Itinerario del espíritu
Tomás
Martínez Sancho
Un poeta y
místico japonés del siglo XVII, Matsuo Basho, nos regala símbolos que pueden
inspirarnos en nuestro recorrido vital interior. En su librito Senda de Oku va
narrando su peregrinación por el país en breves relatos que remata con versos
místicos –haikus-. Al recorrido físico va uniendo composiciones que revelan el
estado del alma. Resalta entre otras cosas su PARTIDA, su paso por los SANTUARIOS,
por POSADAS, PUEBLOS Y PLAYAS, RÍOS CAUDALOSOS, LLANURAS Y CAMPOS para la
libertad.
En el primer
pasaje de su viaje anota: “Todo lo que veía me invitaba al viaje; tan poseído
estaba por la llamada que no podía dominar mis pensamientos… Remendé mis pantalones rotos, cambié las
cintas a mi sombrero de paja y unté moka quemada en mis piernas, para
fortalecerlas. La idea de la luna en la isla de Matsushima llenaba todas mis
horas. Cedí mi cabaña y me fui a la casa de Sampu, para esperar ahí el día de
la salida”.
Bien refleja en
tan pocas líneas, la llamada interior que siente junto a las llamadas externas,
además de su preparación personal para el viaje: las ropas adecuadas, el
fortalecimiento de cuerpo; y el dejar la casa como primer paso para una mayor
libertad. Por último, la espera del corazón, que también se prepara. Son
símbolos que pueden iluminar nuestra partida: ropas-aceites-cuerpo-intemperie-corazón
dispuesto.
Los
santuarios
Santuarios,
templos y ermitas se tropieza el caminante. El poeta Basho se admira en ellos.
A veces es su sencillez, otras su majestuosidad o robustez. En ocasiones, la
naturaleza como bendición que se ofrece en ellos, el sol que se derrama como
luz en la montaña, o el silencio total que aquieta el corazón.
En torno a
algunos de ellos los monjes viven retirados, habitando chozas de paja
apaciblemente. En otros se manifiesta una viva devoción popular. Algunos lucen
inalcanzables, y se contenta con observarlos desde lejos.
Pueden evocarse
algunos relatos del poeta:
Hay
un templo en la montaña. La luz
resplandece en ella y sus beneficios descienden.
Mirar,
admirar / hojas verdes, hojas nacientes / entre la luz solar.
Hay
una pequeña ermita. Para llegar a ella la espesura es impenetrable. Frente a una cueva, una pequeña choza colgada
sobre la roca.
Existen
aún el Santuario del Dios de los Caminos y los Juncos del Recuerdo. Nos
contentamos con ver aquellos sitios desde lejos.
El
Santuario de Shiogama tiene columnas suntuosas y pesadas; las vigas de la
techumbre relucen pintadas de colores brillantes y los peldaños de su escalera
de piedra se repiten hasta perderse de vista. Me impresionó que en rincones tan
apartados de este mundo manchado, la devoción a los dioses estuviese tan viva.
En
Ojima hay vestigios de la ermita del bonzo Ungo y aún puede verse la roca sobre
la cual meditaba. Se entrevén algunos devotos que viven a la sombra de los
pinos, retirados de la vida mundana. Habitan apaciblemente en chozas de paja,
de las que sale continuamente el humo de los conos de pino y hojas secas que
queman.
Hay
un templo en la montaña llamado Ryusyaku.
La montaña es un hacinamiento de rocas y peñas, entre las que crecen
pinos y robles envejecidos; la tierra y las piedras estaban cubiertas por un
musgo suave y todo parecía antiquísimo. El templo está construido sobre la
roca; sus puertas estaban cerradas y no se oía ningún ruido. Di la vuelta por
un risco, trepé por los peñascos y llegué al santuario. Frente a la hermosura
tranquila del paisaje, mi corazón se aquietó:Tregua de vidrio: / el son de la
cigarra / taladra rocas.
