viernes, 25 de octubre de 2019

DE ÁRBOLES Y PÁJAROS




(Con ocasión del Festival de poesía del Estado Miranda, en la Casa Arturo Michelena de Los Teques, 24-10-2019)

Releyendo los textos de algunos poetas y amigos de los Altos Mirandinos, reflexionaba en la oportunidad de este espacio para mostrar algún rasgo de sus poemas. Estando en esas, me encontré con el título de un brevísimo texto de Antonio Trujillo, De cuando vivían los pájaros; y luego, con la imagen de un árbol retorcido en la portada de Cantos Alisios, de Armando Hernández Quintero; y otro árbol más, en la portada de Ríos de Hierba, de Yurimia Boscán, poetas, todos ellos, con cuyos textos me había propuesto trabajar; se me ocurrió que ahí había un tema, en medio de  esta naturaleza nuestra tan viva, de árboles y pájaros, por otra parte, tan en peligro.

Árboles y pájaros serán, pues, la excusa para abrir este momento. Árboles y pájaros, así, tan simplemente dichos, resultarían lugares comunes, si no fuera por los poetas que los han cantado. Neruda, Machado, García Lorca, Andrés Bello, Andrés Eloy, Igor Barreto, Eugenio Montejo y tantos otros, de cerca y de lejos. Ellos nos hicieron descubrir que no es la imagen el lugar común, sino el modo torpe de mostrarla.

De muy lejos vienen aquellos poemas religiosos hebreos, que equiparan la vida del justo con el árbol bien regado, y la vida del pueblo con el ave liberada.
Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas,
que da su fruto en su tiempo,
Y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará (1, 3)
Hemos salvado la vida, como un pájaro / de la trampa del cazador:
la trampa se rompió, y escapamos (123, 7)

Desde entonces y más atrás, tal vez, muy diverso y poético, como en los autores que he mencionado ligero, puede ser el asunto que aquí traigo. Pasando por alto, entonces, esta prevención por los lugares comunes, anoto otra que podría asomarse desde claves-sociopolíticas, argumentando la ingenuidad y escasa pertinencia del tema en los tiempos que corren en nuestra América latina.

Me permito, no obstante, acudir al auxilio de Miguel Hernández, quien, hablando de pájaros, aviadores y vuelos, en el contexto de la guerra civil española, nos regaló esta elocuente estrofa en su poema El vuelo de los hombres:
El vuelo significa la alegría más alta,
la agilidad más viva, la juventud más firme.
En la pasión del vuelo truena la luz, y exalta / alas con que batirme.

Así que, puesto que los árboles y las aves pueden decir de la vida más nuestra, sin más alargamientos y justificaciones inoportunas, aquí traigo a los poetas mirandinos con su palabra, que será en definitiva la que nos permita juzgar sobre su significatividad. Sin más, me aboco al asunto de indagar en los textos de Antonio Trujillo, Yurimia Boscán y Armando Hernández Quintero -poetas a los que dedico este rato-; me complazco en buscar ­un santo y seña, si lo hubiere, que dé acceso a su palabra sagrada.

Antonio, artesano de la palabra y la madera, es con quien abro la brecha en este decir. Su poemario Taller de cedro (1998) señala con sufrimiento, en repetidas ocasiones, al árbol truncado. La magia del taller está en el árbol herido que ha dejado de serlo:
Este cedro /queriendo salvarse //ya no es árbol /ni pertenece a la tierra

El sufrir del árbol se hace sufrimiento del poeta por ver surgir una palabra que, como pretende Holderlin, sea sagrada. Es así, como, para Antonio, son sagrados el árbol, la nube, el pájaro, la luz o la flor. Y no toda palabra vale para nombrarlos. De ahí el temor numinoso, o la página en blanco, reliquia adorable. ¿Con qué derecho –pregunta el poeta- hacemos surgir otra palabra distinta, de un bosque que tiene la suya propia? ¿Con qué derecho la tala y el desierto creado, para una nueva palabra? Sólo si de Dios es –responde.

Los pájaros también expresan esta lucha del poeta con el papel en blanco.
Otra ave / demasiado ave // se niega / a entrar en la página… // y elige el vacío

A los árboles que dan lo mejor de sí se les atribuye humanidad:
Un árbol / da madera noble // los eucaliptos / son gentiles

Por eso, enfrentar la madera, oficio del artesano, es tarea dolorosa. La conciencia ecológica está presente en Taller de cedro.
otra cosa es… tallar ese remordimiento

Se sufre con el árbol, se ha visto la injustica, el drama del bosque desolado, la desigualdad de la lucha del hacha con el árbol.
jamás estaremos a mano / en los vacíos del bosque //
ese dolor del cielo / te persigue hasta el fondo //
quien labra / vislumbra el universo

¿Qué pertinencia tienen en estos tiempos convulsos de América Latina y el mundo, estos poemas de naturaleza? –podemos volver a preguntarnos. Tanto como que los bosques de la Amazonía se queman y los gobiernos aliados de empresarios madereros nos dejan poco a poco sin vida, tanto como que los indígenas son expulsados de sus territorios ancestrales y las especies animales se extinguen. Es el drama de la Amazonía ardiendo.

