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No importa que la memoria sea débil,
con tal que el juicio no falte
cuando la ocasión se presente
Goethe
Los lebrunos del
alba
es una de las obras poéticas de Ingrid
Chicote, incorporada a su libro
antológico Caída libre, publicado por
Monte Ávila en el año 2014, y de la que transcribo el epígrafe anterior. La
palabra lebruno no es muy común que se diga, y menos fuera del llano
venezolano, así que es necesaria una breve consideración sobre ella. El uso del
término lebruno aparece recogido en el Diccionario
de venezolanismos, que en su tercera acepción señala: 3.m Llano. Nube del amanecer. Y evoca el uso del término en Doña Bárbara, 1929 Gallegos, R., 115: — ¡Alivántense, muchachos! Que ya viene la aurora con los lebrunos del
día. Es la voz de Pajarote, que siempre amanece de buen humor, y son los
lebrunos del día —metáfora ingenua de ganadero-poeta— las redondas nubéculas
que el alba va coloreando en el horizonte, tras la ceja obscura de una mata. Así
nos vamos acercando al sentido del poemario. Los lebrunos son las nubecillas
que anuncian la madrugada. Se trata de eso: del anuncio de la luz más plena
tras la noche que cede y se disuelve. La dimensión más activa de este ciclo
natural noche-día la tenemos en Alí Primera, quien canta: Dale, que empujando el sol se acerca la madrugada (Sombrero azul).
Hay un
cuento medieval francés sobre el gallo que preludia el diario amanecer. En 1991
se versiona en la película británica Rock-A-Doodle, dirigida por Don Bluth, Gary Goldman y Dan Kuenster. Chanticleer es el gallo de la granja, el que canta todas las mañanas para que salga el sol. Una mañana en que el gallo no canta, el resto de animales se decepcionan al descubrir que, cante o no, el sol sale igual. Chanticleer se sitúa en la tensión entre naturaleza cíclica y novedad creadora. Como ese gallo, los lebrunos señalan una luz que llega sin ellos, pero con ellos…. ¡es otra
cosa!
La digresión por el título me ha parecido importante por cuanto en él se sitúa el nudo existencial del conjunto de poemas aquí considerados[1].
La digresión por el título me ha parecido importante por cuanto en él se sitúa el nudo existencial del conjunto de poemas aquí considerados[1].
Los 22 poemas, o el único poema como lo refiere Eduardo Gasca en el prólogo a Caída Libre, mantienen un cariz hondamente personal y situado: se trata de una etapa vital poetizada. Refleja bien lo que algunas corrientes de personalización llaman “crisis de realismo”, dentro del recorrido de la “dramática existencial”. Es posible considerar tal dramática existencial en varios tiempos. El primero, un pasado innegable: nadie puede evitarse / lo pasado (II, ver VI). Este pasado incluye la condición más biológica de su ser humana y mujer: proceder de una familia, nacer, ser virgen, tener la regla, preñarse, parir… Pero también: ver la luna a los quince…. (VI); dejar de creer, dejar la inocencia y apartarse del asombro (XIII).
fui inocente / y
mis ojos se asombraron / de ver crecer fantasmas
en las ramas de
la noche / me puse disfraces / que arrancaron
vientos alisios
/ y quedé desnuda en el vendaval
deje de creer / mis
ojos / se apartaron del asombro (XIII)
Y
además, la experiencia de liberación consistente en desatar las raíces de la
casa-árbol para sentirse plena en los aromas del cuerpo y las palabras de
libertad (XXI).
cuando fui
hermosa / desaté las raíces
de mis pies de
señora / atados a una casa perfecta
era parte de un
árbol / -sembrado con esperanza-
de una cocina / que
ardía de arroz y harinas
de un baño
incómodo / que helaba el agua
para combatir
controlar / iras saladas
cuando fui
hermosa / mi cuerpo se volvió agraciado
y su flor / despedía
aromas
que ansiaban
libar / colibríes y cuervos
cuando fui
hermosa / la sonrisa era espontánea
y brotaban de
las manos / elocuentes palabras
de libertad / cósmica
(XXI)
El
segundo tiempo: el hoy, con su dosis de pregunta y de aceptación de lo real. Han
pasado los años y la voz poética se pregunta por la propia identidad. ¿Qué soy
y qué no soy? En la respuesta hay un reconocimiento del nuevo tiempo. Se ha
perdido el brillo de la vida. Ni la ternura ni los colores vitales asoman.
no soy capaz / de
enternecerme / por mi propia cuenta
mis venas están más
llenas de anestesia
y no puedo usar
los colores / para pintar la vida
todo se ha
vuelto / blanco y negro / sin grises o intermedios
ando por las
calles / y la calma pasmosa / me envuelve de luna
que jamás
volverá a ser / completamente / brillante (V)
Biológicamente,
el cuerpo no es el mismo. Los deseos libertarios quedan amarrados al hacer
cotidiano: cocinar, lavar, irrumpir con palabras…
ya no soy tan
hermosa
he puesto
candados y sellos / a mis pies
me ato a enseres
/ lavadoras / acelgas
cambié estrellas
/ por acidez verbal
y dejo que la
vida / continúe su cauce
aunque ya no soy
hermosa
y mis células / se
han inflado de frío y espesura
sigo rodando
como un río sin inicio
que se pierde
bajo la sombra / ante ojos / desnudos de disfraces (XXI)
Un
inventario inédito, inservible, pero que permite reconocerse en lo pasado y en
el presente:
rincones oscuros
/ canciones antiguas
un baúl de
bisabuela / y un teléfono
una mujer que
engorda / con pensamientos de nubes…
dos pies que
duelen de frío / una mano que escribe
un meñique
pequeño / un abdomen que guarda un útero
y una lista de
arrugas…. (XII)
Con
la incertidumbre del futuro (VIII) y sin poder alcanzar los proyectos
anhelados. No se trata, por tanto, -parecer señalar el poema- de una nueva batalla para torcer el cuello a
la realidad, sino de aceptarla, con su dosis de limitación impuesta, con su
frontera para los propios de deseos, en las distintas dimensiones de la vida:
salud, relaciones humanas, protagonismo social... Queda claro que el mundo no
termina de amoldarse a nuestros planes… Y, no obstante la experiencia de
reducción, el poema canta a la vida. Se trata de la aceptación plena del ser así:
mujer.
