sábado, 3 de noviembre de 2018

PIEL QUE ATA, DE YURIMIA BOSCÁN




Almodóvar, con su película La piel que habito, ficción tecnológica de trasplante de piel, lanza la pregunta: ¿Será posible despellejar la propia piel y amarrarse a otra? La realidad es que no. Habitamos una piel que ata –dirá Yurimia Boscán en su reciente poemario.
Otra película, Escrito en el cuerpo, de Peter Greenaway, señala la vinculación orgánica de la escritura con el cuerpo y el amor. ¿Es, en la poética de Yurimia, el cuerpo, la piel escrita, única posibilidad de decir amor? ¿O es la piel que ata, una simple carne-cosa?
La carne es posible considerarla como un objeto más entre otros. La perspectiva comercial y consumista contemporánea así la aborda con frecuencia. La cercanía de la carne a las cosas del mundo, a lo objetual –copa o juguete–, queda expuesta, en su pasividad y sometimiento, en el poema 42 de Piel que ata[1].
Someter la carne / como cualquier otra piel
Arsenal de algas y saliva / copa rota en la avidez
Jugueticos íntimos / esencias que delatan / imaginarios

Y, sin embargo, no es equiparable la semiótica de este poema a la cosificación de cuerpo. No se habla en él del reverso de la actividad, ni de la inercia del mineral, sino de una condición que “inviste todo lo que soy”.[2] Es más, el poema apunta, en el último verso, a imaginarios, utopías, mundos y cuerpos transformados. Ahondando la perspectiva, en el poema 116, se apela a la metáfora de la flor, el trigo, y el fuego del hogar. La carne se presenta como naturaleza expuesta, pero no inerte, sino abierta y ardiente.
Esta carne / se abre / como flor antigua / en el desierto
Arde / conoce bien tu estufa / brasa a brasa
Es trigo / hogar caliente para el pan

Esta aperturidad de la “cosa”, de la carne, delata la existencia del otro, del amante, ante el que el sujeto pregona: Aquí estoy. La condición erótica de un yo que le dice al tú: Estoy aquí, queda de manifiesto en el poema 64, en su decir al tú, no solo de una presencia, sino de un deseo, si bien –por ahora- con ese matiz de pasividad y objetualidad arriba señalados. Esdrújulo deseo de la razón suspendida, del diálogo pospuesto.
Invócame conquístame / explórame evócame / tómame ménguame
Vuélvete marea / influjo / lobo / vampiro / o loco…
Sateliza mi razón / hazla tu luna

Y, no obstante, no queda traspasado el umbral de la razón objetual sin la existencia de una respuesta recíproca. ¿Podré sentir otra carne, no al modo de un objeto junto a mi carne, sino como otro ser que también se experimenta como yo? ¿Será realidad que el otro me conteste: “Aquí estoy”? En el poema 64 el amante ha quedado sin respuesta. Aún no replica la otra carne.
A falta de voz, de respuesta, el aquí estoy se vuelve pregunta aguda, hiriente, ante el otro cuerpo –aún objeto–. La desnudez cobra un relieve inusitado en esta relación de la carne, en este encuentro de pieles. Mas, no es simple desnudez. Eso no cambiaría lo objetual. Hay algo agregado: tan solo la posibilidad imaginaria del encuentro de los cuerpos desnudos, piel con piel, se describe como asombro, desde el que se abren todas las preguntas. El asombro ante el cuerpo desnudo del otro, de la otra, es caracterizado así en el poema 122.
Asombro / bajo la ropa / de la dolida entraña…
Asombro / ante la herida ojerosa que mira
a la hembra desnuda frente al macho…

Así como la desnudez, la mirada entre los amantes lo es todo y es nada. El amor comienza con la mirada –se ha dicho. Y, sin embrago, la inmóvil beatitud[3] de este mirarse no es posible prolongarla. La vida, la mirada al mundo, nos reclama. ¿Qué es entonces el amante ante la mirada del otro? Así como la desnudez, la mirada puede ser experimentada por el ser mirado como exposición objetual. Esto revela el poema 81.

