viernes, 25 de octubre de 2019

DE ÁRBOLES Y PÁJAROS




(Con ocasión del Festival de poesía del Estado Miranda, en la Casa Arturo Michelena de Los Teques, 24-10-2019)

Releyendo los textos de algunos poetas y amigos de los Altos Mirandinos, reflexionaba en la oportunidad de este espacio para mostrar algún rasgo de sus poemas. Estando en esas, me encontré con el título de un brevísimo texto de Antonio Trujillo, De cuando vivían los pájaros; y luego, con la imagen de un árbol retorcido en la portada de Cantos Alisios, de Armando Hernández Quintero; y otro árbol más, en la portada de Ríos de Hierba, de Yurimia Boscán, poetas, todos ellos, con cuyos textos me había propuesto trabajar; se me ocurrió que ahí había un tema, en medio de  esta naturaleza nuestra tan viva, de árboles y pájaros, por otra parte, tan en peligro.

Árboles y pájaros serán, pues, la excusa para abrir este momento. Árboles y pájaros, así, tan simplemente dichos, resultarían lugares comunes, si no fuera por los poetas que los han cantado. Neruda, Machado, García Lorca, Andrés Bello, Andrés Eloy, Igor Barreto, Eugenio Montejo y tantos otros, de cerca y de lejos. Ellos nos hicieron descubrir que no es la imagen el lugar común, sino el modo torpe de mostrarla.

De muy lejos vienen aquellos poemas religiosos hebreos, que equiparan la vida del justo con el árbol bien regado, y la vida del pueblo con el ave liberada.
Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas,
que da su fruto en su tiempo,
Y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará (1, 3)
Hemos salvado la vida, como un pájaro / de la trampa del cazador:
la trampa se rompió, y escapamos (123, 7)

Desde entonces y más atrás, tal vez, muy diverso y poético, como en los autores que he mencionado ligero, puede ser el asunto que aquí traigo. Pasando por alto, entonces, esta prevención por los lugares comunes, anoto otra que podría asomarse desde claves-sociopolíticas, argumentando la ingenuidad y escasa pertinencia del tema en los tiempos que corren en nuestra América latina.

Me permito, no obstante, acudir al auxilio de Miguel Hernández, quien, hablando de pájaros, aviadores y vuelos, en el contexto de la guerra civil española, nos regaló esta elocuente estrofa en su poema El vuelo de los hombres:
El vuelo significa la alegría más alta,
la agilidad más viva, la juventud más firme.
En la pasión del vuelo truena la luz, y exalta / alas con que batirme.

Así que, puesto que los árboles y las aves pueden decir de la vida más nuestra, sin más alargamientos y justificaciones inoportunas, aquí traigo a los poetas mirandinos con su palabra, que será en definitiva la que nos permita juzgar sobre su significatividad. Sin más, me aboco al asunto de indagar en los textos de Antonio Trujillo, Yurimia Boscán y Armando Hernández Quintero -poetas a los que dedico este rato-; me complazco en buscar ­un santo y seña, si lo hubiere, que dé acceso a su palabra sagrada.

Antonio, artesano de la palabra y la madera, es con quien abro la brecha en este decir. Su poemario Taller de cedro (1998) señala con sufrimiento, en repetidas ocasiones, al árbol truncado. La magia del taller está en el árbol herido que ha dejado de serlo:
Este cedro /queriendo salvarse //ya no es árbol /ni pertenece a la tierra

El sufrir del árbol se hace sufrimiento del poeta por ver surgir una palabra que, como pretende Holderlin, sea sagrada. Es así, como, para Antonio, son sagrados el árbol, la nube, el pájaro, la luz o la flor. Y no toda palabra vale para nombrarlos. De ahí el temor numinoso, o la página en blanco, reliquia adorable. ¿Con qué derecho –pregunta el poeta- hacemos surgir otra palabra distinta, de un bosque que tiene la suya propia? ¿Con qué derecho la tala y el desierto creado, para una nueva palabra? Sólo si de Dios es –responde.