Nuestro camino
espiritual pasa por muchos de estos santuarios, hechos de silencios
contemplativos, de subidas esforzadas, de encuentros con personas, y también de
distancias y singularidades. En ellos vamos encontrándonos con el Dios de la
Vida. En ellos nos asombramos, encontramos novedad, nos dejamos sorprender y
cuestionamos nuestras propias imágenes de la divinidad.
Las
posadas
En su
peregrinaje por Japón, el poeta y místico Basho se detiene en diversas posadas.
Cada parada la vemos como un símbolo del encuentro consigo mismo.
Con frecuencia
se llega con el cansancio del camino, con el desgaste de las dificultades
encontradas al no haber hallado el ambiente de reposo necesario. Las realidades
con que se llega son importantes: con el cuerpo a la intemperie, con sólo las
cosas básicas que necesitamos, sin estorbos.
Ese
día llegué a la posada de Soka. Me dolían los huesos, molidos por el peso de la
carga que soportaban. Para viajar debería bastarnos sólo con nuestro cuerpo;
pero las noches reclaman un abrigo; la lluvia, una capa; el baño, un traje
limpio; el pensamiento, tinta y pinceles. Y los regalos que no se puedan
rehusar… Las dádivas estorban a los viajeros.
Así se abre el
espacio de la posada, el del abrigo, el del encuentro con nosotros mismos. Pero
este encuentro interior no siempre es pacífico. A veces son los zancudos, las
tormentas que azotan alrededor; en otras ocasiones todo está oscuro, sin
lámpara que alumbre la noche.
La
casa en donde nos dieron posada era miserable y su piso era de tierra. Como no
había siquiera una lámpara, arreglé mis alforjas al resplandor del fuego del
hogar y extendí sobre el suelo mi estera. Apenas cayó la noche se desató la
tormenta y empezó a llover a cántaros. El agua se colaba por los agujeros del
techo y me empapaba; además, las pulgas y los mosquitos me martirizaban sin que
me dejasen cerrar los ojos. Entonces mi vieja enfermedad se despertó, volvió a
atacarme y sufrí tales cólicos que creí morir.
Piojos
y pulgas;/mean los caballos/ cerca de mi almohada.
Ya
había oscurecido cuando nos acercamos al monte Ooyama, de modo que, pasando
cerca de la casa de un guardia, nos aproximamos y le pedimos albergue por la
noche.
O nos vemos
obligados a las ariscas soledades. Gracias a Dios, a veces las noches son
cortas y pronto aclara.
Se
desató un temporal y durante tres días nos vimos obligados a quedarnos en esas
ariscas soledades.
Pero
las noches de esta época son cortas y poco a poco el cielo comenzó a aclararse.
Partimos con la primera luz.
Y así sucede que,
en otras ocasiones, la posada se convierte en un remanso de paz, de
pacificación interior: están las aguas termales que relajan el cuerpo y
reconfortan el ánimo; están los parajes cercanos llenos de belleza, florecidos
en una gama rica de colores, la naturaleza viva, la luna llena que ilumina la
noche, el rocío mañanero que refresca… La posada se vuelve espacio propicio
para la meditación y el poema.
Esa
noche nos hospedamos en Iizaka; allí nos bañamos en las aguas termales.
Me
bañé en la fuente termal. Dicen que su eficacia sólo le cede a la de Arima:
Aroma
de aguas./ Inútil ya cortar / un crisantemo.
El
día treinta nos hospedamos en una posada situada en la falda del monte Nikko.
El dueño se la posada: “Reposen sosegados esta noche”, nos dijo, “aunque su
almohada sea un manojo de hierbas”.
