miércoles, 29 de marzo de 2017

Ramón Palomares y sus muertos vivientes





Conozco un estudio sobre la escritura de Palomares y la muerte. Se trata del importante texto de Beatriz Pineda de Sansone,  publicado en la Revista de Literatura Hispanoamericana No. 36 (1998): 25-42, titulado Cosmogonía en la obra de Ramón Palomares. Su primer apartado: El espacio y la muerte en la obra de Ramón Palomares. Se trata de un acercamiento -muy baudeleiriano- a la muerte desde el espacio –los espacios- en los que ésta se instala.
Mi acercamiento a la muerte en los textos de Palomares será algo diferente. Me referiré principalmente a la trama relacional de los vivos con los muertos, tan propia del imaginario (constructo social, si se quiere) popular venezolano y andino.
La pulsión de escribir sobre el tema se origina  en el encuentro con ese texto maravilloso en prosa que es Recorrido con ausentes. Mientras lo leo, traigo una y otra vez algunos de los poemas anteriores, especialmente los de Gran Leyenda (en Paisano) y Adiós Escuque. Esa será la ruta que trazo para este ensayo, con Recorrido con ausentes como guía para el viaje.

Diferentes muertos
Palomares comienza enumerando algunos de los muertos, tan diferentes, y tan igualmente muertos:
Asesinados: en sus tumbas sangrantes.
Ahogados: regresando con los ojos llenos de limo y peces.
Ausentes: rodeados de fulgor, semejaban presentarse a cada instante.
Tocados de desmayo: con un chisporroteo entre los ojos.
Los asesinados en sus tumbas todavía sangrantes y los que murieron del aire y la ausencia… Los ahogados habían regresado con los ojos llenos de limo y peces, pero los ausentes tenían una imagen rodeada de fulgor y semejaban presentarse a cada instante.
Otros habían sido tocados de un desmayo, habían sentido un frío y se encontraron en una gran sábana blanca tan ligera y amable que se volvieron al tiempo suave de la  inercia con apenas un chisporroteo entre los ojos.
Vuelve sobre los asesinados y sobre los muertos en venganza, en el suelo, con la sangre escurriéndose….
…de esos conocí el suelo. Y en la sangre que se escurría debajo de un grupo de curiosos…
Y era aquel un muerto de venganza…
Uno de los poemas Baile (en Pasiano) ya tocaba el tema cercano de los muertos por rabia o venganza.

Te entró candela por los ojos
y espinas y pringamosa
y leche de muerte…
…mugiendo de rabia.
Cuando se prende el baile
estás de repente y vas a arrojar puñales
y pintas de rojo el suelo
como si fueras gran aguardiente.
Detrás tuyo van los que te quieren ver
con la cabeza vuelta sanguaza.

La fiesta, la música y la muerte
Continúa el relato describiendo algún acontecer de muerte en contexto festivo. La fiesta, la música, el baile, una mujer que sigue al forastero, un hombre celoso que acaba con su vida….
Eran muchos en esa esquina de la plaza desusadamente iluminada, porque otra vez eran Fiestas… Y era aquel un muerto de venganza, un tal ¿Vieras?-¿Rieras? Forastero. En la oscuridad de noches y noches, en la iluminación repentina de fogonazos y relámpagos Ella lo había seguido, y había caído él como otros antes, arrastrado desde el pecho, pálido y boca arriba, y era así como entraba en la eternidad: los ojos abiertos y la imagen de una fiesta en el pequeño espejo nublado.
¡Y qué de músicas retumbantes y agudas para enredar esos pies desgonzados!
Otro de los poemas Baile (en Paisano) evoca una experiencia similar. Un valse, aguardiente, ira (brasa en los ojos), aguardiente trocado en sangre, el puñal, el reloj que da las tres, el charco de sangre… Apunto completo el poema, que no tiene desperdicio en el modo de acercarse a esta experiencia de un modo tan vivo y poético. El narrador presente y el final crítico y auto-crítico por una sociedad que “soporta bien” (sin corazón) la violencia de muerte.

