(Con ocasión del Festival de poesía del Estado Miranda, en la Casa Arturo Michelena de Los Teques, 24-10-2019)
Releyendo los textos de algunos
poetas y amigos de los Altos Mirandinos, reflexionaba en la oportunidad de este
espacio para mostrar algún rasgo de sus poemas. Estando en esas, me encontré
con el título de un brevísimo texto de Antonio Trujillo, De cuando vivían los pájaros; y luego, con la imagen de un árbol
retorcido en la portada de Cantos Alisios,
de Armando Hernández Quintero; y otro árbol más, en la portada de Ríos de Hierba, de Yurimia Boscán,
poetas, todos ellos, con cuyos textos me había propuesto trabajar; se me
ocurrió que ahí había un tema, en medio de
esta naturaleza nuestra tan viva, de árboles y pájaros, por otra parte,
tan en peligro.
Árboles y pájaros serán, pues, la
excusa para abrir este momento. Árboles y pájaros, así, tan simplemente dichos,
resultarían lugares comunes, si no fuera por los poetas que los han cantado.
Neruda, Machado, García Lorca, Andrés Bello, Andrés Eloy, Igor Barreto, Eugenio
Montejo y tantos otros, de cerca y de lejos. Ellos nos hicieron descubrir que
no es la imagen el lugar común, sino
el modo torpe de mostrarla.
De muy lejos vienen aquellos
poemas religiosos hebreos, que equiparan la vida del justo con el árbol bien
regado, y la vida del pueblo con el ave liberada.
Será como árbol plantado junto a corrientes
de aguas,
que da su fruto en su tiempo,
Y su hoja no cae; y todo lo que hace,
prosperará (1, 3)
Hemos salvado la vida, como un pájaro / de
la trampa del cazador:
la trampa se rompió, y escapamos (123, 7)
Desde entonces y más atrás, tal
vez, muy diverso y poético, como en los autores que he mencionado ligero, puede
ser el asunto que aquí traigo. Pasando por alto, entonces, esta prevención por
los lugares comunes, anoto otra que podría asomarse desde claves-sociopolíticas,
argumentando la ingenuidad y escasa
pertinencia del tema en los tiempos que corren en nuestra América latina.
Me permito, no obstante, acudir
al auxilio de Miguel Hernández, quien, hablando de pájaros, aviadores y vuelos,
en el contexto de la guerra civil española, nos regaló esta elocuente estrofa
en su poema El vuelo de los hombres:
El vuelo significa la alegría más alta,
la agilidad más viva, la juventud más firme.
En la pasión del vuelo truena la luz, y
exalta / alas con que batirme.
Así que, puesto que los árboles y
las aves pueden decir de la vida más nuestra, sin más alargamientos y
justificaciones inoportunas, aquí traigo a los poetas mirandinos con su
palabra, que será en definitiva la que nos permita juzgar sobre su
significatividad. Sin más, me aboco al asunto de indagar en los textos de
Antonio Trujillo, Yurimia Boscán y Armando Hernández Quintero -poetas a los que
dedico este rato-; me complazco en buscar un santo y seña, si lo hubiere, que
dé acceso a su palabra sagrada.
Antonio, artesano de la palabra y
la madera, es con quien abro la brecha en este decir. Su poemario Taller de cedro (1998) señala con
sufrimiento, en repetidas ocasiones, al árbol truncado. La magia del taller
está en el árbol herido que ha dejado de serlo:
Este cedro /queriendo salvarse //ya no es árbol /ni pertenece a la
tierra
El sufrir del árbol se hace
sufrimiento del poeta por ver surgir una palabra que, como pretende Holderlin,
sea sagrada. Es así, como, para Antonio, son sagrados el árbol, la nube, el
pájaro, la luz o la flor. Y no toda palabra vale para nombrarlos. De ahí el
temor numinoso, o la página en blanco, reliquia adorable. ¿Con qué derecho
–pregunta el poeta- hacemos surgir otra palabra distinta, de un bosque que
tiene la suya propia? ¿Con qué derecho la tala y el desierto creado, para una
nueva palabra? Sólo si de Dios es –responde.
Los pájaros también expresan esta
lucha del poeta con el papel en blanco.
