sábado, 26 de diciembre de 2015

Sobre ciertas casas, en la poética venezolana


Nuestra casa. Imágenes poéticas venezolanas en diálogo con Bachelard*


Bachelard dedica dos capítulos completos a la casa en su obra ya clásica La poética del espacio. Parte del axioma: “Todo espacio realmente habitado lleva como esencia la noción de casa” (B 35**), y se ayuda del topo-análisis que define como “el estudio psicológico sistemático de los parajes de nuestra vida íntima” (B 38). Descubre los significados de la casa desde el estudio de poetas europeos, aplicando claves fenomenológicas, psicoanalíticas y psicológicas. El intento de este ensayo será, en reverbero bachelardiano, acoger las ricas y potentes imágenes de la casa, con sus sentidos plurales, en algunos fragmentos de poetas venezolanos de la segunda mitad del siglo XX.

Comienzo con un texto denso de Rafael Cadenas: “Para mí (…) mi casa sin guarniciones inútiles, resplandeciente en la lengua de boa  de la noche. Un cuarto, una lámpara, un vaso de licor, un lecho y libros. La eternidad sin azoro de incrustaciones. Ninguna agitación innecesaria. Tú y yo (…) ¿Acompañarás mi pobreza? (…) esperaré el advenimiento de mi libertad, sentado sobre un cofre de cartón, en el extremo menos iluminado de la escena” (C 67-68).

Se pone aquí en evidencia la dimensión de intimidad de la casa, de “soledad centrada”. “De despojo en despojo, nos da acceso a lo absoluto del refugio” (B 63). El poeta huye en pensamiento para buscar ese refugio. Un espacio para el reposo, sin agitaciones innecesarias, un ensueño donde descansar (B 43). El cuarto sencillo remite a “la cabaña del ermitaño” (B 63). La mención de la pobreza y la descripción de tal simplicidad evocan lo primitivo de la choza. Puesto al final de sus Cuadernos, el poema de Cadenas tiene una “feliz intensidad de pobreza” (B 63).

Pálmenes Yarza expresa: “Mi casa nace en mí. / Soy su fruto, / su sosiego es mi interior” (Y 159). Ana E. Terán evoca la casa de la infancia personificando esta pobreza, humanizándola como humildad que llega: “Se alaba esta casa visitada por la humildad” (T 105).

La casa sencilla puede ser nido y su techo el cobertor que protege (B 132). Puede ser “una caja de fósforos” (H 39) con su cielo raso como “Edén protector” (H 17). El nido lo fabrican las aves con su  propio cuerpo, y así la casa sencilla se fabrica con el trabajo propio, con la vida entregada, en emigración perenne (B 135, H 39). La casa-nido tiene un valor de retorno, a ella se vuelve siempre (B 133-134, PG 86).

Los “valores de concentración” de la casa se resaltan contra las fuerzas que la acosan: viento y noche. “Cada casa estaba en la noche de los astros” (G 187), “la lengua de boa de la noche” ante la que resplandece la casa (C 67),  dejándonos a merced del viento” al quedar en ruinas la casa (H 40).

Para Gerbasi es la ventana cerrada la que permite la concentración, en abierta antítesis con el universo brillante. “Vengo de las ventanas / para encontrar en la noche / la ventana de mi infancia /  en un dormitorio de paredes encaladas. / Y, allí, solo, un Crucifijo, / iluminado / por una lámpara de aceite (…) / Brilla el universo / mientras mi ventana / permanece cerrada” (G 202-203).

Dormitorio (G 202), aposento (G 79) y cuarto (C 67) son los términos espaciales privilegiados en los que se desarrolla el valor de intimidad.

Entre lo poco del cuarto, resalta la lámpara. La lámpara que vela, que es el ojo de la casa, el signo de una gran espera (B 65-66), eternidad sin azoro, espera de libertad (C 67-68). Lámpara que hace resplandecer la casa. “Tal vez de un rancho, a lo lejos / se abre una luz misteriosa, /  como un ojo de los cerros / que no pudo ahogar la sombra.” (Y 20).  Gerbasi asocia la lámpara a la evocación de una infancia transida de religión popular: “En mi aposento ardía una lámpara de aceite al pie de un Cristo ensangrentado” (G 79, ver  G 202). La espera y la eternidad se hacen místicas, contemplativas, añoranza de trascendencia, de infinito tal vez, desde la corporalidad de esa imagen de Cristo contemplada.

No obstante lo íntimo, Cadenas invita explícitamente al lector a hacer suyo ese cuarto. Es una intimidad que se  comparte. “Los valores de intimidad son tan absorbentes que el lector no lee ya nuestro cuarto: vuelve a ver el suyo” (B 44). Es así que el gesto íntimo se vuelve espectáculo: escena. El poeta elabora “el espectáculo del cuarto familiar” (B 62), y ahí está el personaje: “en el extremo menos iluminado de la escena…” (C 68).

