jueves, 10 de agosto de 2017

ESPACIOS DELTANOS EN LOS EJERCICIOS NARRATIVOS DE BALZA





En la década del 70, Vargas Llosa, al preguntarse por las fuentes de la literatura narrativa –a propósito de la obra de Gabriel García Márquez- hacía referencia a tres tipos de demonios: personales, históricos y culturales. Algunas de sus apreciaciones son pertinentes al acercarse a los  relatos de Balza.
1.- Toda obra de ficción proyecta experiencias de estos tres órdenes, pero en dosis distintas…
2.- La creación literaria consiste no tanto en inventar como en transformar… (los contenidos).
3.- La revelación de las fuentes de una ficción… nos ilustra sobre el proceso de creación pero no nos explica su producto…. La grandeza o pobreza  de una ficción sólo puede medirse,  internamente, analizando su poder de persuasión, que depende de su forma, y externamente, analizando su relación con la realidad real…
Para este ensayo, escojo un grupo de relatos de Balza en los cuales los demonios personales son las fuentes más importantes, más que los históricos o culturales. Son trece relatos plenos de espacio deltano, con los que pretendo, en primer lugar, mostrar estos (y sólo estos) “demonios” personales. Pasaré después a apuntar algunas técnicas a las que Balza recurre para resolver su creación.

¿Demonios o fantasma?

En el relato “Un Orinoco fantasma” la narración se estructura en un recorrido evolutivo, desde la infancia hasta la actualidad del protagonista. Las aguas son la constante en la vida del narrador, incluso en su etapa final, situada en la ciudad. El agua lo sigue envolviendo.
Desperté: un fantasma de agua me rodeaba. El Orinoco inmenso, móvil, circulando dentro de mi memoria. Llamaba, decidí volver a él para siempre.

El demonio personal, al que se refería Vargas Llosa, casi como a una rémora para el escritor, en Balza se ha hecho fantasma acuoso envolvente –inspiración vital, genio más bien, según apunta Agamben. El mismo Balza afirma:
Me ejercitaría para siempre en la Literatura, tal como el ejercicio de la natación me mantiene unido a esas otras aguas verbales y divinas: las del gran río Orinoco en el Delta salvaje.

Los procedimientos de creación: conceptual, plástico y estructural

Tras la pista de Carlos Noguera quien, a propósito de los cuentos de Balza, establece para la vertebración de los relatos escritos tres “imanes que inducen los campos de fuerza”: el personaje, el ámbito y el hecho, con sus respectivos procedimientos: conceptual, plástico o estructural, vuelve Armando Navarro a penetrar en las técnicas narrativas de los relatos balzianos. En la década de los 90, y específicamente referido a la obra narrativa de Balza, Armando Navarro considera crucial la estructura de los relatos en la acción creadora del escritor. Remite a declaraciones del mismo Balza al afirmar que
…para un novelista lo vital es la manera cómo el autor estructura el texto y la particularidad con la que utiliza el lenguaje, puesto que las anécdotas, los temas y personajes son impuestos al escritor y, por lo tanto, no le pertenecen.
Y agrega
El problema relativo a la estructura es inherente a la narrativa de Balza porque, como él mismo ha afirmado, las anécdotas están dadas, no le pertenecen al escritor: dado que lo que le corresponde a éste es la forma del relato y las estrategias seleccionadas para utilizar el lenguaje. De tal manera que al explorar el universo de los "Ejercicios Narrativos", el lector requiere estar capacitado para atender a los juegos estructurales que le plantean las narraciones si quiere adquirir una plena comprensión.

Considerando esta importancia de la estructura ya se estudiaron en mi blog dos interesantes relatos: “Gato disperso” y “Un libro de Rodolfo Iliackwood”.
En los relatos deltanos que ahora considero, lo estructural puede apreciarse con claridad en la movilidad en el tiempo. El narrador puede ser un adulto que “de pronto se sorprende buscando en los laberintos de la infancia” (Navarro). En varios de estos relatos aparecen los niños: “La sombra de oro”, “Las boras”, “La sentencia”, “Un Orinoco fantasma”. Son niños trepado a los árboles, niños en el agua, nadando. Pero en esos mismos relatos es el narrador-adulto quien habla (con frecuencia, el mismo niño ya crecido). Por ahí discurren algunos de los juegos estructurales.

