LOS ÚLTIMOS DÍAS DE LA CASA
Al escribir el ensayo Nuestra casa. Imágenes poéticas venezolanas
en diálogo con Bachelard, (http://cultura-barrio.blogspot.com/2015/12/algunas-casas-de-la-poetica-venezolana.html)
no pensé volver a él. El encuentro con Yurimia Boscán y su texto Los últimos días de la casa me hizo
cambiar de opinión. El enfoque espacial del texto aquél, escrito hace unos
años, entra diálogo con estos poemas, en los que la casa recoge las más dura memoria
de dolor.
Las referencias que hago
en este ensayo a poetas venezolanos pueden encontrase en ese ensayo anterior.
Al acercarme a Los últimos días de la casa, divido mi escrito
en tres partes:
1.- Ciclo de la casa
(ciclo de la vida)
2.- Final de la casa,
final de la vida
3.- El yo-casa
CICLO DE LA CASA (CICLO DE LA VIDA)
Puede considerarse el
texto desde la clave de los ciclos de vida de las personas en torno a las casas:
mudanza-nueva casa-recuerdos-duelo (retorno)-despedida-nuevo comienzo. Aunque
algunos de estos poemas remitan a casas y tiempos diferentes, agrupo-referencio
los poemas de acuerdo al sentido que transmiten, y no a su estricto orden
cronológico.
Mudanza
Los tres primeros
poemas hacen referencia a ella. Desde el comienzo descubrimos que hablar de la
casa es algo que toca la vida. Mudarse de la casa no es un puro ejercicio
material o físico; mudarse significa recoger la propia existencia.
He visto envolver la vida y sus retazos / subastados en una venta de
garaje
“…envolver los sueños”
- dirá más adelante. Con el dolor que supone:
…he secado mis lágrimas con las mismas manos / que embalan
la existencia
Y con lo que se deja:
brisa y melodías, vacío y soledad.
Closets y gavetas vacías: / Los ganchos bailan su melodía
de soledad //
Ventanales y cofrecitos / dejan atrás brisa y melodías
Así se concluye: “La
vida es un camión de mudanza”.
Nueva casa
Llegar a la nueva casa
no es fácil. La presencia de la madre con su aflicción se hace omnímoda
Ahora la luz te sorbe
Gritas encandilada / y nosotros / no sabemos / oírte //
Guarda apresurada su aflicción en el delantal / y recibe a
los hijos
Pone la mesa… / sus ojos se pierden más allá de los espejos
No importa cuántas sillas, toallas y sábanas / inventaríe
para su nuevo hogar //
Su raíz sigue en la vieja casa
con enredaderas espectrales / trenzadas a sus recuerdos
Recuerdos e infancia
La nueva casa no
salva de la memoria. Acuden a ella imágenes de infancia:
Érase una vez tres hermanos
tres bici tres pares de patines
tres camas chicas al lado de una grande
una vela náufraga sobre el aceite
en el rincón bendito de los santos
Érase una vez la infancia
territorio sagrado del barro en los zapatos
y la mora silvestre en los bolsillos //
Érase otra vez / las ganas de volver a los diez
años
a la inocencia de creer que la muerte es sólo
cuento de caminos
a la paz de los crespos de la abuela
al acordeón de mi padre en el fondo del patio
a la risa escandalosa de mis hermanos
a la polenta dominguera de mamá //
Érase una vez la abuela / levantando la ternura con
avena y lazos blancos
Aunque se hagan
esfuerzos por triturarla:
Mi casa es un molino... / pulveriza recuerdos
Las fotografías de lo que éramos / se baten con el
vuelo de las aspas
que amortiguan las caídas / ¡Y caemos!
Permanecen en el tiempo
las fotografías y cartas, los recuerdos, con su dosis de dolor…
Me están doliendo / esta casa / y todas las casas
que tuve
En los cajones de añoranza / En los recuerdos / En
las cartas
Retorno a la vieja casa
No se trata de un
retorno como el de Ramón Palomares, una Vuelta
a Casa, como reencuentro con las raíces. Aquí, como en Memorias de Mamá Blanca… Hay un retorno a Piedra Azul que se
emprende en la incertidumbre.