Se anuncia el salto bachelardiano: De la casa concentrada se pasa a la casa expandida. Bachelard denomina ritmo-análisis a esta dialéctica concentración-expansión esencial a la poética de la casa (B 98-99).

Entre los venezolanos, es Palomares quien evoca el origen natural de la casa: “Antes era un lago”. (PR 13). Gustavo Pereira descubre su horizonte de expansión en la naturaleza. Cielo, aguas  y marea vienen a habitar la casa del poeta (B 84). “De vuelta a casa! Otra vez el cielo y las aguas / Nuevamente el movimiento de la marea frente a mi / ventana empañada” (PG 86).

El mismo mar caribeño que Ana Enriqueta Terán humaniza, ahora hecho uno con la casa sin gente: “El mar respira hondo en la casa abandonada” (T 88). Pero también los musgos y la brisa llenan otras casas: “Los musgos te convierten en vertical pradera / y la brisa canta en tus paredes de piedra” (H 17).

En este ejercicio de expansión por el que la biología entra en la casa, ésta se convierte en ser de la naturaleza. Se extiende a los animales y a las plantas que la circundan: “Mi casa estaba sola en medio de los tamarindos y las palmas” (G 80). “Casa mía, casa nuestra (…) / en novia con su gajo de caña dulce / su pie desnudo, degollado sobre el césped floral” (T 87). “Y abre la casa de mis días mejores a la danza ígnea de la siega. / Y se congregan en mí las estaciones”. (Y 190)

El patio es la puerta más expedita para esta ampliación. Alejandro Oliveros (O 39) evoca los cítricos del patio de la casa que “estuvieron más amarillos y jugosos”;  y describe: “Un viento liviano mece las ramas / del limonero y caen sus hojas… /Este patio. Aquél” (O 13). Gerbasi dedica todo un poema al patio. “Bajo los naranjos oscuros de avisperos (…) Junto a un perro quieto como un pedestal (…) / La ropa tendida se levantaba en el viento (…) / Yo iba a visitar la vaca / y la veía acostarse en la penumbra / como en el hechizo de un eclipse” (G 126-127). Y no es el único de sus poemas en que traiga a cuento la imagen del patio junto a la casa: “¿Aún existen los naranjos / que plantó mi padre en el patio de la casa?” (G 76). “En los patios caen chorros grises de granos de café / y su rumor es el rumor de la tarde” (G 84). En torno al patio se ven los corredores alejándose solitarios con sus  pilares blancos (G 126, 202). Junto al patio recuerda el poeta los lirios, “la vasta penumbra de las calas / los mecedores en el umbral” (O 13).

Además del patio, y entre los ámbitos de expansión y jugueteo de la casa con la naturaleza, es curiosa, casi inédita, la mención del aljibe. En ambientes áridos el aljibe es lo primero, lo que da certeza de existencia a la casa, es agua que la sustenta. Hernández, refiriéndose a la casa del abuelo, relata: “Para hacerla fue tres veces a Cuba. / Primero construyó el aljibe (…) / La casa creció poco a poco / como las ceibas. / Las vacas y las gallinas (…) / El chiquero con el cochino (…) / Y sobre la bodega / el granero…” (H 39).

Ventana, paredes y calles permiten seguir expandiendo (explícitamente: alargando) la casa: “La oscura ventana / las paredes las calles  / por el silente grifo / alarga quieta mi casa” (O 12).

Puerta (T 75), ventanas y paredes (O 12), escalera (H 17), cielo raso (H 17) y tejas (G 126), granero-bodega (sótano-cielo) (H 39), aljibe (H 39), corredores (G 202), umbral (O 13) y patio –con sus árboles- (G 76, 84, 126-127, 188; T 105; O 13, 39), nos van llevando progresivamente a la mayor expansión tanto vertical como horizontal, a la casa universo.

Tal es la expansión que se produce, que el espacio para la intimidad llega a ser el bosque mismo: “Con mi soledad te espero en el bosque” (G 11); pero este es ya un límite para este ensayo: cuando la casa deja de ser casa para ser bosque. Lo nuestro son las casas que aún son casas.

Si no es fácil establecer los límites en cuanto a la expansión horizontal de la casa, tampoco lo es en su dimensión de verticalidad. En la poesía que estudia Bachelard, las casas “aspiran  a una levedad aérea”. Es como si los espacios que amamos no quisieran quedarse encerrados, y es entonces que la casa se desplaza.  “La casa conquista su parte de cielo”. Se hace universo, casa cósmica (B 84-85).

