Nuestra casa. Imágenes poéticas venezolanas en diálogo con Bachelard*
Bachelard dedica dos capítulos completos a la casa en su obra ya clásica La
poética del espacio. Parte del axioma: “Todo espacio realmente habitado
lleva como esencia la noción de casa” (B 35**), y se ayuda del
topo-análisis que define como “el estudio psicológico sistemático de los
parajes de nuestra vida íntima” (B 38). Descubre los significados de la casa
desde el estudio de poetas europeos, aplicando claves fenomenológicas,
psicoanalíticas y psicológicas. El intento de este ensayo será, en reverbero
bachelardiano, acoger las ricas y potentes imágenes de la casa, con sus
sentidos plurales, en algunos fragmentos de poetas venezolanos de la segunda
mitad del siglo XX.
Comienzo con un texto denso de Rafael Cadenas: “Para mí (…) mi casa sin guarniciones
inútiles, resplandeciente en la lengua de boa
de la noche. Un cuarto, una lámpara, un vaso de licor, un lecho y
libros. La eternidad sin azoro de incrustaciones. Ninguna agitación
innecesaria. Tú y yo (…) ¿Acompañarás mi pobreza? (…) esperaré el advenimiento
de mi libertad, sentado sobre un cofre de cartón, en el extremo menos iluminado
de la escena” (C 67-68).
Se pone aquí en evidencia la dimensión de intimidad de la casa, de
“soledad centrada”. “De despojo en despojo, nos da acceso a lo absoluto del
refugio” (B 63). El poeta huye en pensamiento para buscar ese refugio. Un
espacio para el reposo, sin agitaciones innecesarias, un ensueño donde
descansar (B 43). El cuarto sencillo remite a “la cabaña del ermitaño” (B 63).
La mención de la pobreza y la descripción de tal simplicidad evocan lo
primitivo de la choza. Puesto al final de sus Cuadernos, el poema de Cadenas tiene una “feliz intensidad de
pobreza” (B 63).
Pálmenes Yarza expresa: “Mi
casa nace en mí. / Soy su fruto, / su sosiego es mi interior” (Y 159). Ana
E. Terán evoca la casa de la infancia personificando esta pobreza,
humanizándola como humildad que llega: “Se
alaba esta casa visitada por la humildad” (T 105).
La casa sencilla puede ser nido y su techo el cobertor que protege
(B 132). Puede ser “una caja de fósforos” (H 39) con su cielo raso como “Edén
protector” (H 17). El nido lo fabrican las aves con su propio cuerpo, y así la casa sencilla se
fabrica con el trabajo propio, con la vida entregada, en emigración perenne (B
135, H 39). La casa-nido tiene un valor de retorno, a ella se vuelve siempre (B
133-134, PG 86).
Los “valores de concentración” de la casa se resaltan contra las
fuerzas que la acosan: viento y noche. “Cada
casa estaba en la noche de los astros” (G 187), “la lengua de boa de la noche” ante la que resplandece la casa (C
67), “dejándonos a merced del viento” al quedar en ruinas la casa (H 40).
Para Gerbasi es la ventana cerrada la que permite la
concentración, en abierta antítesis con el universo brillante. “Vengo de las ventanas / para encontrar en la
noche / la ventana de mi infancia / en
un dormitorio de paredes encaladas. / Y, allí, solo, un Crucifijo, / iluminado
/ por una lámpara de aceite (…) / Brilla el universo / mientras mi ventana /
permanece cerrada” (G 202-203).
Dormitorio (G 202), aposento (G 79) y cuarto (C 67) son los
términos espaciales privilegiados en los que se desarrolla el valor de
intimidad.
Entre lo poco del cuarto, resalta la lámpara. La lámpara que vela,
que es el ojo de la casa, el signo de una gran espera (B 65-66), eternidad sin
azoro, espera de libertad (C 67-68). Lámpara que hace resplandecer la casa. “Tal vez de un rancho, a lo lejos / se abre
una luz misteriosa, / como un ojo de los
cerros / que no pudo ahogar la sombra.” (Y 20). Gerbasi asocia la lámpara a la evocación de
una infancia transida de religión popular: “En
mi aposento ardía una lámpara de aceite al pie de un Cristo ensangrentado”
(G 79, ver G 202). La espera y la
eternidad se hacen místicas, contemplativas, añoranza de trascendencia, de
infinito tal vez, desde la corporalidad de esa imagen de Cristo contemplada.
No obstante lo íntimo, Cadenas invita explícitamente al lector a
hacer suyo ese cuarto. Es una intimidad que se
comparte. “Los valores de intimidad son tan absorbentes que el lector no
lee ya nuestro cuarto: vuelve a ver el suyo” (B 44). Es así que el gesto íntimo
se vuelve espectáculo: escena. El poeta elabora “el espectáculo del cuarto
familiar” (B 62), y ahí está el personaje: “en
el extremo menos iluminado de la escena…” (C 68).
