La obertura de la obra sinfónica
que representa Malvasía (2017, San Cristóbal: Acirema), la
constituyen sus dos primeros poemas breves.
El primero redunda en los principales temas de la poética de
Trujillo. Y redunda intencionadamente,
espoleando a los descreídos de la poesía, con la memoria del árbol y el ave. Una y otra vez, la poesía es esto y, sin embargo, surge en
permanente ejercicio de re-creación, como si siempre fuera nueva.
Es la misma escritura, por una parte, y, no obstante, al evocar la Sagrada Escritura judeo-cristiana en sus
primeros versos del poema-mito de la creación, según los cuales el
espíritu-aliento (ruah generadora, en hebreo, femenino) es el que aletea sobre las aguas, esta mismidad
se hace partícipe de una fuerza que la hace otra: creación original. Es así la
vida, como es la poesía.
Palabra y madera, los eternos
tópicos de Antonio, vuelven a asomar en sus versos. Para el poeta y
carpintero-artesano, la palabra es labrada, como la madera; del mismo modo como
es labrado el ser. Del barro fue moldeado el primigenio humano, en la antigua
cultura constructora en arcilla, arraigada en Oriente Medio. De maíz es creado
el ser humano, en la cultura meso-americana. De madera –en otro mito germinal- gusta crear y recrear el
ser, el poeta Trujillo.
Así, abrir el texto al lector es
hacerlo cómplice de la obra creadora que se inaugura. Pero es también, y aquí
viene el segundo poema, prepararse para un viaje. Es, en el caso de Trujillo,
el viaje del que se lanza a la aventura marítima. El barco será la casa. Las vigas
ya anuncian el mar. Un poema del cuerpo del texto se referirá a este carpintero de orilla, sin taller, a
descampado, alojado entre dos inmensidades: la del bosque y la del mar.
El viaje físico anuncia el otro,
el de la interioridad. La lija del carpintero es poca para tal viaje. Dios y el viento hacen su tarea. Naturaleza
y Misterio se hermanan. Universo, cosmos, energía, Dios, trascendencia: la religión
tradicional estalla, como los nudos de la madera. La madera es una; otro el aliento
del artesano: sus idas y retornos, sus proyectos y deseos; el alma / de entrar y salir. Es hora de la partida.
La portada escogida, fotografía de
Fina Gómez, Premio nacional de fotografía 1992, completa la obertura: una barca
desvencijada en la playa. Es posible que a esta, le suceda otra barca que se adentre
en el mar. El lector está listo para abordarla.
MALVASÍA COMO DINÁMICA
ESPIRITUAL INICIÁTICA (II)
A partir de Corpus Christi (1952), hay en Malvasía un
conjunto de cinco poemas dedicados a la memoria familiar y de infancia, marcados
por el asunto de la fe religiosa. Se aborda en el primero de ellos la visión
tradicional del padre; parece compuesto a partir de una antigua foto en la que
se atrapa al padre, en el contexto de la elaboración artesana de una alfombra
de flores para la procesión de Corpus Christi. La fe paterna queda asociada a la
“flor” (símbolo de pureza y santidad) y a la elevación (“otra alfombra”, más
allá de “la calle (que) es de tierra”), a lo celeste (“el nombre azul”) y a las
imágenes nimbadas de San Antonio y de una virgen con ojos de misterio (que
evoca la imagen de la virgen de Guadalupe, cuyos ojos han sido objeto de
estudio al microscopio).
Otro modo de fe
tradicional representa la abuela republicana. Desde el silencio religioso
impuesto a los vencidos, “habla y apenas/ roza las palabras”. Y, sin embargo,
“dicta desde el arca”, desde lo arcano de su saber, desde lo bien guardado. No
se somete a las nuevas generaciones, con Dios ausente: “¡búrlense! ya Dios/ se
burlará de ustedes”. Ni tampoco a la religión que representan los vencedores de
la guerra española: “¡el fascista de tu padre!”.