De humo etéreo la casa / se elevará en el silencio / con la palabra de gracia / y seré un jardín sin tiempo” (Y 143). Se comienza de peldaño en peldaño: “seguiremos los peldaños hacia el Edén protector de tu cielo raso.” (H 17) Pero pronto el cielo raso se hace cielo (Benedetti dixit). Gerbasi y Terán sueñan así la casa, volando, meciéndose (así, más caribeña, como en un chinchorro entre palmeras): “Mi casa volaba / con las palmeras, / allá por las nubes / de un día sin fin”. (G 211) “Que los trigos mecían blandamente la casa” (T 46).

Más atrevido y original, y hasta con tonos existencialistas, se muestra Ramón Palomares: la imagina con su dimensión de verticalidad, también en expansión, hacia lo alto, hacia lo infinito, pero agregando la dimensión de huida, de distancia, casa de sueños que se nos escapa: “Toda removida la casa. / Desprendiéndose de la tierra, / subiendo, con alas, con vuelo… / Allí la casa. Allí, huida (...) / La casa se fugaba / porque la casa era para no tenernos (…) / Huye. Arrancada (…) / Llevada como un palio en lo alto (…) / Se va la casa. Huye. / No estará más asentada en la tierra (...) / (…) la casa que huye / como un esplendor hacia otras noches” (PR 12-15).

La casa está ligada al hacer humano, desde la construcción de la misma, hasta los cuidados mediante los que se le conserva la vida (B 100-101). Los cuidados caseros devuelven a la casa su frescura original (B 102). Pero la casa no está sólo ligada al hacer. Aquí se encuentra un matiz, una distancia  importante en nuestra poesía. Nuestro hacer, el hacer venezolano, es relacional. La casa venezolana es soñada por los poetas como casa vital, de actividades, sí, pero más: de relaciones sin fin. Hacer y relación son inseparables. “Mis familiares en diálogos sobre frutos (…) / Tejían, trasegaban café en sacos ásperos, / revisaban sueños / agregaban tejas a la casa (…)  / mataban escarabajos, / se detenían a mirar los crepúsculos…” (G 126). “…el horno donde mi madre hacía el pan / y doradas roscas con azúcar y canela?” (G 76). “Se alaba esta casa plena de recursos solares: se hace el pan. / Se hacen manteles, sábanas. La mesa servida (…) / Se ausculta el cielo: hombres que conversan debajo de los árboles…” (T 105). El hacer está ligado a “familiares”, “madres”, “hombres”… y está ligado a la palabra que pronuncian: diálogos y conversas.

La casa venezolana es una casa habitada por gentes: “Las mismas gentes  y la casa” (PG 145). “Ellas [mis hermanas] movieron mis juguetes entre girasoles, / elevaron cometas / sobre casas de colores” (G 184). “Encontré mis parientes en una casa de paredes simples  (G 126). “…en las casas / estaban el esposo y la esposa / sentados a la sombra de un granado” (G 188). “En esa casa nacieron mi madre y mis tíos / En ella nacieron mis hermanos / Allí nací yo” (H 39).

Y entre las gentes vivas, entre el pueblo, también hay voces y espantos. Voces de vida, y voces que expresan los miedos infantiles: “Voces oscuras reunidas en los corredores (…) / rumores de cielo raso (…) /  las brujas (…) / el jinete sin cabeza” (G 79-80); voces de los habitantes idos que aún permanecen: el aljibe “seguirá guardando los rostros en el agua” (H 17); “mientras el gris de las paredes / transparenta sombras / y voces familiares” (O 28).

La casa es un personaje más –materno en este caso- con quien el poeta conversa y con quien evoca otros seres: “En su vientre nos ocultábamos” (H 37), “Preñada de voces infantiles te conservas…” (H 17). Terán la sueña como mujer, como “novia con su gajo de caña dulce” y su “pie descalzo” (T 87). Es la casa que crece como las ceibas (H 39). Tan personaje es, que Armando Hernández se toma la libertad de hablar con ella, se le dirige en segunda persona: “Debes estar allí / librando con el tiempo una guerra perdida de antemano” (H 17). E igualmente hace Palomares, espetándole: “No permanecerías más, casa. / No tendrías más tus horcones en tierra…” (PR 12).