Encontramos
una posada y allí nos alojamos cuatro o cinco días. en Miyagino los campos
estaban cubiertos de hagi e imaginé su hermosura en otoño; en Tamada y Yokono,
lugares renombrados por sus azaleas, florecía el asebi; penetré en un bosque de
pinos adonde no llegaba ni una brizna de sol, paraje que llaman “Penumbra de
árboles”, tan húmedo por el rocío de la arboleda que dio lugar a aquella
poesía…
Regresé
al templo que nos servía de posada y a petición del Prior escribí los siguientes
poemas sobre nuestra peregrinación a los tres montes:
¡Ah,
la frescura! / La luna, arco apenas / sobre el Ala Negra.
Picos
de nubes / sobre el monte lunar: / hechos, deshechos.
Sobre
Yudono / ni una palabra: mira / mis mangas mojadas.
En el
puerto de Tsuruga, la tarde del día catorce del Octavo Mes, encontramos
alojamiento. Esa noche la luna lucía extraordinariamente clara.
Otras posadas
son de paso rápido. No es momento de detenernos, o nos hemos entretenido
demasiado donde no era necesario.
Después
de haber atravesado el vado de Tsukinowa llegamos a la posada de Senote. Cerca
de la montaña, a ri y medio a la izquierda, se hallan las ruinas de la mansión
de Shoji-Sato. Como nos dijeran que estaban en Sabano de Iitsuka, nos echamos a
andar y preguntando por los caminos llegamos hasta Maruyama…
Cientos
de barcos se apiñan en la bahía; las casas se apeñuscan unas contra otras y el
humo de sus chimeneas enturbia el cielo. Me dije: “yo no quería venir a este
lugar…”. Buscamos posada para pasar la noche pero nos rechazaron en todas
partes. Al fin logramos albergue en una cabaña miserable y al día siguiente
continuamos nuestro camino, sin saber a ciencia cierta qué dirección deberíamos
tomar….
En alguna posada
nos advierten de los peligros del camino, y lo agradecemos.
El
dueño de la posada nos advirtió que el camino hacia la provincia de Dewa no era
muy seguro, pues había que cruzar el monte Ooyama, y nos recomendó que
contratásemos un guía.
Son los símbolos
sencillos de lo que hallamos en nuestro corazón, con la variedad que nos ofrece
la vida: lucha, tensiones, oscuridades… más también espacio de soledad, de
serenidad, de gozo, de vitalidad y belleza.
El itinerario vital por el que nos
adentramos pasa por detenernos en estas posadas, espacio para encontrar lo que
Somos y Vivimos, con sus luces y sombras, mezcla de desasosiego y pacificación,
espacio para descubrir nuestras propias imágenes y transformarlas para una Vida
más plena.
Los
pueblos
En su recorrido
por el país, el místico Basho se encuentra con personas muy diversas. En cada
pueblo, en cada gente, encuentra motivos para crecer. Desde esa clave positiva
de encuentro seremos capaces de ir sanando las heridas relacionales de nuestro
pasado.
Algunas veces, las menos, el peregrino encuentra
actitudes de desconfianza y recelo. Son situaciones que intenta explicarse y
mirarlas con serenidad, sin juicios apresurados.
Tras
pasar por las fuentes termales de Naruko, intentamos penetrar en la provincia
de Dewa por el paso de Shitomae. Como por ese camino son pocos los viajeros,
los guardias nos observaron con desconfianza y nos detuvieron bastante tiempo.
La disposición primera del peregrino es
la apertura. A veces prevalece el deseo de conocer al otro. Otras, el esfuerzo
por encontrar al conocido.
Aunque
no sabía qué clase de gente realmente era aquélla, sentí unas extrañas ganas de
conocerlos…
Tengo
un conocido en un sitio llamado Kurobane, en Nasu. Por buscarlo, atravesé en
línea recta los campos en lugar de ir por los senderos.
Visité
al gran bonzo de Tenryu-ji de Maruoka, viejo amigo mío.
En el encuentro con el otro-posadero, el
místico Basho lo valora en lo que es, lejos de prejuicios y discriminaciones.