Al descampado de tus ojos / me vuelvo queja
Signo minúsculo / medio lamento / medio alarido / medio bolero
Al descampado de tus ojos / me vuelvo humo
Sin calles / sin plazas
sin encuentros posibles / en mi transitada agonía / de invisible acera

No es posible quedarse en esa mirada. Tras el asombro primero, de los cuerpos desnudos, de las miradas, con las preguntas abiertas, y el riesgo de lo objetual sin más, se produce el encuentro de los cuerpos. Hay varios modos de proponerlo o experimentarlo. Según el platonismo o el tantrismo, en el encuentro de los amantes el otro desaparece.[4] El platonismo reprime la carne: en la caverna de sombras de la realidad solo es posible vivir una dulzura eterna. En el tantrismo ascético el amante hurga todas las posibilidades para su propio ego realizado. El reconocimiento del otro está ausente. ¿Será posible la salvación de ambos?
Al comienzo del poema 31, se abren preguntas en claves más cercanas al tantrismo –hurgarás mis secretos–, para caer en otras indagaciones más de corte platónico, apuntaladas por la mención de la caverna.

Erontológica

¿Podré libar mi culpa en tu boca
cerrar los ojos / y abismarme en tus alientos?
¿Hurgarás mis secretos / exponiendo tu piel
sobre el horizonte de la nuestra?
¿Y si el encuentro depara / una caverna sin salida,
rítmica / dulce / eterna?

Sosteniendo la perspectiva platónica, el poema 77 interroga sobre el carácter real o ilusorio del amor, y de la vida misma. ¿Qué es lo real: lo cotidiano dado o los sueños? ¿Será el amor verdadero –en perspectiva romántica, platónica- tan solo un presentimiento escurridizo, una pasión incorporal? ¿O es tan solo –en clave nihilista- piel que ata?
¿Y si aquello que hemos llamado amor
no es más que un presentimiento que se escurre entre los dedos?
¿Y si la posibilidad de abrazarnos es más real en los sueños?
¿Y si la vida es un rodeo para trascender el golpe y amarnos sin cuerpo?
¿Y si nuestras espiraciones, brinco tramado al vacío,
no son las pruebas que precisábamos para saber
que somos sólo piel que ata?
Donde duele y place
Un acercamiento diferente a este encuentro de los cuerpos, se realiza, en los poemas de Yurimia, desde la dimensión placentera o sufriente, dimensión densificada por la presencia del otro. El otro me despierta, me erotiza, me entrega mi propia carne, exacerbándola. Y eso bajo la doble posibilidad abierta: la del placer y la del dolor. Una piel que se reconoce en otra piel, una carne que se ve incrementada en otra carne, define ambas posibilidades.
Así se expone, en el poema 36, esta doble dimensión de la carne como eros, avidez, albor, ahogo y zarpazo, condena y redención.
A sus pies

Todo comienza en los pies / desnudos seductores
Desde su piel la vida estalla
Territorio que sube hasta el eje infinito
que gime y enmudece / condena y redime
Todo comienza / en el beso ávido que blanquea el deseo
Excusa de Eros
Rubor de niños que claman / pies para las sirenas que los pueblan
Principio que comienza por el final del cuerpo
y retorna al mar de todas sus ausencias
donde nada / y se ahoga / el zarpazo certero de su lengua
Todo comienza en los pies
Que la piel acarrea con las marcas del dolor se deja claro en los poemas 44, 66, 91 y 112. Cicatrices, tribulaciones, miedo tatuado; encuentro que intenta “coser los rotos”

Mapa de piel el tuyo / que escandaliza / mi cuerpo
ese roto mal cosido / que todavía te sangra

Se reconocieron en las añejas ansias / que intentaron revivir
Lamieron sus heridas / Cosieron los rotos

Y no se trata, sin embargo, de una experiencia de sadomasoquismo erótico; las cicatrices y rotos parecen hacer referencia, en primera instancia, a las marcas de las caídas de bicicleta en la infancia, o de alguna cesárea. Aunque en una segunda lectura, los rotos simbolicen las rupturas y conflictos entre los amantes.

Placer y dolor aparecerán simultánea y explícitamente en el poema 107, del que tomo el título de este acápite.