Especialmente sensibles son los poetas venezolanos a las ruinas de la casa que apenas Bachelard insinúa como “casa perdida”, “disuelta en las aguas del pasado” (B 88). Más fuerte y existencial es la imagen que recoge de Rilke: “Toda rota y repartida en mí” (B 89). Así aparece, con esta fuerza poderosa, entre los poetas venezolanos: “Las paredes de mi casa tienen ahora corrosiones” (G  184). “Oscuros jabillos sepultan / la vieja casona. Un follaje breve / tapa las ventanas: enredaderas / sin flores y trinitarias” (O 22). “Probablemente no estás, o seas sólo un montón de riscos y tea” (H 17). “Se quedó sola poco a poco” (H 40). “Hay una casa vacía que no espera a nadie” (PG 203). “El mar respira hondo en la casa abandonada” (T 88). Incluso como decisión consciente de abandono: “Abandono este casa, su cuidado  / arranco de la sombra el pacto incierto, / dejo aquí mi candor:  mi perro muerto, / entrego al fuego todo lo sagrado” (Y 174). O con los tonos existenciales rilkeanos: “O se caiga  a pedazos / y con ellos se nos destrocen los recuerdos / y se nos sequen las raíces dejándonos a merced del viento” (H 40). “Nos encontrarás en sus piedras” (H 40). “Ay que no tengo un patio para asolearme, / que no tengo un cuarto, / que no tengo ni una ventana” (PR 48).

Además de la corrosión física, a la casa le caben habitantes sin nombre, para quienes “mi casa” es sólo una verbalización de la propiedad. Al simple sueño de propietario lo cataloga Bachelard como “onirismo de corto alcance” (B 93). Los poetas venezolanos lo denigran como  corrosión ética. Hernández denuncia el modelo capitalista que pretende hacer de la casa pura propiedad: “Siempre hay alguien que dice - este agujero donde vivían los búhos es mío (…) / Vampiros que pretenden comprarnos el alma / en nombre de una religión cuantificadora que no entendemos” (H 17).  El mismo sentimiento refleja Ana Terán: “Compraron la casa, el árbol mío, muros, ladrillos, / puertas de cedro”. Si Ana E. se refiere a la casa como mía, es con un sentido bien diverso a la propiedad que se compra y vende. El “mi casa” de Terán es una expresión entrañable y colectiva –nuestra casa-, como la de quien se refiere a lo más querido de la propia vida (T 86-87).

Seguramente se podría transitar por otras sendas, evocar el valor del rancho, de la casa frágil, de la casa hospitalaria, o atinar a pronunciar el amor entre cortinas, o soñar con palacios extensos… Se podría preguntar por la casa del mundo urbano popular, por el hombre sin casa, sin arraigo, por la mujer que se afirma en la casa propia, sendas éstas apenas insinuadas en el presente ensayo. Pero baste con estos apuntes lúdicos para indicar el tema. A otros, con afán más sistematizador, dejo la tarea de desentrañar misterios. Yo me quedo en casa.



* Los textos a los que se hace referencia en el ensayo son: BACHELARD Gastón, La poética del espacio, Fondo Cultura Económica, Bogotá 1993; CADENAS Rafael, Los cuadernos del destierro, Monte Ávila, Caracas 2001; GERBASI Vicente, Antología poética, Monte Ávila, Caracas 2004 - Poemas: En el bosque (Vigilia del náufrago, 1937), La paredes de mi casa, La casa de mi infancia, Te amo infancia, Canoabo (Los espacios cálidos, 1952), El patio (Por arte de sol, 1958) y Simón Rodríguez en Túquerres (Retumba como un sótano del cielo, 1977), Ventana (Los colores ocultos, 1985), Un día muy distante (Una día muy distante, 1988); HERNÁNDEZ Q. Armando, Cantos Alisios, El Llano, Los Teques - Poemas: La casa, La casa de Nicolás Piloto. OLIVEROS Alejandro, El sonido de la casa, Monte Ávila, Caracas 1983 –Poemas: II, III, XII y XVIII (Espacios, 1974), Bejuma (Nuevos poemas); PALOMARES Ramón, Antología poética, Monte Ávila, Caracas 2004 - Poemas: La casa (El reino, 1958), En el patio, Abandonado (Paisano, 1964); PEREIRA Gustavo, Poesía selecta, Monte Ávila, Caracas 2004 -Poemas: A casa! (El libro de los Somaris, 1974), Regreso al hogar (La fiesta sigue, 1992); Memorial de la casa vacía (Oficio de partir, 1999); TERÁN Ana Enriqueta, Antología poética, Monte Ávila, Caracas 2005 – Poemas: Junio (Presencia terrena, 1949), Recados al hermano mayor, Queja y nostalgia del propio canto (Música con pie de salmo, 1952-1964), Se alaba esta casa (Libro de los oficios, 1967). YARZA Pálmenes, Antología Poética, Monte Ávila, Caracas 2004 – Poemas: Nocturno (Espirales, 1942), Un día seré, Reiteraciones, Abandono esta casa (Memoria residual, 1994), ¿En dónde estoy? (Expresiones, 2002). 

** Por razones de espacio se abrevian las citas con la inicial del primer apellido de los autores y la página del libro.

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