Lo valora incluso en lo diferente de sí mismo.
… me
dediqué a observar la conducta del posadero. Aunque ignorante y tosco, era de
ánimo abierto. Uno de esos a los que se aplica el “Fuerte, resuelto, genuino:
un hombre así, está cerca de la virtud”. En verdad, su hombría de bien era
admirable.
Y aprende del otro la solidaridad
interhumana, la interdependencia cósmica. Hasta la luna brilla más esplendorosa
sobre la arena esparcida por el otro para hacer más suave nuestro camino. Es
necesario aprender a ver esto.
El
posadero me contó que el segundo bonzo Yugyo, hace mucho, había hecho el voto
de arreglar la senda y él mismo había cortado las yerbas y apisonado las
piedras y la tierra. Desde entonces los bonzos de este templo siguen su
ejemplo, llevan arena al santuario y hoy los visitantes encuentran un camino
sin asperezas:
Sobre la arena
esparcida por Yugyo
luna clarísima.
Hay
una historia entrañable, en su relato de viaje, que habla bien de la confianza,
la hospitalidad y la ayuda-guía, como virtudes que aprender de nuestros pueblos
ancestrales. También ilustra sobre el dejarse ayudar y el agradecimiento.
A lo
lejos se veía un pueblo pero de pronto empezó a llover y se vino encima la
noche; me detuve en casa de un campesino, que me dio alojamiento. Al día
siguiente crucé de nuevo los campos. Encontré un caballo suelto y a un hombre
que cortaba yerbas, a quien pedí auxilio. Aunque rústico, era persona de buen
natural y me dijo: “Es difícil encontrar el camino porque los senderos se
dividen con frecuencia; un forastero fácilmente se perdería. No quisiera que
esto le ocurriese. Lo mejor que puede hacer es tomar este caballo y dejarse
conducir por él hasta que se detenga; después, devuélvamelo”. Monté el caballo
y continué mi camino. Dos niños me siguieron corriendo durante todo el trayecto…
A poco llegué al pueblo. En la silla de montar puse una gratificación y devolví
el caballo.
A veces esta ayuda se hace dejando los
propios oficios, o asumiendo la perspectiva del otro que llega. O se da un
acompañamiento empático, cercano, fraterno, espiritual incluso. Cuando es así,
la separación se hace dolorosa. Es también parte de esta relación que sana.
Sora
es de la familia Hawai y su nombre de nacimiento es Sonoro. Vive ahora cerca de
mi casa, bajo las hojas de Basho, y me ayuda en los quehaceres diarios.
Deseando ver los panoramas de Matushima y Kisagata, decidió acompañarme y así
prestarme auxilio en las dificultades del viaje. En la madrugada del día de la
partida afeitó su cráneo, cambió su ropa por la negra de los peregrinos
budistas y cambió la escritura de su nombre por otra de caracteres religiosos.
Desde
la noche anterior mis amigos se habían reunido en casa de Sampu, para
acompañarme el corto trecho del viaje que haría por agua. Cuando desembarcamos
en el lugar llamado Senju, pensé en los tres mil ri de viaje que me aguardaban
y se me encogió el corazón. Mientras veía el camino que acaso iba a separarnos
para siempre en esta existencia irreal, lloré lágrimas de adiós:
Se va la primavera,
quejas de pájaros, lágrimas
en los ojos de los peces.
En
este acompañar se producen encuentros de profunda amistad, que generan alegría
y esperanza, regocijo de vida compartida.
En
Fukui vive un anciano ermitaño llamado Tosai. Hace ya mucho, tal vez unos diez
años, fue a Edo a visitarme. Aunque temía que estuviese muy viejo o que hubiese
muerto ya, pregunté por él a la gente. Me enseñaron el lugar donde aún vivía...
Busqué a mi amigo, lo encontré y pasé dos noches en su casa. Al despedirme, le
dije que deseaba ver la luna llena en el puerto de Tsuruga. Por toda respuesta
Tosai dobló la falda de su kimono y, muy contento de ser mi guía, se fue
conmigo.
Rotsu
vino a buscarme hasta ese puerto y me acompañó a la provincia de Mino. A
caballo entramos en el pueblo de Ohgaki. Sora vino desde Ise; Etsujin, también
a caballo, se reunió con nosotros y todos nos encontramos en la casa de Jokoh.
Día y tarde me visitaban Zensenshi, Keiko, su hijo y los otros íntimos. Su
regocijo al verme era como el de aquellos que se encuentran en presencia de un
resucitado.
Encontramos
una posada y allí nos alojamos cuatro o cinco días. En esta villa vive un
pintor llamado Kaemon. Nos habían dicho que era un hombre sensible; lo busqué y
nos hicimos amigos. El pintor me regaló pinturas de paisajes de Matsushima y
también, como despedida, dos pares de sandalias de cordones azules. Su gusto
era perfecto y en esto se reveló tal cual era:
Pétalos de lirios
atarán mis pies:
¡correas de mis sandalias!
En el itinerario interior que hemos
emprendido pasamos por PUEBLOS y nos encontramos con gentes: con los otros. La
actitud que asumimos frente a ellos nos permite profundizar en el proceso de
conversión. Conocer al otro, buscarlo, valorarlo, abrirnos a su encuentro,
regocijarnos con su presencia, aprender el agradecimiento y la aceptación del
distinto, son algunos pasos de este camino.
La
naturaleza: arboles, ríos, montes y playas
En su recorrido
por el país, el místico Basho se encuentra con la naturaleza y se admira ante
ella. Es importante cultivar nuestra actitud de admiración. Que es actitud de
infancia espiritual. La vida ya “gastada” con frecuencia no nos permite
admirarnos. El poeta se admira por las cosas más sencillas que encuentra a su
paso por los distintos paisajes de Japón: el mar, la bahía, las islas con sus
figuras singulares:
…una
se levanta como un índice que señala al cielo; otra se tiende boca abajo sobre
las olas; aquélla parece desdoblarse en otra; la de más allá se vuelve triple;
algunas, vistas desde la derecha, semejan ser una sola y vistas del lado
contrario, se multiplican. Hay unas que parecen llevar un niño a la espalda;
otras como si lo llevaran en el pecho; algunas parecen mujeres acariciando a su
hijo.
Los pinos frente al viento
…parecen
obra de un jardinero. La escena tiene la fascinación distante de un rostro
hermoso. Dicen que este paisaje fue creado en la época de los dioses
impetuosos, las divinidades de las montañas. Ni pincel de pintor ni pluma de
poeta pueden copiar las maravillas del demiurgo.
Ríos o montes, playas o valles, el paisaje con lluvia o sin ella, el cielo
despejado y la luz del sol matinal lucía radiante. La admiración le lleva a
componer poemas:
Toda
la noche
amotina
las olas
el
viento en cólera.
Y
los pinos chorrean
húmeda
luz de luna.
Arde
el sol, arde
sin
piedad - más el viento
es
del otoño.
El
nombre es leve:
viento
entre pinos, tréboles,
viento
entre juncos.
El poeta se detiene en la contemplación.
Es necesario darnos tiempo para ello. No se admira quien pasa como corriendo
frente a la vida.
Están
los “sauces temblando en el agua clara”. Se les ve entre los senderillos que
dividen un arrozal de otro. Pasé un largo rato frente a un sauce:
Quedó
plantado
el
arrozal cuando le dije
adiós
al sauce.
En la
montaña hay una cascada, desde el pico de una cueva se despeña y cae en un
abismo verde de mil rocas. Penetré en la cueva y desde atrás la vi precipitarse
en el vacío. Comprendí porqué la llaman “Cascada-vista-de-espaldas”.