Yo / la piedra de tu zapato / la de tu poesía…
la misma que ahora anhela / tu mano agitada
donde duele y place
El poema Getsemaní recoge bien esta doble perspectiva con la expresión antitética, “terrible caricia”. Cicatrices antiguas, heridas o rotos son las marcas del dolor. Y están las manos o los labios sellándolo. La simbólica cristiana de cruz, cáliz y Getsemaní, acude a realzar la experiencia de sufrimiento en la entrega de los cuerpos.

Getsemaní

La cruz de mi vientre / terrible caricia / en el surco del beso
Cáliz derramado / una dos tres veces / como la negación aquella
Mi vientre / Mi cicatriz
Tus besos / mi cruz / también

El cáliz derramado, en cristiano, representa la entrega de la vida de Jesucristo por los demás. Aquí refiere la dimensión de don al otro, presente en el encuentro amoroso; con lo que acarrea de sufrimiento, de cruz. En polivalencia semiótica, no se excluye un sentido más explícitamente sexual en los términos “derramado” y “cáliz”.

De nuevo con lenguaje tomado de la religión, la experiencia de rasgadura queda expresada, en una especie de mantra –en la tradición católica nombrada como “jaculatoria”–, en la que se atisba, se ruega, la posibilidad de salvación, o, tal vez –en una lectura irónica abierta en la polisemia del texto–, se la niega.

Jaculatoria

Corazón roto / músculo estremecido / sin latido ni piedad
ruega por ella
Corazón roto / raja / cuchillada/ sablazo
incisión / tajo / cisura / tajadura
ruega por él
Corazón roto / carne fresca para perros
memoria sigilosa / corazón infiel
ruega por nosotros
Nueva ronda por lo sagrado del encuentro de los cuerpos vuelve a aparecer en el poema 74. La entrega primera deja una impronta imborrable:

Órbita sagrada de llameante fuego…
carne efervescente
que nadie ha podido vencer

La categoría religiosa de “salvación” discurre por otros poemas. La pregunta por el regreso a salvo se lanza en el poema 31,

¿Regresarás a salvo
si desde ya tiemblas
en los batientes
de mi alma?
para ser retomada, indagando en la dimensión humana del desenlace amoroso: ¿salvación o condena? No parece que la salvación esté asegurada. Pareciera que soledad y vacío es lo que resta.

El epígrafe a la obra, poema de Hanni Ossott, da una clave para indagar por el sentido de esta “piel que ata”. Se trata de los rastros, las huellas, los vacíos que deja.

He vuelto sobre los límites de estos cuerpos reales…
Y ellos son ahora los rastros de un vuelo, la huella de separaciones misteriosas, los vacíos…

La sensación de resto –piel seca-, se expresa bien en el poema 66.
Juntaron las desbaratadas avideces / en busca de las viejas mariposas
Pero sólo eran restos / Pieles secas

La soledad aparece en toda su intensidad en el poema 33.

Una mujer sola con edad de estar sola / que vive con todos y sin ellos
Vuelta y retorno a edades perdurables / de otoños jóvenes y abriles viejos
Amante huérfana / sin remedo / en el vaho final de los remiendos

El vacío se nombra en el poema 44 y el 100. Vacío interior, agujero cósmico: es lo que llevan en sí, amada y amante. Vacío que lleva infierno, o que pretende llenarse con meras palabras.

Espejo

Un vacío / un hueco / una hondura
El amante / devuelve los remiendos de la roca
obsidiana sagrada / que revienta la porfía / donde reflejamos
los lluviosos infiernos / que llevamos dentro:
Una hondura / un hueco / un vacío

El Universo ve desde sus agujeros / salpica lo irrepetible
El amante es vacío profundo / que se llena de palabras
y en orfandad de ellas / las conjura

Así pues, la salvación queda en entredicho, suspendida –por decir lo menos.

Penélope, cansada de hilvanar

Me detengo en un aspecto más formal. Desde Aristóteles en su Poética, relato y metáfora han estado en el centro de las reflexiones sobre la constitución de los textos. Ricoeur pone en cuestión el dualismo rígido y excluyente que asocia metáfora con poema y relato con mito. Yurimia, en sus poemas, discurre por los relatos del mito clásico. Comienzo por señalar tal presencia narrativa en los poemas 79, 99 y 117.