Esta injusticia con el árbol la describe nuevamente Antonio en Ballestía (2008), obra en la que el centro de atención -y del sufrimiento creador- se desplaza a la escritura, como ejercicio humano de nueva talla.
Fui amigo/ de un árbol // derribado/ hinca su luz // busco/ en las hojas
y el lugar/ se abisma // tiene alma/ mucho de Dios// otra herida / lejos del bosque

Es notable la metáfora de la talla en Ballestía, como acto sagrado, referida a la escritura:
Si un ser inocente // pobre de Dios // talla su verbo…

He aquí la continuidad de esta obra suya con Taller de cedro. De taller de cedro a tallar el verbo no hay salto. Que todo es uno para el discípulo y habitante del Misterio. La talla se muestra así presente en toda la obra de Antonio, marcada por su propia vida de artesano y poeta.

La obra Ballestía expresa una y otra vez la agonía de la palabra –en el más estricto sentido etimológico de agonía=lucha-. En su mismo nacer es ya agónica, duélica. El uso abundante de las expresiones condicionales, las preguntas que se desgranan a lo largo del poemario, la presencia de la luz y la sombra, la astilla que perturba, la página en blanco retadora, e incluso las breves narrativas (el hombre arando con sus bueyes, o la anciana que visita el cementerio el día de los difuntos), concurren todos al tono épico que permea el texto final.

Los frecuentes condicionales, hasta en 18 ocasiones aparece el “si…”, son clara muestra de la temporalidad de la palabra. ¿Cuál es la palabra apropiada, su tiempo justo? Para escribir lo impropio es preferible no escribir, con más razón cuando la técnica de la escritura queda asociada, por la impresión y publicación de los textos, a la muerte del árbol.
Si para escribir algo / un árbol debe morir // prefiero la letra / invisible de Crátilo

La pregunta retórica de Dios, que establece una duda radical, ética, sobre todo acto de escribir, Si Dios / pregunta // por sus bosques // dile que no estamos, inmediatamente remite al texto judeocristiano sagrado en el que Dios pregunta a Caín por su hermano asesinado (Gn 4). El escritor se ha vuelto un matador inconfeso y su respuesta es evasiva, como la de Caín en el relato referido; más aún que la de Caín quien responde con orgullo: ¿soy acaso guardián de mi hermano?, pues aquí el sujeto poético ni hace frente siquiera al Dios interlocutor, sino que envía un tercero -el posible lector- para que hable por él: dile que no estamos.

Si al escritor le vence la imperfección o el vacío de la página en blanco, y fuerza el texto, se convierte en simple escriba, contratado para el oficio. Si habla de sí como en un vaciarse, en una descarga del yo, no es la suya palabra sagrada. Es preferible el silencio. Ahora bien,
Si en ese desierto… // se ilumina / una pequeña atarjea // es cierto
…y si alguien hiere / esta lumbre de la tierra // devuelve la palabra //
Si el sueño / ofrece una palabra // no permitas / que te abandone… //
si algo de ella / vive en esta // reliquia blanca

La pretensión de estos condicionales que ratifican la palabra vital, no es la de agotar el lugar poético originario, sino apuntar apenas algunos inicios de certidumbre, algunas claridades que permitan abrir el sello de lo sagrado. Por eso, para Antonio, árboles y pájaros son cosa del Misterio, de Dios.
Dios suelta / las aves // nunca el hombre //
en este instante / nada es altivo // el universo / vuela su principio

Y en ese apuntar al misterio de la vida, los pájaros se tornan presencia de amigos que hablan insistentes.
Suelo ver / en ciertas aves // a mis pocos amigos
oír su obstinada / palabra sobre la tierra

Imagen similar a la del poema Polimnia, del maestro Palomares, en el que su ser querido es visto como pájaro entre la piedra de beber y la hierba.

También el árbol dice su palabra, que es don de vida. El poema brevísimo, Drago, recoge una experiencia espiritual, sanadora, ocurrida en la infancia del poeta, que será retomada en su más reciente obra, Malvasía, evocando el ritual sagrado de haber sido marcado “con sangre de drago”. Hace referencia el poeta al hecho de ser colocado horizontalmente, en brazos de un oficiante, con los pies en contacto con el árbol de drago, previamente recortado -y sangrante- para el ajuste en la madera de los pies del niño. Ocurrió entonces, que el niño sanó. El vínculo con el árbol marcará la vida del poeta –ha confesado Antonio.
DRAGO /// Desde lo antiguo / ofrezco mi sangre

Así pues, el poeta vincula a este Misterio de la vida su arte poético: que no estriba en la forma, en los recursos literarios, ni siquiera en la precisión de la palabra o el ritmo musical, sino en lo sagrado de la palabra, transparente en el pájaro o el árbol, en su trasunto de sueño, de visión celeste, en su vuelo de ave.

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Armando Hernández, tan mirandino como canario, con frecuencia, acude en sus poemas a su raíz. Se fija en ese ser humano, isleño, arraigado a una geografía particular, visto antropológicamente como ser migrante, de alma dividida entre un aquí y un allá, flotante en el inmenso mar, añorante de regreso. Su palabra de emigrante viene bien, en estos tiempos nuestros venezolanos, de salidas y retornos, de experiencias contadas, tanto de acogida como de xenofobia; viene bien para sentirnos próximos a la andadura de nuestros hermanos.
A veces no sabemos quiénes somos, / ni reconocemos nuestra sombra… /
¡Ni siquiera lágrimas tenemos! / Secas hace años a la orilla del mar.