no soy sombra de
árbol / que se apaga de sol / cada hora
no soy luz de
vela / que se pierde / al menor viento
soy vida que se
mueve / según las circunstancias
no nací ayer / ni
estoy muriendo hoy
o sí / no lo sé
no soy lo que
otros quieren
soy / simplemente
/ una mujer (I)
Se
trata de la conciencia de estar viva (VI), conciencia de estar en el centro del
tiempo, con ese nuevo sentido de “centro”, no como culmen ni éxtasis, sino en
la mitad de la vida, en la meseta, con
una sensación de no ascender –ni tampoco descender-, a media vida, medio viva.
estoy en la
mitad / de ninguna parte
acompañada a
medias / y medio viva
sobrevivo / a
media luz
camino a tientas
/ y medio veo / lo que hago
un corazón a
media máquina / reconoce / el futuro incierto
del pasado
incierto y del medio presente
que medio alegra
/ la hora / en que existe
una media luna /
donde la noche y el día
se mantienen / siempre
/ siempre / a media luz (VIII)
Vida
con la conciencia de que se escapa, como fuego fatuo (V), irrepetible, vida
cansada (XVI), vida imperfecta…
muy lejos de ser
perfecta / estoy flotando en el tercer cielo
que no existe
(XV)
Vida
con dolor, por lo vivido, por la historia acumulada, por lo real enfrentado:
veo mis manos / averiadas
golpes / sostenidos y ofrendados
las
articulaciones duelen / los vidrios rotos en el piso (IV)
a veces / me duele
la noche (VII)
la realidad es
ésta:
dureza / desamparo
/ palabras que duelen / de nacer (XI)
Casi
concluyendo, asomo algunos referentes que recoge esta obra, además del título,
ya comentado en la introducción. Es evidente la referencia a Mafalda, con su
toque de inconformismo y denuncia:
el mundo gira / y
no lo puedo detener
voy en él / como
vamos todos / en el mismo viaje (IV)
Explicita
es el verso: viajo como en el río de
Heráclito. La única cita de Heráclito acerca del río es de Cleantes: Sobre aquellos que se meten en el mismo río
pasan aguas siempre distintas y las almas se alzan exhaladas de lo húmedo. Aunque
parece ser que su sentido no siempre ha sido comprendido cabalmente, la
referencia a una vida mudable en Ingrid –las aguas que pasan-, deja asomar que
en ese fluir hay vida: el flujo de las “almas exhaladas”. Todo en coherencia
con la imagen de los lebrunos, y con la perspectiva de la “dramática
existencial” en la etapa de la “vida media” y la “crisis de realismo”.
La
referencia a Penélope y Ulises, evocadora de la propia experiencia existencial,
se hacen presente aquí:
no hay lugar / para
mí
ni en mi propia
casa / ni espacio
para la larga
vida / que no remiendo
recojo el hilván
a la mañana / tejo con luces las tareas
revuelvo
el café / pensando en barcos (VII)
Los
referentes cristianos, negación por tres veces y corona de espinas, son evocados para indicar el
sufrimiento, la soledad y la tragedia humana.
Negar tres veces
/ me niego más de tres veces / antes el canto del gallo
..
tres golpes a la
razón / dos cervezas para la huida / un túnel que no lleva al paraíso
..
todavía no suelo
ganar / porque cuando creo que gano
tres pierden la
cabeza
el sueño / el
rumbo / o soy yo
quien pierde
tres veces / creyendo ganar una batalla
en las montañas
/ donde tengo mi morada (XVI)
--
y esperar en
calma / la balanza
para quitar / la
corona de espinas
..
la muerte de los
espasmos / es larga y sutil
…
más profunda / que
un vientre vacío
donde no entra
ni compite el hombre
sólo dios / habita
en las noches / la cama individual (X)
Poesía
y humanización se expresan en estos poemas. Frente a una poesía abstracta,
ajena a la vida, está la poética de la vida. Como en La ruta de los ancestros, en la Ingrid recurre a sus raíces para
hacer poesía, aquí toma la vida en sus manos, y nos ofrece algunas claves para
leerla en esta etapa de medio camino. Y lo hace bellamente, acercando vida y palabras.
[1] Como curiosidad en este mudo de redes sociales casi infinitas, he encontrado otro texto citado con el mismo nombre del de Ingrid: Los lebrunos del alba; poemas, de Palma, José. [Caracas, 1958] 118 p. 16 cm. Pero no he tenido acceso a su contenido.
3 comentarios:
¡Hola Tomás! nuevamente gracias por tomarte el tiempo de leerme y escribir tan certero acercamiento. Agradecida a ti y a Linda Lopez que me lo hizo llegar
Cómo nota marginal: no conozco el trabajo de José Palma... Un abrazo
Hola Ingrid! He colocado publicado en face este texto que es de diciembre del 17, y ahí lo vio Linda. No lo conocías? Te he recordado, acercándonos al Día 8, de la mujer... Me gustó esa imagen llanera del título, aplicada a ciertos momentos de la vida... Un abrazo
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