Otra ave / demasiado ave // se niega / a
entrar en la página… // y elige el vacío
A los árboles que dan lo mejor de sí se les atribuye
humanidad:
Un árbol / da madera noble // los eucaliptos / son gentiles
Por eso, enfrentar la madera,
oficio del artesano, es tarea dolorosa. La conciencia ecológica está presente
en Taller de cedro.
otra cosa es… tallar ese remordimiento
Se sufre con el árbol, se ha
visto la injustica, el drama del bosque desolado, la desigualdad de la lucha
del hacha con el árbol.
jamás estaremos a mano / en los vacíos del bosque //
ese dolor del cielo / te persigue hasta el fondo //
quien labra / vislumbra el universo
¿Qué pertinencia tienen en estos
tiempos convulsos de América Latina y el mundo, estos poemas de naturaleza?
–podemos volver a preguntarnos. Tanto como que los bosques de la Amazonía se
queman y los gobiernos aliados de empresarios madereros nos dejan poco a poco sin
vida, tanto como que los indígenas son expulsados de sus territorios
ancestrales y las especies animales se extinguen. Es el drama de la Amazonía
ardiendo.
Esta injusticia con el árbol la
describe nuevamente Antonio en Ballestía
(2008), obra en la que el centro de atención -y del sufrimiento creador- se
desplaza a la escritura, como ejercicio humano de nueva talla.
Fui amigo/ de un árbol // derribado/ hinca
su luz // busco/ en las hojas
y el lugar/ se abisma // tiene alma/ mucho
de Dios// otra herida / lejos del bosque
Es notable la metáfora de la
talla en Ballestía, como acto
sagrado, referida a la escritura:
Si un ser inocente // pobre de Dios
// talla su verbo…
He aquí la continuidad de esta
obra suya con Taller de cedro. De taller de cedro a tallar el verbo no hay salto. Que todo es uno para el discípulo y
habitante del Misterio. La talla se muestra así presente en toda la obra de
Antonio, marcada por su propia vida de artesano y poeta.
La obra Ballestía expresa una y otra vez la agonía de la palabra –en el más
estricto sentido etimológico de agonía=lucha-. En su mismo nacer es ya agónica,
duélica. El uso abundante de las expresiones condicionales, las preguntas que
se desgranan a lo largo del poemario, la presencia de la luz y la sombra, la
astilla que perturba, la página en blanco retadora, e incluso las breves
narrativas (el hombre arando con sus bueyes, o la anciana que visita el
cementerio el día de los difuntos), concurren todos al tono épico que permea el
texto final.
Los frecuentes condicionales,
hasta en 18 ocasiones aparece el “si…”, son clara muestra de la temporalidad de
la palabra. ¿Cuál es la palabra apropiada, su tiempo justo? Para escribir lo
impropio es preferible no escribir, con más razón cuando la técnica de la
escritura queda asociada, por la impresión y publicación de los textos, a la
muerte del árbol.
Si para escribir algo / un árbol debe morir
// prefiero la letra / invisible de Crátilo
La pregunta retórica de Dios, que
establece una duda radical, ética, sobre todo acto de escribir, Si Dios / pregunta // por sus bosques //
dile que no estamos, inmediatamente remite al texto judeocristiano sagrado
en el que Dios pregunta a Caín por su hermano asesinado (Gn 4). El escritor se
ha vuelto un matador inconfeso y su respuesta es evasiva, como la de Caín en el
relato referido; más aún que la de Caín quien responde con orgullo: ¿soy acaso
guardián de mi hermano?, pues aquí el sujeto poético ni hace frente siquiera al
Dios interlocutor, sino que envía un tercero -el posible lector- para que hable
por él: dile que no estamos.
Si al escritor le vence la
imperfección o el vacío de la página en blanco, y fuerza el texto, se convierte
en simple escriba, contratado para el oficio. Si habla de sí como en un
vaciarse, en una descarga del yo, no es la suya palabra sagrada. Es preferible
el silencio. Ahora bien,
Si en ese desierto… // se ilumina / una
pequeña atarjea // es cierto
…y si alguien hiere / esta lumbre de la
tierra // devuelve la palabra //
Si el sueño / ofrece una palabra // no
permitas / que te abandone… //
si algo de ella / vive en esta // reliquia
blanca
La pretensión de estos
condicionales que ratifican la palabra vital, no es la de agotar el lugar
poético originario, sino apuntar apenas algunos inicios de certidumbre, algunas
claridades que permitan abrir el sello de lo sagrado. Por eso, para Antonio,
árboles y pájaros son cosa del Misterio, de Dios.