Así se lee en el poema Cosas, de Garoé. La experiencia de mudanza física otorga al emigrado un estatus existencial por el que con frecuencia discurren los poemas de Armando.

Árboles y pájaros acuden a mostrar la senda del emigrante.
desde tu bohío / emprendías vuelo a otros lugares / en cuyas palmeras o almendros / te esperaban nuevos nidos //
Obligado viajero de errante vuelo / cada mar ha sido tu camino y cada árbol tu casa
–recoge el poema Llegaron noticias, en memoria de un antepasado.

En el poema Ellos, surge una pregunta honda, política. Tras evocar las raíces isleñas, de fuego y vino, y escuchar razones naturales e históricas para la aventura de mar y viento, finaliza el poema con contundencia, señalando la distinción sociopolítica marcada por los vencedores de la guerra civil española:
Yo te pregunto paisano… / A ti, / que llevas tu isla a cuestas. / ¿Por qué ellos nunca salieron?

En Cantos Alisios, numerosos poemas se refieren a esta experiencia de emigrados. Los poemas Odiseo y Sísifo, recurren al mito para reforzar estos sentimientos de ajenidad. El encuentro con lo otro se reconoce en los poemas América (“yo creía que…”) o Los Teques (“Las tejas son láminas de zinc y espantan”). Y en esto distinto, la naturaleza permite mostrar los diferentes espacios humanos y culturales. Selva tropical y árbol isleño son metáfora de esta diversidad vivida.
…yo soy / sombra en la selva / sin árbol que me ampare

En Nosotros hicimos la maleta se vuelve al tono sociopolítico ya presente en Garoé:
¿Cómo no hacerla / si nuestros pies ensangrentaban las piedras /
y el horizonte aprisionaba nuestros sueños?

Rudo poema es el que inicia:
Vivimos en una cárcel / de muros de agua… //
Habituados al encierro, / de vez en cuando…/ cantamos.

Otro tópico fundamental en Armando Hernández es el de la muerte. Los primeros poemas de Garoé llevan por título el nombre de personas –familiares o vecinos- que ya fallecieron, a las que se recuerda con naturalidad agradecida. En Soy Testigo, todas estas muertes se recogen simbólicamente:
He contemplado / el rostro de la muerte / a través de los jirones de un espejo roto.

Pero es en Cantos Indianos donde la muerte cobra mayor relieve. El epígrafe de Esteban Echeverría, “La emigración es la muerte”, establece un referente clave no solo para esta obra, sino también para las anteriores. El poema inicial En la muerte estamos abona lo dicho. No solo vamos hacia la muerte, sino que ya estamos en ella. Por más que intentemos olvidar:
Siglos y siglos viviendo en la muerte / tratando de recordar en el olvido //
Hojas que caen constantemente / por caminos ya trillados y sin solución //
Todo el tiempo olvidando sin parar / para de pronto / darse cuenta /
que del paraíso fuimos separados / y que de la muerte siempre hemos vivido//
Olas sin reflujo / que del polvo del mar han salido. //
En Llegó para quedarse se recoge la omnipresencia de la muerte:
La muerte sigue / llegó para quedarse // En la mar… // Llegó como la noche… // A su paso / los goznes callan… //
En la mañana y el anochecer / la emigración que es la muerte

La muerte de alguien querido se muestra con la imagen del vuelo en el poema Entre todos los vientos:
Te fuiste…. // Tu vuelo / el de un parapente llevado por la brisa/
en un cielo de piedras y tomillos

Pongo un acento final en el eje transversal que me ocupa. La mención de árboles y pájaros, concurren al decir poético de Armando, sobre la emigración y la muerte. Árboles y pájaros expresan su sentir existencial más hondo.
Pino retorcido en los lajiales //
Cuervo que emigra en la agnosia de la muerte / Eso somos

En cercanía temática al poeta Antonio Machado, Armando recurre a la imagen del pino antiguo, para avizorar su propia muerte. Había dicho Machado, en su poema A un olmo seco:
Antes que el río hasta la mar te empuje / por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera / la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera / también hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.

Ahora es Armado quien agrega:
Pino verde /// Siempre estuviste / en el filo de la cumbre /
a la vera del camino de Sabinosa/ peinando de verde el sol /
para el descanso de los viajantes // Se llegó a pensar que eras eterno /
como los deseos de retorno de los emigrantes / pero hoy /
al igual que los hombres / tus ramas se han doblado /
y tu tronco otrora bello e imponente / sobre la ceniza reposa //
Ahora / ni el búho ni el linero / hacen nidos en tu copa //
Por el cielo vuela el cuervo // Algún día / guiado por el olor de tu resina / regresaré / y al igual que tú / cadáver de tea sobre lava