—Toquemos el valse.
—Aclaremos el instrumento.
No van a decir que olemos a azufre
Ni que tenemos rajada la garganta
Ni que dejamos el corazón
y no tenemos corazón
y no pueden ver que no traemos corazón.
Aquí venimos a tocar:
A las dos de la madrugada tendrán brasas en la frente,
a las dos y media tendrán brasas en los ojos,
a las dos y tres cuartos beberán sangre en vez de aguardiente,
[sangre,
y a las dos y tres cuartos cantarán
y a las dos y tres cuartos estarán girando,
girando a las dos y tres cuartos con un puñal,
con un puñal y una candela en la frente
y el sonido agitará las aletas de la nariz,
y ya irán a ser las tres,
las tres y el círculo estará muy estrecho,
muy estrecho a las tres, que casi llegan al centro,
y ella es una gallina que corre debajo del ala del gallo,
y ella se despliega y se le sube la falda
y tocamos arrequintando y dándonos gusto en el cambio,
dándonos gusto, dándonos gusto hasta
que él se vuelve un hombre rojo
y se mete en el pecho de los demás
casi a las tres, casi a las tres, antes que de la torre venga
[la campanada,
vuelto un toro se arrima debajo de ella
hasta que las criznejas se le deshicieron y le queda el pelo
[regado.
Y entonces pasa el viento caliente, el viento que quema
[el corazón
el que sube la mano armada,
el que hunde en la espalda muchas veces,
el que acaba, cuando las tres suenan y
se pierde el último rumor
en el charco desaparecemos
en el rojo desaparecemos
en el caliente rojo desaparecemos
sin que nadie notara, notara
que olíamos a azufre
y que nuestra garganta estaba rajada
que no trajimos corazón, que vinimos sin corazón.

El juego de envite y azar, y la muerte
Otra situación que ocasiona la muerte es el juego y la ambición. El azar se tuerce y pronta está la muerte.
La noche… Hay dados y barajas y bolsitas repletas de monedas. Hay oro, plata y copas sombrías. Y bajo el ala de los sombreros el azar había torcido y retorcido y vuelto a retorcer su largo hilo, su ascenso y descenso.
El poema El jugador (en Adiós Escuque), sin enunciar expresamente la muerte, asocia –con un comienzo en primera persona, que pasa a tercera- la vida al juego.

Yo soy como aquel hombre que estaba sentado en una mesa de juego

En la tarde de la vida todo va bien, el jugador se llena de plata, oro, joyas, prendas…; le llegan mujeres que le ponen los brazos al cuello… Al pasar la medianoche…

Entonces eran como las doce Y el reloj
dijo a dar las doce
Y al ratico nomás quedaba la casa
Y desaparecieron las mujeres Y vio los montoncitos de
Ceniza
Y se quedó desnudo
Y se puso a llorar
Ai se dio cuenta Que todo se le había vuelto noche
Y resplandores nada!
Todo de luto y hosco
Y esos ojos de él vieron una luz
y volvieron en sí
Y volvieron a mirarse como era él
Y tendió la mano sobre los montoncitos de ceniza
sonriendo
Ya me voy –dijo
Me voy como me vine –dijo
“Adiós”

Este adiós es la despedida de la vida. Del juego vuelto nada y riesgo de muerte por venganza o ambición –tema del relato en prosa-, se ha pasado en el poema una perspectiva más existencial. La vida toda es como un juego. Al llegar al final todos nos encontramos desnudos, como nacimos. Tras la muerte, sólo ceniza.