Penélope

Lo amó / en todas sus esperas: / la del deseo / la del hijo / la de la soledad
Lo amó / cascarón vacío─ / en todos los rostros encallados en su cuerpo
al abordaje de su barco de sueños
Llenó sus años de latidos lejanos / y tachó / uno a uno
los fantasmales cumpleaños / máscaras danzantes / deshabitadas
Cansada de hilvanar / Soltó los hilos

¿Cómo soltar los hilos que nos sujetan / sin dejar hebras de lo que somos?
¿Cómo explicar a los amantes que un cuerpo puede arder
y consumirse en tantas brasas?
¿Cómo no medir la perfección del tiempo sin certeza?
¿Cómo es que el laberinto redime al Minotauro?
Y si Aquiles no llorara más a Patroclo / y el viento no soplara en la isla de Eolo
y Helena fuera fiel a Menelao… / ¿dejaría de ser tan igual nuestra historia?

Ariadna / enmudece el bramido del minotauro / no tiene ovillo para el regreso
Ni agua que beber / en la atardecida Naxos / de ecos afligidos
Ariadna / duerme impasible al descampado
es un áureo broche de dolor / en la tiniebla

Lo narrativo de estos poemas, los relatos a los que remiten, las novedosas tramas imaginarias que sugieren, ponen sobre el tapete los tópicos que agudamente Ricoeur[5] ha señalado para los textos narrativos: el tiempo como configurador del relato, la trama necesaria, la relación entre ficción e historia, que no son tan lejanas. Su trama es un discurrir en el tiempo. Los amantes se afanan por salvarse de la cotidianidad. Su relato finalmente es ficción. ¿Qué tiene esto de poético? Pues sí, la narrativa no excluye la poética, si bien, en lo relatado, los poemas adquieren otro temple. La dimensión utópica o distópica presente en ellos, al configurar nuevas posibilidades para la historia, abre los textos a finales sorprendentes. Así se reconfigura la historia en nuevos relatos. Penélope deja su urdimbre; Ariadna se queda sin ovillo para el regreso; el Minotauro, Aquiles, Eolo y Helena, transforman sus historias; y con ello, nuestras propias vidas quedan suspendidas, la historia puede ser otra.
 
El poema 26 pone de relieve estos tópicos:

Las amantes sucumben / ante los cataclismos / que imaginan
Temen / bailan / y aman / apasionadamente
Sus actos son siempre inesperados / en los laberintos que las rondan
Trenzan coincidencias / para enmascarar capítulos de su historia
Su tiempo es un perpetuo acontecer / en interminable diálogo con los sueños
(Su)misión es salvar al otro de sus propias hecatombes
Se saben del lado de la acera que nada oculta
pero, ¡pobre de ellas! / son la ficción

El amor no es la eternidad, dirá Octavio Paz[6], pero tampoco un sucederse cronológico sin más. Está hecho de instantes, de cotidianidades, dialogando con los sueños. La pretensión de salvación en la “vida normal”, hace de sus aconteceres el relato de una ficción.
Lluvia y mar del amor
La dimensión metafórica del amor, menos relato y más imagen, aparece marcada en esta obra de Yurimia, en un potente conjunto de poemas de lluvia y mar. El poema 132 juega a la paradoja de lluvia y fuego como correlatos del amor; y de sequía y lágrima salada como su contrapartida, su final.
Los amores nacidos en aguacero / suelen morir con la sequía
pero si la lluvia insiste / y enciende el fuego de la añoranza
seca la llama / con la sal de tus lágrimas

El poema 124 sugiere la relación de una lluvia suave con una relación amorosa ya pasada (que no moja), pero que no se olvida (aún duele).

esta lluvia / cabizbaja / tan sin palabras
es sólo humedad / calándose allá / donde no moja
Y agua que no moja / cuando salpica / duele

Aguacero y lluvia cabizbaja son amores pasados, que prefieren olvidarse.