Los pájaros también expresan esta lucha del poeta con el papel en blanco.
Otra ave / demasiado ave // se niega / a entrar en la página… // y elige el vacío

A los árboles que dan lo mejor de sí se les atribuye humanidad:
Un árbol / da madera noble // los eucaliptos / son gentiles

Por eso, enfrentar la madera, oficio del artesano, es tarea dolorosa. La conciencia ecológica está presente en Taller de cedro.
otra cosa es… tallar ese remordimiento

Se sufre con el árbol, se ha visto la injustica, el drama del bosque desolado, la desigualdad de la lucha del hacha con el árbol.
jamás estaremos a mano / en los vacíos del bosque //
ese dolor del cielo / te persigue hasta el fondo //
quien labra / vislumbra el universo

¿Qué pertinencia tienen en estos tiempos convulsos de América Latina y el mundo, estos poemas de naturaleza? –podemos volver a preguntarnos. Tanto como que los bosques de la Amazonía se queman y los gobiernos aliados de empresarios madereros nos dejan poco a poco sin vida, tanto como que los indígenas son expulsados de sus territorios ancestrales y las especies animales se extinguen. Es el drama de la Amazonía ardiendo.

Esta injusticia con el árbol la describe nuevamente Antonio en Ballestía (2008), obra en la que el centro de atención -y del sufrimiento creador- se desplaza a la escritura, como ejercicio humano de nueva talla.
Fui amigo/ de un árbol // derribado/ hinca su luz // busco/ en las hojas
y el lugar/ se abisma // tiene alma/ mucho de Dios// otra herida / lejos del bosque

Es notable la metáfora de la talla en Ballestía, como acto sagrado, referida a la escritura:
Si un ser inocente // pobre de Dios // talla su verbo…

He aquí la continuidad de esta obra suya con Taller de cedro. De taller de cedro a tallar el verbo no hay salto. Que todo es uno para el discípulo y habitante del Misterio. La talla se muestra así presente en toda la obra de Antonio, marcada por su propia vida de artesano y poeta.

La obra Ballestía expresa una y otra vez la agonía de la palabra –en el más estricto sentido etimológico de agonía=lucha-. En su mismo nacer es ya agónica, duélica. El uso abundante de las expresiones condicionales, las preguntas que se desgranan a lo largo del poemario, la presencia de la luz y la sombra, la astilla que perturba, la página en blanco retadora, e incluso las breves narrativas (el hombre arando con sus bueyes, o la anciana que visita el cementerio el día de los difuntos), concurren todos al tono épico que permea el texto final.

Los frecuentes condicionales, hasta en 18 ocasiones aparece el “si…”, son clara muestra de la temporalidad de la palabra. ¿Cuál es la palabra apropiada, su tiempo justo? Para escribir lo impropio es preferible no escribir, con más razón cuando la técnica de la escritura queda asociada, por la impresión y publicación de los textos, a la muerte del árbol.
Si para escribir algo / un árbol debe morir // prefiero la letra / invisible de Crátilo

La pregunta retórica de Dios, que establece una duda radical, ética, sobre todo acto de escribir, Si Dios / pregunta // por sus bosques // dile que no estamos, inmediatamente remite al texto judeocristiano sagrado en el que Dios pregunta a Caín por su hermano asesinado (Gn 4). El escritor se ha vuelto un matador inconfeso y su respuesta es evasiva, como la de Caín en el relato referido; más aún que la de Caín quien responde con orgullo: ¿soy acaso guardián de mi hermano?, pues aquí el sujeto poético ni hace frente siquiera al Dios interlocutor, sino que envía un tercero -el posible lector- para que hable por él: dile que no estamos.

Si al escritor le vence la imperfección o el vacío de la página en blanco, y fuerza el texto, se convierte en simple escriba, contratado para el oficio. Si habla de sí como en un vaciarse, en una descarga del yo, no es la suya palabra sagrada. Es preferible el silencio. Ahora bien,
Si en ese desierto… // se ilumina / una pequeña atarjea // es cierto
…y si alguien hiere / esta lumbre de la tierra // devuelve la palabra //
Si el sueño / ofrece una palabra // no permitas / que te abandone… //
si algo de ella / vive en esta // reliquia blanca

La pretensión de estos condicionales que ratifican la palabra vital, no es la de agotar el lugar poético originario, sino apuntar apenas algunos inicios de certidumbre, algunas claridades que permitan abrir el sello de lo sagrado. Por eso, para Antonio, árboles y pájaros son cosa del Misterio, de Dios.
Dios suelta / las aves // nunca el hombre //
en este instante / nada es altivo // el universo / vuela su principio

Y en ese apuntar al misterio de la vida, los pájaros se tornan presencia de amigos que hablan insistentes.
Suelo ver / en ciertas aves // a mis pocos amigos
oír su obstinada / palabra sobre la tierra

Imagen similar a la del poema Polimnia, del maestro Palomares, en el que su ser querido es visto como pájaro entre la piedra de beber y la hierba.