La transcripción de
estos textos de Teresa de la Parra puede iluminar la lectura de los textos
poéticos de Yurimia:
Vale decir que nuestro querido Piedra Azul, disfrazado de
otra cosa, también lloraba con los gritos desoladores de sus reformas, el
habernos perdido a nosotras.
Mamá tenía razón, debemos alojar los recuerdos en nosotros
mismos sin volver nunca a posarlos imprudentes sobre las cosas y seres que van
variando con el rodar de la vida. Los recuerdos no cambian y cambiar es ley de
todo lo existente.
Si nuestros muertos, los más íntimos, los más adorados,
volviesen a nosotros después de muchos años de ausencia y arrasados los árboles
viejos hallasen en nuestras almas jardines a la inglesa y tapias de
mampostería, es decir, otros afectos, otros gustos, otros intereses doloridos,
nos contemplarían un instante y discretos, enjugándose las lágrimas, volverían
a acostarse en sus sepulcros.
Original resulta la
estrofa en la que la voz poética se desdobla personificando las distintas
etapas de la vida y su modo particular de asumir la vuelta a la casa antigua:
La niña había ido a despedirse:
La mujer pugna por callar a la niña
La joven desliza amores clandestinos a su cuarto
La madre se acaricia el vientre henchido de Abril
La hermana se vuelve música para el hermano mayor
se vuelve fotografía para el otro
y palmaditas que azuzan el dormir de los pequeños
Aparecen, “en un
ritual”, paisajes, rincones, ventanas, lámparas, chorro del jardín, clavos
vacíos, matas muertas de sed, chimenea, escaleras, aguacates, patio, casas
vecinas… El regreso vuelve a hacerse memoria, memoria de un hacer con otros,
junto a otros:
¿Cuántas veces manejó allí su bicicleta?
¿Cuantas veces derrumbó enormes hormigueros?
¿Cuántas mandarinas y nísperos en sus bolsillos?
¿Cuántos incendios sofocados?
¿Y los patos y gallinas y perros enterrados bajo
las flores?//
Entra
Yurimia, en su evocación de la antigua casa, en la tradición de los poetas
venezolanos para quienes:
La casa venezolana es…
casa vital, de actividades, sí, pero más: de relaciones sin fin. Hacer y
relación son inseparables. “Mis
familiares en diálogos sobre frutos (…) / Tejían, trasegaban café en sacos
ásperos, / revisaban sueños / agregaban tejas a la casa (…) / mataban escarabajos, / se detenían a mirar
los crepúsculos…” (G 126). “…el horno
donde mi madre hacía el pan / y doradas roscas con azúcar y canela?” (G
76). “Se alaba esta casa plena de
recursos solares: se hace el pan. / Se hacen manteles, sábanas. La mesa servida
(…) / Se ausculta el cielo: hombres que conversan debajo de los árboles…”
(T 105).
Sin embargo, es otra la casa. El contraste de la
memoria con la visión actual se hace lacerante.
Esta casa es ahora otra casa / se sumerge / se
trasmuta / se transforma
Incluso en esto Yurimia
se hermana con otros poetas de esta tierra nuestra…
Especialmente
sensibles… a las ruinas de la casa que apenas Bachelard insinúa como “casa
perdida”, “disuelta en las aguas del pasado” (B 88). Más fuerte y existencial
es la imagen que recoge de Rilke: “Toda
rota y repartida en mí” (B 89). Así aparece, con esta fuerza poderosa,
entre los poetas venezolanos: “Las
paredes de mi casa tienen ahora corrosiones” (G 184). “Oscuros
jabillos sepultan / la vieja casona. Un follaje breve / tapa las ventanas:
enredaderas / sin flores y trinitarias” (O 22). “Probablemente no estás, o seas sólo un montón de riscos y tea” (H
17). “Se quedó sola poco a poco” (H
40). “Hay una casa vacía que no espera a
nadie” (PG 203). “El mar respira
hondo en la casa abandonada” (T 88).
