Neón, obra de Yurimia Boscán que
hoy nos congrega, puede ser leída –perdón por la obviedad- de diversos modos.
Aquí la abordo como texto de desamor, como texto de desamparo, y al modo de un texto
de ajenidad y distanciamiento. En cualquiera de los casos, en el marco de lo
que Pompilio Santeliz ha llamado “escritura desde el desastre”.
Como texto de desamor, el encuentro con los amantes
está lejos de evaluarse, finalmente, como plenificante. Se describe como:
Sed calmada en un Bar oscuro… (página 14,
primera edición)
Mi Bohemia, tu sudor (20)
mi Zona Roja (36)
sexo devaluado –al decir de Pompilio.
Los amantes del poema Hotel, lucen sin futuro (35); otros, quedan apenas convertidos en signos
etéreos:
Murmullo… sílabas perdidas… nombre
olvidado (18)
Número de teléfono… fantasma por el
cable (31)
Ausencias (43)
A lo sumo, los amantes se han metamorfoseado en
memoria sensible de: …un perro /
besándonos la mano (32). Si alguna huella de amor han dejado, la conciencia
de su sexualidad necrofílica o sádica es un aviso:
Los hombres que amo pastan… me borran…
me degüellan… (44)
De más provechosa lectura me ha
resultado el acercamiento a Neón como
texto de desamparo. En mi ensayo sobre escritores de los Altos mirandinos, A la intemperie, incorporé Neón a la par de los textos de Franklin
Trómpiz, entre otros, como un texto de este tipo. Si bien, en Franklin el
desamparo es existencial, radical, total; en Yurimia se trata de un desamparo fragmentado,
parcial podría decirse, constreñido a su origen citadino, aunque no por ello
insustancial. Finalmente, será también grieta existencial.
Para estudiar Neón como texto de
desamparo, una primera clave estructural la dan su primero y último poemas. Allí
–en ambos- está la ventana.
Desde mi ventana vital / salta mi voz
se lee en el primer poema (6); y a lo largo del
poemario la ventana permanece abierta y cercana. Desde ella se habla y se observa
la ciudad:
Casi muerta miro todos los rostros /
desde la extraña ventana / compañera (21)
Y la ciudad parece responder, en
semejanza y desemejanza, con la conocida lira de Becquer: volverán las oscuras golondrinas, con el ala a sus cristales… En Neón
serán las alas de paloma / en la ventana
(30). El tono romántico ha desaparecido.
Al final del poemario, la ventana se ha cerrado:
Ya la diosa ciudad no toca mi ventana (46)
La voz de la ciudad es voz mutante. El grito permanente
es transformado en sudor y contaminación:
La voz se vuelve / monóxido salivado //
En las noches / aúlla la ciudad (7)
Perpetuando en las voces / mi transpirar
(9)
…los gritos no me pertenecen (22)
Gritos y más gritos / alguien debe haber
muerto (25)
Lo más sigiloso e íntimo de la voz, susurro y
murmullo, en la ciudad se trastoca en ruido ensordecedor e incomunicación:
…el
susurro / es una moto… (7)
…el murmullo apareado / de sílabas
perdidas (18)
Incluso la entrañable música, solo marca la separación:
La música sirve de telón (20)
Efímera / guitarra distanciada / de esta
voz (34)
La evocación de
El muro de Pink Floyd, agrega al poemario una mayor carga de
distanciamiento respecto de esta ciudad.
¿Qué diría Floyd / si me viera / contra
su pared? (46)
Al final, cuando el trayecto ha sido recorrido, la
temprana advertencia, Pasajera soy ciudad
(6), ha sido confirmada. Se cierran los poemas desde la mirada objetual. Se ha
roto el vínculo con la ciudad. Esta no ha sido la madre protectora esperada: La ciudad es madre / que aleja y no alberga
(28). Solo queda el tránsito cargado de interrogantes: Repaso el trayecto y me pregunto (46).
El recorrido vivido en la ciudad ha sido doloroso, y
no solo para el espíritu. Cuerpo y alma andan en desamparo. Los sentidos no
pueden evadir el transcurrir por la ciudad. Es parte del camino verlos
sufrientes, heridos.
Los sonidos son perturbantes, según se ha referido
ya: grito y aullido de la ciudad. Entre motos y ruidos diversos, un pregonero (30).
La vista sufre con luz de subterráneo (8). La hieren
un bar oscuro (14), el fogonazo luminoso (9), las luces amarillas, el semáforo (25),
los reflejos (10), el color naranja de las orillas (15), el claroscuro (36), la
noche embombillada (18), las luciérnagas / suicidas (22).