Lo mito-mágico

La recurrencia a lo mítico, mágico o misterioso en los relatos es otra de las claves para acercarse a estos relatos deltanos de Balza, pero lo menciono sólo de paso, pues ameritaría otro estudio detallado. Las muestras las tenemos en “La sombra de oro”, con el pájaro maravilloso que aparece en el caimito; en “La sirena de Pedernales”, voz y presencia en los entre-sueños del naúfrago; en “El niño del fulgor”, que crea un círculo de fuego en medio de la vegetación; en “Los peces de fuego”, con el gran pez que se revela como submarino en  las indagaciones del investigador, pero que pervive como misterioso animal en la memoria de los pescadores; en “Los almendrones de enero”, florecidos fuera de tiempo; en “La sentencia”, donde el narrador-adulto explora las raíces de su culpabilidad en una acción metafísica de la infancia.
Es otra clave que escapa un poco al esquema de Noguera sobre el procedimiento de creación, aunque pudiera situarse en lo conceptual, sin estar no obstante centrado en los personajes. Es un asunto de creencias populares, cosmovisiones, que aparecen incorporadas como parte de los relatos, en un lenguaje cercano a lo que se ha llamado realismo mágico.

Los espacios deltanos

Me concentro, sin embargo, en el estudio de los  espacios. Balza considera buena suerte
el hecho de haber nacido y vivido casi toda la adolescencia, en las tierras salvajes del Delta del gran río Orinoco. Un vasto paisaje de palmeras intrincadas y árboles milenarios; la fuerza descomunal de las aguas…La naturaleza vibrante y los vínculos familiares me llevaban hacia atavismos absolutos: la noche, las tormentas, la proximidad del mundo indígena: Los Warao, con sus enigmáticos ritos, su lenguaje y sus cantos, por un lado; el innegable talento musical de mis abuelos, tíos y hermanos, por otro.

Cito de nuevo a Navarro, quien –referido a Balza- considera
los referentes espaciales como representaciones introyectadas, aunque algunas veces la exactitud de las descripciones impresiona como si la escritura no fluyese desde la memoria sino de esa presencia concreta que es el espacio físico.

Los referentes espaciales, entonces, son introyecciones, creación ficticia, pero en su fuerza plástica se vuelven casi tangibles. Respecto de la técnica, agrega Navarro:
el narrador (procede) mediante una técnica de síntesis para la creación de efectos plásticos…. …en lo concerniente al espacio los vínculos se crean entre el lenguaje y la pintura, recreando espesuras que contienen objetos móviles e inmóviles, seres vivientes, luminosidades, inviernos, veranos, claroscuros, sombras, contrastes, perspectivas, más otros componentes como sonidos, rumores, espejeos. Entre estos elementos resalta la iteración en la luminosidad y en los reflejos, porque la luz es el Delta del Orinoco y los reflejos son el gran río…

Véase algo de esto, acercando la mirada a través de fragmentos escogidos a algunos de los espacios balzianos: el poblado de San Rafael, las casas con sus patios y árboles, el río.

El poblado de San Rafael

Varios relatos describen la realidad física de San Rafael, preferentemente en su versión de recuerdo de infancia, es decir, el San Rafael de hace unas décadas.
En el primer párrafo de “Las boras” se da un paseo por el ambiente: orilla de río, calle, casa y patio con árboles. Luego se detalla el barranco junto al río y la playa que se forma, los muchachos nadando. Y al fondo de las casas, las pequeñas lagunas con boras.
¿Por qué abandonó la orilla del río y cruzó la única calle del pueblo y atravesó su casa sin hablar con nadie y atravesó el jardín trasero sin fijarse en los hicacos y los mamones ya maduros?Todos los muchachos están nadando… La mañana envuelve el barranco, la arena, los juncos, como si acabara de pulirlos. (“Las boras”)