Dios suelta / las aves // nunca el hombre //
en este instante / nada es altivo // el
universo / vuela su principio
Y en ese apuntar al misterio de
la vida, los pájaros se tornan presencia de amigos que hablan insistentes.
Suelo ver / en ciertas aves // a mis pocos
amigos
oír su obstinada / palabra sobre la tierra
Imagen similar a la del poema
Polimnia, del maestro Palomares, en el que su ser querido es visto como pájaro entre
la piedra de beber y la hierba.
También el árbol dice su palabra,
que es don de vida. El poema brevísimo, Drago, recoge una experiencia espiritual,
sanadora, ocurrida en la infancia del poeta, que será retomada en su más
reciente obra, Malvasía, evocando el ritual sagrado de haber sido marcado “con
sangre de drago”. Hace referencia el poeta al hecho de ser colocado
horizontalmente, en brazos de un oficiante, con los pies en contacto con el
árbol de drago, previamente recortado -y sangrante- para el ajuste en la madera
de los pies del niño. Ocurrió entonces, que el niño sanó. El vínculo con el
árbol marcará la vida del poeta –ha confesado Antonio.
DRAGO /// Desde lo antiguo / ofrezco mi
sangre
Así pues, el poeta vincula a este
Misterio de la vida su arte poético: que no estriba en la forma, en los
recursos literarios, ni siquiera en la precisión de la palabra o el ritmo
musical, sino en lo sagrado de la palabra, transparente en el pájaro o el
árbol, en su trasunto de sueño, de visión celeste, en su vuelo de ave.
--
Armando Hernández, tan mirandino
como canario, con frecuencia, acude en sus poemas a su raíz. Se fija en ese ser
humano, isleño, arraigado a una geografía particular, visto antropológicamente
como ser migrante, de alma dividida entre un aquí y un allá, flotante en el inmenso
mar, añorante de regreso. Su palabra de emigrante viene bien, en estos tiempos nuestros
venezolanos, de salidas y retornos, de experiencias contadas, tanto de acogida como
de xenofobia; viene bien para sentirnos próximos a la andadura de nuestros
hermanos.
A veces no sabemos quiénes somos, / ni
reconocemos nuestra sombra… /
¡Ni siquiera lágrimas tenemos! / Secas hace
años a la orilla del mar.
Así se lee en el poema Cosas, de Garoé. La experiencia de mudanza física otorga al emigrado un estatus
existencial por el que con frecuencia discurren los poemas de Armando.
Árboles y pájaros acuden a
mostrar la senda del emigrante.
desde tu bohío / emprendías vuelo a otros
lugares / en cuyas palmeras o almendros / te esperaban nuevos nidos //
Obligado viajero de errante vuelo / cada mar
ha sido tu camino y cada árbol tu casa
–recoge el poema Llegaron
noticias, en memoria de un antepasado.
En el poema Ellos, surge una
pregunta honda, política. Tras evocar las raíces isleñas, de fuego y vino, y
escuchar razones naturales e históricas para la aventura de mar y viento, finaliza
el poema con contundencia, señalando la distinción sociopolítica marcada por
los vencedores de la guerra civil española:
Yo te pregunto paisano… / A ti, / que llevas
tu isla a cuestas. / ¿Por qué ellos nunca salieron?
En Cantos Alisios, numerosos poemas se refieren a esta experiencia de
emigrados. Los poemas Odiseo y Sísifo, recurren al mito para reforzar estos
sentimientos de ajenidad. El encuentro con lo otro se reconoce en los poemas
América (“yo creía que…”) o Los Teques (“Las tejas son láminas de zinc y
espantan”). Y en esto distinto, la naturaleza permite mostrar los diferentes
espacios humanos y culturales. Selva tropical y árbol isleño son metáfora de
esta diversidad vivida.
…yo soy / sombra en la selva / sin árbol que
me ampare
En Nosotros hicimos la maleta se
vuelve al tono sociopolítico ya presente en Garoé:
¿Cómo no hacerla / si nuestros pies
ensangrentaban las piedras /
y el horizonte aprisionaba nuestros sueños?
Rudo poema es el que inicia:
Vivimos en una cárcel / de muros de agua… //
Habituados al encierro, / de vez en cuando…/
cantamos.
Otro tópico fundamental en
Armando Hernández es el de la muerte. Los primeros poemas de Garoé llevan por título el nombre de
personas –familiares o vecinos- que ya fallecieron, a las que se recuerda con
naturalidad agradecida. En Soy Testigo, todas estas muertes se recogen
simbólicamente:
He contemplado / el rostro de la muerte / a
través de los jirones de un espejo roto.