Hay una pausa. Los ojos perciben la ciudad:
…se detiene
lenta / ante mis ojos (14)
…miro todos los rostros (21)
Y duelen …los ojos de los niños… (41).
Se cansan los ojos de ver tales cosas:
Tengo ojos viejos (38)
…un Abril de ojos marrones (42)
El cuerpo aparece una y otra vez ligado
fundamentalmente a las secreciones orgánicas (sangre,
saliva, sudor, transpirar, lágrima) y a la sexualidad (desnudez, ovario, sexo, sed, respiraciones, soplo, pies, cuerpo, boca,
entrañas, mano, entre-piernas).
Los fluidos corporales denotan el malestar del
cuerpo
monóxido salivado… (7)
En el autobús repleto de secreciones
…cubriéndome de hollín…. // mi
transpirar (9)
La esperanza // no distingue / lágrima
de sudor (10)
tu sudor (20)
Andante melancolía / sudorosa (23)
La sexualidad desbordada sigue el ritmo encendido de
la ciudad:
Desnuda voy… (6)
abrazar el sexo abaratado…
atar su sed / a un bar oscuro (14)
…entre respiraciones (16)
…pies al ritmo / cuerpos al son (20)
Estas ciudades / con sus bombillos de
pieles / encendieron el entre / de mis piernas (44)
Unas pocas veces se agregan –respecto al cuerpo- términos
vinculados explícitamente al dolor, la tristeza o la soledad:
rostros… cabeza agachada…
dolor en la cordal… en el ojo… en el
ovario… (11)
Les duele / tanto hueco húmedo (38)
Tanto es el dolor que el yo se quiebra, y se suplica
el fin de tal acechanza:
Tengo grietas… (29)
Que no me duela más / el lado de la
cerca que me toca (41)
Hasta la experiencia de la muerte se hace audible a
través…
de esta voz / que canta / su propio
funeral (34)
Sufrir físico e interior y muerte recuerdan a
Vallejo, en los llamados “Poemas humanos”:
EL ALMA QUE SUFRIÓ DE SER SU CUERPO
Tú sufres de una glándula endocrina, se
ve,
o, quizá,
sufres de mí, de mi sagacidad escueta,
tácita.
Tú padeces del diáfano antropoide, allá,
cerca,
donde está la tiniebla tenebrosa.
En suma, no poseo para expresar mi vida,
sino mi muerte.
Y, después de todo, al cabo de la
escalonada naturaleza y del gorrión en bloque, me duermo, mano a mano con mi
sombra.
PIEDRA NEGRA SOBRE UNA PIEDRA BLANCA
son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos...
Nótese la unidad cuerpo-alma en el sufrir, la unidad
de vida-muerte, y el juego fónico “huesos húmeros”, en Vallejo, y “hueco
húmedo”, en Yurimia. Estamos preparados para la cita explícita:
Como Vallejo, sé que no sé… (42)
Para acercarme a Neón en mi tercer intento, como texto de
ajenidad y distanciamiento, me permito apenas evocar a dos conocidos poetas
andinos, Ramón Palomares y Pedro Ruiz, con sus textos Vuelta a Casa y Campesinos,
por lo que de común tienen con Yurimia. Su mirada sobre la ciudad –al retorno
de ella- tampoco es cálida.
De reciente lectura, gracias a la
preciosa obra que cayó en mis manos Regiones
verbales, del amigo y poeta Trujillo, cito a Ramón Querales, en una
aproximación similar:
…
mientras uno viva allá (se refiere a su caserío), uno vive en la familia y se prolonga en las
familias indígenas, entonces uno, cualquiera de nosotros que logre ese destino
es inmortal, pero en cambio en la ciudad se hace mortal y pierde toda la fuerza
que da la tierra.
Por distintos motivos y trayectorias,
y aunque no del mismo modo, parece unirse Yurimia a estos y otros escritores
venezolanos con pasaje de ida y vuelta a la ciudad. El título mismo del libro
de Yurimia refiere el brillo y la fugacidad de lo que fue. Neón es un texto
antiguo, que tiene casi dos décadas de imprenta; pero es más, cuando fue publicado
por vez primera (2001) ya se remontaba a un tiempo pasado, tanto en lo cronológico,
pues evocaba experiencias de la autora a lo largo de los años anteriores,
cuanto en la perspectiva anímica: el brillo de la ciudad se ha apagado.