La identificación del poeta, en su hora postrera, con el pino ya gastado por el tiempo, otorga al poema un tono existencial. Apartándose de la mirada esperanza en el milagro de vida, de Machado; Armando proclama sin disimulos la objetiva materialidad de la decadencia. Extrañamiento y muerte, marcan los poemas de Armando. Sus obras Garoé, Cantos Alisios y Cantos Indianos aportan la peculiaridad –y voz propia- de su experiencia vital de isleño emigrado.  Evoco, en juego dialéctico, al cantautor aragonés Labordeta, que toma el tema de los árboles viejos con otros matices. Y dice:
Somos / como esos viejos árboles
batidos por el viento / que azota desde el mar.
Hemos / perdido compañeros
paisajes y esperanzas / en nuestro caminar.
Hemos / perdido nuestra historia
canciones y caminos / en duro batallar.
Vamos / a echar nuevas raíces
por campos y veredas, / para poder andar
tiempos / que traigan en su entraña
esa gran utopía / que es la fraternidad.
--
Por su parte, Yurimia Boscán, en sus poemas, vincula con frecuencia la naturaleza, el bosque, el árbol, el río, el mar o el pájaro, a la entrega de los cuerpos y al amor –deseado, posible, o imposible.

En Río de hierba (uno de sus primeros poemarios, reeditado en 2017) se lee
¿Dónde vives ahora / bosque del agua /
dónde dejas / la llave / para encontrar / la puerta verde / de tu cintura?

Y, no obstante, este primer poema prometedor para el tema que me ocupa, pronto caemos en la cuenta de que en Yurimia no hay frecuencia explícita, ni de árbol ni de ave. Y es que el bosque se ha metamorfoseado en cuerpo
Yo bosque / volcán / leona…
(dirá en su libro Piel que ata, al que me refiero particularmente en lo que sigue)

y el pájaro, se ha transformado, en oportuna sinécdoque, en acción de volar, en ejercicio de liberación. Como si la vida se tratara de un papagayo que puede desprenderse de la mano que lo sujeta, y alejarse a lo más alto. Con este sentido liberador, entre añorado y negado en lo real, entre posible e imposible, entre certidumbre y utopía, Yurimia, en sus poemas, discurre por los relatos helénicos clásicos. Penélope, Ariadna o Helena representan –en un contrarrelato- ese vuelo alado y libre.
Lo amó / en todas sus esperas: / la del deseo / la del hijo / la de la soledad
Lo amó / cascarón vacío─ / en todos los rostros encallados en su cuerpo
al abordaje de su barco de sueños
Llenó sus años de latidos lejanos / y tachó / uno a uno
los fantasmales cumpleaños / máscaras danzantes / deshabitadas
Cansada de hilvanar / Soltó los hilos

¿Cómo soltar los hilos que nos sujetan / sin dejar hebras de lo que somos?
¿Cómo explicar a los amantes que un cuerpo puede arder
y consumirse en tantas brasas?
¿Cómo no medir la perfección del tiempo sin certeza?
¿Cómo es que el laberinto redime al Minotauro?
Y si Aquiles no llorara más a Patroclo / y el viento no soplara en la isla de Eolo
y Helena fuera fiel a Menelao… / ¿Sería igual nuestra historia?

Ariadna / enmudece el bramido del minotauro / no tiene ovillo para el regreso
Ni agua que beber / en la atardecida Naxos / de ecos afligidos
Ariadna / duerme impasible al descampado
es un áureo broche de dolor / en la tiniebla

Lo narrativo de estos poemas, los relatos a los que remiten, las novedosas tramas imaginarias que sugieren, ponen sobre el tapete los tópicos que agudamente Ricoeur[1] ha señalado para los textos narrativos: el tiempo como configurador del relato, la trama necesaria, la relación entre ficción e historia no tan lejanas una de la otra. En Yurimia, los amantes se afanan por salvarse de la cotidianidad sin lograrlo; siempre en esa lucha de cuerpos, pieles, y almas, se construye un relato que, finalmente, resulta tan real como ficcionado.

¿Qué tiene esto de poético? –preguntamos entonces. Entre otros rasgos, la dimensión utópica o distópica presente en ellos, al configurar nuevas posibilidades para la historia, abre los textos a finales sorprendentes. Así se reconfigura la historia en nuevos relatos. Penélope deja su urdimbre; Ariadna se queda sin ovillo para el regreso; el Minotauro, Aquiles, Eolo y Helena, transforman sus historias; y con ello, nuestras propias vidas quedan suspendidas, la historia puede ser otra. De ese modo, como los clásicos, lo relatado ha adquirido otro temple; la narrativa se ha vuelto épica, poética.

