viernes, 12 de junio de 2020

DEL POEMA BREVE Y OTROS ABISMOS



Para cierta mirada, la brevedad aterra. Como lo hace el infinito. El cosmos extenso o el vacío total. ¿No son una y la misma realidad, abismo e infinitud? El abismo caótico y sin fronteras, ¿no fue acaso leído como nada, por el pensamiento helénico, que interpretó los relatos cosmogónicos hebreos? Así la creación se convirtió en una suerte de ejercicio de ordenamiento del mundo. Así fueron señalados los ritmos de la naturaleza, definido el marco de la existencia y establecidos los parámetros de la ruta vital.
El minimalismo en el arte es aterrador. Como lo es, en particular, en la literatura, y más específicamente en el poema breve. Roland Barthes (El imperio de los signos, Mondadori, Barcelona 1990, 100-112) considera al haiku japonés una aventura lingüística, un arriesgo salto hacia lo anterior al lenguaje, y le atribuye una metafísica cercana al budimo zen, sin sujeto –vaciado del alma parlachenta- y sin Dios.
Y es que el apuntamiento a la brevedad puede ocasionar lo que excelentemente metaforiza B. Brecht en un memorable relato corto, pero no tan mínimo, titulado, en la versión leída en mi juventud y que ahora evoco, Materia y Forma; relato en el que narra la aventura del jardinero que, con pretensión de darle la forma exquisita a un seto ornamental, lo va dejando tan sin hojas y, luego, tan sin ramas que, ya en su puro tronco, dejó de ser seto.
Materia y forma van de la mano, podríamos pensar. El poema breve no lo puede ser tanto que desaparezca en la síntesis perfecta, no puede ser tan breve que pierda totalmente contenido, que se haga nada. ¿O tal vez este sería el límite del poema, su tendencia a cero, su carácter asintótico? ¿Surgirá de ahí su carácter misterioso y aterrador?
Es algo similar a lo que se percibe en cierto cine de autor. Las películas de Tarkovski (y algunas de Aronofski o Godard) son paradigmáticas. Dicen tanto para algunos de sus seguidores consecuentes, como dicen nada para sus detractores. Unos ven sugerentes significados tras el símbolo o el silencio, como otros solo perciben elipsis y narrativa hueca. Así sucede incluso con películas de corte tan diferente como pueden ser Guerra Fría, del polaco Pawlikowski o Clímax, de Gaspar Noé. Muchos de los significados dependen del que las mira. Su sentido depende, en buena medida, de lo que se quiera extraer de ella. Las elipsis y aperturas permiten ser llenadas a gusto del intérprete -dirán. ¿Se trata, tal vez, de abandonarse al ritmo de las sensaciones? ¿Se trata solamente de abrir la razón a nuevos modos de experiencia sensitiva? Y, si se trata de algo más, ¿en qué consistirá el proceso de vaciamiento que permita entrar en el mundo nuevo del autor? ¿Es humanamente, psicológicamente, tal vaciamiento? Y, al fin y al cabo, si se entra en un nuevo modo, ¿no quedó frustrada la intención del vaciamiento?
Volviendo a los desafíos de la espiritualidad “minimalista”, ¿no estaríamos cerca de los místicos de la nada y el no saber? Juan de la Cruz, Teresa, Maestro Eckhart, Tautero, Suso…, ¿no estamos a mano con Schopenhauer? Difíciles vías para el espíritu humano.
Evoco mis lecturas de Georges Didi-Huberman. Lo que vemos, lo que nos mira. Y las pongo en diálogo con Juan de la Cruz. Las cosas nos son presentes en lo que de simples tienen –afirma el autor. Los cubos negros quisieron ser lo más simple y lo más presente en su austera figuración. Los místicos han intentado acercarse a la vida en su simplicidad. Dios ha sido para ellos “la cosa” más simple, más desprovista. En el desasimiento de las cosas encontraban al Pleno. Las cosas nos son ausentes. En la noche oscura de los místicos se revela esa ausencia. Juan de las Cruz lo expresa repetidas veces: noche oscura, en la que “nadie me veía, ni yo miraba cosa”; ausencia del amado, “salí tras ti clamando y eras ido”; “por aquí ya no hay camino”, en la subida al Monte Carmelo. Smith experimenta la noche oscura en la autopista de Nueva Jersey. No hay luz ni señalizaciones; tan solo asfalto. El recorrido fue revelador de una nueva realidad, definida, pero no reconocida socialmente. Para Juan y para Smith, en la ausencia se revela una nueva realidad: una presencia que inaugura de algún modo sentido. Si emprender el camino espiritual de vaciamiento místico puede resultar las más de las veces aterrador, emparentar los ejercicios artísticos minimalistas con los de la vía espiritual, así mismo ha de resultar…
Con estos referentes en arte y espiritualidad, volvemos a la pregunta: ¿Qué hay entonces con la pretensión de absolutez –o de vacío- del poema breve? En días recientes un artista amigo (Rukleman Soto) posteó en las redes sociales el texto poético de Margarite Yourcenar, Los 33 nombres de Dios. Entre los comentaristas del chat, hay quien se mostraba escéptico ante tal modo de poetizar. Dice tan poco que todo se puede decir a partir de ahí. Todo y nada. Otros le refutaban, remitiéndole al necesario ejercicio hermenéutico, a abrirse paso tras la palabra, rajándola, penetrándola. La imagen de la rajadura…. permite profundizar, encontrar el sentido, oculto en el texto, pero tal vez más allá del texto, finalmente, nueva creación.
¿Qué tiene esto de aterrador? El terror de lo sagrado –habrá quienes digan, en continuidad con los hallazgos de la historia de las religiones de principios de siglo XX (R. Otto, M. Eliade…). O es posible que el terror se disipe en el gozo del abandono.
No conforme con este “vacío” asignado al poema breve, José Miguel Navas, en el prólogo a la reciente selección de 25 poemas breves de la poeta venezolana Wafi Salih (Serena en la plenitud, LP5 Editora, 2020), destaca su carácter revitalizador y estético, así como su dimensión pasional, a partir de las experiencias de sufrimiento y guerra de esta escritora de raíz libanesa. Pretende condensar su sentido en un poema “que da luz a los miles que ella ha escrito”: Yo Wafi Salih / un haikú con espinas / sobre el mundo. Resalta aquí su carácter pasional.
¿En qué quedamos, entonces? ¿Vacío o pasión? Complejicemos un poco más el asunto, agregando otra perspectiva para el poema breve. En el ensayo Satori, el pensador Byung-Chul Hang (Buen entretenimiento, Herder 2018) realiza un acercamiento al haiku, no como pasión ni estética lingüística, tampoco como vacío, sino como juego divertido. En su texto se lee:
En Japón rara vez se asocia el haiku con aquella empresa seria y espiritual de poner fin a la palabrería del alma. La recepción del haiku en occidente apenas se da cuenta de que el haiku es sobre todo juego y entretenimiento, ni de que, en lugar de retirarse al desierto del significado, también rezuma gracia y humor. Haiku significa literalmente «poema de broma». Originalmente es el verso inicial de diecisiete sílabas (Hokku) del poema encadenado Haikai-Renga. Haikai también significa «chiste». Los contenidos de este poema encadenado son chistosos, humorísticos y en ocasiones también obscenos. Sirve sobre todo para alegrar y regocijar.
De este regocijo, u otro similar apropiado a nuestros espacios y tiempos, surge el nakú tequense, cuyo origen y evolución primera refiere en admirable crónica urbana el escritor Rúkleman Soto, “Nakú: una crónica del hiperinstante”, en la que se resalta el carácter lúdico de la propuesta (sin dejar de mencionar a Barthes y su “grado cero”).
Por otro lado, yo mismo di cuenta de la asociación de la obra de poemas breves Cielos Descalzos, de Wafi Salih, con el ejercicio lúdico.
Poesía, socialización y juego se me hace cercano. Recuerdo la anécdota por la que perdí algunas coplas escritas a mis 12 años. En ellas involucraba jocosamente a buena parte de mis compañeros de aula, y las concluía con cuatros versos destinados al religioso que nos dirigía el momento del clásico solfeo: Do-si do-si do-re-mi Do-mi-re-do-si-la… Me incomodé un tanto cuando nos sorprendió riéndonos de aquellas ocurrencias, y nos requisó el escrito, pues había utilizado en mi rima final un apodo que le dábamos. Sin embargo, en la era de los castigos severos, ni un regaño recibí. Tan solo perdí mis juegos de lenguaje. Y es que el maestro de solfeo, Eduardo, era un venerable pacífico y risueño. Así al menos lo recuerdo.
No soy quien para dogmatizar, ni sobre haiku, ni sobre poema breve, ni sobre cosa alguna. Así que todos estos acercamientos me resultan sugerentes. El camino de Barthes, o los lectores de Margarite, consistente en traspasar el lenguaje del poema breve hasta su nada; el camino de Wafi Salih, en la lectura que de ella hace José Miguel Navas, camino de reencuentro con la vida y su filo pasional; o el camino de Byung, el mismo de la Wafi de Cielos Descalzos, o los contertulios del nakú, para quienes la esencia del poema breve está en el regocijo del encuentro convivial. Con una pizca de todo esto viene cargada nuestra breve palabra.

FOTO:
http://accesalud.femexer.org/frente-al-abismo-lo-unico-que-podemos-hacer-es-aprender-a-volar/

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