Río (especialmente el borde, la orilla), barranco y playa, calle o carretera, casa o rancho, vuelven a hacer su aparición, y al menos en tres relatos con la mención explícita de San Rafael:

…Gumersindo sintió el ruido del agua que adquiría la forma de un camino muy delgado y ascendió por el barranco… desde el río el agua se había desprendido dulcemente hacia la playa, adelgazándose. A la altura de la carretera era una línea transparente.En la noche, el agua cubría todo. No le sorprendía poder mirar, a la vez, la calle y los lejanos barrancos, si él estaba al fondo del mosquitero. ..sintió furia: la hamaca impedía moverse. Tenía tanto tiempo solo en este rancho de San Rafael. (“El oro”)
 Una vez, un amigo, en vacaciones llevó al lugar (su nombre, San Rafael, es ya suntuoso y recargado) un tocadiscos… Cierta mañana, bajo los árboles, al borde del río, colocamos un disco de Bach… San Rafael tenía una sola calle, la orilla del río. (“Un libro de Rodolfo Iliackwood”) 
Deja atrás la población: conoce los riesgos de la carretera. Más tarde podrá detenerse en un bar del camino….
Sabe que la carretera (la única del lugar) va a bifurcarse… También hay acá un pequeño caño que coincide a veces con la carretera y le roba lustrosidad a las hojas….
“San Rafael”, pensó, “el lugar de la carretera que tanto me gusta”.Quizá la fascinó la figura del hombre aislado que recorre (error-repetición: por las noches)… las hondas noches del Delta.Frente al bar, la pick-up azul; adentro, en una mesita, él está impaciente. Suena un bolero undoso de Los Panchos… (“Boda en el Delta”)
 …esos bares, poblados por hombrecitos borrosos…. Mira a sus tías y a sus hermanos desde la carretera, y sigue. El mínimo pueblo bordea la orilla del lago. (“Ella nunca cierra los ojos”)

Las casas


Las casas son descritas con más detalle: junto a la carretera, en hilera, con sus estrechos zaguanes y sus patios. Y dentro, su desproporción, la hamaca, el mosquitero, el calor sofocante, las  gentes en su habitación o tal vez conversando, tomando café… A medida que se detalla el ambiente, la luminosidad se hace mayor. Especial fuerza descriptiva de la casa tiene el primer relato: “Ella nunca cierra los ojos”.

Entre dos y tres de la tarde, el sopor resulta absoluto… El lago untando con exasperante tibieza cada cosa. Dentro de su casa el calor casi hería y la selva entera -realmente sólo algunos árboles, el caimito, las palmeras, bejucos y ese exceso de flores que adormecen con su olor: la habanas- se inclinaba contra las ventanas impidiéndole respirar…No se atreve a pedir que retiren las flores (trinitarias, rosas, habanas) porque tía las coloca para él muy temprano en la mesa. Toma café….
La mesa grande y el comedor dan hacia la parte posterior de la casa. Todo –siempre lo olvida- es inmenso, un poco desproporcionado: demasiadas habitaciones, puertas excesivas, el techo tan alto… Una reja con tela metálica lo protege de los zancudos y deja entrar algo de aire. Al fondo ve palmares y racimos…Aquí cada casa está separada de otra, y de los puertos de las casas, tan separados a la vez por la carretera vieja –delante del pueblo- que es casi imposible ver gente durante horas. (“Ella nunca cierra los ojos”)
 En nuestra zona casi no se sentía la ciudad, las calles carecían de trazado, el paso de un bus resultaba impredecible y de vez en cuando un pedazo de puente inútil o un terreno con hierbas secas aparecían súbitamente.Las tres casas donde todo ocurrió estaban apenas separadas por estrechos zaguanes, en el frente; y por un cercado de alambre en los patios, donde además recuerdo árboles, gallinas y algunos porrones.De las tres casas juntas, la del extremo izquierdo era nuestra… los perros… la gata… el loro. El patio posterior lleno de macetas y con un tamarindo tan grade como el de los vecinos… En su patio tenía (la tía Victoria) un pequeño huerto con plantas de habana… y guayabos… Hacía dulces, conservas inolvidables. (“La sentencia”)
 En la noche, el agua cubría todo. No le sorprendía poder mirar, a la vez, la calle y los lejanos barrancos, si él estaba al fondo del mosquitero. ..sintió furia: la hamaca impedía moverse. Tenía tanto tiempo solo en este rancho de San Rafael. (“El oro”)
 …aquel hombre blanco… Vivió en Manamito, y Pedernales, después en Macareíto… Mientras tomábamos un café en su cuarto, narró con pausas y risas nerviosas. (“Los peces de fuego”)
 …llegó un día  a mi casa. Le ofrecieron café, lo tomó en silencio…. He vuelto a ver esa casa, está derrumbándose….…a las tres de la tarde, entre el sopor y la excitación que la luz y los colores producen en San Rafael… mientras las mujeres de la casa descansaban, adentro. (“Un libro de Rodolfo Iliackwood”)