También el árbol dice su palabra, que es don de vida. El poema brevísimo, Drago, recoge una experiencia espiritual, sanadora, ocurrida en la infancia del poeta, que será retomada en su más reciente obra, Malvasía, evocando el ritual sagrado de haber sido marcado “con sangre de drago”. Hace referencia el poeta al hecho de ser colocado horizontalmente, en brazos de un oficiante, con los pies en contacto con el árbol de drago, previamente recortado -y sangrante- para el ajuste en la madera de los pies del niño. Ocurrió entonces, que el niño sanó. El vínculo con el árbol marcará la vida del poeta –ha confesado Antonio.
DRAGO /// Desde lo antiguo / ofrezco mi sangre

Así pues, el poeta vincula a este Misterio de la vida su arte poético: que no estriba en la forma, en los recursos literarios, ni siquiera en la precisión de la palabra o el ritmo musical, sino en lo sagrado de la palabra, transparente en el pájaro o el árbol, en su trasunto de sueño, de visión celeste, en su vuelo de ave.

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Armando Hernández, tan mirandino como canario, con frecuencia, acude en sus poemas a su raíz. Se fija en ese ser humano, isleño, arraigado a una geografía particular, visto antropológicamente como ser migrante, de alma dividida entre un aquí y un allá, flotante en el inmenso mar, añorante de regreso. Su palabra de emigrante viene bien, en estos tiempos nuestros venezolanos, de salidas y retornos, de experiencias contadas, tanto de acogida como de xenofobia; viene bien para sentirnos próximos a la andadura de nuestros hermanos.
A veces no sabemos quiénes somos, / ni reconocemos nuestra sombra… /
¡Ni siquiera lágrimas tenemos! / Secas hace años a la orilla del mar.

Así se lee en el poema Cosas, de Garoé. La experiencia de mudanza física otorga al emigrado un estatus existencial por el que con frecuencia discurren los poemas de Armando.

Árboles y pájaros acuden a mostrar la senda del emigrante.
desde tu bohío / emprendías vuelo a otros lugares / en cuyas palmeras o almendros / te esperaban nuevos nidos //
Obligado viajero de errante vuelo / cada mar ha sido tu camino y cada árbol tu casa
–recoge el poema Llegaron noticias, en memoria de un antepasado.

En el poema Ellos, surge una pregunta honda, política. Tras evocar las raíces isleñas, de fuego y vino, y escuchar razones naturales e históricas para la aventura de mar y viento, finaliza el poema con contundencia, señalando la distinción sociopolítica marcada por los vencedores de la guerra civil española:
Yo te pregunto paisano… / A ti, / que llevas tu isla a cuestas. / ¿Por qué ellos nunca salieron?

En Cantos Alisios, numerosos poemas se refieren a esta experiencia de emigrados. Los poemas Odiseo y Sísifo, recurren al mito para reforzar estos sentimientos de ajenidad. El encuentro con lo otro se reconoce en los poemas América (“yo creía que…”) o Los Teques (“Las tejas son láminas de zinc y espantan”). Y en esto distinto, la naturaleza permite mostrar los diferentes espacios humanos y culturales. Selva tropical y árbol isleño son metáfora de esta diversidad vivida.
…yo soy / sombra en la selva / sin árbol que me ampare

En Nosotros hicimos la maleta se vuelve al tono sociopolítico ya presente en Garoé:
¿Cómo no hacerla / si nuestros pies ensangrentaban las piedras /
y el horizonte aprisionaba nuestros sueños?

Rudo poema es el que inicia:
Vivimos en una cárcel / de muros de agua… //
Habituados al encierro, / de vez en cuando…/ cantamos.

Otro tópico fundamental en Armando Hernández es el de la muerte. Los primeros poemas de Garoé llevan por título el nombre de personas –familiares o vecinos- que ya fallecieron, a las que se recuerda con naturalidad agradecida. En Soy Testigo, todas estas muertes se recogen simbólicamente:
He contemplado / el rostro de la muerte / a través de los jirones de un espejo roto.

