la razón de la existencia. Desde el ayer perdido, hasta el mañana imaginado. Un género que intenta utilizando como elementos fundamentales la memoria y la palabra, transmutar al hombre muerto en palabra viva. A través del topos (el texto poético) se hace posible la recuperación de lo que se ha perdido; a través del poema aquel tesoro desaparecido puede tomar una nueva forma y pervivir y con él la palabra del propio autor más allá de la efímera existencia.
Norys recurre a la memoria de infancia, para evocar en la palabra poética a la madre, y hacerla presente de diversos modos: como fotografía del pasado, como anhelo actual de protección y consuelo, como palabra susurrada, como presencia en la naturaleza que habla de ella y por ella.
Recojo de otra página web una nota de interés: 
Resulta crucial para la elegía que la evocación de la persona retratada esté basada en el vínculo personal que liga al elegista con su objeto perdido. En este sentido, la elegía es una forma del trabajo de duelo, es una forma que complejiza las prescripciones en torno al duelo ‘correcto’ o sano y el patológico. 
El poema de Norys que me ocupa recoge de modo personal el trabajo de duelo, la propia experiencia, vivida como proceso de ausencia, dolor y sufrimiento, como presencia renovada.
Respecto al ámbito literario, se muestran en este texto algunos tópicos elegiacos que se irán detallando en la lectura. Unos están centrados en la madre muerta. Se presenta “como si estuviera viva”, evocándola en su cotidianidad y solicitud, en su palabra sabia pronunciada, en su unidad con la naturaleza que la manifiesta. Predomina en el poema el tono apelativo, en diálogo directo con la madre. Por otra parte, la madre se muestra consoladora: consoló y sigue consolando. No es ella quien necesita consuelo, sino sus amados.
Otros tópicos están centrados en la que escribe. Su dolor aparece simbolizado en las espinas clavadas durante la niñez, que ahora se hacen vivas. El rechazo al luto tradicional se refleja en la negación del vestido negro. El llanto se revela como “espesura en los ojos”. Se acude a la autolesión de las “dos manos en la candela” puestas “para quemarme”, y “que te lleves un fragmento de mi olor”. Se hace recurrente la necesidad de consuelo y protección.
Que los temas sean tópicos, no hace que se conviertan los versos en lugares comunes, ni mucho menos. Adentrémonos en el poema, en esta atmósfera elegiaca, para comprobarlo.
Como si al cuento de Los siete cabritillos y el lobo se entrara, (https://www.bme.es/peques/ELBUSINFANTIL/MATERIALES/CUENTOS/casa/cabritillos.htm)
Norys se sumerge en los espacios cálidos de la infancia para afrontar la muerte recién llegada.
Los siete corderos, amenazados por lobos o perros, ahora con la madre ausente, tendrán que ingeniárselas para arrostrar la vida. Pero quién será quien les dé de beber la milagrosa agua aromatizada, y les devuelva sus balidos. Como en voz en off se escucha la madre: “ponles agua de orégano”. Al ejercicio de poetizar se suma a la poeta la misión de continuar la vida de los suyos, de ser madre para ellos.

Esos siete corderos
muertos por perros
en tu hora de gracia
Llévalos al corral
ponles agua de orégano
resucítalos
en balidos

La vida en buena parte de Lara se asocia al agua, tan escasa, que logra extraerse de las plantas xerófitas locales; al carbón menudo, residual; a la pequeña ave, que alimentará al crecer, a la familia… Todo eso y más, será la leche de la madre para los corderitos. De modo que “no les alcance el mal”, “ni su pie tropiece en la piedra” y “hartura tengan de largos días”.

Que su leche sagrada
se convierta en el agua del cardón
en pichones de esta casa
carbón de orilla
el salmo noventa y uno

Se impone la realidad de la muerte, no obstante. El dolor que no cesa. La ausencia. El proceso de duelo ha comenzado. El ser de vida (agua) de la madre ha quedado suspendido en la real muerte.