Me permito una digresión, que viene a propósito de esta última mención de la casa derrumbándose. Siguiendo, sólo en parte, a Bachelard  y sus estudios sobre poética del espacio, y en particular los dos capítulos dedicados a la casa, en un ensayo anterior  intenté acoger algunas de las ricas y potentes imágenes de la casa, con sus sentidos plurales, y descubrirlas en algunos fragmentos de poetas venezolanos de la segunda mitad del siglo XX. Allí refería la sensibilidad de los poetas venezolanos a las ruinas de la casa que apenas Bachelard insinúa como “casa perdida”, “disuelta en las aguas del pasado” (B 88). Más fuerte y existencial es la imagen que recoge de Rilke: “Toda rota y repartida en mí” (B 89). Con esa fuerza poderosa, cito entre los poetas venezolanos: “Las paredes de mi casa tienen ahora corrosiones” (Gerbasi  184). “Oscuros jabillos sepultan / la vieja casona. Un follaje breve / tapa las ventanas: enredaderas / sin flores y trinitarias” (Oliveros 22). Esta evocación de la casa derruida o abandonada, es posible encontrarla en muchos otros poetas y narradores, especialmente aquellos que han hecho algún viaje de ida y vuelta hacia sus raíces.

Frente a la casa y en los patios: la naturaleza

Con más frecuencia aún, en este ensayo al que me vengo refiriendo se puede apreciar el movimiento expansión  de la casa
…por el que la biología entra en la casa, ésta se convierte en ser de la naturaleza. Se extiende a los animales y a las plantas que la circundan: “Mi casa estaba sola en medio de los tamarindos y las palmas” (Gerbasi 80). “Casa mía, casa nuestra (…) / en novia con su gajo de caña dulce / su pie desnudo, degollado sobre el césped floral” (Terán 87). “Y abre la casa de mis días mejores a la danza ígnea de la siega. / Y se congregan en mí las estaciones”. (Yarza 190)
El patio es la puerta más expedita para esta ampliación. Alejandro Oliveros (O 39) evoca los cítricos del patio de la casa que “estuvieron más amarillos y jugosos”;  y describe: “Un viento liviano mece las ramas / del limonero y caen sus hojas… /Este patio. Aquél” (O 13). Gerbasi dedica todo un poema al patio. “Bajo los naranjos oscuros de avisperos (…) Junto a un perro quieto como un pedestal (…) / La ropa tendida se levantaba en el viento (…) / Yo iba a visitar la vaca / y la veía acostarse en la penumbra / como en el hechizo de un eclipse” (G 126-127). Y no es el único de sus poemas en que traiga a cuento la imagen del patio junto a la casa: “¿Aún existen los naranjos / que plantó mi padre en el patio de la casa?” (G 76). “En los patios caen chorros grises de granos de café / y su rumor es el rumor de la tarde” (G 84). En torno al patio se ven los corredores alejándose solitarios con sus  pilares blancos (G 126, 202). Junto al patio recuerda el poeta los lirios, “la vasta penumbra de las calas / los mecedores en el umbral” (O 13).
También en los relatos de Balza se asiste a este movimiento de expansión de la casa, hacia la naturaleza, y con frecuencia es en dirección al patio, como en los poetas citados. Pero no se trata sólo del lugar. La dimensión plástica se revela con creces. Al referirse a la naturaleza, la luz y los colores quedan mucho más resaltados que en otros ambientes. En particular, subrayo un par de párrafos sorprendentes por su colorido, en los relatos “La sombra de oro” y “Los almendrones de enero”.