El poeta Omer
Machado, a quien conocí en Aragua, por ejemplificar en contraste, es un amante confeso
irredimible de la ciudad. Estructura su
poemario Ciudad en que muero y otros
amores en torno al amor y la muerte en la ciudad. Amor que se expresa en
metáforas marinas, pero sobretodo amor “vagando en sepulturas”, amor “de un
autobús”, “amor de las esquinas (15), amor “de las tascas de la ciudad
incesante” (21): “Vengan amores, los invito / Beban conmigo los días de mi
ciudad” (15); amor “de dos” (33), amor -finalmente- a la misma ciudad: “dile a
mi ciudad que hoy la espero para embriagarnos” (25). (Omer Machado. La campana Sumergida. 2005. 68 pp.). No sucede así en
Neón.
La ciudad vivida como tránsito, tras el que el yo
poético se interroga, permite acercarse al texto de Neón como una puesta en escena, apalabrada, de la lucha espiritual
vivida. El paso por la ciudad se describe al modo de un ritual. Ritual que
permite el avance de una a otra etapa: ritual de tránsito que exige sacrifico
de sí, sangre incluso. Ritual que, por otra parte, entraña un encuentro con el
dolor personal, con la pena y el pecado, para -desde ahí- iniciar la
transformación:
Desnuda voy / en shamánico ritual /
cubierta de sangre y pena… (6)
A esta ciudad me inmolo (23)
pretendí reconciliarme (17)
Mis pecados y presagios… guardo en mi
closet (43)
Al modo de Rilke, que pregona:
ansía la transformación, entusiásmate
por la llama…
Este es el pago para acceder a la ciudad de la
utopía soñada:
para volver –en harapos- / a mi Arcadia (6)
Utopía que, por otra parte, es caracterizada de
diversos modos,
en el
afán deseante, aéreo: … quisiera volar /
como el Hombre Park (22)
o tal
vez: En silencio // en El Silencio (21)
o en la
identificación paradisíaca con la naturaleza:
Me convertí / en hormiga / en jardín /
en sombra en chaguaramo (17).
Y, sin embargo, se arroja una duda impertinente sobre
ese final feliz:
Había
una vez / un rincón con flores y lluvia / ¿o lágrimas? (24)
Así surge la pregunta indirecta sobre si tales
rituales y plegarias habrán alcanzado a un Dios ignoto quien, desde sus
alturas, hallará difícil el reconocimiento del hondón humano:
Rezando
a no sé qué Dios / en las alturas / desde el fondo (24)
Evaluado el ritual ya consumado, la ciudad
interpelada se ha mostrado ajena. La misma ventana compañera resulta ser la extraña ventana (21). La relación
interpersonal ha desaparecido. El trabajo se ha vuelto sinsentido, la
contaminación lo penetra todo:
…no hay rostros (8)
…la gente corre de prisa 1(6)
…con el absurdo trabajo cotidiano (24)
Me confundo /…/ cubriéndome de hollín
(9)
La violencia se ha tornado periódica rutina:
… la luna galopa sobre una cuchillada
(7)
El poema más leído / en mi ciudad / es
la página roja (8)
La Venezuela
violenta diseccionada genéticamente en el texto homónimo de Orlando Araujo
se muestra con toda intensidad en la ciudad que es Caracas. El drama social se
revela sin máscaras en los cerros que la rodean:
La ciudad se eleva… // Allí está la otra
parte… // Simulan vivir…
…mientras más alta / más hondo nos
socava (15)
Los versos dedicados al closet, como casa de
refugio, traspasada la línea ecuatorial del poemario, indican que el cuerpo tiene por fin
un lugar para su reposo, un habitáculo:
En la casa de mi closet / habita mi
cuerpo (28)
Aunque sea pequeño espacio, en él se construyen
balcones y cortinas, protección de la orfandad (28).
El ensayo de Kristel Guirado, leído con ocasión de
la Filven – Los Teques, (30-11-2016), penetra excelentemente en esta
perspectiva del closet y la casa, que vincula este poemario con la obra Ama de Casa.
Y no sólo el closet. La mención de mi casa de Las Colinas, casa de
infancia, y La neblina a cuestas (25)
permite realizar la aperturidad de este a otros poemarios de Yurimia: Ama de Casa –ya referido- y
Los últimos días de la casa.
Estamos en la frontera de lo vivido en la ciudad-Neón.
El ritual se ha consumado. La distancia ha sido marcada. El desamparo,
conjurado –al menos por ahora. La vida se mantiene en pie.
Se me ocurre leer hoy Neón como metáfora del país. Amores idos, desamparo y
distanciamiento nos dan que pensar. ¿Será posible hallar la casa de Las Colinas
por todas y todos añorada. Estamos aún a tiempo? Y si no fuera así, ¿cómo
haremos viable la continuidad de la vida? Es el gran poema que tenemos entre
manos. Mientras tanto, leamos Neón. Que
la poesía nos vuelva eternos.
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