Se anuncia el salto bachelardiano: De la casa concentrada se pasa
a la casa expandida. Bachelard denomina ritmo-análisis a esta dialéctica
concentración-expansión esencial a la poética de la casa (B 98-99).
Entre los venezolanos, es Palomares quien evoca el origen natural
de la casa: “Antes era un lago”. (PR
13). Gustavo Pereira descubre su horizonte de expansión en la naturaleza.
Cielo, aguas y marea vienen a habitar la
casa del poeta (B 84). “De vuelta a casa!
Otra vez el cielo y las aguas / Nuevamente el movimiento de la marea frente a
mi / ventana empañada” (PG 86).
El mismo mar caribeño que Ana Enriqueta Terán humaniza, ahora
hecho uno con la casa sin gente: “El mar
respira hondo en la casa abandonada” (T 88). Pero también los musgos y la
brisa llenan otras casas: “Los musgos te
convierten en vertical pradera / y la brisa canta en tus paredes de piedra”
(H 17).
En este ejercicio de expansión por el que la biología entra en la
casa, ésta se convierte en ser de la naturaleza. Se extiende a los animales y a
las plantas que la circundan: “Mi casa
estaba sola en medio de los tamarindos y las palmas” (G 80). “Casa mía, casa nuestra (…) / en novia con su
gajo de caña dulce / su pie desnudo, degollado sobre el césped floral” (T
87). “Y abre la casa de mis días mejores
a la danza ígnea de la siega. / Y se congregan en mí las estaciones”. (Y
190)
El patio es la puerta más expedita para esta ampliación. Alejandro
Oliveros (O 39) evoca los cítricos del patio de la casa que “estuvieron más amarillos y jugosos”; y describe: “Un viento liviano mece las ramas / del limonero y caen sus hojas… /Este
patio. Aquél” (O 13). Gerbasi dedica todo un poema al patio. “Bajo los naranjos oscuros de avisperos (…)
Junto a un perro quieto como un pedestal (…) / La ropa tendida se levantaba en
el viento (…) / Yo iba a visitar la vaca / y la veía acostarse en la penumbra /
como en el hechizo de un eclipse” (G 126-127). Y no es el único de sus
poemas en que traiga a cuento la imagen del patio junto a la casa: “¿Aún existen los naranjos / que plantó mi
padre en el patio de la casa?” (G 76). “En
los patios caen chorros grises de granos de café / y su rumor es el rumor de la
tarde” (G 84). En torno al patio se ven los corredores alejándose solitarios
con sus pilares blancos (G 126, 202).
Junto al patio recuerda el poeta los lirios, “la vasta penumbra de las calas / los mecedores en el umbral” (O
13).
Además del patio, y entre los ámbitos de expansión y jugueteo de
la casa con la naturaleza, es curiosa, casi inédita, la mención del aljibe. En
ambientes áridos el aljibe es lo primero, lo que da certeza de existencia a la
casa, es agua que la sustenta. Hernández, refiriéndose a la casa del abuelo,
relata: “Para hacerla fue tres veces a
Cuba. / Primero construyó el aljibe (…) / La casa creció poco a poco / como las
ceibas. / Las vacas y las gallinas (…) / El chiquero con el cochino (…) / Y
sobre la bodega / el granero…” (H 39).
Ventana, paredes y calles permiten seguir expandiendo
(explícitamente: alargando) la casa: “La
oscura ventana / las paredes las calles
/ por el silente grifo / alarga quieta mi casa” (O 12).
Puerta (T 75), ventanas y paredes (O 12), escalera (H 17), cielo
raso (H 17) y tejas (G 126), granero-bodega (sótano-cielo) (H 39), aljibe (H
39), corredores (G 202), umbral (O 13) y patio –con sus árboles- (G 76, 84,
126-127, 188; T 105; O 13, 39), nos van llevando progresivamente a la mayor
expansión tanto vertical como horizontal, a la casa universo.
Tal es la expansión que se produce, que el espacio para la
intimidad llega a ser el bosque mismo: “Con mi soledad te espero en el bosque”
(G 11); pero este es ya un límite para este ensayo: cuando la casa deja de ser casa para ser bosque. Lo
nuestro son las casas que aún son casas.
Si no es fácil establecer los límites en cuanto a la expansión
horizontal de la casa, tampoco lo es en su dimensión de verticalidad. En la
poesía que estudia Bachelard, las casas “aspiran a una levedad aérea”. Es como si los espacios
que amamos no quisieran quedarse encerrados, y es entonces que la casa se
desplaza. “La casa conquista su parte de
cielo”. Se hace universo, casa cósmica (B 84-85).
“De humo etéreo la casa / se
elevará en el silencio / con la palabra de gracia / y seré un jardín sin tiempo”
(Y 143). Se comienza de peldaño en peldaño: “seguiremos los peldaños hacia el Edén protector de tu cielo raso.”
(H 17) Pero pronto el cielo raso se hace cielo (Benedetti dixit). Gerbasi y Terán sueñan así la casa, volando, meciéndose
(así, más caribeña, como en un chinchorro entre palmeras): “Mi casa volaba / con las palmeras, / allá
por las nubes / de un día sin fin”. (G 211) “Que los trigos mecían blandamente la casa” (T 46).
Más atrevido y original, y hasta con tonos existencialistas, se
muestra Ramón Palomares: la imagina con su dimensión de verticalidad, también
en expansión, hacia lo alto, hacia lo infinito, pero agregando la dimensión de
huida, de distancia, casa de sueños que se nos escapa: “Toda removida la casa. / Desprendiéndose de la tierra, / subiendo, con
alas, con vuelo… / Allí la casa. Allí, huida (...) / La casa se fugaba / porque
la casa era para no tenernos (…) / Huye. Arrancada (…) / Llevada como un palio
en lo alto (…) / Se va la casa. Huye. / No estará más asentada en la tierra
(...) / (…) la casa que huye / como un esplendor hacia otras noches” (PR
12-15).
La casa está ligada al hacer humano, desde la construcción de la
misma, hasta los cuidados mediante los que se le conserva la vida (B 100-101).
Los cuidados caseros devuelven a la casa su frescura original (B 102). Pero la
casa no está sólo ligada al hacer. Aquí se encuentra un matiz, una
distancia importante en nuestra poesía.
Nuestro hacer, el hacer venezolano, es relacional. La casa venezolana es soñada
por los poetas como casa vital, de actividades, sí, pero más: de relaciones sin
fin. Hacer y relación son inseparables. “Mis
familiares en diálogos sobre frutos (…) / Tejían, trasegaban café en sacos
ásperos, / revisaban sueños / agregaban tejas a la casa (…) / mataban escarabajos, / se detenían a mirar
los crepúsculos…” (G 126). “…el horno
donde mi madre hacía el pan / y doradas roscas con azúcar y canela?” (G
76). “Se alaba esta casa plena de
recursos solares: se hace el pan. / Se hacen manteles, sábanas. La mesa servida
(…) / Se ausculta el cielo: hombres que conversan debajo de los árboles…”
(T 105). El hacer está ligado a “familiares”, “madres”, “hombres”… y está
ligado a la palabra que pronuncian: diálogos y conversas.
La casa venezolana es una casa habitada por gentes: “Las mismas gentes y la casa” (PG 145). “Ellas [mis hermanas] movieron
mis juguetes entre girasoles, / elevaron cometas / sobre casas de colores”
(G 184). “Encontré mis parientes en una
casa de paredes simples” (G 126). “…en las casas / estaban el esposo y la
esposa / sentados a la sombra de un granado” (G 188). “En esa casa nacieron mi madre y mis tíos / En ella nacieron mis
hermanos / Allí nací yo” (H 39).
Y entre las gentes vivas, entre el pueblo, también hay voces y
espantos. Voces de vida, y voces que expresan los miedos infantiles: “Voces oscuras reunidas en los corredores (…)
/ rumores de cielo raso (…) / las brujas
(…) / el jinete sin cabeza” (G 79-80); voces de los habitantes idos que aún
permanecen: el aljibe “seguirá guardando
los rostros en el agua” (H 17); “mientras
el gris de las paredes / transparenta sombras / y voces familiares” (O 28).
La casa es un personaje más –materno en este caso- con quien el
poeta conversa y con quien evoca otros seres: “En su vientre nos ocultábamos” (H 37), “Preñada de voces infantiles te conservas…” (H 17). Terán la sueña
como mujer, como “novia con su gajo de
caña dulce” y su “pie descalzo”
(T 87). Es la casa que crece como las ceibas (H 39). Tan personaje es, que
Armando Hernández se toma la libertad de hablar con ella, se le dirige en
segunda persona: “Debes estar allí /
librando con el tiempo una guerra perdida de antemano” (H 17). E igualmente
hace Palomares, espetándole: “No
permanecerías más, casa. / No tendrías más tus horcones en tierra…” (PR
12).
Especialmente sensibles son los poetas venezolanos a las ruinas de
la casa que apenas Bachelard insinúa como “casa perdida”, “disuelta en las
aguas del pasado” (B 88). Más fuerte y existencial es la imagen que recoge de
Rilke: “Toda rota y repartida en mí”
(B 89). Así aparece, con esta fuerza poderosa, entre los poetas venezolanos: “Las paredes de mi casa tienen ahora
corrosiones” (G 184). “Oscuros jabillos sepultan / la vieja casona.