La propia muerte
En consonancia con este tema es de hacer notar cómo, en el relato que nos sirve de guía y en un giro narrativo, introduce Palomares la propia muerte: la suya, la del lector. Una muerte semejante al sueño, disolución sin pálpito entre las olas o en el viento.
Puede quedar uno en su sueño junto al mar en el temor sombrío de las olas, y puede quedar como el sonido de una nota pequeña que se deja llevar de la amenaza y se disuelve de manera insensible en el viento, pues en efecto cortamos dos flores y una de ellas, la del sueño, ha quedado flotando para siempre sin mente y sin pálpito.
Uno de los poemas Abandonado (en Paisano) pone en boca del difunto palabras que reflejan su propia disolución: tierra, hoja podrida, lluvia, agua… Finalmente: sueño.

Hasta que la cara me quedó como tierra pelada,
que no tuve cara,
que se me fue apagando la vista,
que se me fue deshaciendo la boca
y quemándoseme la lengua.
Me puse como una oscuridad
y rodé hacia las espinas entre el olor del naranjo
y me dolió mucho la espalda clavada y la nuca clavada
y me salía tristeza.
Y no era sino una lluvia
vuelto hilacha,
y olía como hoja podrida
vuelto los ríos,
vuelto la agüita que baja por los zanjones.
Me volví puro llorar, puro llorar
y lamentarme:
No me hagás más daños.
No me hagás como ropa que se remoja.
Y quedé enterrado debajo de la iglesia,
soñando.

Voces y diálogos entre vivos y muertos
Son comunes en la poética de Palomares estos diálogos entre vivos y muertos. Además de los poemas aquí traídos, habría que recordar Pajarito que venís tan cansado, entre otros.
Desde la vida se escucha a los muertos. No se van del todo. O van y vuelven. Intentan regresar. Luchan contra el olvido. En ocasiones arrojan gritos, maldiciones, exigiendo justicia, venganza.
Los primeros a nuestra cabecera —Recuérdame. Recuérdame… Jura que no quedaré impune…
—Me recordarás? …El padre que yo conocí tenía tu nombre. La ternura viril que me enseñaron venía de ti.
Entre los gritos que escuché hubo siempre un acento perdido, se trataba de un coraje que llegaba hasta el fin ya sin aliento y sin que el esfuerzo desmedido encontrara justificación en sus resultados…
—Pero yo siempre te busqué, nunca evité enrostrar a tu enemigo…
De los que habían soltado alguna maldición al morir y habían jurado sobre un más allá…
Cuando se van, se les despide como al viajero. Son gente querida de la que se espera el regreso.
Adiós. Sí. Como en alguna tarde, como en algún amanecer. Como mirando el tren y la reata de bestias o más allá la novia, la madre, el amigo que va por algún cruce de senderos.
El poema Despedida de Laurencio es de una entrañable ternura, dentro de este “género” poético que otros llamarían diálogos de ultratumba; y aquí preferimos llamar diálogos de amistad, en el marco de esta cosmovisión andina en la que muertos y vivos no pertenecen a mundos separados. El poeta (Siete, Poe, como lo llamaba Laurencio) habla despidiendo al difunto (Laurel, Laurelito, Zorro) durante el trayecto de la casa a la iglesia, y de ahí al cementerio. Los cantos (entrecomillados) de Laurencio traen la vida compartida por ambos. La gente alrededor, sus palabras que resuenan, no alejan al poeta del viaje junto al amigo. Sigue su diálogo de consuelo mutuo y despedida. Termina en flores, un volantín elevándose y pajaritos por el monte (¿no son Laurencio?, como en Pajarito que venís tan cansado -¿no sos Polimnia?).