Pero es en Cantos Indianos donde la muerte cobra mayor relieve. El epígrafe de
Esteban Echeverría, “La emigración es la muerte”, establece un referente clave
no solo para esta obra, sino también para las anteriores. El poema inicial En la muerte estamos abona lo dicho. No
solo vamos hacia la muerte, sino que ya estamos en ella. Por más que intentemos
olvidar:
Siglos y siglos viviendo en la muerte /
tratando de recordar en el olvido //
Hojas que caen constantemente / por caminos
ya trillados y sin solución //
Todo el tiempo olvidando sin parar / para de
pronto / darse cuenta /
que del paraíso fuimos separados / y que de
la muerte siempre hemos vivido//
Olas sin reflujo / que del polvo del mar han
salido. //
En Llegó para quedarse se recoge
la omnipresencia de la muerte:
La muerte sigue / llegó para quedarse // En
la mar… // Llegó como la noche… // A su paso / los goznes callan… //
En la mañana y el anochecer / la emigración
que es la muerte
La muerte de alguien querido se muestra
con la imagen del vuelo en el poema Entre todos los vientos:
Te fuiste…. // Tu vuelo / el de un parapente
llevado por la brisa/
en un cielo de piedras y tomillos
Pongo un acento final en el eje
transversal que me ocupa. La mención de árboles y pájaros, concurren al decir poético
de Armando, sobre la emigración y la muerte. Árboles y pájaros expresan su
sentir existencial más hondo.
Pino retorcido en los lajiales //
Cuervo que emigra en la agnosia de la muerte
/ Eso somos
En cercanía temática al poeta
Antonio Machado, Armando recurre a la imagen del pino antiguo, para avizorar su
propia muerte. Había dicho Machado, en su poema A un olmo seco:
Antes que el río hasta la mar te empuje / por
valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera / la
gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera / también hacia la luz y
hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
Ahora es Armado quien agrega:
Pino verde /// Siempre estuviste / en el filo de la cumbre /
a la vera del camino de Sabinosa/ peinando
de verde el sol /
para el descanso de los viajantes // Se
llegó a pensar que eras eterno /
como los deseos de retorno de los emigrantes
/ pero hoy /
al igual que los hombres / tus ramas se han
doblado /
y tu tronco otrora bello e imponente / sobre
la ceniza reposa //
Ahora / ni el búho ni el linero / hacen
nidos en tu copa //
Por el cielo vuela el cuervo // Algún día /
guiado por el olor de tu resina / regresaré / y al igual que tú / cadáver de
tea sobre lava
La identificación del poeta, en
su hora postrera, con el pino ya gastado por el tiempo, otorga al poema un tono
existencial. Apartándose de la mirada esperanza en el milagro de vida, de
Machado; Armando proclama sin disimulos la objetiva materialidad de la
decadencia. Extrañamiento y muerte, marcan los poemas de Armando. Sus obras Garoé, Cantos Alisios y Cantos Indianos aportan la peculiaridad
–y voz propia- de su experiencia vital de isleño emigrado. Evoco, en juego dialéctico, al cantautor
aragonés Labordeta, que toma el tema de los árboles viejos con otros matices. Y
dice:
Somos / como esos viejos árboles
batidos por el viento / que azota desde el
mar.
Hemos / perdido compañeros
paisajes y esperanzas / en nuestro caminar.
Hemos / perdido nuestra historia
canciones y caminos / en duro batallar.
Vamos / a echar nuevas raíces
por campos y veredas, / para poder andar
tiempos / que traigan en su entraña
esa gran utopía / que es la fraternidad.
--
Por su parte, Yurimia Boscán, en
sus poemas, vincula con frecuencia la naturaleza, el bosque, el árbol, el río,
el mar o el pájaro, a la entrega de los cuerpos y al amor –deseado, posible, o
imposible.
En Río de hierba (uno
de sus primeros poemarios, reeditado en 2017) se lee
¿Dónde vives ahora / bosque del agua /
dónde dejas / la llave / para encontrar / la puerta verde / de tu
cintura?