Un follaje breve / tapa las ventanas: enredaderas / sin flores y trinitarias” (O
22). “Probablemente no estás, o seas sólo
un montón de riscos y tea” (H 17). “Se
quedó sola poco a poco” (H 40). “Hay
una casa vacía que no espera a nadie” (PG 203). “El mar respira hondo en la casa abandonada” (T 88). Incluso como
decisión consciente de abandono: “Abandono
este casa, su cuidado / arranco de la
sombra el pacto incierto, / dejo aquí mi candor: mi perro muerto, / entrego al fuego todo lo
sagrado” (Y 174). O con los tonos existenciales rilkeanos: “O se caiga
a pedazos / y con ellos se nos destrocen los recuerdos / y se nos sequen
las raíces dejándonos a merced del viento” (H 40). “Nos encontrarás en sus piedras” (H 40). “Ay que no tengo un patio para asolearme, / que no tengo un cuarto, /
que no tengo ni una ventana” (PR 48).
Además de la corrosión física, a la casa le caben habitantes sin
nombre, para quienes “mi casa” es sólo una verbalización de la propiedad. Al
simple sueño de propietario lo cataloga Bachelard como “onirismo de corto
alcance” (B 93). Los poetas venezolanos lo denigran como corrosión ética. Hernández denuncia el modelo
capitalista que pretende hacer de la casa pura propiedad: “Siempre hay alguien que dice - este agujero donde vivían los búhos es
mío (…) / Vampiros que pretenden comprarnos el alma / en nombre de una religión
cuantificadora que no entendemos” (H 17).
El mismo sentimiento refleja Ana Terán: “Compraron la casa, el árbol mío, muros, ladrillos, / puertas de cedro”.
Si Ana E. se refiere a la casa como mía,
es con un sentido bien diverso a la propiedad que se compra y vende. El “mi
casa” de Terán es una expresión entrañable y colectiva –nuestra casa-, como la
de quien se refiere a lo más querido de la propia vida (T 86-87).
Seguramente se podría transitar por otras sendas, evocar el valor
del rancho, de la casa frágil, de la casa hospitalaria, o atinar a pronunciar
el amor entre cortinas, o soñar con palacios extensos… Se podría preguntar por
la casa del mundo urbano popular, por el hombre sin casa, sin arraigo, por la
mujer que se afirma en la casa propia, sendas éstas apenas insinuadas en el
presente ensayo. Pero baste con estos apuntes lúdicos para indicar el tema. A
otros, con afán más sistematizador, dejo la tarea de desentrañar misterios. Yo
me quedo en casa.
* Los textos a los que se hace referencia en el ensayo son:
BACHELARD Gastón, La poética del espacio,
Fondo Cultura Económica, Bogotá 1993; CADENAS Rafael, Los cuadernos del destierro, Monte Ávila, Caracas 2001; GERBASI
Vicente, Antología poética, Monte
Ávila, Caracas 2004 - Poemas: En el bosque (Vigilia del náufrago, 1937), La
paredes de mi casa, La casa de mi infancia, Te amo infancia, Canoabo (Los
espacios cálidos, 1952), El patio (Por arte de sol, 1958) y Simón Rodríguez en
Túquerres (Retumba como un sótano del cielo, 1977), Ventana (Los colores
ocultos, 1985), Un día muy distante (Una día muy distante, 1988); HERNÁNDEZ Q.
Armando, Cantos Alisios, El Llano,
Los Teques - Poemas: La casa, La casa de Nicolás Piloto. OLIVEROS Alejandro, El sonido de la casa, Monte Ávila,
Caracas 1983 –Poemas: II, III, XII y XVIII (Espacios, 1974), Bejuma (Nuevos
poemas); PALOMARES Ramón, Antología
poética, Monte Ávila, Caracas 2004 - Poemas: La casa (El reino, 1958), En
el patio, Abandonado (Paisano, 1964); PEREIRA Gustavo, Poesía selecta, Monte Ávila, Caracas 2004 -Poemas: A casa! (El
libro de los Somaris, 1974), Regreso al hogar (La fiesta sigue, 1992); Memorial
de la casa vacía (Oficio de partir, 1999); TERÁN Ana Enriqueta, Antología poética, Monte Ávila, Caracas
2005 – Poemas: Junio (Presencia terrena, 1949), Recados al hermano mayor, Queja
y nostalgia del propio canto (Música con pie de salmo, 1952-1964), Se alaba
esta casa (Libro de los oficios, 1967). YARZA Pálmenes, Antología Poética, Monte Ávila, Caracas 2004 – Poemas: Nocturno
(Espirales, 1942), Un día seré, Reiteraciones, Abandono esta casa (Memoria
residual, 1994), ¿En dónde estoy? (Expresiones, 2002).
** Por razones de espacio se abrevian las citas con la inicial del
primer apellido de los autores y la página del libro.
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