Claro que yo también tuve ocho años: puedo asegurarlo ahora por la sombra dorada del caimito…  Aquí está, casi tan cerca que con diez pasos todos los niños podíamos tocar su tronco, arrebatarle las frutas accesibles o, simplemente, como ocurría conmigo, saltar y correr dentro de su extensa sombra, con el peligro de tropezar una raíz y romperme una pata: porque esas carreras tenían que ser mirando hacia arriba, impulsado por el movimiento, pero también por un extraño deseo de ver más: de entregarme con la mirada al lejano cielo feliz, de calcular que podría alcanzar las ramas elevadas, de sentir contra el cuerpo aquel torbellino rojizo, violeta y dorado en el cual se convertían las hojas del caimito. Ya sabía que el caimito existe para la luz del día: para inmovilizar el sol y retener su resplandor en la parte inferior de las hojas; yo encontraba en el día y en el verano el reino del caimito… El próximo día, mayor altura: hasta el grueso ramo cargado de verdosos racimos. Me atrevía entonces a devorar un caimito, no tanto por la pulpa sino por su agua gelatinosa, como si mi sed quisiera ingerir un mundo concreto. ….a las cuatro de la tarde -la hora perfecta del caimito: el instante en que su hojarasca se balancea tiernamente, como un aliento de magnética púrpura-… …era un pájaro de las selvas profundas; aromático, delicado, de tonos cambiantes, cuyo canto abre caminos extraños en las selvas: un pájaro que -según ellos- jamás llegaría a esta zona del delta, donde se establecen pequeños poblados. (“La sombra de oro”)
 …advirtió a mano izquierda, arriba en la calle, flotando dentro de la límpida luz del mediodía, un manojo rojo con puntos verdes y oscuros. Un tejido solar, creciente y plácido. Frenó con violencia, enamorado de aquella fronda aérea y numerosa; y de un vistazo atrapó las hojas, individualizadas, y el ramaje todo, denso, rojizo, violáceo en la claridad. Era un almendrón seguro sobre su tronco doble levantado en sus ramas como sobre terrazas sucesivas… tocó una hoja, recogió una almendra en la acera… (“Los almendrones de enero”[1])
  …al fondo de las casas, bajo el bosque denso, las pequeñas lagunas dejadas por el invierno ya tienen una capa estable y total: su quieta superficie se ha cubierto de boras. Y allí el verdor vibra con las flores moradas. (“Las boras”)
 La hierba y alguna de sus altas espigas se estremecen al borde del río… La otra orilla está lejana: un algodón violáceo; allí es la selva sin interrupciones; de este lado la costa cae al río con su barranco de tremenda vegetación, pero muy cerca deja pasar una estrecha carretera, casi camino de tierra, y muestra casitas dispersas bajo los árboles... …a la derecha la vía de Cocuina: altas ceibas y bambúes; el matorral húmedo y casi sólido; una murallas con perfumes de raíces, de café… A su izquierda… árboles domésticos, envolventes aromas de azahar y mirto y la prisa del gran río…. (“Boda en el Delta”)
 Mi casa, a pocos pasos del río, está rodeada por inmensas raíces, sobre las cuales las ramas hacen su compás. No temo a las sólidas serpientes ni al toro bravo. Sé que a los cinco años estoy nadando… (“Un Orinoco fantasma”)