Y comoibaquedarme con los demás No yo me Fui abajo
bien abajo
solo.
Elevaban un volantín
un volantín
por el matadero y lejos
“Las aves cruzan los campos”
miré el cielo
Voltié
Ya no eras más que Flores
Flores
—Adiós Rucha. Adiós Mi Poe, Sietecito
Adiós
—Sí Zorro, Sí Laurel
Adiós
Se fue yendo la gente, yendo
y unos pajaritos, unos pajaritos por el monte

El encuentro con los muertos
El poema dedicado a Laurencio resalta la despedida en el momento de la muerte; no obstante, los muertos no se van del todo, ahí están, bajo la imagen del pajarito… o como Ánimas conversadoras que se acercan a la puerta y entran en casa. Son los amigos que vienen a saludar… Exigen con toda su fuerza no olvidarlos. Es el caso del poema El corazón atendiendo una visita:

        Imagínese que le tocan la puerta
        Ya está dormida
        Y vienen y le tocan
                        "Adelante! Adelante ¿Quién?..."
Ai entran El Cerezo, El Almendrón, Pandeaño, Hojalapas...
                        "¡Ánimas Benditas ¿Qué es esto?"
        —Antes que sepás lo que somos
        Oínos bien
        Oínos
                   Acordáte suficiente todo lo que por vos
                   sufrimos, aguantamos, callamos, esperamos, trasnochamos, morimos.
                   Y no nos des con las patas
                   Ni nos dejés Ni te olvidés
                   —Ingrato—                   
                   Como si nada nos debieras.
                  …
        Y entraron y tomaron asiento allí
        Resplandeciendo
        Venían de visita Venían a saludar
        Pero mi corazón pensó "Ya no soy uno de ellos"
        Yo y mi alma, perdidos del frescor.

Al final del poema se toma distancia de los muertos: “Yo no soy uno de ellos”. Es lo que piensa el corazón. Pero queda la duda, una cosa es lo que piensa el corazón... El texto en prosa que considero aquí también arroja la duda sobre la situación del narrador. ¿A qué esfera pertenece? ¿No está ya con los suyos, reencontrándose en los recuerdos?

¿Pero dónde habré visto esa musgosa piedra cerrada de boñiga? Era el recuerdo que llegaba cojeando, entre monturas  viejas, pellones de hilo multicolor y gavillas de pasto reseco, una vieja máquina de hacer fideos y una vitrola…

¿Qué situación nueva es ésta?

—Pero dónde habré visto esa gente de ademanes lentos, rostros como vidriosos, cuerpos asombrados e ingrávidos como si al pasar no asentaran volumen alguno sobre la vida. Miraban con tristeza desde su límite y se quejaban al cerrar y abrir de sus párpados.

El tema de la queja y el límite de los muertos, en su nuevo tiempo, se recoge especialmente en el poema Mi madre se despide. La madre recorre brevemente su vida de sufrimientos, hambres, enfermedad y pobreza.

Qué tiempo es éste que no tiene sábados
Qué tiempo es éste todo esperas
Adónde están las fiestas que dijeron
Los domingos que decían Dónde fueron!
Perdida en mis enfermedades
Asaltada por fieras hambres

Es una honda queja que hasta a Dios llega. Desde la oscuridad del suelo.

Dios Qué fue de tu misericordia!
Me remedié con haces de leña
Con remojo de ropas me sustentaba
Pero este cuerpo no resistía su carga
Agachado se hundía y se apagaba
Ai fue cuando les dije a ustedes
—“Hijos que me han costado tantas muertes
Vayan y acójanse a otro pecho
Dios no desampara al que cría
Ya los veré si un día regreso”
Sólo Dios sabe que al volver
No tuve ya paz ni remedio
El alma vuelta unos breñales
y el corazón borrando nieblas
Jesús Por qué un pago tan grande
Dime por qué todo es tan negro
Si te ofendía nuestra pobreza
¿Por qué nos aventaste al suelo?


