jueves, 8 de septiembre de 2016

Sobre Armando Hernández Quintero, Mis manos en tus manos


En estos días de inicios del mes de septiembre, en el Semanario de la Alcaldía "Somos Guaicaipuro", la escritora Yurimia Boscán dedicó una página completa a la presentación elogiosa, cálida y cuidadosa, de la obra del poeta y amigo Armando Hernández Quintero. Es ocasión propicia para ahondar en la lectura de la obra poética de Armando. Aquí dedico unas palabras al poemario Tus manos en mis manos.
La lectura de este poemario se hace fácil y agradable tarea -no por simple, sino por humana- . Es un ejercicio de amena intimidad, de sosegada memoria.
En la evocación del padre se despliega la tierra canaria (herreña para más señas), más que tierra isla, isla y mar, isla de la calcosa y la astia, la cabra y el gofio, los hurones, el vino, el queso y el gamame, isla de la música hecha jota…
En el primer poema reverberan el otro Hernández y sus cabras (Glú, glú, glú/ hace la leche al caer/ en el tisú/ del cielo…), Vallejo y sus golpes (Hay golpes en la vida… como del odio de Dios).
Entre las Elegías al padre descuella Jorge Manrique como pionero en habla castellana, o Gerbasi como clásico nuestro (en Mi padre, el inmigrante), con su tema de inmigración y mar por medio, pero es más cercano aún Palomares (“Elegía a la muerte de mi padre”, El reino) con sus imágenes de corporalidad -piel, ojos y manos-: Ábrele los ojos … huélelo y tócalo… con la terrible mano tuya recórrelo… Que tus manos no muevan más esos cabellos…que tus ojos no escudriñen… Como cercano es el zuliano Mena (“He visto a mi padre”, Oficio de existir): Sus ojos, mi piel, sus ojos, mis manos… nuestros cuerpos tendrán el brillo de los elegidos…
Estos elementos corporales de continuidad y cercanía, manos y ojos, mas con la originalidad del propio existir, abren y cierran el poemario de Armando: En nuestras manos, tus manos encallecidas… tus ojos en mis ojos…
La segunda parte del poemario reproduce, en cierto realismo cotidiano, personajes cercanos de nuestra tierra venezolana, con sus perros cacri y las frías tan convenientes.  Pero no por ello los poemas dejan la isla. El mar une las tierras (por esta mar andamos…). Se trata de una mirada más externa, descriptiva las más de las veces, con lenguaje de crónica periodística incluso… El poeta parece flotar sobre lo las imágenes-crónica, navegar más bien, para, en la tercera parte, asomar la universalidad presente en lo acontecido existencial, la universalidad transida de mar: los Llanos de Miquelén, la quena andina, o el terminal de Buenos Aires, confundidos en él. Mar, todo mar. Al fin y al cabo, la conexión con su isla que no deja nunca de estar presente.
Lo que se anuncia en estas dos partes últimas referidas –segunda y tercera- se explicita como nostalgia en la cuarta. Vuelve la jáquima y su burro, el jacho solitario, y la cáscara de naranja, las pímporas y naipas, los nísperos y solladíos… y siempre el mar.
El mar y el amor cierran el poemario. Amor a la hija, amor al mundo, amor corporal, gozoso… Hilos de fuego que se bañan en el mar… Esta vida inmigrante se ha tornado hilo tejido y destejido, una y mil veces, sobre el vino y el mar, sobre el amor y la muerte.

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