El poema 102, ampliando el repertorio, es un recorrido por distintas aguas de lluvia: invernales, garúa, llovizna o precipitaciones. Todas ellas expresión del encuentro amoroso con un tú, aunque en una perspectiva descriptiva, sin mayores desarrollos sobre su desenlace. Y de nuevo, como en el 132, la paradoja de fuego y agua, chubasco incendiado.

un insólito invierno nos rodea / con la fuerza de sus lluvias
–metáfora certera del tiempo que vivimos–
Llovizna de miradas / garúa de roces
febril encuentro de las pieles / tu olor engarzado
en los turbados fuelles / de mis precipitaciones
ay, este frío de ti / añorando tus ojos / que miran en gozo
cómo se incendia / este chubasco

El poema 58 mantiene esta perspectiva amplificadora de sentidos: el amor a veces es lluvia reparadora, otras veces lluvia letal.

Hay lluvias que parecen lágrimas / salan y curan / doloridos ángulos
Hay lluvias que parecen sol / queman y laceran / pliegues menos visibles
Hay lluvias que no mojan / Estallan en el corazón

De la lluvia al mar. Tampoco el mar –en cuanto metáfora amorosa- resulta unívoco. Está el mar que puede ahogar, aunque no lo parezca (127); y el mar con marejada violenta o en calma (133); el mar osado sobre los cuerpos, o el mar de leva (135); y el mar de fondo (136).

Es el mar propio del amante, mar de rayas azules; es yo y es tú, silueta de luz o bramido; es el sueño de la fusión plena, potente, o leve pisada en agua insípida, deseo incumplido. El mar de fondo se insinúa como lugar del amor más pleno, mientras que la orilla es lugar de la agonía, de una sal ávida de otras aguas.

así es mi mar de rayas azules / esperando la puntiaguda estocada del lápiz
en los círculos ajenos / –minúsculos y delgados–
que no median palabra / entre yo y mi corazón
Dicen que ese mar no ahoga / pero no es verdad

marejada / en ondinas / sobre el coral
tú / silueta de luz / rizada en el cardumen plata / bajo el risco
yo / bramido de calma / que se revienta / ante la indiferencia / de la piedra

si yo fuera este mar / azularía tus ojos
lamería tus pies / me enredaría en tus muslos
abriría para ti todas las ostras
Pero no soy este mar / ni su oleaje
Breve pisada / en mar de leva / sin sal / sin arrecifes
¡ay, amor! / si yo fuera este mar / si yo fuera

mar de fondo / adentro es afuera
Hay resaca / soy un pez / agonizante / en la orilla

el aire / deja sabor a sal / en las comisuras
todas / mis / comisuras

Es posible descubrir en estos poemas de mar, la misma pregunta que se formuló con anterioridad. ¿Cuál es el amor real: el platónico, representado por un mar de fondo, más allá del cuerpo, fascinación de la imaginación; o el más cotidiano, de arena y playa envolvente de la piel? ¿Es el amor, tan sólo piel que ata, piel de orilla y sal en todas las comisuras? ¿Qué más nos queda, tras –o bajo- la piel que ata?
¿Encontraremos, tal vez, a la zaga de Yurimia, “poemas nuevos”, que desborden la piel? Imaginemos esa posibilidad, siguiendo la letra de la composición de Ariel Ramírez:

Y te vas hacia allá / Como en sueños
Dormida, Alfonsina / Vestida de mar
Cinco sirenitas / Te llevarán
Por caminos de algas / Y de coral
Y fosforescentes / Caballos marinos harán
Una ronda a tu lado / Y los habitantes
Del agua van a jugar / Pronto a tu lado

Y es que la palabra atar, remite inexorablemente a su antónima. El discurrir del poemario, se abre, una vez ejercido el derecho de leerlo, a una realidad otra, posible, imaginativa, por la que la narrativa antigua de Penélope ya se abrió paso: finalmente lo hilos se soltaron.



[1] Me referiré a los poemas por su número de página en la edición Lector Cómplice 2018.
[2] Para mi aproximación a los textos de Yurimia, me inspiro y tomo algunos conceptos y afirmaciones –que coloco en cursiva- de la obra de MARION J.L., El fenómeno erótico, El cuenco de plata, Buenos Aires 2005.
[3] PAZ O., La llama doble, Seix Barral, México 1993, 215. Otro de mis referentes importantes para este ensayo.
[4] Ibídem, 209.
[5] Hermenéutica y acción, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2008 (La metáfora y el problema central de la hermenéutica. La imaginación en el discurso y en la acción). 
[6] Ver PAZ O., Ibídem, 215: “Si el amor es tiempo, no puede ser eterno.”

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