Pero es en Cantos Indianos donde la muerte cobra mayor relieve. El epígrafe de Esteban Echeverría, “La emigración es la muerte”, establece un referente clave no solo para esta obra, sino también para las anteriores. El poema inicial En la muerte estamos abona lo dicho. No solo vamos hacia la muerte, sino que ya estamos en ella. Por más que intentemos olvidar:
Siglos y siglos viviendo en la muerte / tratando de recordar en el olvido //
Hojas que caen constantemente / por caminos ya trillados y sin solución //
Todo el tiempo olvidando sin parar / para de pronto / darse cuenta /
que del paraíso fuimos separados / y que de la muerte siempre hemos vivido//
Olas sin reflujo / que del polvo del mar han salido. //
En Llegó para quedarse se recoge la omnipresencia de la muerte:
La muerte sigue / llegó para quedarse // En la mar… // Llegó como la noche… // A su paso / los goznes callan… //
En la mañana y el anochecer / la emigración que es la muerte

La muerte de alguien querido se muestra con la imagen del vuelo en el poema Entre todos los vientos:
Te fuiste…. // Tu vuelo / el de un parapente llevado por la brisa/
en un cielo de piedras y tomillos

Pongo un acento final en el eje transversal que me ocupa. La mención de árboles y pájaros, concurren al decir poético de Armando, sobre la emigración y la muerte. Árboles y pájaros expresan su sentir existencial más hondo.
Pino retorcido en los lajiales //
Cuervo que emigra en la agnosia de la muerte / Eso somos

En cercanía temática al poeta Antonio Machado, Armando recurre a la imagen del pino antiguo, para avizorar su propia muerte. Había dicho Machado, en su poema A un olmo seco:
Antes que el río hasta la mar te empuje / por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera / la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera / también hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.

Ahora es Armado quien agrega:
Pino verde /// Siempre estuviste / en el filo de la cumbre /
a la vera del camino de Sabinosa/ peinando de verde el sol /
para el descanso de los viajantes // Se llegó a pensar que eras eterno /
como los deseos de retorno de los emigrantes / pero hoy /
al igual que los hombres / tus ramas se han doblado /
y tu tronco otrora bello e imponente / sobre la ceniza reposa //
Ahora / ni el búho ni el linero / hacen nidos en tu copa //
Por el cielo vuela el cuervo // Algún día / guiado por el olor de tu resina / regresaré / y al igual que tú / cadáver de tea sobre lava

La identificación del poeta, en su hora postrera, con el pino ya gastado por el tiempo, otorga al poema un tono existencial. Apartándose de la mirada esperanza en el milagro de vida, de Machado; Armando proclama sin disimulos la objetiva materialidad de la decadencia. Extrañamiento y muerte, marcan los poemas de Armando. Sus obras Garoé, Cantos Alisios y Cantos Indianos aportan la peculiaridad –y voz propia- de su experiencia vital de isleño emigrado.  Evoco, en juego dialéctico, al cantautor aragonés Labordeta, que toma el tema de los árboles viejos con otros matices. Y dice:
Somos / como esos viejos árboles
batidos por el viento / que azota desde el mar.
Hemos / perdido compañeros
paisajes y esperanzas / en nuestro caminar.
Hemos / perdido nuestra historia
canciones y caminos / en duro batallar.
Vamos / a echar nuevas raíces
por campos y veredas, / para poder andar
tiempos / que traigan en su entraña
esa gran utopía / que es la fraternidad.
--
Por su parte, Yurimia Boscán, en sus poemas, vincula con frecuencia la naturaleza, el bosque, el árbol, el río, el mar o el pájaro, a la entrega de los cuerpos y al amor –deseado, posible, o imposible.

En Río de hierba (uno de sus primeros poemarios, reeditado en 2017) se lee
¿Dónde vives ahora / bosque del agua /
dónde dejas / la llave / para encontrar / la puerta verde / de tu cintura?

Y, no obstante, este primer poema prometedor para el tema que me ocupa, pronto caemos en la cuenta de que en Yurimia no hay frecuencia explícita, ni de árbol ni de ave. Y es que el bosque se ha metamorfoseado en cuerpo
Yo bosque / volcán / leona…
(dirá en su libro Piel que ata, al que me refiero particularmente en lo que sigue)

y el pájaro, se ha transformado, en oportuna sinécdoque, en acción de volar, en ejercicio de liberación. Como si la vida se tratara de un papagayo que puede desprenderse de la mano que lo sujeta, y alejarse a lo más alto. Con este sentido liberador, entre añorado y negado en lo real, entre posible e imposible, entre certidumbre y utopía, Yurimia, en sus poemas, discurre por los relatos helénicos clásicos. Penélope, Ariadna o Helena representan –en un contrarrelato- ese vuelo alado y libre.
Lo amó / en todas sus esperas: / la del deseo / la del hijo / la de la soledad
Lo amó / cascarón vacío─ / en todos los rostros encallados en su cuerpo
al abordaje de su barco de sueños
Llenó sus años de latidos lejanos / y tachó / uno a uno
los fantasmales cumpleaños / máscaras danzantes / deshabitadas
Cansada de hilvanar / Soltó los hilos

¿Cómo soltar los hilos que nos sujetan / sin dejar hebras de lo que somos?
¿Cómo explicar a los amantes que un cuerpo puede arder
y consumirse en tantas brasas?
¿Cómo no medir la perfección del tiempo sin certeza?
¿Cómo es que el laberinto redime al Minotauro?
Y si Aquiles no llorara más a Patroclo / y el viento no soplara en la isla de Eolo
y Helena fuera fiel a Menelao… / ¿Sería igual nuestra historia?

Ariadna / enmudece el bramido del minotauro / no tiene ovillo para el regreso
Ni agua que beber / en la atardecida Naxos / de ecos afligidos
Ariadna / duerme impasible al descampado
es un áureo broche de dolor / en la tiniebla

Lo narrativo de estos poemas, los relatos a los que remiten, las novedosas tramas imaginarias que sugieren, ponen sobre el tapete los tópicos que agudamente Ricoeur[1] ha señalado para los textos narrativos: el tiempo como configurador del relato, la trama necesaria, la relación entre ficción e historia no tan lejanas una de la otra. En Yurimia, los amantes se afanan por salvarse de la cotidianidad sin lograrlo; siempre en esa lucha de cuerpos, pieles, y almas, se construye un relato que, finalmente, resulta tan real como ficcionado.

¿Qué tiene esto de poético? –preguntamos entonces. Entre otros rasgos, la dimensión utópica o distópica presente en ellos, al configurar nuevas posibilidades para la historia, abre los textos a finales sorprendentes. Así se reconfigura la historia en nuevos relatos. Penélope deja su urdimbre; Ariadna se queda sin ovillo para el regreso; el Minotauro, Aquiles, Eolo y Helena, transforman sus historias; y con ello, nuestras propias vidas quedan suspendidas, la historia puede ser otra. De ese modo, como los clásicos, lo relatado ha adquirido otro temple; la narrativa se ha vuelto épica, poética.

Hablando de vuelos y libertades, el matiz que adquieren los pájaros en los poemas de Yurimia no es el de una gozosa libertad, sino el de una liberación, sufrida, marcada por el deseo. Vuelos, pájaros y alas se vinculan a las ausencias, silencios, heridas, espinas, desvaríos y lamentos:
Suelta pájaros / tras cualquier pista sobre el deseo //
Un revoloteo de ausencia / mantiene sus alas orilladas a la cama (p. 78)
Que el silencio que nos hiere / sea canción y alivio
pájaro en picada / por el nublado cielo / que te ensalma (p. 118)
Dios pone las alas / propone el beso / en el etéreo deseo…
Tiene las coordenadas / del trillado tú y yo / que pongo en capilla ardiente (p. 61)
La mirada encajada / en el nocturno vuelo del lamento
Alas y pies aventureros / plumas y espinas en desvarío (p. 75)

Así que, la liberación se constituye en derrota.
Tirar la llave / soltar cadenas
verbos comunes en la terapia zen / que no convencen mi derrota (p. 115)

Y, sin embargo, tampoco el encuentro amoroso es totalizador; se vive como instante, como ráfaga; es apenas un punto de fuga. Lo que marca es el sentido de la existencia como tiniebla, sombra amarrada a la palabra, jaula, piel que ata.
Nada tengo / en la ráfaga del encuentro
Amante de sal / hecha tiniebla / en medio de la jaula
Ebria y azul / punto de fuga en tu calendario (p. 75)
Soy proyección vertical atada al verso
la de antes / la de ahora
la que toma por asalto / los torrentes de tu frente (p. 107)

La palabra atar, del título (Piel que ata), y de este poema, “atada al verso”, remite inexorablemente a su antónima. El discurrir del poemario, se abre, una vez ejercido el derecho de leerlo, a una realidad otra, posible, imaginativa, por la que la narrativa antigua de Penélope ya se abrió paso: finalmente lo hilos se soltaron. Es la posibilidad otra. Pero persiste la lucha, que no se resuelve en el texto fijado.
¿Y si nuestras espiraciones, brinco tramado al vacío,
no son las pruebas que precisábamos para saber
que somos sólo piel que ata? (p. 77)

El verso interrogativo apunta a la dialéctica de todo el poemario entre ese soltar y atar. ¿Somos la piel o somos el ave que desea volar libre? ¿O tal vez el pájaro, al que una vez libre, el deseo de retorno lo puede?

Por otra parte, la dimensión metafórica del amor, ahora menos relato y más imagen, aparece marcada en Piel que ata, en un potente conjunto de poemas de lluvia y mar. Los cuerpos semejan bosques, arbolados a merced de la lluvia.

El poema de la p. 132 juega a la paradoja de la lluvia y el fuego como correlatos del amor; y de la sequía y la lágrima salada como su contrapartida, su final.
Los amores nacidos en aguacero / suelen morir con la sequía
pero si la lluvia insiste / y enciende el fuego de la añoranza
seca la llama / con la sal de tus lágrimas

El poema de la p. 124 sugiere la relación de una lluvia suave con una relación amorosa ya pasada (que no moja), pero que no se olvida (aún duele).
esta lluvia / cabizbaja / tan sin palabras
es sólo humedad / calándose allá / donde no moja
Y agua que no moja / cuando salpica / duele

La piel sin lluvia, es Piel xerófita, en el poema de la p. 55:
Tramado desierto / que devasta el viento de tu nombre

Los cuerpos bajo la lluvia son naturaleza a merced del temporal. El erotismo se hace finamente presente, a través de la polisemia, el ritmo y la imagen, en el poema de la p. 140:
Neblinas y capines / arriba y abajo / lluvia mediante /
dos que se ausentan / carne arrebatada

Evoco la canción “Un bosque” de la banda británica de rock formada en 1976 The Cure.  Cuenta la historia de un hombre que busca a una mujer en un bosque. El hombre oye cómo la llama desde la lejanía, y corre hacia ella hacia lo profundo del bosque, pero de pronto se detiene para darse cuenta de que se ha perdido y que la mujer no está allí.
Acércate y mira / Mira en los árboles
Encuentra a la chica / Si puedes
Acércate y mira / Mira en la oscuridad //
Escucho su voz / Llamando mi nombre
El sonido es profundo / En la oscuridad //
Y empiezo a correr / De repente me detengo
Pero sé que es muy tarde / estoy perdido

Encuentro un tono existencial semejante al de los poemas que hemos revisado. Bosque y lluvia, en Yurimia, no aseguran un amor perdurable. Amenazan la oscuridad y la posibilidad de perderse.

En fin, concluyendo estas anotaciones, espero haber mostrado cómo “árbol y pájaro”, en Antonio Trujillo, son voz del Misterio, y símbolos del combate con la palabra creadora. En Armando Hernández, prestan auxilio al poeta para su mejor decir sobre la emigración y la muerte. Y en Yurimia Boscán, mientras que los árboles de su nombre –bosque, Boscán- son metáfora viva de los cuerpos amándose, el vuelo resulta ser el deseo acariciado, o tal vez negado como ilusorio, de la plena liberación.

Pero, ante todo, espero haber motivado a seguir leyendo y valorando a estos y otros poetas nuestros, hombres y mujeres, cuya escritura bien merece que estemos aquí hoy, honrándolos.

Es todo. Gracias.




[1] Hermenéutica y acción, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2008 (La metáfora y el problema central de la hermenéutica. La imaginación en el discurso y en la acción).