La fe de la madre,
por otra parte, se entrega a las cartas, hojas de millo y duraznos que le hablan:
“Sota de oro/ y rey de espadas”. Ella guarda las palabras acerca del hombre que
amó: “ni ha muerto/ ni regresa”. Guarda
“esas palabras” en el corazón, como María, la madre del galileo Jesús, que, en el relato del Evangelio cristiano de
Lucas, guarda lo acontecido (Lc 2, 19 y 51).
El yo poético del
siguiente poema, se reconoce en la infancia –en un tú con el que dialoga-. El
niño supera los miedos, traspasa las prohibiciones, levanta losas. El cielo, y
con él las visiones religiosas tradicionales que anteceden, es hundido en un
aljibe, ahogado. Algo nuevo sucede. La transparencia del agua. Las piedras del
fondo. Un abismo –el primero de la vida, que tantos otros prepara-. Dios.
Otra
experiencia espiritual, sanadora, de la infancia -ahora no diálogo, sino
memoria-, recoge el ritual sagrado de haber sido marcado “con sangre de drago”.
Hace referencia el poeta al hecho de ser colocado horizontalmente, en brazos de
un oficiante, con los pies en
contacto con el árbol de drago, previamente recortado -y sangrante- para el ajuste en la madera de los pies del niño. El
niño sanó. El vínculo con el árbol marca su vida. El poema remite a esta experiencia
espiritual que guarda -al yo poético actual- “en lo salvaje”, en la religión natural, de la vida y la planta. El
poema termina con un reto, “ver si puedo”, frente a visiones espirituales tan
diversas, “atar”, y, finalmente, atreverse a la libertad espiritual, “cruzar a
nado// la playa/ de mi espíritu”.
MALVASÍA: “EL MAR
LA LLAMA” (III)
Luego
viene el mar, las aguas. Me refiero ahora a un conjunto de poemas entre las
páginas 18 y 37. Es el mar que trae a tierra antiguos dioses náufragos para
someterlos a nuevas divinidades.
Mar
que sobrevuelan aves salvajes, misterio que se ofrece. Síntesis espiritual
entre el dios tradicional de convento y tridente, y el más libre, de arena y
pájaro. Ave -cernícalo- que se eleva y desciende, que oscila entre el arriba de
“prestigio” y el abajo del instinto. Ave que atraviesa riscos y planea sobre el
estanque, herida de sol. Ave que, en cierto instante, se deja llevar por la
luz, por el sagrado impulso del vacío.
Y
en la mar, la fiesta. La malvasía del título, es entonces el vino canario, apreciado
desde antiguo en Inglaterra y Norteamérica. Es vino que se transporta -y se
añeja- en el vaivén del océano; fiesta
(“lumbre”) de las islas, para disfrute abierto con otros pueblos. Malvasía es
también la variedad isleña de la uva a quien, desde lo profundo, “el mar la
llama”. Y es, en juego de lenguaje, mar-vacía, palabra que se hunde y renace.
El
trayecto niebla-mar-islas-mar-sombra se recorre en uno de estos poemas,
excelentemente logrado desde la perspectiva estructural (p. 27). Recuerda
aquellos versos del emigrante isleño Armando Hernández Quintero (Odiseo, Cantos
Alisios, 15), que a su vez recoge la memoria del antiguo relato griego de Ítaca
y Odiseo:
sólo una trasparencia / que a veces se pierde, / y el mar / aquí / y
allá.
De él salieron palomas de nieve y fuego, / por él transcurrimos.
(Con
una notable diferencia: en Odiseo, el mar es “Condena infernal”; en Canción de
mar - Malvasía, el mar luminoso se vuelve cielo. Es curioso el mismo lenguaje
del mito cristiano de fondo, bajo los términos contrapuestos: cielo-infierno).
Y
luego, en alta mar. Ya sin aves. El humano acontecer. Las mismas diferencias.
Proa y popa, dos modos de ser. Jolgorio incontenido en proa; espíritu reposado,
de luz y agua, en popa. La muerte acompañada hasta las aguas, en una sábana de
resucitado.
De
nuevo, las aves anunciando las islas, los volcanes, la cercana costa, el
puerto. Trinidad, Jamaica o Borburata. Ya en tierra firme, el mar hecho memoria
de cielo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario