viernes, 28 de agosto de 2020

MAHMUD DARWISH: LA VOZ DEL MÁRTIR Y SU CANCIÓN


EL MÁRTIR DE LA CANCION

Levantaron la cruz contra el muro.
Me abrieron las cadenas de las manos.

El látigo era un remolino,
y el golpear de las botas un silbido melódico
-“¡A sus órdenes!”-
que decía: “¡Cuidado!”, a los difuntos.
 
Un ladrido bestial llamó:
“¡Eh, tú!”...
Te dejaré marchar,
si te arrodillas dos veces ante mi trono,
y me besas la mano, respetuosamente.
Si no,
subirás al madero,
mártir de la canción y de la luz”.
 
Yo no fui el primero que llevó la corona de espinas,
para decir a la morena: “Llora”
¡Tú, a quien amo tanto como a mi fe!
Cuyo nombre en mi boca, reseca y polvorienta,
tiene un gusto de vino envejecido en jarras.
Yo no fui el primero que llevó la corona de espinas,
para decirle: “Llora”
 
Tal vez sea mi cruz una montura,
y en mi frente, grabada
con sangre y con rocío,
corona de laurel sean las espinas.
Tal vez yo sea el último que diga:
“Me apeteció morir”

 
MAHMUD DARWISH: LA VOZ DEL MÁRTIR Y SU CANCIÓN

Me desgrano, leyendo y releyendo el poema del palestino Mahmud Darwish, El mártir de la canción.
Levantaron la cruz contra el muro.
Se alza la cruz contra el muro. En contraste con la imagen tradicional del monte Gólgota, donde acabaron con la vida de aquel otro mártir de tierra Palestina. En contraste con esas cruces a la intemperie, en los caminos, ocupadas por los cuerpos de los torturados. La cruz del poema resalta sobre un fondo distinto. Hace juego de oposición. Los muros son las instituciones eclesiásticas, con sus templos y retablos, con hermosas tallas. Es el muro de lamentos de la institución judía, en Jerusalén, cuidado sitio para el turismo. Y son, sobretodo, los muros de expropiación de territorio y arrinconamiento de palestinos: son los muros creados por el Estado de Israel.
Desde el primer verso se alza la cruz a la doble mirada. Es la cruz que salva, desde la que se escuchará la canción del mártir. Y es la cruz que mata, en la que se expresa el plan asesino.
La cruz alzada, en la tradición del desierto, es la cruz del antiguo pueblo hebreo, picado de serpiente, que con solo mirarla quedaba sanado. O, en la perspectiva del evangelio cristiano de Juan, la mirada al cuerpo traspasado de Jesús, que se vuelve liberadora. El cuerpo ha sido alzado, exaltado, glorificado. Hay nueva vida en él.
Me abrieron las cadenas de las manos.
La expresión ‘abrir las cadenas’ remite, en la inmediatez de la imagen, a la libertad. Y no. Las abren para arrastrar al detenido hasta la cruz. Evoca la libertad engañosa de la contemporaneidad. La libertad del mercado. La libertad que intervienen los medios de comunicación y las redes sociales. La libertad como propuesta política hermanada con las grandes empresas transnacionales. 
El látigo era un remolino,
y el golpear de las botas un silbido melódico -“¡A sus órdenes!”-
que decía: “¡Cuidado!”, a los difuntos.
Estando el preso sin cadenas, aparecen el látigo antiguo y las botas nuevas, remolino, golpeteo, silbido: el aparato militar, el control asfixiante, los subalternos cumpliendo órdenes. No son hombres. Son solo botas y látigo. El sistema represor atemoriza, oh ironía, a los más indefensos, a los difuntos… o a los casi tales… a los torturados, cuerpos sin voz, y hasta tal vez sin alma.
Un ladrido bestial llamó:
“¡Eh, tú!”...
Lo dicho. Los esbirros han dejado de ser humanos. Son perros, son bestias. Son diablos que separan al elegido. (Sentido etimológico: dia-bolos: el que introduce separación)
Te dejaré marchar,
si te arrodillas dos veces ante mi trono,
y me besas la mano, respetuosamente.
Como en el texto paradigmático de las tenciones de Jesús, en el evangelio de Mateo. El diablo lo separa. Y le hace una propuesta: De nuevo el diablo lo llevó a un monte muy alto. Allí le mostró todos los reinos del mundo y sus riquezas, y le dijo: «Todo esto te daré, si te arrodillas delante de mí y me adoras.» (Mateo 4: 8-9). Exige el sometimiento, arrodillarse ente él. Esbirro y diablo, son uno, que exige adoración, humillado respeto, besamanos.
Si no,
subirás al madero
¿Qué hay a cambio?  Libertad, o poder y riqueza…. Te dejaré marchar… o te daré… De lo contrario, amenaza… Desierto, hambre, pobreza, no-poder…. Madero, cruz….
mártir de la canción y de la luz”.
El diablo sabe. El esbirro sabe. Es el Hijo de Dios. Es el mártir de la canción y la luz. El diablo sabe. Conoce y decide separar. Divide para vencer. Para dominar. Los diablos de hoy, dueños del conocimiento y la información, la usan para dividir a los pueblos.
Hay dos modos de decir el nombre: desde el reconociendo entre iguales, o desde la mirada controladora, panóptica, desde el poder superior que pretende aplastar: te tengo en mis manos, parece decir. Este segundo modo es el que aquí refleja el poema. 
Yo no fui el primero
que llevó la corona de espinas,
Sigue la referencia a Jesús de Nazaret… y a tantos otras y otros mártires y torturados… La corona de espina remite con inmediatez a los textos del siglo I sobre la Pasión de Jesús. Y los soldados tejieron una corona de espinas, la pusieron sobre su cabeza y le vistieron con un manto de púrpura; y acercándose a Él, le decían: ¡Salve, Rey de los judíos! (Juan 19: 23-3). En el texto de Juan se mantiene la doble lectura. La visión que ofrece el torturado es de dignidad. No sucumbe al poder que lo subyuga.
para decir a la morena: “Llora”
Y continúa el poema remitiendo a las palabras puestas por el Evangelio de Lucas en voz de Jesús: Lo seguía una gran multitud del pueblo, y de mujeres que lloraban y hacían lamentación por él. Pero Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloren por mí, lloren por ustedes mismas y por sus hijos… (Lucas 23: 27-28). Es la morena, la madre palestina que ve morir a sus hijos en medio del desalojo de sus tierras, de bombardeos y ataques represivos…. es la madre de los emigrantes africanos que intentan llegar a través del Mediterráneo a unas costas en las que sueñan una mejor vida… El mártir les dice: Llora por eso.
¡Tú, a quien amo tanto como a mi fe!
Vuelve el poeta la palabra al Maestro, al Profeta amado, al Mártir. Y le muestra su amor. Ama a Jesús y ama a quienes entregan su vida por los demás: los mártires. Se revela una fe abierta a la vida. Hay una similitud de fe entre Dios-Alá, la fe musulmana, y la fe en el don de la vida, la fe en el mártir Jesús y en todos los que como él se mantienen firmes en la defensa de la causa de la justicia, de los pueblos pobres, de la Tierra y de la dignidad humana
Cuyo nombre en mi boca, reseca y polvorienta,
tiene un gusto de vino envejecido en jarras.
La boca reseca, también memoria de aquel relato, del mártir en la cruz. Dijo: Tengo sed. Y relata el texto de Juan: Había allí una vasija llena de vinagre; colocaron, pues, una esponja empapada del vinagre en una rama de hisopo, y se la acercaron a la boca. (Juan 19:29).
No hay ahora un soldado que refresque. Los soldados de Israel despojan, destruyen, aplastan… El nombre de Jesús, el nombre de los mártires y su memoria es el pequeño alivio. Es su sola memoria antigua que salva. Es su solo nombre: “mártir – Jesús”, quien alivia en el sufrimiento y pone a cantar, como lo hace el vino añejo
Yo no fui el primero que llevó la corona de espinas,
para decirle: “Llora”

Tal vez sea mi cruz una montura,
La simbología de la cruz como montura (de libertad, de elevación, de altura, de dignidad), es cercana a la visión del evangelio de Juan: Y yo, si soy levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo (Juan 12:32).
y en mi frente, grabada
con sangre y con rocío,
Sangre y rocío en la frente. Sangre y agua del costado de Jesús. Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua (Juan 19:34). La teología mística medieval leyó en ello el Misterio de Dios manifestado. Costado abierto. Vida, fecundidad. Humanidad. El torrente de misericordia que es su querida sangre y su preciosa agua corre abundante para hacernos bellos y limpios. Las benditas heridas de nuestro salvador están abiertas y prestas a curarnos con alegría –dirá la mística y teóloga inglesa del s. XV Juliana de Norwich. Sobre la presentación que el texto del Evangelio de Juan hace el cuerpo de Jesús escribí alguna vez:
El cuerpo de Cristo en la Cruz. El cuerpo expuesto. El cuerpo torturado. El cuerpo contraviene el sistema. El sistema oculta el cuerpo, retira el cuerpo. Sobre todo, cuando este cuerpo evidencia la propia vulnerabilidad sistémica, cuando muestra a las claras su mal congénito. El sistema económico, político, religioso, todo uno, acaba con los cuerpos, los aniquila; para luego ocultarlos, negarlos a la vista, o recambiarlos en un engaño permanente. Los cuerpos nuevos consuman el fiasco.
Había que retirarlos, pues era la Pascua. La fiesta religiosa apuntala la mentira. Es común que así sea. La religión con sus ritos, con sus cultos ajenos a todo lo vivido, negando lo vivido.
Las piernas quebradas. Para no caminar más. Para morir de mala muerte. Para dejar sin futuro.
El costado atravesado. Abierto. La lanza penetrando. Energía de la libido. Sublimada en el dios que se hizo amor para todos.
Corazón de Jesús —dijeron los devotos. Símbolo fructífero, liberador de las energías inconscientes, que se transfieren a ese corazón de vida, de entrega compasiva y misericordiosa.
Agua y sangre. Aguas primordiales. Símbolo materno. Retorno original.
Cuerpo — piernas — costado. La corporalidad inexcusable. Ningún poder sistémico ha logrado retirarla.
En Juan no se resalta la tortura del cuerpo, ni su padecimiento. Es cuerpo para ser contemplado. Cuerpo pleno, sin huesos quebrados. Cuerpo que provoca a otros cuerpos. Que provoca a la vida, al don. Cuerpo de Cristo. Cristo visibilizado.
La gloria en la cruz. La gloria a través del cuerpo humano. La gloria visible del dios invisible. La gloria del don derramado, de una sola vida plena, palabra, luz, salud, camino...
Y sigo con el poema:
corona de laurel sean las espinas.
Se refuerza el sentido, con la corona de espinas transformada en corona de laurel: laurel como planta esperanzadora, que trae señales de salvación; corona como símbolo de victoria y gloria. Asociada, de paso, al Dios Apolo, divinidad solar protectora de la sabiduría, la creación artística, la poesía y la música.
Tal vez yo sea el último que diga:
“Me apeteció morir”
La respuesta de Jesús al diablo, en las mencionadas tentaciones, es un buen final para relato: Entonces Jesús le dijo: «Vete, Satanás, porque escrito está: “Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás.”» Entonces el diablo lo dejó, y unos ángeles vinieron y lo servían (Mt 4, 11). A ellas unidas, están las palabras en la cruz que recogen los textos de Lucas y Juan: Todo está consumado. En tus manos encomiendo mi espíritu. Resuenan con fuerza, en contraste con el texto de Marcos: ¿por qué me has abandonado?
Son algunas claves para entender el “Me apeteció morir”. No es masoquismo. Es sostenerse en pie de humanidad. Es palabra definitiva frente al torturador que pretendió aplastar la dignidad. El Mártir no se rinde. Cree en la vida definitiva.
Su “Tal vez” asoma la duda que la dureza de la realidad del sufrimiento y muerte arroja. Su “Tal vez” apunta a un mundo que ha ido perdiendo sus mártires y hasta su fe en las causas más humanas. No obstante, el poema termina como empezó, con la cruz alzada frente al muro, con la voz de la dignidad.
Termino evocando las palabras de monseñor Romero, el obispo y mártir latinoamericano, previendo su final: … si Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea semilla de libertad y la señal de que la esperanza será pronto una realidad. Mi muerte, si es aceptada por Dios, sea por la liberación de mi pueblo y como un testimonio de esperanza en el futuro. Puede usted decir, si llegasen a matarme, que perdono y bendigo a quienes lo hagan. Ojalá, sí, se convenzan que perderán su tiempo. Un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo, no perecerá jamás.
Musulmán o cristiano, poeta u obispo, sus palabras –las de ambos, Darwish y Romero- no dejan de gritarnos con potente voz la dignidad. La dignidad de los pueblos sojuzgados, la dignidad de los oprimidos, la dignidad de toda vida, la dignidad de los más pequeños y menospreciados.
Los mártires y su voz siguen siendo, como dijera Víctor Heredia, ¡Ay! Fogata de amor y guía. Para continuar caminando al Sol por estos desiertos. Para recalcar que…. somos dignas y dignos para la Vida.

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