Y, no obstante, este primer poema
prometedor para el tema que me ocupa, pronto caemos en la cuenta de que en
Yurimia no hay frecuencia explícita, ni de árbol ni de ave. Y es que el bosque
se ha metamorfoseado en cuerpo
Yo bosque / volcán / leona…
(dirá en su libro Piel que ata, al que me refiero particularmente en lo que sigue)
y el pájaro, se ha transformado,
en oportuna sinécdoque, en acción de volar, en ejercicio de liberación. Como si
la vida se tratara de un papagayo que puede desprenderse de la mano que lo
sujeta, y alejarse a lo más alto. Con este sentido liberador, entre añorado y
negado en lo real, entre posible e imposible, entre certidumbre y utopía, Yurimia, en sus poemas, discurre por los
relatos helénicos clásicos. Penélope, Ariadna o Helena representan –en un
contrarrelato- ese vuelo alado y libre.
Lo amó / en
todas sus esperas: / la del deseo / la del hijo / la de la soledad
Lo amó / ─cascarón
vacío─ / en todos los rostros encallados en su cuerpo
al abordaje de
su barco de sueños
Llenó sus años
de latidos lejanos / y tachó / uno a uno
los fantasmales
cumpleaños / máscaras danzantes / deshabitadas
Cansada de
hilvanar / Soltó los hilos
¿Cómo soltar
los hilos que nos sujetan / sin dejar hebras de lo que somos?
¿Cómo explicar
a los amantes que un cuerpo puede arder
y consumirse en
tantas brasas?
¿Cómo no medir
la perfección del tiempo sin certeza?
¿Cómo es que el
laberinto redime al Minotauro?
Y si Aquiles no
llorara más a Patroclo / y el viento no soplara en la isla de Eolo
y Helena fuera fiel
a Menelao… / ¿Sería igual nuestra historia?
Ariadna /
enmudece el bramido del minotauro / no tiene ovillo para el regreso
Ni agua que
beber / en la atardecida Naxos / de ecos afligidos
Ariadna /
duerme impasible al descampado
es un áureo
broche de dolor / en la tiniebla
Lo narrativo de
estos poemas, los relatos a los que remiten, las novedosas tramas imaginarias
que sugieren, ponen sobre el tapete los tópicos que agudamente Ricoeur[1]
ha señalado para los textos narrativos: el tiempo como configurador del relato,
la trama necesaria, la relación entre ficción e historia no tan lejanas una de
la otra. En Yurimia, los amantes se afanan por salvarse de la cotidianidad sin
lograrlo; siempre en esa lucha de cuerpos, pieles, y almas, se construye un relato
que, finalmente, resulta tan real como ficcionado.
¿Qué tiene esto de
poético? –preguntamos entonces. Entre otros rasgos, la dimensión utópica o
distópica presente en ellos, al configurar nuevas posibilidades para la
historia, abre los textos a finales sorprendentes. Así se reconfigura la historia en nuevos relatos.
Penélope deja su urdimbre; Ariadna se queda sin ovillo para el regreso; el
Minotauro, Aquiles, Eolo y Helena, transforman sus historias; y con ello,
nuestras propias vidas quedan suspendidas, la historia puede ser otra. De ese
modo, como los clásicos, lo relatado ha adquirido otro temple; la narrativa se
ha vuelto épica, poética.
Hablando de vuelos y libertades,
el matiz que adquieren los pájaros en los poemas de Yurimia no es el de una
gozosa libertad, sino el de una liberación, sufrida, marcada por el deseo.
Vuelos, pájaros y alas se vinculan a las ausencias, silencios, heridas, espinas,
desvaríos y lamentos:
Suelta pájaros / tras cualquier pista sobre
el deseo //
Un revoloteo de ausencia / mantiene sus alas
orilladas a la cama (p. 78)
Que el silencio que nos hiere / sea canción y
alivio
pájaro en picada / por el nublado cielo / que
te ensalma (p. 118)
Dios pone las alas / propone el beso / en el
etéreo deseo…
Tiene las coordenadas / del trillado tú y yo
/ que pongo en capilla ardiente (p. 61)
La mirada encajada / en el nocturno vuelo del
lamento
Alas y pies aventureros / plumas y espinas en
desvarío (p. 75)
Así que, la liberación se
constituye en derrota.
Tirar la llave / soltar cadenas
verbos comunes en la terapia zen / que no
convencen mi derrota (p. 115)
Y, sin embargo, tampoco el
encuentro amoroso es totalizador; se vive como instante, como ráfaga; es apenas
un punto de fuga. Lo que marca es el sentido de la existencia como tiniebla,
sombra amarrada a la palabra, jaula, piel que ata.
