jueves, 23 de julio de 2020

CON LA HORDA PÁJARA



Tres años ya... qué larga ausencia... Mi amado, mi entrañable hermano de la palabra... Franklin Trómpiz... Escribe la amiga y poeta Yurimia Boscán. Recojo, en su memoria, el ensayo que escribí entonces (2017), como parte de otro más amplio, dedicado al tema del desamparo en algunos poetas altomirandinos....
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Como un homenaje póstumo al poeta de Los Teques, Franklin Trómpiz, agrego este último apartado, tras llegar a mis manos su texto fundamental: Los rigores del desamparo, ganador de una mención honorífica en el Concurso de Literatura del Municipio Guaicaipuro mención poesía, en el año 2014.
Yurimia Boscán presenta su obra como un “viaje al alma rota de la calle misma, a la niebla huérfana de plazas, al poeta sin pose resteado con el polvo, los recuerdos y la vida, a la que todavía se apega con tesón a pesar de tanto olvido”. A este viaje vamos.
Si con Tamaño carta, culminaba mi lectura del desamparo con la paradoja de un credo que, por la palabra, se hace fe en el amor y la solidaridad entre humanos, posibilidad abierta de refugio en medio de sufrimientos y desamparos, con Franklin Trómpiz el desamparo se hace más riguroso. El ser humano todo, su identidad social (“se desampara el rostro”), su fe antigua (imagen sagrada externa o creencia interior), todo se desploma:  
y hay tanto desamparo
en este verso
que la imagen
del pecho
se desploma
De humanidad no queda nada. El poeta siente el abandono total. La palabra –lo único que queda- está desnuda, sin soportes. Pero es un recurso. Es el vértice de una protesta. La posibilidad de una denuncia y la explicación de una acción recíproca; frente al abandono de todos, lo justo: la vida a la intemperie abandonando a todos.
Mi vida
fue
una carreta
donde
cargaron
todas las culpas
todas
todos me abandonaron
todos.

Ahora
los abandono
a ustedes
A este propósito, menciono brevemente otros poemas de Franklin Trómpiz (inéditos). Se trata de la recopilación de textos fragmentarios escritos en servilletas Homenaje a Hukosay (2015). En ellos se agudiza el desamparo, en cuanto sensación de un entre-tiempo eterno sin casa, con tan solo el cuerpo como habitáculo propio. El cuerpo como único amparo –en sintonía con lo enunciado a propósito de Neón y Ama de casa-.
De casa en casa
se mudaba
casi incesantemente
Mi vida es un incendio
permanente

Las llamas devoraron
mis papeles

También resolvió
quemar mis casas

ahora vivo en mi cuerpo
más tranquilo
A vueltas con Los rigores del desamparo, la lectura interior de este desamparo se torna ejercicio místico rebelde, se descubre como nada existencial, pequeñez radical, poquedad del ser humano, abandono de un dios eterno, curiosamente cognoscible, predecible en su enormidad desinteresada.
Y el desamparo entonces
eleva su torre inmensa
le habla a un dios
cognoscible
enorme, sabio, eterno
después estalla
un llanto
del tamaño
del mundo
Qué pequeño
es el hombre
Pero aún queda una fe: la de la palabra pronunciada. Es la palabra del apartamiento autoimpuesto, de la ida al margen, al encuentro consigo. Como en Tamaño carta, el único refugio es esta palabra.
No me moleste nadie
siempre escribo
Los seres humanos son de nuevo percibidos como molestia, el poema es refugio. Y no obstante, las palabras-refugio se resisten, el silencio se hace desamparo de sílabas sufrientes.
Hay sílabas que sufren
en su traje de rayas
pronombran los sufijos
y unas llagas enormes
desamparan su flujo
Pero ¡atención! Hay algo, álguienes, que aún están con el poeta: son su “horda pájara” para el corazón herido. El poeta invita a adentrarse en este corazón herido, origen y resultado de tal desamparo, y a hacerse próximos-prójimos de esta horda desprestigiada.  
Libre como es el sueño
cuando sueñas
Sólo encontró su corazón herido
con una horda pájara
en bandada
Siguen dos historias raigales: la del pueblo teque, en silenciosa resistencia, en escasa palabra, expropiado de su palabra propia por más de cinco siglos; y la historia actual, la del hijo muerto. Oprobio pasado y presente, violencia física que acaba con los cuerpos, violencia cultural que acaba con la palabra.
A la buena de un dios
que más que dios
es un pueblo
que resiste un oprobio
de más de cinco siglos
en silencio esperando
el rigor desampara
y hablándole en teque
Yo
Canaímo bongó a voz en bongó
culele yu cuñe
me  mataron al hijo
Bembé
me lo mataron
Estas dos historias apuntan a la raíz del desamparo y a la pequeña puerta que se le abre al poeta. El poema de Franklin se resuelve como denuncia de una sociedad desigual e injusta, que expulsa al pobre de su seno. El mismo poeta no ha podido dar respuesta a la injusticia contemplada. Está herido por lo vivido, por lo visto…  (Hiroshima que brilla/ y Nagasaki –evoca en su poema “Homenaje a Hukosay”). Mas no ha tenido en sus manos la suficiente libertad para la acción trasformadora, se siente culpable por ello, aunque no ha sido vencido en su sueño. Sigue con su palabra de poeta, el resto leve que le queda.
Culpable de omisión
pero fue invicto
y comenzó a soñar
como un poeta
y rasguñó su traza
en los caminos
herido en la visión
sin albedrío
El mundo no tiene paz, otros poetas han enfrentado el hecho, pero el desamparo es de cada quien… no están ahora los compañeros poetas para solucionarlo: Ni Neruda, ni Pessoa, ni Whitman.
Mi voluntad es una brasa ardiente
no puede haber ni paz
en esta tierra
El poeta reconoce en el verdadero político su honestidad trasformadora, y sin embargo, es lo que lo conduce a la muerte. Su liderazgo queda en nada.
La muerte
es un líder
político
te toca
cuando
andas
te sobra
la razón
y mueres
Y qué decir del pueblo: ha perdido su fuerza vital, espera la muerte sin más, anda en la noche, sucumbe.
…esperando la hora
de un ocaso que yace
lucho porque es su noche
del sin razón
El Pueblo
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Yo me estiro
y sucumbo
en las cantinas
La horda pájara que lo acoge, la única puerta abierta, no humana, infrahumana (al juicio de los contemporáneos), ancestral, es la música antigua de la guarura, el eco de los siglos
Sórdido y gentil
pero fantástico
fue la dulce
ecuación
del desamparo
en el poema
unción
ambigua
transparencia
sonora
la guarura
en su regazo
La calle es la pervivencia. A la intemperie. Pero allí es donde el poeta encuentra la única querencia.
La calle es muda con su mueca desanda
es muda con su mueca es arma
es arma con su muda mueca
y sin embargo te ama
Es una calle con compañía, en plural, una “bandada” que incluye al cojo y a la sarna, es una horda que clama en su furia y hartazgo.
Deambulamos
a veces
con el cojo
con la sarna
con garra
deambulamos
deambulamos
a veces
con birunga
ebrios
furiosos
hartos
deambulamos
Su furia “es el suspiro de la criatura oprimida, el sentimiento de un mundo sin corazón, así como el espíritu de una situación sin alma” (Marx, Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel). En esta furia, y en plural consciente, se aloja el clamor de una esperanza, que Franklin no atina a pronunciar: la de un mundo-casa abierta para todos y todas.



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