La de Los
últimos días de la casa, es una casa vieja, con cimientos viejos:
Una casa / casi sola //
Las viejas tejas han ido cediendo / Se lavan y
secan al ritmo de los días…
El círculo de cemento —gris y atroz—
cierra filas sobre lo que queda por vivir//
Patio de sequías / La casa / es ahora sombra
alucinante//
Cuerda atada al árbol sin niños que mecer
Tinajero de incertidumbres y fantasmas
Alacena silenciosa de manos bisabuelas
Camino clandestino a la niñez vivida
La pérdida de
identidad de la casa, su ser casa-otra, se ve reforzada por la imagen potente
del descenso del nombre. Su asociación al texto de los evangelios cristianos
del descenso de Jesús de Nazaret de la cruz y su resurrección “al tercer día”,
permite asomar un elemento al que más tarde haré referencia: el “comienzo
eterno”.
El nombre de San Judas / tallado por mi padre / fue
bajado al tercer día
Despedida
El retorno a la casa
quiere ser una despedida, intenta serlo, mas sin lograrlo del todo. Por un
lado:
La niña había ido a despedirse
Cerró la puerta de la historia / conteniendo las
lágrimas del definitivo adiós
Había dicho Pármenes
Yarza:
Abandono este casa, su cuidado /
arranco de la sombra el pacto incierto, / dejo aquí mi candor: mi perro muerto,
/ entrego al fuego todo lo sagrado (Y 174).
Y, sin embargo,
sigue Yurimia:
Se resiste a dejar el nido / y se duele profundo en
la casa que se deshoja...
El árbol de aguacate se estremece / y el inmenso
pino / es testigo
La casa grita
(asociación con el cuadro de Munch), cruje, siente… Parece saber, presiente,
que va quedando sola:
Esta casa es un grito… / Grito tarea… / Grito poema…
Grito mudo / que se oye hacia dentro / GRITO FINAL
//
Casa que cruje y siente… / Colgadero de almas
atormentadas
Además de la corrosión
física, a la casa le caben habitantes sin nombre, para quienes “mi casa” es
sólo una verbalización de la propiedad. Al simple sueño de propietario lo
cataloga Bachelard como “onirismo de corto alcance” (B 93). Los poetas
venezolanos lo denigran como corrosión
ética. Hernández denuncia el modelo capitalista que pretende hacer de la casa
pura propiedad: “Siempre hay alguien que
dice - este agujero donde vivían los búhos es mío (…) / Vampiros que pretenden
comprarnos el alma / en nombre de una religión cuantificadora que no entendemos”
(H 17). El mismo sentimiento refleja Ana
Terán: “Compraron la casa, el árbol mío,
muros, ladrillos, / puertas de cedro”. Si Ana E. se refiere a la casa como mía, es con un sentido bien diverso a la
propiedad que se compra y vende. El “mi casa” de Terán es una expresión
entrañable y colectiva –nuestra casa-, como la de quien se refiere a lo más
querido de la propia vida (T 86-87).
Dirá Yurimia:
Una casa / casi sola / que ya no nos pertenece
Resalta además,
en el juego del mercado, la posibilidad de decidir qué casa tomar como propia,
hasta la muerte:
La que podemos comprar / La que vendemos
La que decidimos conservar para morir en ella / Hay
tantas casas...
Final y comienzo eterno
Una nueva etapa
se abre. En la nueva casa: los nuevos amores y los hijos. En juego de palabras:
Amasijos / Amashijos / amosigo / amo y sigo
Y la casa de la niñez desaparece
No obstante, en la
imaginación, en el sueño, la casa renace:
Entonces / imagino margaritas y trinitarias en el
patio
cornisas de piedras que dibujan su bagaje ancestral
pisos que se parten en colores / nietos que tañen
el sol de la tarde
hijos de vuelta a la sagrada bendición...