Aunque no en San Rafael, sino en un lugar cercano, fuera del poblado, se describe una hacienda:
La casa, pequeña y anodina, contrasta con los fértiles, inmensos terrenos que la rodean… Al frente, un cercado que poco protege a las viejas plantas de anón, de níspero, de caña. Dos perros fuertes y elásticos circulan libremente. El cercado conduce a la puerta de la casa mediante un sendero de citroneras. Alrededor del pequeño edificio, limoneros y guayabos. Todo parece íntimo. Sin embargo por detrás comienzan los gallineros, el patio con gansos y cerdos. Un caimito gigantesco. La vasta hacienda de cacao y naranjales. Y sólo para quienes pueden llegar hasta allá, de repente en medio del terreno, surge una brillante laguna, cuya superficie vibra, picada por peces y pájaros… Tal vez permanezcan para siempre bajo esa cualidad primaria y fresca que no los diferencia de las aves y del bosque. Alguna vez van a la pequeña ciudad próxima y otra a las orillas del poderoso río. Quizá su hacienda sea una réplica completa de aquélla y la laguna un retoño salvaje de las vastas aguas lejanas. En el todo son todo. (“El niño del fulgor”)

La fuerza del río, su amenaza y su vitalidad: ejercicio plástico

El río se muestra también con todo su plasticidad. Luz y color lo envuelven. Subrayo un párrafo maravilloso de “La sombra de oro”.
Desde muy lejos, desde un pequeño brillo de diamante, comenzaba el río a crecer; para nosotros su origen saltaba como una chispa y lentamente adquiría la sinuosidad de las costas: abrumadoras cargas de bambúes, de palmeras y ceibas. Al acercarse parecía que el agua iba a sumergir la isla, frente a nuestra casa: pero no, el gigantesco cuerpo del río ondulaba dulcemente y apenas mordía, con dientes de molino, fugaz, los bordes de la isla y de nuestro propio puerto. A pesar de su humedad, el río era el verano: vientos de ópalo sobre el oleaje, sonidos momentáneos en el ramaje. El verano también tenía un cuerpo interminable: se lanzaba desde aquel cristal mínimo de donde surgía el río tras los bosques, hasta quedar atrapado en el silencio de cobre, en las hojas moradas del caimito, junto a mi casa. (“La sombra de oro”)
 …Gumersindo sintió el ruido del agua que adquiría la forma de un camino muy delgado y ascendió por el barranco… desde el río el agua se había desprendido dulcemente hacia la playa, adelgazándose. A la altura de la carretera era una línea transparente…En la noche, el agua cubría todo. (“El oro”)
 A lo lejos, una mancha blanca que debía ser Capure, efecto de las estrellas; y ellos en medio del río infinito, tan manso a esa hora que casi permitía seguir el movimiento de los cardúmenes…. (“Los peces de fuego”)
  “Llamar a esto solo una Boca, cunado aquí el río se abre hacia Pedernales y hacia Buja y cuando uno no tarda en costear la ruta de Wina Morena, qué locura”Acaba de ver esas ventanas alargadas, horizontales, de las últimas casitas y ahora enfrenta los racimos brillantes, muy cargados, del cocal. Ya se presienten los manglares: en el tono azul con que el sol transforma las hojas del palmar.
El toldo de la lancha vibra, como un ala de papel, y la oscuridad comienza envolverlo. Una niebla delicada sube desde las olas; espuma que corta. La tormenta se lanza sobre la vasta soledad del río… El ruido del motor es un débil quejido. Los relámpagos acentúan la oscuridad. Algo le dice que está en el centro, capeando los mosures, el violeta engañoso de los troncos y las flores flotantes… un filo dorado se mueve como un sol, lejano. (“La sirena de Pedernales”)

El río es gente, es divino: ejercicio conceptual

Además del elemento plástico presente en la evocación del río, hay otro elemento que aporta un matiz especial: la fusión del sujeto-narrador con el espacio. Del procedimiento plástico, se pasa al procedimiento conceptual. En “El niño del fulgor”, los pobladores de la hacienda “en el todo son todo”. El fraile de “El tercer tiempo” descubre que el río es su propio corazón, y Dios mismo era la plenitud del agua. En “Un Orinoco fantasma”, el narrador es “agua también”.