Hablando de vuelos y libertades, el matiz que adquieren los pájaros en los poemas de Yurimia no es el de una gozosa libertad, sino el de una liberación, sufrida, marcada por el deseo. Vuelos, pájaros y alas se vinculan a las ausencias, silencios, heridas, espinas, desvaríos y lamentos:
Suelta pájaros / tras cualquier pista sobre el deseo //
Un revoloteo de ausencia / mantiene sus alas orilladas a la cama (p. 78)
Que el silencio que nos hiere / sea canción y alivio
pájaro en picada / por el nublado cielo / que te ensalma (p. 118)
Dios pone las alas / propone el beso / en el etéreo deseo…
Tiene las coordenadas / del trillado tú y yo / que pongo en capilla ardiente (p. 61)
La mirada encajada / en el nocturno vuelo del lamento
Alas y pies aventureros / plumas y espinas en desvarío (p. 75)

Así que, la liberación se constituye en derrota.
Tirar la llave / soltar cadenas
verbos comunes en la terapia zen / que no convencen mi derrota (p. 115)

Y, sin embargo, tampoco el encuentro amoroso es totalizador; se vive como instante, como ráfaga; es apenas un punto de fuga. Lo que marca es el sentido de la existencia como tiniebla, sombra amarrada a la palabra, jaula, piel que ata.
Nada tengo / en la ráfaga del encuentro
Amante de sal / hecha tiniebla / en medio de la jaula
Ebria y azul / punto de fuga en tu calendario (p. 75)
Soy proyección vertical atada al verso
la de antes / la de ahora
la que toma por asalto / los torrentes de tu frente (p. 107)

La palabra atar, del título (Piel que ata), y de este poema, “atada al verso”, remite inexorablemente a su antónima. El discurrir del poemario, se abre, una vez ejercido el derecho de leerlo, a una realidad otra, posible, imaginativa, por la que la narrativa antigua de Penélope ya se abrió paso: finalmente lo hilos se soltaron. Es la posibilidad otra. Pero persiste la lucha, que no se resuelve en el texto fijado.
¿Y si nuestras espiraciones, brinco tramado al vacío,
no son las pruebas que precisábamos para saber
que somos sólo piel que ata? (p. 77)

El verso interrogativo apunta a la dialéctica de todo el poemario entre ese soltar y atar. ¿Somos la piel o somos el ave que desea volar libre? ¿O tal vez el pájaro, al que una vez libre, el deseo de retorno lo puede?

Por otra parte, la dimensión metafórica del amor, ahora menos relato y más imagen, aparece marcada en Piel que ata, en un potente conjunto de poemas de lluvia y mar. Los cuerpos semejan bosques, arbolados a merced de la lluvia.

El poema de la p. 132 juega a la paradoja de la lluvia y el fuego como correlatos del amor; y de la sequía y la lágrima salada como su contrapartida, su final.
Los amores nacidos en aguacero / suelen morir con la sequía
pero si la lluvia insiste / y enciende el fuego de la añoranza
seca la llama / con la sal de tus lágrimas

El poema de la p. 124 sugiere la relación de una lluvia suave con una relación amorosa ya pasada (que no moja), pero que no se olvida (aún duele).
esta lluvia / cabizbaja / tan sin palabras
es sólo humedad / calándose allá / donde no moja
Y agua que no moja / cuando salpica / duele

La piel sin lluvia, es Piel xerófita, en el poema de la p. 55:
Tramado desierto / que devasta el viento de tu nombre

Los cuerpos bajo la lluvia son naturaleza a merced del temporal. El erotismo se hace finamente presente, a través de la polisemia, el ritmo y la imagen, en el poema de la p. 140:
Neblinas y capines / arriba y abajo / lluvia mediante /
dos que se ausentan / carne arrebatada

Evoco la canción “Un bosque” de la banda británica de rock formada en 1976 The Cure.  Cuenta la historia de un hombre que busca a una mujer en un bosque. El hombre oye cómo la llama desde la lejanía, y corre hacia ella hacia lo profundo del bosque, pero de pronto se detiene para darse cuenta de que se ha perdido y que la mujer no está allí.
Acércate y mira / Mira en los árboles
Encuentra a la chica / Si puedes
Acércate y mira / Mira en la oscuridad //
Escucho su voz / Llamando mi nombre
El sonido es profundo / En la oscuridad //
Y empiezo a correr / De repente me detengo
Pero sé que es muy tarde / estoy perdido

Encuentro un tono existencial semejante al de los poemas que hemos revisado. Bosque y lluvia, en Yurimia, no aseguran un amor perdurable. Amenazan la oscuridad y la posibilidad de perderse.

En fin, concluyendo estas anotaciones, espero haber mostrado cómo “árbol y pájaro”, en Antonio Trujillo, son voz del Misterio, y símbolos del combate con la palabra creadora. En Armando Hernández, prestan auxilio al poeta para su mejor decir sobre la emigración y la muerte. Y en Yurimia Boscán, mientras que los árboles de su nombre –bosque, Boscán- son metáfora viva de los cuerpos amándose, el vuelo resulta ser el deseo acariciado, o tal vez negado como ilusorio, de la plena liberación.

Pero, ante todo, espero haber motivado a seguir leyendo y valorando a estos y otros poetas nuestros, hombres y mujeres, cuya escritura bien merece que estemos aquí hoy, honrándolos.

Es todo. Gracias.