Muertos tristes en la despedida y en su disolución. Y sin embargo, muertos que entablan diálogos con los vivos, desde su ingravidez y límite; o desde su forma natural de agua, viento o pájaro; o incluso son muertos que regresan y se introducen hasta la propia casa.

jueves, 23 de marzo de 2017

Nada había por las calles


imagen tomada de http://elarpamagica.blogspot.com/2011/10/es-imposible.html

Logos o pasión creadora

“Nada había por las calles”. Así comienza el relato poético de Ramón Palomares El amor que duerme, el amor que despierta, uno de los breves textos narrativos que abren su obra Vuelta a Casa.  Se me antoja un texto con una raíz muy profunda en el mito creacional de la escritura judeo-cristiana. Específicamente Génesis, capítulo 1, versos 1 a 24; se trata del comienzo de la llamada Torah o Pentateuco, según lo nombran las diversas tradiciones religiosas. Abordo en este ensayo estos vínculos radicales.
La temática religiosa, no está demás decirlo, es un eje que recorre toda la obra de Ramón Palomares. Ya he tratado en otra parte los  estrechos vínculos de El vientecito… con Cantar de los Cantares (http://cultura-barrio.blogspot.com/2015/09/el-vientecito-suave-de-ramon-palomares.htmly); cabría agregar una infinidad de poemas en los que recoge los tradicionales aconteceres religiosos de la aldea, así como cierta terminología que expresa la simbólica tradicional cristiana: el Reino, lo celeste…  Es el marco desde el que despliego los apuntes que siguen.
Acoto, no obstante, que quien pretenda encontrar en los textos de Ramón Palomares una visión de la religión apegada a la oficialidad institucional o de academia teológica quedará defraudado pues un poeta es un poeta es un poeta…. Incluso tratándose de textos de narrativa breve como éste en estudio. Muy al contrario, en diálogo de intertextualidades, se asoma la apuesta por un universo originado en el Amor, por una palabra surgida de la pasión, como modo muy propio de la fecundidad  creadora latinoamericana, frente al discurso occidentalizado impuesto.
El primer párrafo de El Amor que duerme… describe la quietud nocturna, el vacío en las calles, la oscuridad total. Ningún animal, búho, rata o escorpión, que quebrara el silencio. Y en esta quietud, el cielo inmutable. El relato mítico de Gn 1, 2, por su parte, describe así el mundo pre-creado:
Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.
El vacío y las tinieblas son los dos rasgos que toma Palomares para situar el relato de un pueblo nocturno de los Andes venezolanos en un plano telúrico más universal.
El espacio pre-creacional no es una nada absoluta, como la ideó el cristianismo a partir de ciertas concepciones filosóficas helenistas; no lo es, ni en el texto hebreo, en el que todo surge de los iniciales caos y oscuridad, ni en el texto de Palomares, en el que el vacío y la oscuridad se concreta en unas calles de pueblo, con casas apagadas, piedras y hierba, humedades… y un cielo inmutable.
Al Macondo genesíaco de García Márquez, y al Comala escatológico de Rulfo, ambos pueblos míticos, agrega Palomares este innombrado pueblo precreacional, preludio quieto del naciente Amor.
Y comienza el juego de contrastes, el discurso polisémico, el diálogo polémico con el relato bíblico. Frente al Espíritu (ruah – viento) que se mueve, está el cielo inmóvil. Y no sólo el cielo. Se abre el segundo párrafo: “Y estaba todo inmóvil.” La inmovilidad total se refuerza con la expresión “Aún no había nacido…”. Todo está por nacer. Las mujeres con los ojos cerrados, los árboles sin vida….
Algo, no obstante, irrumpe para quebrar la inmovilidad. “El Amor estaba acostado con el Amor y de sus aromas húmedos y lechosos la aurora comenzó….”  Amor es el nombre, trasmutado en Palomares, de la Ruah bíblica (femenina, en hebreo), brisa de vida que despierta lo creado.
La sensualidad de este Amor se expresa en una corporalidad manifiesta: caras, pies, cabezas, lenguas, ojos… por oposición a la visión de cierto cristianismo castrante.
Sigue el texto con el juego de referencias intertextuales. No hay una pareja creada después del mundo como relata el  texto antiguo:
Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. (Gn 1, 27)
En Palomares, el Amor de los cuerpos -dos caras, cuatro pies, y tantas lenguas- es el Amor Creador. Se acerca el relato al texto de Cantar de los Cantares: el amor como llama divina…
Saetas de fuego, sus saetas, una llama de Y-h-v-h. (Cantar 8,6)
En el relato bíblico de Gn 1, habla Dios para decir, y en el decir crear.  En los versos 3, 6, 9, 11, 14 y 20, se repite el estribillo: Y dijo Dios: hágase… Es su Palabra eficaz, pues lo que dice el Divino queda creado. Eterno debate sobre la Palabra y su sentido de estafa o de verdad.
En el texto de Palomares es el Amor quien habla: “Hágase así.” Y es el Amor (Palabra) eficaz. La “iglesia ausente”, “harta de relámpagos”, se levanta “entre espumas de árboles”. Se insinúa una crítica al modelo eclesial cristiano del Dios tonante, Júpiter romano prolongado en los siglos, al trocar los relámpagos de muerte en árboles de Amor y vida.
Según  el texto bíblico la cosa fue así:
Produjo, pues, la tierra hierba verde, hierba que da semilla según su naturaleza, y árbol que da fruto, cuya semilla está en él, según su género. Y vio Dios que era bueno. (Gn 1, 12)
En el relato de Palomares, el mundo se llena de casas, y hierbas y caballos y cafetales…. El mundo despierta, se levanta, siendo creado por el Amor. La expresión bullir, referida a las aguas o manantiales, es común a ambos, Torah y Vuelta a Casa.
Dijo Dios: bullan las aguas seres vivientes, y aves que vuelen sobre la tierra, en la abierta expansión de los cielos. (Gn 1, 20)
“…nació todo, del manantial, bullendo desde el silencio y el sigilo…”