Y sólo para quienes pueden llegar hasta allá, de repente en medio del terreno, surge una brillante laguna, cuya superficie vibra, picada por peces y pájaros… Alguna vez van a la pequeña ciudad próxima y otra a las orillas del poderoso río. Quizá su hacienda sea una réplica completa de aquélla y la laguna un retoño salvaje de las vastas aguas lejanas. En el todo son todo. (“El niño del fulgor”)
 Sabía que tras de ellos sólo estaban las montañas y el nacimiento del gran río; sintió el tumulto de las aguas que descienden, pero tuvo lucidez para comprender que ese río era su propio corazón……Dios era el silencio y, por momentos, la plenitud del agua. (“El tercer tiempo”)
 …recibo el impacto de las olas. El viento es fuego. Pierdo el piso: un pozo enorme se abre bajo el cuerpo del río. Es el cantil, el río en su inesperada profundidad… la violencia del broce líquido me golpea… Soy agua también… Nunca olvidé el abrazo del río.. Podía vencerme: con su furia, con su soledad, con su belleza y su voz milenaria… yo le pertenecía: había nacido de él, a él volveré. Dediqué mi vida a rendirle tributo: a mirarlo, beberlo, soñarlo… Por las noches el río susurraba…El río es la forma perfecta de la serenidad… (“Un Orinoco fantasma”)
 
Para cerrar

Unas consideraciones finales, que pueden parecer obvias pero conviene recordar, dado el enfoque limitado de mi ensayo.
En el relato no está sólo el ambiente. Hechos y personajes se imbrican en él. Dice Navarro que en “la totalidad narrativa la intención es más amplia: el relato se concibe como un medio en el que el intelecto y la percepción captan totalidades”.
La creación literaria es una ficción, pero sus raíces y vinculaciones con lo real actual están presentes. Al abordar el ambiente deltano en los relatos de Balza, cfreo que esto es más que evidente. Lo dice también Navarro, a quien sigo en sus apuntes sobre Balza:
sin abandonar su vigilancia del texto como una entidad ficticia, la narrativa balziana no es un simple conjunto de abstracciones: ella mantiene relaciones vinculantes y dialógicas con diversas realidades.

Finalmente, de nuevo con Navarro:
(Balza) …sabe que el mundo existe sólo en la palabra que lo designa y estructura, pero también está consciente de la ambigüedad de la palabra y, por ende, de sus múltiples posibilidades: por naturaleza, el significado lingüístico es versátil y subjetivo.

Como lo aseguran los teóricos del discurso hermenéutico, los textos, una vez independizados de su creador, una vez adultos, se llenan de posibilidades nuevas. La polisemia del texto literario es uno de sus rasgos característicos.
Son observaciones que refuerzan el carácter limitado de este ensayo, según su objetivo; y lo abren a la multiplicidad de miradas, tantas como las de los compresivos (o no tanto) lectores de Balza y de este escrito.

Referencias:

BALZA José “El Delta del relato (Confesiones en Brown University)” (1991)
BALZA José “El cuento: Lince y topo” (2005)
NAVARRO Armando. “Secretos de una escritura (A propósito de los relatos de José Balza)” (1992)
NAVARRO Armando. “Balza en la narrativa de fin del siglo XX”. UCV (1995)
NOGUERA Carlos. “Ejercicios narrativos: La síntesis de Proteo” (1987)
VARGAS LLOSA Mario.  García Márquez. Historia de un deicidio. Monte Ávila, Caracas 1971

BACHELARD Gastón, La poética del espacio, FCE, Bogotá 1993
GERBASI Vicente, Antología poética, Monte Ávila, Caracas 2004
OLIVEROS Alejandro, El sonido de la casa, Monte Ávila, Caracas 1983
TERÁN Ana Enriqueta, Antología poética, Monte Ávila, Caracas 2005
YARZA Pálmenes, Antología Poética, Monte Ávila, Caracas 2004




[1] Aunque este relato no se desarrolla en el espacio del Delta, la descripción del almendrón sí corresponde a este ambiente.

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