Cascada
- ermita:
devociones
de estío
por
un instante.
La naturaleza promueve en nosotros diversas
actitudes. En infinitivo: pasar, permanecer, luchar…
Los cambios en el paisaje reflejan la
propia vida mutando, modificándose. La naturaleza nos enseña lo pasajero de
nuestro camino. “Lo nuestro es pasar” –diría Machado.
…las
colinas se han achatado, los ríos han cambiado su curso, los caminos se desvían
por otros parajes, las piedras están medio enterradas y se ven pimpollos en
lugar de los árboles aquellos antiguos y venerables. El tiempo pasa y pasan las
generaciones y nada, ni sus huellas, dura.
…tañían
las campanas del crepúsculo repitiéndonos que nada permanece.
La
ola se retira:
tréboles
en pedazos,
conchas
rojas, despojos.
Sin embargo, algo permanece. En la
memoria la vida se le hace al místico placentera.
Aquí
los ojos contemplan con certeza recuerdos de mil años y llegaba hasta nosotros
el pensamiento de los hombres de entonces. Premios de las peregrinaciones… El
placer de vivir me hizo olvidar el cansancio del viaje y casi me hizo llorar.
Me
senté sobre una roca y mientras descansaba descubría un árbol de cerezo… ¡sus
capullos estaban entreabiertos! Maravillosa lección la de ese cerezo tardío que
no olvidaba a la primavera ni aun sepultado bajo la nieve.
Las
patrias se derrumban,
ríos
y montañas permanecen;
sobre
las ruinas del castillo
verdea
la hierba, es primavera.
El paso por la naturaleza incorpora
también elementos de lucha y peligros que nos enseñan de la vida.
Detrás
de la montaña, junto al manantial de aguas termales, se halla la Piedra-que-mata.
El veneno que destila sigue siendo de tal modo activo que no se puede
distinguir el color de las arenas en que se asienta, tan espesa es la capa
formada por las abejas y mariposas que caen muertas apenas lo rozan.
El
río Mogami.. en su trayecto fluye entre gargantas angostas y erizadas. Por la
crecida, la navegación era ardua.
Escalé
el monte. Caminé… sobre nieves, bajo nubes y entre nieblas. Era como andar por
esos pasos de bruma en las rutas del sol y de la luna. Al llegar a la cumbre, el
cuerpo helado y la respiración cortada...
La
montaña era abrupta y hostil. Ni el grito de un pájaro atravesaba el silencio
ominoso; al caminar bajo los árboles la espesura del follaje era tal que de
veras andábamos entre tinieblas; a veces parecía caer tierra desde las nubes.
Hollamos matas de bambú enano, vadeamos riachuelos, tropezamos con peñascos y,
con el sudor helado en el cuerpo, culebreamos sin parar.
Finalmente, la admiración ante la naturaleza
supone un despertar, y llena el espíritu de una paz profunda. La presencia
benefactora del misterio se vuelve inefable.
Al
ver el pino… sentí como si despertara.
La
montaña es un hacinamiento de rocas y peñas, entre las que crecen pinos y
robles envejecidos; la tierra y las piedras estaban cubiertas por un musgo
suave y todo parecía antiquísimo. Frente a la hermosura tranquila del paisaje, mi
corazón se aquietó:
Tregua
de vidrio:
el
son de la cigarra
taladra rocas.
La
luz de esta montaña resplandece en el cielo, sus beneficios descienden sobre
todos los horizontes y el territorio vive pacíficamente bajo su esplendor. La
discreción me hace dejar el tema.
Mirar,
admirar
hojas
verdes, hojas nacientes
entre
la luz solar.
Desde la perspectiva ecológica actual
podremos experimentar que la Naturaleza es nuestra casa, que el planeta Tierra
respira a nuestro lado, y que la presencia del Creador es Vida y Energía del
Cosmos que nos sustenta y Plenifica.
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