Nada tengo / en la ráfaga del encuentro
Amante de sal / hecha tiniebla / en medio de
la jaula
Ebria y azul / punto de fuga en tu calendario
(p. 75)
Soy proyección vertical atada al verso
la de antes / la de ahora
la que toma por asalto / los torrentes de tu
frente (p. 107)
La palabra atar, del título (Piel que ata), y de este poema, “atada
al verso”, remite inexorablemente a su antónima. El discurrir del poemario, se
abre, una vez ejercido el derecho de leerlo, a una realidad otra, posible,
imaginativa, por la que la narrativa antigua de Penélope ya se abrió paso:
finalmente lo hilos se soltaron. Es la posibilidad otra. Pero persiste la
lucha, que no se resuelve en el texto fijado.
¿Y si nuestras espiraciones, brinco tramado
al vacío,
no son las pruebas que precisábamos para
saber
que somos sólo piel que ata? (p. 77)
El verso interrogativo apunta a
la dialéctica de todo el poemario entre ese soltar y atar. ¿Somos la piel o
somos el ave que desea volar libre? ¿O tal vez el pájaro, al que una vez libre,
el deseo de retorno lo puede?
Por otra parte, la dimensión
metafórica del amor, ahora menos relato y más imagen, aparece marcada en Piel que ata, en un potente conjunto de
poemas de lluvia y mar. Los cuerpos semejan bosques, arbolados a merced de la
lluvia.
El poema de la p. 132 juega a la
paradoja de la lluvia y el fuego como correlatos del amor; y de la sequía y la lágrima
salada como su contrapartida, su final.
Los amores nacidos en aguacero / suelen
morir con la sequía
pero si la lluvia insiste / y enciende el
fuego de la añoranza
seca la llama / con la sal de tus lágrimas
El poema de la p. 124 sugiere la
relación de una lluvia suave con una relación amorosa ya pasada (que no moja),
pero que no se olvida (aún duele).
esta lluvia / cabizbaja / tan sin palabras
es sólo humedad / calándose allá / donde no
moja
Y agua que no moja / cuando salpica / duele
La piel sin lluvia, es Piel
xerófita, en el poema de la p. 55:
Tramado desierto / que devasta el viento de
tu nombre
Los cuerpos bajo la lluvia son
naturaleza a merced del temporal. El erotismo se hace finamente presente, a
través de la polisemia, el ritmo y la imagen, en el poema de la p. 140:
Neblinas y capines / arriba y abajo / lluvia
mediante /
dos que se ausentan / carne arrebatada
Evoco la canción “Un bosque” de
la banda británica de rock formada en 1976 The Cure. Cuenta la historia de un hombre que busca a
una mujer en un bosque. El hombre oye cómo la llama desde la lejanía, y corre
hacia ella hacia lo profundo del bosque, pero de pronto se detiene para darse
cuenta de que se ha perdido y que la mujer no está allí.
Acércate y mira / Mira en los árboles
Encuentra a la chica / Si puedes
Acércate y mira / Mira en la oscuridad //
Escucho su voz / Llamando mi nombre
El sonido es profundo / En la oscuridad //
Y empiezo a correr / De repente me detengo
Pero sé que es muy tarde / estoy perdido
Encuentro un tono existencial
semejante al de los poemas que hemos revisado. Bosque y lluvia, en Yurimia, no
aseguran un amor perdurable. Amenazan la oscuridad y la posibilidad de
perderse.
En fin, concluyendo estas anotaciones,
espero haber mostrado cómo “árbol y pájaro”, en Antonio Trujillo, son voz del Misterio,
y símbolos del combate con la palabra creadora. En Armando Hernández, prestan
auxilio al poeta para su mejor decir sobre la emigración y la muerte. Y en
Yurimia Boscán, mientras que los árboles de su nombre –bosque, Boscán- son metáfora
viva de los cuerpos amándose, el vuelo resulta ser el deseo acariciado, o tal
vez negado como ilusorio, de la plena liberación.
Pero, ante todo, espero haber
motivado a seguir leyendo y valorando a estos y otros poetas nuestros, hombres
y mujeres, cuya escritura bien merece que estemos aquí hoy, honrándolos.
Es todo. Gracias.
[1] Hermenéutica y acción, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2008 (La
metáfora y el problema central de la hermenéutica. La imaginación en el
discurso y en la acción).