¡Qué bueno, mamá! / la casa está renaciendo...
Con un tono
más filosófico se refiere al comenzar eterno y el ciclo de finales, en una
visón de la vida que busca integrar las vivencias contrastadas de muerte y
vida.
Nada puedo perder / que no sea este comenzar eterno
Nada puedo ganar / que no sea este ciclo de finales
Se
descubre que la casa no es única, que existen nuevas posibilidades, como las de
la vida: nacer, crecer, morir, soñar…
Hay tantas casas
La casa donde nacimos / donde crecimos
La casa de la que nos fuimos / La que soñamos
FINAL DE LA CASA, FINAL DE LA VIDA
La despedida de
la casa, la mudanza, la partida, se vincula en este poemario de Yurimia con la
pérdida de los seres queridos, con la muerte-dolor-ausencia. La muerte como
partida es recogida en varios versos:
Los goznes abren la ausencia definitiva / a todas
las partidas que dolieron:
los viejos los niños / los jóvenes los locos…. / Los
que ya no están… //
Las partidas se hacen ciertas / Ningún duelo fue mayor
Y este
otro “salmo”, que pone al desnudo rituales y rezos incapaces de ahogar la pena:
Sólo este salmo abandono / Salmo farsante
Salmo atormentado / Salmo novenario
Altar y velas para tu partida //
Ellos también se fueron / Su ida fue honda y más
penosa
Volvieron cada año / con la brisa del Domingo de Ramos
cada vez menos / en los últimos días de la casa
Así como descubría
entre los poetas venezolanos que su casa es la
…habitada por gentes: “Las
mismas gentes y la casa” (PG 145). “Ellas [mis hermanas] movieron mis juguetes entre girasoles, /
elevaron cometas / sobre casas de colores” (G 184). “Encontré mis parientes en una casa de paredes simples” (G 126). “…en
las casas / estaban el esposo y la esposa / sentados a la sombra de un granado”
(G 188). “En esa casa nacieron mi madre y
mis tíos / En ella nacieron mis hermanos / Allí nací yo” (H 39),
el adiós a la casa
también es despedida de las personas queridas, especialmente del papá y los dos
hermanos.
He secado mis lágrimas con las mismas manos / que
embalan la existencia
mientras lloro por los ojos de mi padre / en vuelo
pleno al infinito //
Padre / que habitas los tiempos milenarios
que guerreaste con las moiras / hasta el último
hilo de tu fuerza //
Sé que
vuelas… / Son tres —o más de tres—
las aves que vuelan el resplandor equinoccial //
…haz que llueva
Que el agua traiga certidumbre / soplo sobre las
mejillas
y otro vuelo —tal vez el mío— / Papá //
En referencia al hermano fotógrafo, muerto de infarto en un mes
de febrero, dirá:
Luna llena de febrero sin regreso //
Aún se escucha el clic de tu cámara / Aún el
perro te busca
Pero nada podemos hacer para borrar febrero
Como nada pudimos hacer para borrar agosto
En
agosto fue la muerte-asesinato del otro hermano:
Es medianoche hermano… / Silba la bala hermano…
Y así sintetiza
su vivencia actual de la muerte, “guadaña clavada en mi pecho”:
La muerte suena su cascabel de retirada
Alegrías y tristezas / son semillas de su maraca letal / en esta
casa sin piel
Su guadaña clavada en mi pecho
mata de cáncer / de bala / de infarto
Mata de dolor y de olvido
La memoria de
los funerales y el proceso lento de duelo como soldadura de eslabones sueltos:
Los signos inventados sueldan eslabones
para llegar y partir del mismo terminal
EL YO Y LA CASA
El yo se expresa en la
corporalidad-corporeidad, importante recuperación de la modernidad y
postmodernidad y de las corrientes feministas actuales, frente a las
perspectivas aristotélicas y la tradición medieval y eclesiástica-romana.
El dolor por lo vivido, por la historia de tragedia
acumulada, rezuma en el cuerpo, que desea desaparecer, transmutarse en aire,
agua, hondo-nada, con el verso último en
descenso, caligrama incluido.
Hay días y hay noches / en los que mi cuerpo
quisiera no tenerse
que urge volatizar el desamparo / escapar en aire /
volverse piso-piedra-punta
Hay días y hay noches / donde el insomnio es un
muro de ovejas estrelladas
y uno insiste en ser / agua de pileta / orificio
hondonada / Hondo-nada
El yo se identifica en
cierto modo con la casa. Las ventanas de la casa son sus ventanas. La
casa-espejo nos devuelve el reflejo, dice lo que somos: trastos, caretas,
cascarones. El plano de la casa es un
proyecto inconcluso:
Tantas ventanas / ventanas dolor con adioses
eternos
Ventanas quebradizas / con egos poderosos
Ventanas escalofrío / ventanas indignación
ventanas banales / ventanas públicas
ventanas ciegas / Tantas ventanas
Todas
mis ventanas... //
La casa es un espejo de semblantes repetidos…
Trastos y peroles palpitan en los resquicios
Las caretas olvidadas se desdoblan una a una
dentro de los atapuzados closets de los cuartos
vacíos
Al fondo / el espejo apolillado nos devuelve el
reflejo:
Frágiles cascarones / sostenidos por casi nada//
Somos un
plano por resolver / en medio de los escombros
El yo-ave, en la frágil
casa: nido abandonado, sin crías. En los planteamientos espaciales de
Bachelard, la casa sencilla puede ser nido (B 132). El nido lo fabrican las
aves con su propio cuerpo, y así la casa
sencilla se fabrica con el trabajo propio, con la vida entregada, en emigración
perenne (B 135). La casa-nido tiene un valor de retorno, a ella se vuelve
siempre (B 133-134). El poemario Vuelta a
Casa de Ramón Palomares se ubica en completa sintonía con esta perspectiva.
El nido sin pichones de Yurimia, apunta más bien a la fragilidad, la soledad y
el sin-futuro; pero, en una segunda mirada, abre la puerta a la posibilidad del
retorno.
Silbar y silbar / casi pájaro / casi humana
No encuentro rama enarbolada / que sostenga los
años que trinan
sin que nadie los convoque
Habito la frágil zona / del nido sin pichones
El yo-mujer-sombra
queda indicado en la referencia a ciertas mujeres-personajes de Cien años de soledad, en la tensión de
sus rasgos resaltantes: racionalidad y control, miedo al amor, mujer
deseada-mujer fatal, amante eterna.
Y uno allí / sin saber en cuál índice buscarse:
Pilar Ternera, Remedios La Bella, Úrsula Iguarán,
Amaranta Buendía….
Sombras que me habitan en la sombra de
las sombras
El yo poético: del ejercicio de escribir la vida
El poemario de Yurimia está anclado en sus vivencias
íntimas, familiares y, en buena parte, dolorosas. La palabra sufriente,
pronunciada en la sangre, se hace epifanía en la imagen de la caída infantil y
la boca rota.
Soy traspié / y la boca rota en la caída / suelta
la sangre del poema
Hay veces en las
que la palabra queda desprotegida, sin casa-refugio:
Esta manía terca de mirar a través de las palabras
en nombre del ojo que se engarza / y oblitera y
semantiza y erotiza
mi huérfana Ars poética / sin casa que la
guarde
En otras, la
casa prorrumpe en su grito. Y el grito es palabra escrita:
Grito poema / Grito obsesión / grito (pre)sentido
Y al final, la
casa, la necesidad de escribir sobre ella, hasta sus “últimos días”:
¿Cómo no escribir / de aquella casa
si tengo un enramado / de palabras
que saltan la cuerda / de la infancia / en el
corazón?
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