El cierre de Palomares es magistral. En él explicita la tesis a la que se orienta todo el texto. Deja la narración para sentenciar solemnemente. La Palabra creadora (Dijo Dios…), leída como Logos, razón, pensamiento –en el paso de la mentalidad oriental a la mentalidad helenista, desarrollada como “filosofía occidental”-, es confrontada con el Amor y la pasión, modo propio de la eficacia creadora de esta tierra nuestramericana (en lícita apertura de la generosa andinidad de Ramón). Se trata de Otra creación:
“El pensamiento era indeciso y la pasión una música extensa y fecunda.”


viernes, 10 de marzo de 2017

Palabras subterráneas

Imagen tomada de: http://idunneditorial.com/tomalo-leelo-y-devuelvelo-un-programa-que-promueve-la-lectura/

Palabras subterráneas, bienvenidas en el Metro Caracas-Los Teques, a partir de un poema de Ecólogo de día feriado (Juan Calzadilla).

¿Por qué tengo yo que ir más aprisa?
A través de la ventanilla del automóvil
observo los muros, las casas, las calles,
La imagen del vehículo desde el que se observa pasar el mundo, apunta a la consideración de la vida humana como un viaje y, en el plano filosófico, a la pregunta por su sentido.
Puede servir de marco para el ejercicio de lectura del poema de Calzadilla, el conocido cuento de Juan José Arreola, El guardagujas, inteligente texto que interroga el adónde vamos y  la prisa que tenemos –al modo del título del poema en consideración-, pero que también cuestiona el estacionamiento insensato.

los árboles, los pastos, los cultivos, los baldíos,
que ante mí también pasan raudos
a la misma velocidad a que yo paso
pero en dirección contraria,
como si entre la naturaleza y yo se estableciera
una pugna para decidir
quién se despide y quién se queda.
En el verso tercero se quiebra el poema en un giro hacia la tensión naturaleza- yo (humanidad), que  a partir  de ahora será uno de sus ejes semánticos. La tensión se expresa en las direcciones contrarias que llevan (naturaleza y yo) y en su pugna de despedida.

