sábado, 13 de agosto de 2016

Sobre Ingrid Chicote, La ruta de los ancestros



La ruta de los ancestros

La narratividad en ciertos poemas (los de un Rimbaud, en El barco ebrio, por ejemplo) ha estado en pugna con la imagen estática del poema contemplativo (como en las Imágenes de Rilke).  En La ruta de los ancestros esta pugna se desbarata con un recurso a la fotografía –imagen estática- que evoca mil recuerdos e historias para ser contadas.
Son poemas éstos con algo de épica guerrera o saga familiar. No parece estar muy de moda este estilo entre ciertos críticos que prefieren otros discursos más etéreos y descomprometidos, o tal vez con un filosofar sólo digno de “sabios y entendidos”. Es necesario insistir una y otra vez en que la crítica literaria es un asunto de acuerdos sociales, históricos, con frecuencia de grupos de influencia, entre los que deben abrirse paso los buenos escritores a fuerza de fe y tesón, y cuyos escritos sucede que vienen a ser reconocidos por otros grupos en tensión con los anteriores, con frecuencia de generaciones subsiguientes. Digo esto, porque La ruta de los ancestros, sin haber sido suficientemente valorada,  representa, en mi opinión y por lo que conozco de los escritos de Ingrid, su obra más contundente y valiosa.
La mayor parte de la crítica venezolana actual deja de lado, por simples -dicen-, por populares –no dicen-,  los “poemas narrativos”. Me encontré con un excelente poeta en tierras falconianas, cronista de la ciudad de Punto Fijo, y poeta que privilegia la narratividad: Guillermo de León Calles. Sus poemas-crónica, desplazados por los críticos de moda, son una excelente referencia para ahondar en cuanto vengo diciendo. 
Disculpen la digresión. Voy de vuelta a La ruta… Es una lástima la mala calidad de la edición, con una letra ínfima y un fondo oscuro que dificulta y disuade del suave placer de leer.
Pero mi propósito es resaltar su calidad. Entre los aciertos que tiene esta obra están su arraigo histórico (“El poeta es el lugar”, es un epígrafe que escoge para su obra), su militancia por la justicia y la vida, su apego al mundo del trabajador, su mirada profunda de mujer al lado de otras mujeres, solidaria de sus sufrimientos y sentires, su visión de humanidad como encuentro de los distintos en el respeto y enriquecimiento mutuo, entre otros.
Cobra relevancia la voz de las mujeres, desde el primer poema, precisamente “Mujeres de familia”. Le siguen “Bisabuela”, “Tías”, “Mujer del torero”. Aunque sea la voz apagada en la imagen de la represión vivida: “coserse el cuerpo de linos y faldones”; o la plegaria impoluta de una religión de sometimiento: “que los paños de menstruar / debían ser blancos y pulcros / como la oración que resbala del vientre / cada veintiocho días”.
Pero no se escuchan sólo sus voces fragmentadas, heridas. Están además como nuevas  Penélope en su  “Tejer para destejer / la trama de la injusticia” (parece, a juzgar por las recientes manifestaciones públicas de Ingrid, que se mantiene viva esta tarea que le dejaron las mujeres de su familia). Son mujeres que rompieron amarras “decidiendo el trópico y su luz”.
La mención de la guerra española se hace recurrente en los antepasados que llegaron a Venezuela huyendo a sus consecuencias… o previniéndolas. Desde el bombardeo de Guernica, a la batalla de Irún, y luego a un hospital francés… Miguel Aurrecoechea llega  a Venezuela en 1939 huyendo de la Guerra civil. Y de nuevo la guerra se hace memoria de mujeres: “Mujeres que cortan rosas / para combatir las balas de Franco”, “Mujeres que presienten / baños de sangre sobre la nieve”.
La carta-prólogo de la hermana de Ingrid, evocando mágicas memorias de infancia, al lado de las tías (tías del  padre) le da a la obra un tono íntimo, como si de una confidencia se tratara.  Hay intimidades que tienen que ver con nuestro yo actual, nuestros sentimientos y pensares. Hay intimidades que vienen del pasado, de nuestras raíces que marcan lo  que somos. Referido principalmente a estas últimas, se puede afirmar sin reservas que La ruta… rezuma intimidad.
El poema “Abuelo” evoca al hombre de Quintanar de la Sierra, pueblo de pinares y carpinterías. “Vente mi niña para que te llueva madera” es la palabra poética del hombre trabajador en la relación entrañable con la nieta. La palabra del hombre que “tenía el corazón y manos / llenas de mariposas / o caramelos”. En “Padre” es su fantasma quien  acompaña a la poeta en su recorrido nocturno por bares, cafeterías y calles. 
Esta intimidad familiar referida, no se contrapone a la universalidad, que se va abriendo espacio y se hace patente sobre todo en el poema  Tránsito de ciudades. La memoria de los ancestros no es una ruta cerrada en el círculo íntimo familiar, sino que se plasma en nuevas geografías y relaciones. El poema es una apuesta a la convivencia y la hospitalidad. “Todas las ciudades / traen lo suyo para convivir juntas”, “Por mi casa / transitan ciudades”. En cada gente que llega, en sus antepasados, se condensa un universo.
Así sabemos a Ingrid, además de poeta, hermana de la vida, en la ruta de sus ancestros, y haciéndose la encontradiza con todas y todos los que mantienen firme su apuesta por la luz.

2 comentarios:

Espacio Abierto Editores dijo...

Agradecida, conmovida, sorprendida y sobre todo emocionada. Vaya hasta usted mi corazón como un pañuelo blanco que saluda sus palabras y su alma. Ingrid

Tomás Martínez Sancho dijo...

Ya te dije que tu obra me gustó. Y me identifiqué mucho con ella. Quise darte la sorpresa con este breve escrito que estaba preparando. Recibo tu saludo-corazón-pañuelo como una bienvenida. Gracias a ti.