[1] Hermenéutica y acción, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2008 (La metáfora y el problema central de la hermenéutica. La imaginación en el discurso y en la acción). 

jueves, 12 de septiembre de 2019

SIETE CORDEROS, DE NORYS SAAVEDRA



Abordo en este ensayo el poema de Norys Saavedra, Siete corderos, que se abre con esta dedicatoria: A mis hermanos. 
Conviene al poema este párrafo referido a la elegía (https://definicion.de/elegia/):
En una elegía se expresa de forma más o menos explícita la razón de la existencia. Desde el ayer perdido, hasta el mañana imaginado. Un género que intenta utilizando como elementos fundamentales la memoria y la palabra, transmutar al hombre muerto en palabra viva. A través del topos (el texto poético) se hace posible la recuperación de lo que se ha perdido; a través del poema aquel tesoro desaparecido puede tomar una nueva forma y pervivir y con él la palabra del propio autor más allá de la efímera existencia.
Norys recurre a la memoria de infancia, para evocar en la palabra poética a la madre, y hacerla presente de diversos modos: como fotografía del pasado, como anhelo actual de protección y consuelo, como palabra susurrada, como presencia en la naturaleza que habla de ella y por ella.
Recojo de otra página web una nota de interés: 
Resulta crucial para la elegía que la evocación de la persona retratada esté basada en el vínculo personal que liga al elegista con su objeto perdido. En este sentido, la elegía es una forma del trabajo de duelo, es una forma que complejiza las prescripciones en torno al duelo ‘correcto’ o sano y el patológico. 
El poema de Norys que me ocupa recoge de modo personal el trabajo de duelo, la propia experiencia, vivida como proceso de ausencia, dolor y sufrimiento, como presencia renovada.
Respecto al ámbito literario, se muestran en este texto algunos tópicos elegiacos que se irán detallando en la lectura. Unos están centrados en la madre muerta. Se presenta “como si estuviera viva”, evocándola en su cotidianidad y solicitud, en su palabra sabia pronunciada, en su unidad con la naturaleza que la manifiesta. Predomina en el poema el tono apelativo, en diálogo directo con la madre. Por otra parte, la madre se muestra consoladora: consoló y sigue consolando. No es ella quien necesita consuelo, sino sus amados.
Otros tópicos están centrados en la que escribe. Su dolor aparece simbolizado en las espinas clavadas durante la niñez, que ahora se hacen vivas. El rechazo al luto tradicional se refleja en la negación del vestido negro. El llanto se revela como “espesura en los ojos”. Se acude a la autolesión de las “dos manos en la candela” puestas “para quemarme”, y “que te lleves un fragmento de mi olor”. Se hace recurrente la necesidad de consuelo y protección.
Que los temas sean tópicos, no hace que se conviertan los versos en lugares comunes, ni mucho menos. Adentrémonos en el poema, en esta atmósfera elegiaca, para comprobarlo.
Como si al cuento de Los siete cabritillos y el lobo se entrara, (https://www.bme.es/peques/ELBUSINFANTIL/MATERIALES/CUENTOS/casa/cabritillos.htm)
Norys se sumerge en los espacios cálidos de la infancia para afrontar la muerte recién llegada.
Los siete corderos, amenazados por lobos o perros, ahora con la madre ausente, tendrán que ingeniárselas para arrostrar la vida. Pero quién será quien les dé de beber la milagrosa agua aromatizada, y les devuelva sus balidos. Como en voz en off se escucha la madre: “ponles agua de orégano”. Al ejercicio de poetizar se suma a la poeta la misión de continuar la vida de los suyos, de ser madre para ellos.

Esos siete corderos
muertos por perros
en tu hora de gracia
Llévalos al corral
ponles agua de orégano
resucítalos
en balidos

La vida en buena parte de Lara se asocia al agua, tan escasa, que logra extraerse de las plantas xerófitas locales; al carbón menudo, residual; a la pequeña ave, que alimentará al crecer, a la familia… Todo eso y más, será la leche de la madre para los corderitos. De modo que “no les alcance el mal”, “ni su pie tropiece en la piedra” y “hartura tengan de largos días”.

Que su leche sagrada
se convierta en el agua del cardón
en pichones de esta casa
carbón de orilla
el salmo noventa y uno

Se impone la realidad de la muerte, no obstante. El dolor que no cesa. La ausencia. El proceso de duelo ha comenzado. El ser de vida (agua) de la madre ha quedado suspendido en la real muerte.

Esa espesura en los ojos
no me deja verte
en la puerta
madre agua

La memoria es una ventana donde reencontrase. Al adiós sucede la música del recuerdo. Las letanías marianas, que acompañan los rezos postreros en la tradición religiosa, evocan el nacer del día. Oscuro día, sin embargo; con la madre ausente del hogar, sin sus reflejos. Y, no obstante, madre-estrella, luz tenue que sigue guiando.  Vaivén, péndulo. Presencia ausencia.

Estrella de la mañana
adiós
por estos lugares
donde están los sitios
cantados por ti

Ya no verte en los espejos
¿de madrugada hay sol?

El diálogo inaugurado en las estrofas anteriores acoge de nuevo la palabra de la madre: “toma una serpiente ciega”. Y acuden en tropel los recuerdos de gestos protectores.

Has dicho que las serpientes ciegas calman el dolor
sóbame el corazón con aguardiente
o yo te lo doy para que despiertes
de los muertos
Abrime el brazo de nuevo con tus girasoles
y los cuentos de animales hablando
O dame tu pie izquierdo que piso espinos
o camina con la leña en la cabeza sin caerte
Muchachita
Reina

El recuerdo del acompañar materno-infantil, en el sobar, contar, aconsejar antiguo, se actualiza en el día del dolor por la pérdida. En paradoja, es a la madre ausente, por quien se sufre, a quien se suplica seguir acompañando este nuevo sufrimiento, susurrando, abriendo, para que salga lo que punza. 

Ya no quiero vestirme negro abismo
Vaso sagrado de la leche de las cabras
abre mis manos
desciende tu voz entre mi cabello
Susurra con tu vértice de latidos
mis manitas
Ábreme la piel para que salga
la espina que tengo de volar a ras
de las arcillas

El dolor por la ausencia, va dando paso a otra mirada. La madre aparece iluminada. Primero en expresión condesada, metafórica. Luego en la tierra brillante de los montes secos. Seguidamente, en las acciones antiguas de la abuela y el abuelo, a pleno sol: hilada y alambique.

Lumbre
Taza de Oro
Fogón

Te veré allá en los laberintos
en el cerro de cuarzo

Voy a buscarte
cuando haga sol y
verte en las astillas
en la hilada de la abuela
que me persigue

Mi abuelo cantando coplas
venciendo el cocuy en el alambique
santo o morado, tornado, sol

Pero a esa luz entrevista, sucede el sufrimiento, de nuevo, simbolizado en la sequía, y en la distancia que recurre a la autolesión: más dolor, intentando mantener algún nexo de comunión.

Caracoles suben al cují
recitando: Dios dame agua de lluvia

Pongo mis dos manos en la candela
para quemarme y darte el pedazo de piel lunada
para que te lleves un fragmento de mi olor

¿Cómo explicar la muerte? La ausencia y la presencia entran en tensión de nuevo. ¿Al morir quedamos bajo tierra, sin más? ¿O nos perdemos en un universo mayor, árboles y ríos? ¿O tal vez regresamos a nuestro origen?

Estás debajo de las resinas donde busca el oso melero
el que amarré de niña
con la totuma de suero de ácida brisa
en estos árboles de hombres entre las piedras
de la quebrada que se bifurca
o regresaste al día de la comadrona por ese agujero
donde salías

La súplica por protección y la conciencia de la ausencia se expresa de nuevo en coordenadas de naturaleza. El duelo aún no termina. La tensión entre nueva presencia deseada, cobijo materno, y brusco corte que significa la muerte, continúa con la estrofa:

Corderita de la naciente
dame otra vez de mamar de tus pechos de sémeruco
Acacia cortada de la raíz de la tierra
ida con la tormenta secreta

El final del poema es plegaria. Se hace oración de atardecer acompañada con el instrumento musical y los cantos religiosos tradicionales del abuelo.

Ruego por ella
en los aljibes y los crepúsculos robados por gatos salvajes
Abuelo toca violín, anda
y canta en latín las salves de nuevo.


viernes, 30 de agosto de 2019

HILOS DE COCUIZA




Sobre De áridas soledades (1998-2006); en Hilos de cocuiza, de Noris Saavedra Sánchez.


Conocí a Norys recientemente. Conocerla es conocer la tierra larense. Su vertiente genuina. A Norys la marca su raíz nativa originaria.

Como en una toma de distancia prudente con sus textos, me puso sobre aviso de que su antología publicada por Monte Ávila ya tiene unos años. No obstante, me dispuse a leerla. La antología Hilos de Cocuiza (con los que tejía su abuela, me cuenta Norys) se abre con este primer poemario De áridas soledades.

Ser mujer, ser tierra, ser una con la vida toda, dolerse, tener esperanza y perdonar, son ejes que permiten recorrer sus poemas sin perderla de vista. Norys respira en sus poemas.

La relación estrecha que se establece entre el propio cuerpo y la naturaleza lo anuncia el epígrafe de Pavese a la obra antológica. Del poema se sale “más desnudo que antes”, solo la desnudez del propio cuerpo retrasa la decisión de disolución en una naturaleza también desnuda –bosque, tronco, espina- (página 3, Hilos de Cocuiza, Monte Ávila, Caracas 2009).

El cuerpo se muestra con frecuente sufriente. Piel lacerada (20), cuerpo con fogajes (15), cuerpo en cocción salado por palabras (27), piel cocinándose (42). Parecen ser los sufrimientos acumulados a través del fluir de los siglos en el cuerpo de la mujer.

Parto, óvulo, sangre menstrual deambulan en los textos. Con más claridad se marca especificidad: se trata del cuerpo de la mujer. Algo críptico, atrevidas las imágenes, sin embargo, no deja dudas en su hemoerotismo, el siguiente poema (47):

La sangre se entibia
en tu boca
haciendo buches con mi deseo.
Más allá, en mi vientre
los enjambres de abejas
esparcen su polen
en la sangre
que es chorro en mi dedo
el que te he ofrecido.
La sangre que se ofrenda
generosamente
Que es lluvia
Río menudo
que te nutre

Me gusta verlo en paralelo con el epígrafe tomado de Luis Alberto Crespo (9). Boca, don del agua y ofrenda de sangre, generosidad y su contrapartida: insaciabilidad, lo menudo y lo efímero….

El agua anda conmigo
Haz que yo viva en un desierto
para dártela
Serías mi boca
lo insaciable de lo efímero.