Esa espesura en los ojos
no me deja verte
en la puerta
madre agua

La memoria es una ventana donde reencontrase. Al adiós sucede la música del recuerdo. Las letanías marianas, que acompañan los rezos postreros en la tradición religiosa, evocan el nacer del día. Oscuro día, sin embargo; con la madre ausente del hogar, sin sus reflejos. Y, no obstante, madre-estrella, luz tenue que sigue guiando.  Vaivén, péndulo. Presencia ausencia.

Estrella de la mañana
adiós
por estos lugares
donde están los sitios
cantados por ti

Ya no verte en los espejos
¿de madrugada hay sol?

El diálogo inaugurado en las estrofas anteriores acoge de nuevo la palabra de la madre: “toma una serpiente ciega”. Y acuden en tropel los recuerdos de gestos protectores.

Has dicho que las serpientes ciegas calman el dolor
sóbame el corazón con aguardiente
o yo te lo doy para que despiertes
de los muertos
Abrime el brazo de nuevo con tus girasoles
y los cuentos de animales hablando
O dame tu pie izquierdo que piso espinos
o camina con la leña en la cabeza sin caerte
Muchachita
Reina

El recuerdo del acompañar materno-infantil, en el sobar, contar, aconsejar antiguo, se actualiza en el día del dolor por la pérdida. En paradoja, es a la madre ausente, por quien se sufre, a quien se suplica seguir acompañando este nuevo sufrimiento, susurrando, abriendo, para que salga lo que punza. 

Ya no quiero vestirme negro abismo
Vaso sagrado de la leche de las cabras
abre mis manos
desciende tu voz entre mi cabello
Susurra con tu vértice de latidos
mis manitas
Ábreme la piel para que salga
la espina que tengo de volar a ras
de las arcillas

El dolor por la ausencia, va dando paso a otra mirada. La madre aparece iluminada. Primero en expresión condesada, metafórica. Luego en la tierra brillante de los montes secos. Seguidamente, en las acciones antiguas de la abuela y el abuelo, a pleno sol: hilada y alambique.

Lumbre
Taza de Oro
Fogón

Te veré allá en los laberintos
en el cerro de cuarzo

Voy a buscarte
cuando haga sol y
verte en las astillas
en la hilada de la abuela
que me persigue

Mi abuelo cantando coplas
venciendo el cocuy en el alambique
santo o morado, tornado, sol

Pero a esa luz entrevista, sucede el sufrimiento, de nuevo, simbolizado en la sequía, y en la distancia que recurre a la autolesión: más dolor, intentando mantener algún nexo de comunión.

Caracoles suben al cují
recitando: Dios dame agua de lluvia

Pongo mis dos manos en la candela
para quemarme y darte el pedazo de piel lunada
para que te lleves un fragmento de mi olor

¿Cómo explicar la muerte? La ausencia y la presencia entran en tensión de nuevo. ¿Al morir quedamos bajo tierra, sin más? ¿O nos perdemos en un universo mayor, árboles y ríos? ¿O tal vez regresamos a nuestro origen?

Estás debajo de las resinas donde busca el oso melero
el que amarré de niña
con la totuma de suero de ácida brisa
en estos árboles de hombres entre las piedras
de la quebrada que se bifurca
o regresaste al día de la comadrona por ese agujero
donde salías

La súplica por protección y la conciencia de la ausencia se expresa de nuevo en coordenadas de naturaleza. El duelo aún no termina. La tensión entre nueva presencia deseada, cobijo materno, y brusco corte que significa la muerte, continúa con la estrofa:

Corderita de la naciente
dame otra vez de mamar de tus pechos de sémeruco
Acacia cortada de la raíz de la tierra
ida con la tormenta secreta

El final del poema es plegaria. Se hace oración de atardecer acompañada con el instrumento musical y los cantos religiosos tradicionales del abuelo.

Ruego por ella
en los aljibes y los crepúsculos robados por gatos salvajes
Abuelo toca violín, anda
y canta en latín las salves de nuevo.