 ¡Oh, de ningún modo pretendo ni quiero
permanecer fijo!
Mi movilidad es lo que hace que viva.
Es, así pues, mi carta de triunfo.
El vitalismo móvil se asume como rasgo fundamental de la humanidad frente a la naturaleza inmóvil, dando una primera respuesta –provisional- a la pregunta anterior sobre quién se despide y quién se queda. Ser humano parece equivaler a despedirse, moverse. La naturaleza queda asimilada a la inmovilidad. Ella es la que se queda.

Pero ¿por qué tengo yo que ir más aprisa
y dar cuenta de los frutos de mi rápida incursión
en esta vida, de las ganancias y pérdidas
que en el trayecto hice?
Y sin embargo, la tensión vuelve con la pregunta del título. Ir aprisa  deriva hacia la tensión tecnología – vida natural (vida simple, pacificada, pausada). Ahora la naturaleza (innombrada, tan sólo referente), se asocia no al inmovilismo, sino a otra movilidad aquietada, que no da cuenta de su trayecto.

En realidad yo a donde quiero ir
es hasta donde mi viaje termine
No hasta donde ustedes quieren
que yo rápidamente vaya
haciéndome creer que con esto me ahorran
más dolores y penas
y que la partida y el final son igualmente fatales.
El poema se hace diálogo, apareciendo una nueva tensión yo-ustedes, en la que el yo se ha deslizado hacia la naturaleza (en una síntesis dialéctica de la primera tensión, podría decirse), y en la que el ustedes se asocia a la velocidad del mundo (ese del que Mafalda dice querer bajarse), y a la imposición determinista (imperial: “ustedes quieren que yo vaya”; y mediático-ideológica: “haciéndome creer”).
La ideología que se pretende imponer es la del camino fácil, sin penas; la de la ruta sin origen ni meta discernibles –¡mejor es ignorarlos!-; la de la experiencia intensa (y lo no dicho: efímera).

En realidad, como les digo, yo lo que quiero
es que me dejen llegar a donde mi meta se acabe,
Nueva tensión, ahora ideológica, entre el ustedes y el yo, entre la vida sin meta, o con meta fatal (y por eso apurable a cada instante, en velocidad de vértigo), y vida asumida con su muerte, sin más, como parte del vivir. (No puedo eludir los versos de César Vallejo: Me gusta la vida enormemente / pero, desde luego, / con mi muerte querida y mi café). El yo del poema increpa a los tales ustedes imperiales, para que le dejen llegar a su propia meta –no es fatalmente para todos la misma-. La llegada es parte de tránsito.

tranquilo, sin que sienta pena por no haberme ocupado
de hacer el balance de ganancias y pérdidas,
Y otra tensión más: parece ahora con un nuevo tú, el de la conciencia antigua de culpas y balances. Así logra situar la tranquilad vital entre el abismo de las tradicionales religiones teleológicas y la tabla rasa del presentismo alucinado.

subido a mí mismo, sí,
y apenas tan rápido
como me lo permiten mis cuatro extremidades.
Las cuatro extremidades hablan de la condición de animal de los humanos, reforzando la visión  “naturalista” (no de naturaleza inmóvil, sino en alianza con el yo)  frente a la visión “tecnologista”, neocapitalista e imperial.
Extrema finura final de la conciencia de sí, del asumir las riendas de la vida, manteniendo la imagen del  viaje, y la mirada sobre el mundo; mas ahora, en un nuevo vehículo: el propio yo. Finura final para deslindarse tanto del inmovilismo como de la rapidez impuesta por la carrera de innovación y consumo.
Dejo anotado que en el último verso el poema parece abrirse a otra lectura: la crítica de los tecnólogos a los naturalistas, como primitivos, animales…. Y así –al dar voz a estos “ustedes”- se estaría dando pie a un nuevo diálogo poético, al que el lector queda invitado.