La relación del cuerpo con la tierra y su fecundidad se establece en los poemas 11 y 26: la tierra ha de parir… la sangre es mi luna (11), un semeruco por óvulo (26).

En el siguiente poema –uno de mis preferidos- (53) el juego con la palabra parto, entre partirse (romperse), repartirse (darse), parir y darse a luz, permite los maravillosos vínculos que se establecen con la tierra húmeda, fecunda, y la propia conciencia existencial.

Si me parto
mudo de sangre
mudo los ojos
por los de la lluvia
Si me parto
ves el sudor que vierte la tierra
Si me parto
trasmuto
me hundo en bosques
Si me parto
me doy a mí misma
Me doy a luz
sin remedio

La relación lluvia y tierra, es frecuente entre los poetas. Recuerdo al poeta y profeta hebreo del siglo V (trito-Isaías 55, 10-11).

Como la lluvia y la nieve caen del cielo,
y no vuelven allá vacías,
sino que riegan la tierra
y la hacen germinar
y dan semilla y pan
Así mi palabra….

Y, sin embargo, Norys sabe recrearla desde su propia región larense. Aquí, la tierra soleada tiene sabor a muerte (13). Los niños aún no lo saben, la encuentran con sabor a mandarina (28). Los ancestros recitaban “coplas a la tierra / para que lloviera” (31). La lluvia es un deseo ausente (46).

Calor insomne
arrebata la casa
en días tupidos
de penas anudadas
Calor insomne
Sopor helado
¿Y dónde
estará la lluvia?

Y no se trata tan solo del agua, de una naturaleza al margen de lo humano. En su ausencia se hacen visibles las penas, la muerte = piedra-tierra-sol (13).

La lluvia se lleva los malos agüeros: se los lleva a todos (45). Con la lluvia es otra cosa la vida, se hace más ligera, hasta el río nos habla: “Desentiéndete”, “¡Andando!” (23). Bella imagen la de la niña descalza y su andar en volandas…

Hoja que trae lluvia
Me descalzo
y piso brisa

El árbol es imagen de los ancestros y la tierra en que nos anclamos. Ahí encontramos descanso y sentido. Si aún sentimos el placer de mecernos, en el lugar de la infancia; si aún hallamos sosiego en medio del sufrimiento; es por la raíz que nos soporta en firme (38).

Es en una raíz
donde te acuna
un árbol

El árbol es la también imagen del amor, en su doble vertiente de deseo y dolor aparejado: Cruces sedientas de amor (32), plantado en tierra (52).

El sufrimiento, recogido ya en lo que antecede, se refuerza con esta imagen de la sequedad, esponja, torta horneada que crece (42):

Seca me dejas
con pétalos
de piel
cocinándose
en el horno
Esponjándose
de sequedad

Y con esta impactante imagen, tan fácilmente visual para el viajero de la autopista Lara-Zulia, se remite a los dolores íntimos, los del corazón, y a su “dieta” sanadora de sal.

He visto
secar el corazón
al sol
Un cuero de chivo
que sucumbe
a la agonía
Debe ser
un corazón reciente
Tierna carne para comer
Secar el corazón
para colgarlo
y echarle sal

Las cabras, tan omnipresentes en los sequedales, de modo tal que son las quebradas las que las bordean, “balan en su agonía” (44), “pastan / sudor, sangre y sacrificios” (26).

La relación de estas cabras con la propia vida, con la sangre menstrual, con el acto de parir, se establece con la palabra en-cabr-itar. Con la misma etimología que cabra, hace referencia, en sentido figurado, a la molestia, el enfado, la bravura… Es el primer poema (11), que sirve de antesala a todos los ejes referidos hasta el momento: el cuerpo, el sufrimiento, la tierra. Desde el primer momento aparece la necesidad de clamar el malestar.

Encabritada
es la palabra
que suena
a que la tierra
ha de parir
Encabritada diría
cuando la sangre
es mi luna cerrada

Antes los males que acarrea la vida, las actitudes pueden ser diversas. Tal vez, la espera de “la vieja muerte” (45); o algo más: la esperanza, hecha con frecuencia “de clavos y golpes”, como para no olvidar la tierra –parece decir la poeta-; o hecha mirada apaciguada:

…en el corral
los chivos miran
Las almas esperan
una estrella

Incluso “el hijo”, “Espera / el eclipse” (33), aludiendo tal vez, a soluciones mágicas.

Entre encabritamiento y esperanza inútil, el poemario se cierra con el perdón. La madre ha sabido y enseñado, pacientemente, a tejer perdones (15). Hay un “Entonces…”, en el que se hace necesario. Hay el tiempo para encabritarse y el tiempo para el perdón, hasta para el perdón más ancestral.

Por allí
hay una abeja
que desanda las piedras
Patea
como el pájaro que se ahoga
Entonces
hay que abocarse
al viento
Dirigir las manos
Perdonar muertos
en estas áridas soledades

“Dirigir las manos” es actitud pertinente agregada. Sin pretender moralidades excesivas el poemario termina en el acto del perdón y el “manos a la obra”. Y resuena el eco del río: “¡Andando!”.

Foto: http://elhuertodelaepopeya.blogspot.com/2010/05/